Descargar

Psiquismo y elementales (página 8)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

Y olvidado de que Silvano estaba herido, lo sacudió por los hombros.

— quien mató a Nicolson, fui yo… más era el Belcebú. Era el gobernador. – y no pudo más hablar. Volteó para un lado la cabeza, gimiendo en voz baja, y de ahí en una hora era difunto.

***

En la tarde del día en que Malaquías consiguiera pronunciar nítidamente algunas palabras, entró como un vendaval, en la sala de enfermería de la prisión el doctor Fabricio.

Recibido cordialmente por Mauricio, éste lo llevó hasta el lecho del recluso.

— Malaquías! – gritó desesperado. Doctor Fabricio… – respondió, con ojos abiertos, muy abiertos, como viendo más allá del interlocutor una escena diferente. Doctor… – balbuceó el condenado.

— está a salvo, Malaquías! Silvano, en el lecho de la muerte, confesó delante de todos los trabajadores de la hacienda, la autoría del crimen!. Abandoné la hacienda, para nunca más volver. La abandoné como abandoné a Belatriz, se burló de mí, me envenenó la vida y el alma. Soy un ente desgraciado, ya no tengo padre, ni madre, ni esposa, perdí todo Malaquías, me robaron todo Malaquías.

Hablaba con intermitencia, aflicto, casi loco, lleno de angustia mortal, sobre el espanto de todo.

Vengo a pedirle perdón, sé que es bueno, compasivo y generoso. Vengo a buscarlo para rescatar la deuda que contraje con usted. Ya contraté los servicios de un profesional para tratar de su rehabilitación. Vendrá usted conmigo, Malaquias? Venga!, yo estoy solo en el mundo, solo, está oyendo Malaquías?

Doctor Fabricio… no piense más en mí… piense en Belatriz… por el amor de Dios, no la abandone, es su oportunidad… Yo ya para nada más sirvo, mi hijo. Déjeme morir. Buscándole las manos cariciosas que tanto bien le hicieran. – más no me saques de aquí. Fabricio,… vuelva para Belatriz y para Genoveva, para los niños que amparó, socorrió e iluminó. No puedo hablar más. Profundo ronquido le escapó del pecho opreso. Era la agonía…

— Malaquías! Exclamo Fabricio, arrodillándose suavemente al pie del lecho del condenado, besándole las manos enflaquecidas, muy blancas y limpias.

— Perdóneme, más yo no puedo vivir sin usted. Belatriz murió para mí.

— No, Fabricio, viva para ella: – Sálvela porque aún es tiempo. Cumpla su destino doloroso. Todos necesitamos de los unos a los otros… aún será feliz. Tiene aquellos niños de aquellas pobres mujeres para amparar… si las abandonas que será de aquellas pobres criaturas?

— empero venga conmigo, Malaquías.

— No puedo Fabricio, la luz ya se me apaga de los ojos. No puedo Fabricio…

— Por qué, Malaquías.

El no respondió luego. Miró para Mauricio, le tomó las manos dentro de las suyas y cubriéndolas de besos y de lágrimas, susurró:

— porque quiero morir… al lado de mi hijo…

Mauricio que estaba de píe asistiendo la escena tocante, se arrojó para Malaquias, y besándolo, y pasando la mano por los cabellos que la nieve de los años y de los sufrimientos encaneciera, exclamó, entre jubiloso y angustiado, feliz y desgraciado, en una especie de grito en que se concentró todo el manantial de angustia que pueda contener el corazón humano.. Mi padre!

Mi hijo… – murmuró Malaquias, pasando las manos trémulas por los cabellos del hijo bien amado.

Miró para lo alto, siempre con las manos sobre la cabeza de Mauricio, que continuaba sollozando, abrazando al padre que moría.

— Tu abuelita está aquí, mi hijo… la abuela Miloca.

Y Fabricio se manifestaba en un verdadero sollozo.

— Tu madre también la veo… ampara a Belatriz. Y en estado agónico pendió la cabeza para el lado, para suavemente inmovilizarse, cual avecita cantora que hubiese muerto de tristeza, dentro de la estrecha y fatídica jaula.

Romance de una Reina

(La Reina Hatasou)

Por el Espíritu J W Rochester

Recibido por Wera Krijanowski

Federación Espirita Brasilera

Tenemos aquí otros interesantes episodios sobre la modalidad más clásica en cuanto a vampirismo se refiere.

Para mejor resumir y esclarecer al lector sobre algunos de los personajes más importantes de este romance, haremos una corta exposición, para luego entrar a transcribir parte del lll y VI capítulos en los que encontramos lo más dramático de la historia Egipcia.

Horemseb, hijo natural del extinto faraón esposo de Hatasou.

Neith, hija de la Reina Hatasou .

Sargón, príncipe Iteno esposo de Neith que permaneció preso un tiempo en el extranjero por haber caído como prisionero de guerra. A su regreso, Neith ya se encontraba en poder del príncipe Horemseb, quien la había seducido mediante proceso hechicero, manteniéndola en lugar secreto de su palacio.

Tadar, un terrible sabio sacerdote Iteno, adorador de Moloc, Divinidad de los antiguos Caldeos

Tadar aplicaba los conocimientos de alquimia y magnetismo para hacer filtros de amor con los cuales Horemseb encantaba y seducía a las mujeres más bellas de su época; después de saciarse con sus victimas, las asesinaba, bebía su sangre y luego eran utilizadas como ofrendas en sacrificio al idolatrado Dios de metal, en cuya base, dentro del interior había un horno candente.

En su palacio sacrificó muchos contingentes de doncellas, artistas, serviciales, que después de animarlos a las más aberrantes orgías eran asesinados renovando el personal sacrificado con nuevos contingentes de incautos que se dejaban reclutar por el ansia de dinero y de opulencia.

Sargón disfrazado y aparentando ser un sordomudo se infiltra en el palacio de Horemseb en búsqueda de su esposa. Comprobado el secuestro, se fugó para poner en conocimiento a la Reina Hatasou sobre la realidad de NEITH.

Horemseb es delatado en todos sus horrendos crímenes por lo tanto arrestado y condenado a pena de muerte.

El hechicero Tadar logra por medio de terceros hacerle llegar un brebaje que lo llevaría a estado de letargia para luego despertarlo y liberarlo Es aquí donde empieza lo más dramático del príncipe vampiro.

El Juzgamiento

Había transcurrido más de un mes del arresto del nigromante, sin que la agitación febril que mantenían los habitantes en alerta se hubiese de modo alguno calmado. Un acontecimiento verificado en ese tiempo igualmente había emocionado a la población.

Fue traído de Menfis el ídolo de Moloc, y toda Tebas corriera al valle pedriscoso y árido del desierto, donde el coloso estaba provisionalmente colocado. ¿Con que intención? nadie lo sabía. Mas, con la avidez emocional que caracteriza a las multitudes, cada quien quería contemplar al Dios sanguinario, sobre cuyas dobladas rodillas a tantas inocentes víctimas había destruido.

Se sabía que Horemseb estaba restablecido y que el juzgamiento debía consecuentemente, realizarse de un día para otro. Neith sufría por encima de cualquier expresión, y habría, por cierto, buscado en el suicidio un término al dolor si no hubiese sido tomada por la ingenua idea de que su vida representaba una garantía para Horemseb, una especie de escudo sobre cualquier suceso odioso.

En el día designado para el juzgamiento, lúgubre actividad dominaba en el templo de Amon- Ra.. En basta y sombría sala, iluminada por lámparas suspendidas al techo, fueron colocadas en semicírculo, sillas reservadas para los jueces. Según la gravedad de la causa, y la cualidad del denunciado; habían sido convocados los pontífices y los grandes sacerdotes de los principales templos de Egipto, en su mayoría idealistas, con sus rostros severos y arrugados, con sus vestiduras blancas, ampliaban aún más la solemnidad del escenario.

Al fondo, en gabinete disimulado por una cortina, se encontraba una poltrona destinada a Hatasou, quien deseara asistir al juzgamiento.

Después de haber ocupado la soberana su lugar, el más idealista de los jueces ordenó que fuese introducido el reo. Hubo un momento de solemne silencio. La luz vacilante de las lámparas se proyectaba fantásticamente sobre las pinturas que adornaban las paredes y representaban el juzgamiento de Osiris y los horrores del Amenti; la luz se esparcía sobre las cabezas lúcidas de los jueces, concentrándose sobre los escribas, que, sentados sobre las esteras y en los carcañales, estaban atentos para escribir las respuestas del acusado.

Entre los sacerdotes más jóvenes sentados en las últimas filas, se encontraba Roma, que, a la entrada del criminal con las manos amarradas, fijó la mirada rencorosa sobre el hombre que Neith amaba a pesar de todo, el verdugo que la destruyera y no obstante, la fascinara.

Horemseb lívido; pálido, flaco y envejecido, en sus ojos se leía una lúgubre pertinacia, cuando silenciosamente, estacionó frente a los jueces.

A una señal de Amenófis, se levantó un escriba y en alta voz, leyó el libelo acusatorio enumerando los crímenes cometidos y la influencia nefasta de las rosas hechizadas tan frívolamente entregadas en las manos de las víctimas.

— quieres confesar todos los delitos de que le acusan, y revelar el secreto de la planta misteriosa, y bien así la manera por la cual esta llegó a su poder?- preguntó el Gran Sacerdote.

Horemseb bajó la cabeza y permaneció obstinadamente silencioso.

Entonces fueron introducidos a la sala de juzgamiento los testigos. Parientes de jóvenes desaparecidas; Keniamun que relató la revelación de Neftis, el "complot "en que actuaran en común, y el encuentro del cuerpo horriblemente mutilado; Roma, que habló de su descubrimiento; el jovencito mudo, milagrosamente salvado de la muerte. Y por fin, vino a exponer una dama velada; más al descubrir la fisonomía, Horemseb retrocedió, con una sorda exclamación de terror; reconociera a Isis, a quien el mismo, había apuñalado y lanzado al Nilo. Los muertos regresaban de la sepultura para acusarlo…

Pálida la moza, sin embargo resuelta, después de inclinarse ante los jueces, describió en voz vibrante, la terrible vida en el palacio de Menfis. La mutilación de los ciervos, el lujo desenfrenado, las orgías nocturnas, la tortura lentas de las víctimas que eran envenenadas poco a poco, antes de ser asesinadas. Todos esos horrores, todos esos crímenes como que revivieran ante el auditorio en la palabra colorida y atrayente de la narradora.

Cuando ella terminó, Ranseneb se volvió para el acusado.

— ves – dice él – que tus crímenes están ampliamente comprobados, aún sin tu confesión. –Solo nos resta saber lo que concierne a la planta misteriosa y las circunstancias extraordinarias en que te pusieran en relación con el hechicero Hiteno e hicieran de un príncipe de Egipto un bebedor de sangre, un asesino, un enemigo de los dioses de su pueblo. – habla, pues, y diga, sin restricciones, lo que sabes, si no deseas que te arranquemos la confesión por medio de la tortura.

Un estremecimiento agitó el cuerpo de Horemseb, y sus ojos lanzaran miradas llameantes; empero, dominándose con esfuerzo, respondió con vos ronca:

— diré lo que se! Sin embargo, mi silencio no tendría más objetivos. Fue mi padre quien trajo a Tadar, el sabio Hiteno a Egipto, y de la siguiente manera él lo conoció:

Durante la guerra victoriosa del faraón Tutmes primero en el país vecino del Eufrates, sangrienta batalla fue realizada, no lejos de la ciudad de Gergamich. Existía allí un templo en el cual se refugiara una parte de los guerreros, que a él defendieran tenazmente, haciéndose verdadero sitio para ser tomado. Cuando, al final nuestras tropas lo invadieron, la lucha prosiguió en el interior del templo, y solo terminó con la masacre de todos los enemigos. Durante el terrible espacio, mi padre fue separado del amigo y compañero de armas, Rameri, y no viéndolo regresar, se sintió inquieto y a pesar del extremado cansancio, dejó el lecho y fue al local del combate en busca del amigo para socorrerlo, en caso de que estuviese herido, recordándose de que lo perdiese de vista dentro del templo. Para allá se encaminó, y en cuanto erraba por entre los escombros y cadáveres, de sombrío rincón surgió un hombre de mediana edad que se dirigió para él suplicándole le perdonara la vida y prometiendo, en compensación, inmensos tesoros y poder secreto para dominar fuerzas de la naturaleza. Mi padre se dejó tentar, pues la voz y el mirar de aquel hombre que era el gran sacerdote del templo desvastado, lo fascinaban extrañamente, y juró, de manera solemne, garantizar la vida del Hiteno, si este cumpliese sus promesas.

Entonces, el padre, por secreto camino lo condujo a una cripta donde se hallaban amontonados, no solamente los tesoros del templo, más aún las riquezas del rey y de los más notables patriotas. Mi padre quedó deslumbrado. Era un hallazgo por demás de regio. En adelante, ocultó a Tadar y enseguida, lo trajo para Tebas, tan secretamente cuanto a los tesoros, de los cuales nadie tuvo conocimiento. Durante el viaje, el sabio Hiteno había adquirido sobre él, poder absoluto.

Yo contaba con quince años de edad cuando mi genitor retornó a Menfis y se programó, sobre la dirección de Tadar, la reconstrucción del palacio. Se cultivó la planta de la cual el sabio trajera la semilla, y allí se constituyó en secreto el culto de Moloc. A pesar de eso, mi padre jamás se aficionó conforme yo lo hice, y prosiguió frecuentando la sociedad. Después de esto, por el resto de su existencia estuvo constantemente enfermo, pues el cuerpo no soportó más los excesos en que se entregaba.

A los diecisiete años de edad, vinimos a Tebas a tomar nuestros puestos en la Corte, y mi padre aquí murió, y antes de expiar, me contó la realidad sobre los misterios de ese culto y de la planta sagrada que me fascinó.

Me apresuré en regresar a Menfis, y fui enteramente subyugado por Tadar. Concluí rápidamente las construcciones iniciadas por mi genitor, y por consejo del sabio, el palacio se cerró para todos; mi servicio íntimo fue enteramente separado y en él vedada la palabra cuando faltaban sordomudos. Poco a poco, me habitué a esa vida encantada, de donde la realidad, con su desnudez y miserias, estaba desterrada; la claridad del día se me tornó odiosa, solamente en la oscuridad, debajo de la sombra de mis jardines yo me sentía feliz. Rodeado de perfumes sofocantes, embalados por maravillosa música y cánticos celestes, que Tadar adoraba y enseñaba, olvidé todo. Yo debía sacrificar a Moloc, el sabio así lo quería, y su voluntad era mi ley. Fue así que se instituyeran las orgías y festines nocturnos, que habían destruido la salud y la vida de mi padre, que no supo usufructuarla moderadamente. Él a mi me dio una bebida que enfriaba mi sangre y me impuso una existencia rígida de ayuno y abstinencia que me daba la fuerza de gozar por la vista sin entregar mi cuerpo a la destrucción.

— La primera vez que bebí sangre, fui embriagado por el sabor extraño de esa bebida que me debía dar la vida eterna; –y si pretendes ahora matarme, "carcajeó roncamente" –no lo conseguiréis, porque la muerte no tiene poder sobre mi: en la vida de mi ser se concentran todas las vidas que arrebaté de los corazones palpitantes de las mujeres sacrificadas. Yo me deslumbré en la contemplación de esas lindas mujeres que desfallecidas de amor morían en mis brazos: –amar me era prohibido, porque el alma debía dominar las pasiones del cuerpo, más, a pesar de eso morían dichosas. Una de ellas me traicionó: yo tenía el derecho de castigarla, y Neftis recibió muerte merecida. Nada más tengo que decir.

— y que hiciste de la planta venenosa – preguntó Ranseneb, después de que todos los jueces escucharan silenciosamente la confesión del culpado. ¿ Por qué?

— el maestro así lo quiso. Previniendo vuestras averiguaciones, quise esconder los trazos del culto de Moloc pero el tiempo me faltó para esto, y Tadar no quiso que la sagrada planta cayese en las manos de sus enemigos y la destruyó

— y de tus tesoros qué hiciste?

No fue encontrada la mayor parte de los preciosos objetos descritos por Sargón

— la dispendiosa vida que mantuve absorbió gran parte de mis riquezas, y ya me encontraba con dificultades. En cuanto a los objetos preciosos como vajillas, los lancé al Nilo, aquí ya estaba todo finalizado y esperábamos huir de Egipto.

— mientes – interrumpió gravemente, Menofis. Tu palacio fue donado a los dioses por el faraón, y será arrasado, para que en su terreno se eleve un templo. Durante los trabajos de demolición, al inicio se encontró un cofre lleno de objetos preciosos. Esto le digo, para probar cuan bajo caíste, tú, a quien en esta obra, no repugna enlodarse en mentira!

A la noticia de que su palacio estaba en demolición, Horemseb se estremeció y sus puños se contrajeron, más no pudo decir cosa alguna, porque los guardas lo retiraron de la sala. Después de demorada deliberación de los jueces, el acusado fue de nuevo traído, y el sacerdote Amenofis, levantándose, pronunció, solemnemente:

— tus espantosos crímenes Horemseb, merecieron un castigo proporcional. Príncipe de Egipto, renegaste a los dioses de tu pueblo y asesinaste mujeres inocentes, de las cuales, por tu origen debía ser protector; por tus maleficios, sembraste la vergüenza y la desgracia en las más nobles familias; a tus servidores mutilaste y destruiste: Todos esos delitos merecen ampliamente la muerte, a la que te condenamos. —–Dijiste, hace poco, que la muerte no tiene poder sobre ti: así sea! Es una razón más para ser encerrado vivo en el mismo perímetro de este templo de modo que no puedas más hacer daño.. Sobrevive pues en esa estrecha sepultura, hasta cuando los dioses lo permitan; más, cuando mueras, morirás de cuerpo y espíritu, en vista de que el embalsamiento no existirá para conservar tus restos y tu doble etérico errante no encontrará asilo terrestre, y será devorado por los demonios de la Amenti. Tu nombre será olvidado, porque se prohibirá a todo ser vivo, sobre severas penas pronunciarlo, y en todos los lugares será borrado y apagado; a la posteridad no se sabrá de tus crímenes, que aterrorizaban a Egipto; serás triplemente muerto, destruido en tu alma y olvidado. En la aurora del día de mañana será ejecutado con esta sentencia.

Lívido, ojos dilatados, Horemseb, escuchara la terrible condena. No solamente se revelaba contra el horror de la suerte que lo esperaba; él era a pesar de todo, suficientemente egipcio para dejar de temblar a la idea de no ser sepultado, y embalsamado, más allá del nombre tirado al olvido. Con un rugido ronco, pegó la cabeza con las manos, y, cual masa inconciente, se abatió en el piso.

En el anochecer fue visitado por Neith.

En el momento de haber recibido de manos de Neith, el brebaje enviado por Tadar, Neith le dice a Horemseb:

— bebe Horemseb!

— es la muerte?

— preguntó, estremeciendo. Yo la prefiero, si no he de vivir contigo.

— no es muerte, y sí la calma, el reposo, la destrucción del hechizo. Tu corazón, yo lo espero, permanecerá fiel – respondió él.

Y su mirar se sumergió, cual llama, en los ojos de Neith, quien le inducía la copa a la boca. Apenas bebió, desconocida sensación, una frialdad glacial le corrió por las venas. Presa de debilidad, vaciló, empero Horemseb la hace sentar en el banco, ahora iluminado por la luna. Enseguida, tomó de la cajita el segundo frasco y lo vació en la copa. Vivificante y suave aroma embalsamó el ambiente. Sentándose junto de Neith, le dio a asegurar la copa. – de ti quiero recibir la bebida misteriosa que me promete vida y futuro, y si muriere, al menos me libro, de la vergüenza y de la satisfacción cruel de los sacerdotes insolentes.

Vivir encerrado dentro de muros, sería tortura horrenda!

Temblorosa y desecha, la joven mujer aproximó la copa a los labios del amado hombre; más, tan pronto bebió, ella la dejó desprenderse de los desfallecidos dedos y el cristal cayó y se rompió en el piso.

— agradecido! – murmuró Horemseb, y, atrayendo a Neith hacia él, agregó: quédese así; quiero adormecer contemplando su lindo rostro y tú afectuoso mirar.

Se recostó al muro y fijó al astro querido al cual parecía estar ligado por misterioso helo; era el pálido confidente de sus sueños, y silencioso testigo de sus crímenes, de las innobles fiestas del palacio de Menfis. Y en aquella hora fatal en que desgraciado y abandonado, sin saber si seguía con vida o muerto, le aguardaba el astro y venía a iluminarle la prisión, y con sus rayos de luz se impregnaban los tétricos y tumultuosos pensamientos del condenado. Esas impresiones indelebles que la luna las lleva, de siglo en siglo, impasible pero no olvidando detalle alguno, identificando en todos los lugares, sobre cada nueva fisonomía, aquel que le confía sus dolores y sus alegrías, ligando, silenciosamente así, los misteriosos lazos del pasado.

El hombre encarnado muda de aspecto, de color, de posición; olvida dónde, en qué siglo, después que grave acontecimientos, sobre el peso de con qué sentimientos ve él aquella muda confidente venir a visitarlo en el lecho de muerte o en el calabozo, testigo única del oscuro crimen o de júbilos desconocidos de los hombres. Ella ignora en qué horas de angustia sus perecibles ojos fijara, velados de llanto, de ese argentino globo; más éste sabe, y reencuentra a Horemseb sobre los trazos del rey infortunado, cuyo fin trágico emocionó a un pueblo.

No era sin motivo que Luís Segundo amara tanto la noche y las quimeras bajo la luz lunar y si apenas vagamente comprendía el murmurar de sus rayos luminosos, hablándole de distante pasado de crímenes olvidados, de vida de sufrimiento y expiación, recibía la extraña fascinación de un helo misterioso, la fricción de incógnitos sentimientos que lo atraían para el satélite de las noches que adorara en otrora.

Sumergido en los pensamientos olvidara todo lo que le rodeara, cuando, repentinamente, Neith erigió la cabeza, que le apoyara al pecho, y balbuceó despavorida: están allí las mujeres terribles. Oh Horemseb seremos separados.

— que ves tú, Neith – murmuró él, estremeciendo.

— serás separado de mí, de todos nosotros, por mucho tiempo, solamente tus enemigos quedarán contigo, y tu sufrirás sintiéndote aislado, siempre vencido por el destino. Despreciaste el verdadero amor, y sólo el hechizo permanecerá junto de ti; corazón vacío, alma enferma, tú buscarás rever la llama que enciende, porque sólo lo conseguirás cuando el amor florezca en tu propio pecho y si puedas dominar las pasiones y el odio. OH! Aprende de prisa a amar, para que nos reencontremos!

— haré eso – murmuró Horemseb, invadido por extraño y general adormitamiento y maquinalmente apretándola de encuentro a él.

De súbito, Neith lo repelió, echándose hacia atrás, con sus ojos dilatados. – déjame. En qué te tornas? ¿Eres tú esta sangrienta mariposa roja como si fuese de fuego? Déjame; tú me quemas y me sofocas, tu vomitas sangre!

Debatiéndose como loca, empujó a Horemseb; más, las débiles piernas retrocedieron y resbaló para el suelo. Y con la cabeza echada hacia atrás, posada en las rodillas del prisionero, perdió los sentidos. Él, muy débil resistencia pudiera ofrecer, porque profundo entorpecimiento le invadió el cuerpo; como que a través de nube, vio a Neith, abatirse junto de él, y le pareció que él mismo rodaba, como pluma, en un basurero negro. Después, perdió la conciencia.

Más o menos quince minutos decorridos, el oficial de servicio abrió la puerta, y dice de manera respetuosa:

–noble señora es tiempo de retirarse.

No obteniendo respuesta, entró y se asombró al deparar con la joven mujer abatida, como si estuviese muerta. Convencido de que la emoción la privara de los sentidos se aproximó vivamente, y al primer golpe de vista sobre los ojos vítreos del prisionero al contacto de la mano helada soltó ahogada exclamación y corrió hacia fuera.

En el apartamento de Ranseneb aún estaba reunida una decena de sacerdotes, discutiendo sobre la ejecución de la sentencia para el día siguiente, y sobre la contrariedad de no haberse obtenido informaciones precisas respecto de la misteriosa planta del amor. Entre los interlocutores retardados, se encontraba Roma y Amenofis, ambos huéspedes de Ranseneb en aquella noche. La impetuosa entrada de Ameneftá, acompañado del oficial interrumpió la conversación, y cuando el viejo padre relató pálido y trémulo, la visita de Neith y el descubrimiento hecho por el militar, todos se erigieron y encaminaron, casi a correr, rumbo hacia la prisión.

Algunos minutos más tarde, los sacerdotes rodeaban aturdidos y consternados en extraño grupo; más, Roma, trépidamente en desespero y celos, arrancó a la joven mujer del lado del odiado rival, y, ayudado por uno de los asistentes, intentó infructíferamente, reanimarla.

Viejo médico se aproximó primeramente hacia Horemseb, examinándolo y declaró estar muerto. En cuanto a Neith, se encontraba apenas desmayada, aconsejando retirarla del nefasto local suministrándole los cuidados que indicó. Para cumplir esta prescripción, Roma la transportó a la litera para conducirla a su palacio por que no deseaba, en hora tan inapropiada llevarla al palacio de la Reina.

Después de la salida de Roma, los sacerdotes se reanimaron de nuevo. Examinaran cuidadosamente la cajita en la que se habían transportado los frascos revisándolos igual que al papiro en pedacitos, más esos objetos muy poco les sirvieron como material de pesquisa.

— la insensata joven evidentemente le trajo el desconocido veneno que lo mató, y también el escrito de un cómplice. Más, quien le habría dado a ella esos objetos? – dice Ranseneb

–sólo podía ser tal vez el miserable Hiteno que fuera de duda, se esconde en Tebas, y posee ese veneno tan misterioso cuanto la planta maldita – observó Amenofis, que, inclinándose, palpó al muerto. Extraño cadáver! Ningún trazo de sufrimientos; flacidez de los miembros, y con todo expresión cadavérica, frío glacial, con expresión lívida.

— Eso importa menos ahora que la chocante certeza de que el acelerado huyó a una justa punición ¿y que decidiremos en vista de esto?

Después de cierta conversación quedo establecido que se mantendría silencio sobre lo ocurrido y de lo que pocos se hubieran enterado, pues sería consumada la ejecución de la sentencia como se había programado en presencia de los testigos para esto designados.

El cuerpo de Horemseb. Sustentado por dos hombres, fue conducido al pequeño patio, donde una cavidad alta y estrecha estaba abierta sobre una muralla. El cuerpo aún flácido fue sentado en un corto banco colocado al fondo del nicho, y de manera rápida los sepultureros colocaron los adobes haciendo desaparecer a los ojos de los asistentes el rostro del facineroso que diera tanto que hacer.

En aquella estrecha cueva, debía reducirse a polvo el cuerpo del ser tan ávido de lujos y placeres, el celebre orgulloso, cruel con iniciativa de voluptuosidad sanguinaria. Muy pronto fue serrada la puerta y apenas el pegante húmedo indicaba el lugar donde estaba sepultado el ilustre criminal, todos se sintieron desembarazados de él para toda la eternidad, pues los padres sabios no sospechaban siquiera que, por un misterio de la naturaleza, la sombra fatal del nigromante de Menfis podría resurgir, y una vez más hacer temblar a los habitantes de Egipto.

La noche estaba esplendida. La luna refulgía, con brillo desconocido en el occidente, y su argenta luz inundaba a Tebas adormecida después del trabajo del día, y a penas vagos rumores denotaban que la vida del coloso nunca se extinguía totalmente.

En las inmensas construcciones del templo de Amon-Ra reinaba profundo silencio, interrumpido solamente por los "alerta" de los vigilantes. Los servidores del potente Dios reposaban. No debían estar listos, desde los albores de la aurora, para saludar su victorioso renacimiento del reino de las sombras?

En un pequeño patio, desierto y aislado, en los confines del sacro ámbito, los rayos lunares descendían de lleno sobre alto y largo muro, pintado de blanco. De súbito, en esa superficie de un blanco plateado, apareció una gran sombra cenicienta después negra y al final roja. Esa exaltación o neblina se condensó, y la forma distinta de un hombre, de elevada estatura, pareció resurgir del muro. Sus grandes ojos abiertos eran tiernos y fijos, aterradora la expresión del rostro, los labios entreabiertos, nariz dilatada. El extraño ser, de transparencia vaporosa, empero de palpable realidad, deslizó, sin tocar el suelo, a través del patio, y desapareció en el interior del templo. Brazos extendidos para el frente, como si buscase algo, el fantasma pasó por el frente por los corredores y, atravesando una pared, penetró en una sala donde dormían muchas mujeres, sacerdotisas y cantoras del templo. El bulto fantástico paró, moviendo los labios, las narices abiertas, aspirando ávidamente, y su vítreo mirar posó en un pequeño lecho, iluminado por un rayo de luna que se filtraba oblicuamente por la ventana, y en el cual reposaba una joven, sumergida en profundo sueño. El fantasma deslizó hacia ella y pendió la cabeza hacia el pecho de la adormecida, que se agitó, y bruscamente despierta, tentó debatirse; más fascinada por la terrible mirada que por un instante se fijó en la suya, recayó inmovilizada. El fantasma se dirigió pareciendo atolondrado y más compacto, y sin mirar la víctima tornada lívida como si la sangre le hubiere abandonado de las venas hasta la última gota, se elevó pesadamente, pareció escurrirse en el rayo lunar hacia fuera de la ventana, y algunos momentos después se eclipsó, absorbido por el muro de donde había surgido.

Horemseb había abusado mucho de la sangre humana para no súper excitar todo en cuanto en él restaba de instinto animal; el somnífero con el cual voluntariamente se sumergiera en letárgia había impedido la ruptura de los lazos del periespiritu, y por todas estas circunstancias reunidas, se torna vampiro.

La extraña e inexplicable muerte de la joven sacerdotisa excitó gran emoción en el templo, y esa emoción se transformó en terror cuando, en la noche siguiente hubo nueva víctima. Esta vez, fue la hija de un sacerdote, y la hermana de éste, despertada por el ahogado grito que oía, observara el bulto de un hombre resbalar para afuera del aposento.

Las más severas medidas fueran adoptadas para atrapar al asesino, que así osaba profanar el lugar sagrado, empero, la vigilancia fue ineficaz, porque, al término de dos días, un niño de cuatro años de edad y una joven, pertenecientes ambas a la familia de mercaderes, domiciliados en barrios distantes de Tebas fueron encontrados muertos, presentando a la altura del corazón una herida, semejante a la mordedura y sin gota de sangre en los lívidos cuerpos. Toda la ciudad se conmovió, y la reina indignada, ordenó severa pesquisa, la cual, por lo tanto nada consiguió: el criminal continuó en incógnita, suponiéndose que hubiese huido, porque los asesinatos a corto plazo no se renovaron.

A pesar de eso, la desconfianza y el terror no cedían; los padres y las madres temían por sus hijos tiernos o adultos, y las mujeres se sentían amenazadas por el misterioso malhechor. Roant, principalmente, tenía el espíritu presagioso, y poco se animaba a separarse de los dos hijos, vigilándolos durante la noche, y ninguna persuasión del marido y de las personas amigas conseguía tranquilizarla. Una noche, el jefe de los guardas, que estaba de servicio en el palacio real, ajustaba al cinto las armas alistándose para salir, y hablaba discretamente a la esposa, que pálida e inquieta, lo ayudaba, repitiendo:

— Oh! Cuanto detesto las noches en que usted tiene que pasar por fuera de la casa!. Sin ti, el peligro me parece más próximo, y no puedo defenderme del presentimiento de que una desgracia amenaza a nuestra Nitetis!

— mi querida mujer sea razonable y no te atormentes con quimeras: hace casi un mes que los atentados no se repiten; sin duda, el facineroso huyó. Porque, de lo contrario por qué procuraría precisamente a Nitetis? –¿Porque mató a una niña? Tal vez lo hizo por mero acaso. Y si desea nueva víctima se contentaría por cierto, con aquella que pueda agarrar con más facilidad.

Chunumhotep envainó la espada, se puso el cápasete brillante sobre los espesos cabellos, y abrazando a Roant: agregó:

— si me amas, serás más calma y reposarás. ¿Pues si los niños duermen junto a ti, qué les podrá suceder?

Después de haber acompañado al marido, regresó aprensiva al cuarto de dormir, que era una grande alcoba, cuyo piso estaba forrado con esteras, de paredes pintadas e incrustaciones simulando tapetes suspensos; alta y larga ventana daba entrada a la frescura embalsamada del jardín, y la luz de plenilunio inundaba el aposento con su plateada claridad. Junto del lecho, sobre una pequeña cama, improvisada, dormía placidamente un niño de aproximadamente cuatro años, y una hija de 24 meses. Acercándose suavemente, la joven madre levantó el toldillo que los cubría y contempló, amorosa las graciosas y pequeñas criaturas, cuyos cuerpos, gorditos y desnudos expresaban salud. Fijó los labios sobre las cabezas de los dos inocentes y los recubrió con la transparente seda. Y, medio tranquilizada, se encaminó para la ventana, junto de la cual amplia poltrona invitaba al descanso.

No teniendo sueño, y estando soberbia la noche, el silencio también convidaba al adormitamiento: se sentó, apoyó los píes en un brazo de la silla, y, tomando una flor de lótus de una gran jarra esmaltada puesta en el soporte de la ventana la olió, entregándose a los pensamientos. Chunumhotep tenía razón: por qué envenenar su existencia tan venturosa, tan calma, con aprehensiones sin fundamento! Y qué probabilidad puede existir para que un criminal, por más audaz que fuese, atacara a la familia del poderoso jefe de los guardas en cuya casa hormigueaban los esclavos, que al menor rumor estarían listos? Insensiblemente, y sin que percibiese, una pesadez estruendosa le invadió los miembros, sus pensamientos se perturbaron y apoyó la cabeza en el brazo de la poltrona; intentó, primeramente, liberarse del estupor para después, perezosamente desistir de eso. Quería reposar después del trasegar del día… de improvisto, en el espacio de la ventana, fuertemente iluminada por la luna, se proyectó una forma humana: un hombre de alta estatura, cabellera encaracolada, cuyo rostro particular, desviado de Roant, despertó en ella una recordación confusa: con extraña flexibilidad, el desconocido pareció escurrirse antes que saltar para el aposento; Roant quiso detenerlo, gritar; más, como que invadida por súbito parálisis, quedó inmovilizada, incapaz de abrir la boca y acompañó apenas con los ojos al audaz intruso que sin ruido atravesó el aposento, y llegando a la camita, se dobló sobre las adormecidas criaturas. Un pensamiento infernal, fulminante: –"es el chupador de sangre" – atravesó en ese instante el cerebro de Roant, desesperada en la lucha que trabó entre la voluntad y el estupor que le neutralizaba los miembros; el pecho sofocado, como sobre enorme peso; la cabeza parecía pronta a estallar, más los labios continuaban mudos, por fin resbaló de rodillas, levantó los desfallecidos brazos y un grito ronco y destemplado salió de la garganta contraída.

En el mismo instante, la sombra humana se erigió, pasó junto de Roant, con vertiginosa rapidez, y desapareció para fuera de la ventana como si se hubiese fundido en la claridad de la luna. Atraídos por el grito de la señora, muchos esclavos corrieron y de este modo la nana de los niños trayendo una lámpara, levantaron a Roant que incapaz de hablar, señalaba hacia la camita, por encima de la cual el ama suspendía la lámpara. Todo ese movimiento, y el ruido despertara al pequeño Pentaur, empero Nitetis no se movía, y a la primer mirada que la pobre madre fijó sobre ella, comprendió que el crimen estaba consumado. Sin una queja, cayó desanimada en los brazos de las mujeres.

En pocos momentos, todos despertaron, y el viejo intendente decidió informarle al señor inmediatamente, y por otro lado, llamar a los parientes y amigos íntimos para que acompañasen a Roant. Chunumhotep no podía abandonar su puesto en el palacio, y por esto envió un esclavo en busca de Roma y otro en la casa de Isis cuya residencia estaba un poco cerca.

El joven sacerdote y Neith se alistaban para dormir, cuando al palacio de Neith llegó el mensajero bastante despavorido haciendo una narrativa medio enredada de lo acontecido. Profundamente perturbado, el matrimonio hace preparar una litera y en cuanto ocho vigorosos conductores la transportaban a paso acelerado, a la casa del jefe de los guardas, Neith apoyó la cabeza sobre el hombro del nuevo marido, murmurando:

— puedes dudar de los designios del malhechor?, no te dije que él no puede morir y que a éste le apetece la sangre fresca de jóvenes… Oh! mi sangre se hiela, al pesar que nos aguarda aún!

Roma estremeció, sin embargo, no dio respuesta, pues no tenía palabras para explicar la mórbida angustia que le apretaba el corazón.

Ya encontraran a Isis atareada, junto de Roant, que había recuperado los sentidos, más pareciendo enloquecer. Con gritos y gemidos, arrancaba los cabellos, se golpeaba el pecho y maldecía la incomprensible debilidad que le impidiera agarrar al miserable, para salvar a su hija.

Solamente después de unas horas, los cuidados y consolaciones de los allegados conseguirían calmarla suficientemente, para que pudiese responder a las preguntas del hermano y hacer una narrativa detallada del acontecimiento, describiendo la talla y la apariencia del asesino, cuya fisonomía no identificara, aunque la personalidad le pareciese conocida.

Completamente agotada se aquietó, al final, se acostó y adormeció en un sueño febril y agitado. Las dos amigas se retiraran luego para una cámara contigua, también necesitadas de un poco de reposo. Roma siguió para el palacio, con el fin de hablar al cuñado. Isis y Neith habían intentado dormir, sin embargo el sueño les huía; Isis, principalmente, parecía sobresaltada, y erigiéndose vino a sentarse junto de la silla de Neith.

–Dígame – comenzó ella tomando la mano de la amiga- ¿no tiene desconfianza en cuanto a la persona del misterioso asunto? Tuve una idea que me torna positivamente loca. ——Mira! Y fue a buscar sobre la mesa un tejido doblado. Este velo que oculta el cadáver de Nitetis y con el cual la ama cubría a ambas criaturas. Exhala un olor bastante extraño! Lo aproximó al rostro de Neith, empero esta retrocedió, con una exclamación de espanto:

— el aroma fatal! Mi presentimiento no me engañó.

— hoy adivinaste como yo, pues ningún otro podía ser así de infame! Entonces es una desgracia para nosotros!

— ¿acreditas que él deseara vengarse? Preguntó Neith, acelerándose.

— ciertamente! Si el verdugo de Neftis aún posee el poder de matar, no dejará de buscar a la audaz que lo denunció, y a la mujer que lo olvidó – murmuró Isis, con sombrío afligimiento. La muerte de la pequeña Nitetis y la de una cuidandera, que pereció en la noche siguiente provocan en Tebas verdadero pánico: ninguna moza, ninguna niña al acostarse estaba segura de ver el sol al día siguiente, y a pesar de todo el malhechor seguía desaparecido. Las sospechas de Isis y Neith habían sido discutidas por los maridos que las consideraban verdadera imposibilidad, y no habían transpirado para el público.

Todavía, el siniestro presentimiento de la esposa de Keniamunt, no se realizaba; pues el vampiro no la asaltaba ni a ella ni a Neith; se decía que hubiere desaparecido completamente. Tres meses pasaran y ningún nuevo asesinato acusara de nuevo su presencia. Todos, Neith, inclusive se habían calmado poco a poco; la vida sobre sus diversos intereses, desvaneciera la asustadora impresión. Solamente Isis continuaba sombría, nerviosa e inquieta: perdiera el sueño y el apetito y, a todas las persuasiones del marido respondía:

— qué quieres tú? Me parece que una desdicha posa sobre mí; a veces, de noche, despierto bañada en sudor helado, o entonces, siento junto de mí la presencia de un ser invisible; un halito frió me fustiga el rostro y una ansia sin nombre me despierta el corazón.

Cierta noche, la joven mujer se sentía más oprimida aún de lo que habitualmente, estando Keniamunt en servicio, ahora debiese regresar de un momento para otro. Triste y fatigada, se recostó; más no queriendo adormecer antes del retorno del esposo, ordenó a dos esclavas que se quedasen junto de ella.

— estén pendientes a cualquier alarma y eviten dormir hasta la llegada del señor.

Las dos mujeres se acomodaran cerca del lecho, y en esos momentos fue acompañada de largo y monótono cántico de lamentos. Isis las escuchaba distraídamente, y bien de prisa se entró completamente en pensamientos. El pasado la visitaba, insensatamente, presentándole a la memoria el palacio de Menfis, las orgías nocturnas, el descubrimiento de su traición y en fin, la bella y salvaje figura del hechicero. Perdido en su quimera, no percibió que el canto cesara y que ambas mujeres dormitaban. De súbito se estremeció y retorció: una bocarada de enervante olor, bien conocido, le llegaba al rostro, haciéndole palpitar el corazón y oprimiéndole el respirar, quiso gritar, pero loco terror le anuló la voz y le paralizó los miembros: junto del lecho iluminado en pleno por un rayo de luna, estaba Horemseb. Los ojos habían perdido la tierna fijación y la miraba con la salvaje crueldad de un tigre; con los labios entreabiertos expresaba una sonrisa de infernal maldad; el frío que se desprendía del espectro pasaba sobre Isis cual velo de humo.

Como que en sueño, vio la siniestra aparición inclinarse para ella, sintió los dientes enterrarse en sus carnes y después fluir la sangre por la mordedura, con todo el horror y el miedo de la muerte eran poderosos en la joven mujer, que por esfuerzo casi súper humano, intentó luchar: torciéndose sobre el monstruo que la enlazaba, dio un sordo gemido, al mismo tiempo una voz gritó:

— Hola, que sucede aquí?

Era Keniamunt que regresaba, y al clarón de la luna avistara un hombre curvado sobre el lecho. Furioso – empuñó el hacha presa a la cintura y en cuanto las esclavas despertadas por el doble grito despertaran alarmadas; más en el momento en que el oficial pudiese blandir el arma, el desconocido pasó junto de él como si fuese un relámpago, y desapareció por la ventana. Todavía, Keniamunt juzgó reconocer el perfil y la estatura del nigromante, y movido por nuevo pensamiento, corrió para junto de la mujer, la cual derribada con una herida en la garganta, parecía expirante.

— Isis – exclamó erigiéndola.

Inmediatamente, ella abrió los ojos aferrándose con desfallecida mano al collar del marido, se medio afirmó, lívida, mirada extinta, movió los labios por segundos y después gritó con la voz ronca e irreconocible:

— es él, Horemseb, el succionador de sangre!; ese esfuerzo rompiera el verdadero helo. Isis estaba muerta. Las últimas palabras de Isis fueron oídas por las dos esclavas, y en cuanto a Keniamunt, profundamente consternado, salía para tomar las indispensables providencias, las dos mujeres esclavas corrieran para el interior con gritos y lamentaciones, e instruyeran a los criados sobre lo acontecido.

Propagada por los fámulos de Keniamunt y esparcida con la velocidad de una corriente eléctrica, la noticia de que Horemseb era el succionador de sangre, se expandió por toda Tebas. Ampliada aún por el terror, esa novedad tomó proporciones gigantescas, y el día en que se siguió la muerte de Isis aún no finalizara y las tres cuartas partes de la capital estaban convencidas de que el príncipe había, por cualquier acaso evadido de la condenación, practicando aquella serie de muertes.

El populacho súper excitado se reunió en masa en el templo de Amón, expresando en altas voces sus dudas en cuanto a la muerte del brujo. Y ahora exhortado por los padres, se retiraron rezongando sobre el caso para aglomerarse de nuevo delante de la residencia real.

Con la habitual resolución, Athasu apareció en una ventana, y en cuanto las quejas de la multitud, prometió convocar el consejo y adoptar providencias para esclarecer el tenebroso asunto, agregando que en el día siguiente, serían conocida sus deliberaciones. En esa misma noche, se reunieron los sacerdotes, más todos convencidos de que el hechicero estaba muerto, tacharan de insania los boatos populares y Ranseneb declaró, con incrédula sonrisa que los muertos no vuelven para comerse a los vivos, y que un vivo no podía pasar a través de las paredes.

— Tiene razón, profeta – observó la reina, el hecho parece inverosímil; no en tanto, el relato que me acabara de hacer Keniamunt y Chunumhotep consignan un extraño detalle: los paños que tocaran los cadáveres de Isis y de la hija de Roant, exaltaban el aroma nefasto del veneno que se servía Horemseb. En cualquier caso, el pueblo necesita ser convencido de que el criminal fue ejecutado. Ordeno que el cuerpo sea exhumado, en presencia de los delegados de todas las castas, de los cuales fijaréis el número de funcionarios designados por mí.

En cumplimento de la real orden, en la tarde del día siguiente, numerosa asamblea se reunió en el último patio del templo de Amón. Cada agrupación de Tebas enviara diputados, pertenecientes a todas las clases de la población. En los primeros lugares, estaban algunos sacerdotes de alta jerarquía y los delegados de la reina, Roma y el que modernamente se denominaría jefe de la policía y era él quien sería oído por el Rey. Así llamado ese funcionario en los tiempos de Athasu.

La pared, intacta, no conservaba ningún trazo de nicho que allí hubiere sido abierto dieciocho meses antes, más los cinceles de los albañiles hicieron en ella una abertura, al fondo de la cual muy rápido aparecieran dos pies.

— observan! Los píes están perfectos y prueban la evidencia del absurdo de los rumores – observó uno de los padres. – –los píes no prueban cosa alguna, porque todos los píes se asemejan, y el cuerpo puede haber sido cambiado – respondió un rico mercader.

Algunas voces apoyaran esa opinión. Silenciosamente, el descortinamiento continuó, y sin demora apareció el cuerpo integral de Horemseb, perfectamente reconocible: la apariencia cadavérica, los ojos abiertos y vítreos no habían sufrido cualquier alteración.

— miren! Es el cuerpo del criminal – dice solemnemente Ranseneb: privado de las honras de sepultura, aguarda aquí su destrucción, más el alma, en lamentos, repelida por Osiris, deambula, sin duda, ávida de crímenes, tal cual otrora. Si, pues, Horemseb es culpable de las muertes que le acusa Tebas, es apenas a su alma que podéis acusar de esto: el cuerpo aquí encerrado no puede haber tenido parte en eso. Y ahora, aproxímense todos, de dos en dos. Habéis conocido al príncipe: para que certifiquen ustedes que es él mismo quien se encuentra en esta bóveda. Terminado el lúgubre desfile, la abertura fue nuevamente cerrada y los asistentes se dispersaran tristes y preocupados. Roma también regresó al hogar con el corazón oprimido.

Al tener conocimiento del fin de Isis, Neith se sintiera mal, y sus primeras palabras, fueron las siguientes: ahora seré yo; después de ella a quien él matará! Y a despecho de los protestos de su raciocinio, la siniestra predicción habían transformado el alma del joven sacerdote: la posibilidad de perder tan miserablemente su esposa querida, al final reconquistada, le trasbordaba de desesperada ira.

Dos noches después de la verificación de la presencia del cuerpo de Horemseb. Dos nuevas muertes emocionaron la capital. Esta vez, habían sido cometidas en la residencia real: una niña de diez años de edad y una artista de arpa favorita de la reina, habían perecido, y por otro lado, tres personas afirmaban haber reconocido a Horemseb en las galerías y corredores del palacio. En esta ocasión, el pánico llegó al auge, inclusive entre los sacerdotes. ¿qué significaba tan insólito acaso?. Habitualmente, la muerte bastaba para tornar inofensivo al más peligroso acelerado; en este caso, el Amenti parecía cerrar sus puertas y repeler para la tierra aquella alma enlodada y nefasta. El vampirismo era casi desconocido en el Egipto, una vez que la momificación de los cuerpos impedía la posibilidad de tal evento.

Ranseneb, llamado al palacio fue cubierto de censuras por la reina, indignada, ella lo acusó y bien así a los demás cofrades, de culpada negligencia, dejando en torno de ellos matar a tantos inocentes, sin encontrar eficiencia, para resolver semejante calamidad.

En la tarde un consejo secreto se reunió en el templo de Amon. Cinco sacerdotes, entre esos habían dos muy sabios, entre ellos asistía Amenofis llegado de antes de Menfis, y Roma, admitido, excepcionalmente, a pesar de lo joven, no solo en vista de la importante acción que tuviera dentro del asunto, más también en la cualidad de esposo de la más amenazada víctima. Después de los debates, muy animados, dice a Amenofis:

— en vista de la gravedad del caso y de la necesidad de actuar rápidamente para preservar de la destrucción más seres inocentes e indefensos, propongo, a mis hermanos, sumergir a una de las jóvenes del templo al sueño sagrado; los ojos de su espíritu se abrirán y ella podrá ver lo que para nosotros está oculto; por su boca, la divinidad indicará como deberemos actuar. Si adoptares mi arbitramiento, rogaremos a Ranseneb designar a aquella de las vírgenes consagradas más apta para el servicio.

Después de corto debate, todos se declararon de acuerdo, y Ranseneb mandó a buscar a la sacerdotisa escogida por él. Una frágil y delicada joven, de grandes y brillantes ojos, apareció sin demora, y, intimidada por la grande asamblea, se inclinó de manos cruzadas. Vestida con larga túnica blanca, pesadas argollas rodeaban sus brazos y muñecas, y una flor de lotus estaba presa en la cabeza por una diadema incrustada.

— la divinidad reclama tus servicios, Nekebet; ella nos manifestará, por tu intermedio, su voluntad – dice gravemente Ranseneb. Eleva tu alma, con la oración, y agradece a los inmortales el favor con que te honraran.

La joven se arrodilló un instante, y, con mirada estática, irguió los ojos para el cielo, después, se levantó y murmuró: estoy lista.

Roma fue el indicado para inducir a la sensitiva al sagrado sueño y obtener por su acción, las preciosas indicaciones que los demás padres se preparaban para escribir en sus tablitas. Aproximándose con benevolencia, condujo la doncella para una silla, pronunció corta invocación y, después, fijó dominadora mirada elevando las dos manos por encima de la cabeza de Nekebet.

Casi de inmediato estremecimiento agitó a la moza, que empalideció y cerró los párpados. Entonces Roma le apoyó los dedos en la frente, y al término de rápido tiempo, preguntó:

— duermes?

— sí

— y ves?

— si veo.

Roma se volteó para los sacerdotes:

Venerables padres, ella observa en sagrado sueño, y la luz de Osiris le inunda y le ilumina el alma. ¿Qué ordenáis que yo le pregunte?

— Que ella busque el alma del succionador de sangre, la encuentre, aún esté en el fondo de la Amenti – respondió Ranseneb. Para guiarla, pónganle en la mano este amuleto que perteneció a Horemseb.

Roma tomó el escarabajo de madera y lo recostó, primeramente, sobre la frente de la joven, y enseguida lo dejó en una de las manos diciendo:

— ve y descubre el alma del príncipe. Cálmate – agregó, notando que la adormecida se agitaba y gemía – y sigue la corriente que se desprende de ese objeto.

En un momento reinó el más absoluto silencio; empero súbitamente, la sacerdotisa se echó hacia atrás con todas las señales de horror y de miedo.

— no puedo… dijo de manera sofocante. Oh! Cuanta sangre!… hay, más allá de eso, mujeres empuñando rastras, e impidiéndome pasar.

— ¿qué hacen esas mujeres y por qué te rechazan?

Cercan a un hombre sentado e inmóvil en un nicho! Solo sus ojos viven y su mirar es terrible; no me le puedo aproximar.

Y se retorció en una convulsión. Las venas se pronunciaban en la frente de Roma, y sus ojos se tornaban llameantes.

Rechaza las mujeres, pasa e identifica el hombre.

— es Horemseb y las mujeres las víctimas que él sacrificó, el terrible veneno hinche aún sus atormentadas almas, pues tienen celos de mí.

— ¿el alma está separada del cuerpo del criminal? -Indagó Ranseneb.

En una palabra, ¿está muerto o vivo?, Agregó Amenofis

Roma transmitió las dos preguntas

— el alma está aún ligada al cuerpo – murmuró la sonámbula.

Él vive una vida aparte. – porque su cuerpo, muerto en apariencia, privado desde hace 18 lunas de aire de alimento, resiste a la descomposición, porque se nutre de sangre, y su cuerpo…

La sacerdotisa paró de hablar; su fisonomía denotaba pavor, y el cuerpo estremecía:

— no puedo, él me prohíbe hablar, su terrible mirada neutraliza mi lengua.

— habla yo te ordeno! Qué es necesario hacer para destruir el cuerpo del brujo y lanzarle el alma para el Amenti!

La sonámbula no respondió: dos voluntades contrarias visiblemente, luchaban en ella casi quebrando su débil organismo. El pecho de Nekebet se sofocaba, le subía espuma a los labios y su frágil cuerpo se retorcía en convulsiones de terror, más Roma luchaba por la felicidad de su vivir, por la existencia de innumerables inocentes, y su voluntad, descomplicada, terminó por triunfar… Por breve tiempo la adormecida pareció tranquilarse, para después echarse hacía atrás como desfallecida.

— yo… yo no puedo – dice murmurando, en tono casi ininteligible – más traiga del templo la momia de Sargóm. Después de siete días de oraciones y en presencia de Neith evocar su alma: él, el enemigo moral de Horemseb, indicará a usted la salvación… Nueva crisis la interrumpió. Roma se rehace, y limpiando el sudor que le brotaba de la frente, repitió a los padres las palabras susurrantes expresadas por Nekebet. Como si ese instante de tregua hubiese liberado a la joven de la influencia contraria, un ardiente rubor inundó inmediatamente al contraído rostro; el sufrimiento cedió a una estática felicidad, y cayendo de rodillas, extendió las manos para invisible objeto.

— hay, qué suave aroma! – murmuró olfateando ávidamente. No, no, Horemseb, nada temas, te amo y no te traicionaré nunca, así esto me cueste la vida!

— ved – dice Ranseneb – el terrible veneno le hechiza el alma; despiértala Roma, pero antes de todo hacerle rechazar a Horemseb. El mozo sacerdote concentró toda su energía e imponiendo las manos sobre la cabeza de la sacerdotisa, dice con fuerza: — te ordeno detestar y temer la memoria de Horemseb, olvidar el olor nefasto y calmarte enseguida.

Bruta transformación se operó en el semblante de la adormecida: expresó primero miedo y horror, después calma profunda. Roma le dio a seguir, muchos pases, y al final la despertó. La joven no se recordaba de cosa alguna, y estaba visiblemente agotada. Los padres le hicieron beber un poco de vino, la bendijeran y la mandaron a que fuese a reposar.

A seguir, decidieron adoptar la recomendación recibida. Y empezar esa misma noche, el ayuno y las oraciones, después de las cuales sería invocado el espíritu del príncipe Hiteno, para de él obtener el medio de destruir al vampiro. Roma fue incumbido de preparar a la esposa y de comprometerla a asistir a la evocación.

Al saber lo que de ella se pretendía, Neith fue presa de verdadero pavor: — el solo pensamiento de rever el alma del infortunado esposo, cuyo amor por ella lo destruyera, la hacía temblar; Roma, sin embargo, la persuadió de que, si alguna cosa en este mundo podía ablandar el alma de Sargón, era el llamamiento, a la oración de aquella por quien sacrificara la vida. Por su propio futuro, por la piedad por los inocentes cotidianamente amenazados, ella debía ser fuerte, y, dominando todo el pueril miedo femenino, ayudar a los sacerdotes en su misión. Neith era de naturaleza viril y generosa, se dejó convencer y, en esa misma tarde, se recogió al templo, con la intención de prepararse durante los siete días de ayuno, meditaciones y oraciones, para la terrible entrevista con el finado ex – marido.

Fijando la noche para la evocación, los cinco sacerdotes de Amon, Amenofis y Roma se reunían en una cripta del templo. Siete lámparas, de diversos colores, suspensas en lo alto del pequeño altar de piedra, iluminaban vagamente la sala, reflejándose en fantásticos efectos sobre los vasos de oro, destinados a las libaciones, y sobre las esplendidas incrustaciones de una caja de momia puesta de píe en un nicho. En esa arca funeraria, pintada y dorada, estaba el cuerpo previamente embalsamado de Sargón, traído desde la víspera al templo, y junto del cual hubiera vigilia y oración.

Ahora los padres, con las vestimentas blancas de ceremonia, adornados con las insignias de su jerarquía, ostentando la pluma de avestruz, señal de iniciación superior, estaban colocados alrededor del nicho, con brazos solemnemente levantados para la bóveda. Acababan de pronunciar las conjuraciones, que llamaban por el alma del muerto y la invitaban para que se manifestase a ellos.

Terminada esa preliminar ceremonia, fue introducida Neith, que, pálida y mejillas inundadas con lágrimas, se arrodilló ante la momia. Estaba vestida de blanco y con simplicidad, los largos cabellos sueltos y una pequeña faja de oro le prendía en la frente una flor de lotus.

— Sargón divino esposo tornado Osiris – dice ella en tono simple -, perdona mi falta de amor por ti, el mal que te hice, por imprudencia infantil! Ahora, que puedes libremente leer en mi alma, debe ver mi verdadero arrepentimiento las honras que presto a tu memoria. Ten piedad de mí, la víctima designada por el succionador de sangre, ten igualmente compasión de las madres y de los hijos amenazados, e indica el medio de lanzar para el Amenti el alma del nigromante, puesto que él no debe permanecer entre los vivos.

Su voz fue ahogada por el llanto, más todo continuó en silencio. Tomada de súbito desespero suplicante, extendió los brazos para el nicho y exclamó ardientemente:

— Sargón!, Sargón! Tu amor fue tan grande que sacrificaste tu vida por mí: me dejaste de amar, para que quedes sordo a mis lágrimas y a mis oraciones?

En ese instante, muchos golpes sordos y secos se hicieron oír, pareciendo vibrados contra la urna de la momia; un extraño crepitar se sucedió, y luces fosforescentes aparecieron en el nicho.

La voz de la mujer amada, había en verdad alcanzado el alma del mozo hiteno, y él venía del reino de las sombras a salvarla de Horemseb, por segunda vez darle, del más allá de la sepultura, esa prueba suprema de afección?

Todos cruzaron los brazos, en respetuosos silencio, Neith continuó arrodillada, ojos vueltos para la momia, que parecía velarse con un transparente vapor, que se condensó, se amplió llenando al nicho cual nube sintilante, surcada de relámpagos; enseguida, un rayo eléctrico salió de la masa de neblina y llenó el nicho de suave luz, azulada y tan intensa que todo iluminó junto de ella y especialmente la cripta y a los asistentes. Sobre ese fondo brillante, se diseñó la forma esbelta de un hombre, de píe, delante del nicho, a un paso de Neith petrificada. Ninguna duda podía haber en cuanto a la personalidad del visitante surgida del reino de las sombras. Era indudablemente el rostro pálido y característico, los ojos sombríos y soñadores del príncipe hiteno, trayendo el atuendo y la túnica de lino, con las piedras que le adornaban el collar y el brazalete resplandecían como si estuviesen sobre la luz solar. El materializado elevó la mano y pronunció estas palabras, en voz distinta, sin embargo, como velada por la distancia:

— voz me llamáis para ayudar a consumar la liberación de Egipto: que así sea! La súplica de Neith llegó a mi corazón, y vengo a decir a vosotros que, aún esta noche antes que Ra se eleve, es menester extraer al brujo del encierro, y uno de vosotros debe sumergirle en la garganta el sagrado puñal de los sacrificios. Hecho eso, Tebas estará libre del succionador de sangre: nunca más atacará a persona alguna. Y tú Neitn, tu no me amaste nunca! El espectro se inclinó, con pálida sonrisa para la joven posándole la mano sobre la cabeza. No importa! Vive y sé feliz! A fin de que el sacrificio de mi vida no haya sido en vano!

La luz se extinguió bruscamente, desapareció, y de nuevo las lámparas irradiaban la franca y vacilante claridad sobre el nicho misterioso, sumergido en las sombras y sobre la blanca vestimenta de Neith, abatida sin sentido posante sobre las lajas.

Llenos de emoción y de jubilo, los sacerdotes convinieron y resolvieron poner en ejecución sin perdida de tiempo, la instrucción que les surgiera por gracia de los dioses.

Provistos de antorchas y herramientas apropiadas, partieron para el funesto local, y para evitar testimonios superfluos destaparon ellos mismos el cubículo, en el cual en breve tiempo apareció iluminado por las llamas de las antorchas el rostro lívido, ojos tiernos del hechicero de Menfis cuyo cuerpo se encontraba muy bien conservado, pues parecía una estatua de basalto. Hubo un momento de siniestro silencio. Después Ranseneb con ansiedad levanto el cuchillo de los sacrificios, y con un movimiento seguro, enterró la reluciente lámina en la garganta del letárgico. En borbollones un torrente de sangre salió de la herida provocando en todos una exclamación de horror, y en ese instante, Ranseneb retrocedió con un estremecimiento de terror pareció que los ojos tiernos del ejecutado se habían iluminado con un haz de vida volviéndose para el con indecible expresión de angustia, de sufrimiento y de odio mortal. Talvez no pasase de ilusión porque ya el terrible mirar se extinguía y retomaba la tierna inmovilidad, Más la sangre proseguía corriendo a lo largo del cuerpo.

Lentamente fue retirada el arma de la herida, y los ladrillos fueron colocados de nuevo para un cierre definitivo. Después dice Ranseneb, limpiando la frente cubierta de sudor:

— Mañana mis hermanos, volveremos para borrar los vestigios de nuestro pasaje por aquí.

Ahora regresen para descansar; yo voy a dirigirme al faraón para decirle de que manera el hiteno que ella protegió vino a pagar su deuda de gratitud poniendo fin a las calamidades que desolaban al pueblo Egipcio. Roma encontró a Neith ensimismada y desanimada. Sin proferir palabras, se dejó instalar en la barca y también en silencio hicieran el recorrido, hasta cuando la embarcación arribó junto a la rampa del palacio de Sargón.. Auxiliada por Roma subió para la terraza y en la entrada ambos se detuvieran El crepúsculo desvanecía en el horizonte, torrentes de luz púrpura inundaban el cielo, anunciando la aparición del astro rey, que luego surgió abrazando la tierra con sus vivificantes rayos.

Un suspiro de desahogo invadió el pecho de Neith: Ahora la desgracia estaba vencida el brujo no reaparecería más, decía Roma; la vida se extendía delante de ella sin presagios y la aparición benéfica del astro rey en el momento de ese regreso le pareció feliz augurio. En un impulso de entusiasmo, levantó los brazos para el sol:

— ves Roma después de las tinieblas de esta terrible noche, Ra saluda nuestro regreso. Es la señal de que las aflicciones terminaran y de que la vida será .en adelante de luz y calor.

Será lo que los Dioses ordenen; nuestro amor, sin embargo nos da la paz del alma—respondió él emocionado.– Ahora mi querida, ven y agradezcamos a los inmortales sus infinitas gracias.

Poco después, el matrimonio se arrodillaba delante de las divinidades domiciliarias y su ardiente acción de gracias se elevó rumbo a esas fuerzas del bien, que en todos los siglos, sobre diversos nombres, protegen las frágiles criaturas humanas que a ellas se dirigen con fervorosas oraciones.

Quien verdaderamente sabe orar, posee la llave del cielo.

EPÍLOGO

Tan insensible como la luz del día desaparece en las tinieblas de la noche, así el tiempo devora todo lo que fue creado; gigante e insaciable, su lema es destrucción; nada le es sagrado, ni monumentos célebres, ni obras de arte, ni belleza, ni poder: él pasa indiferente, inmutable, y todo se aniquila. Todo, sin embargo, una cosa, también tenaz, tan eterna cuanto el propio tiempo: el alma, el principio de la vida, siempre renaciente de los escombros del pasado, creando a través del tiempo una labor interminable.

Es de noche. A ejemplo de centenas de siglos anteriores, la luna inunda con sus rayos plateados una planicie de la vieja tierra egipcia, y se refleja en las aguas del Nilo. El río sagrado no sufrió transformaciones, empero, sobre sus márgenes pasó el gigante destructor y de ellas hace un desierto. Por encima de los montículos de arena, dos templos derribados, las estatuas mutiladas, tristes restos de Tebas – la soberbia ciudad de las cien puertas, fluctúa vacilante y emblanquecida nube, diseñando por momentos, una silueta humana, vaporosa y casi impalpable.

Esa nube era una inteligencia, centella divina e indestructible que paraba, pensativa y triste, sobre esos lugares donde había vivido, evocando, en las reminiscencias la época distante en que esas ruinas eran esplendidos monumentos, en que generaciones, desde hace mucho tiempo extintas, animaban con su ruidosa vida, a la orgullosa capital del viejo mundo.

Junto de la Metrópolis, el espíritu estacionó para examinar, suspirando; inmensa y desbastada construcción, medio sepultada por la tierra. Él había visto de píe, en todo su primitivo esplendor, ese sepulcro de la reina Athasu, con sus patios inmensos, sus terrazas, sus columnetas sin fin y con sus pinturas de sus gustosos colores. El tiempo destruyera el esplendor del monumento; ningún trazo restaba de la inmensa avenida de Esfinges por la cual marchaban en otros tiempos las pomposas procesiones que iban a sacrificar a la memorias de los ancestros.

Las tumbas reales estaban vacías, las vicisitudes de los siglos de allí exhortaran a los cuerpos embalsamados de los belicosos Tutnés y de la orgullosa mujer creadora del original monumento, tan diferente de todo lo que se construía en Egipto; indestructible recuerdo de las conquistas de su genitor en las márgenes del Eufrates y de su propia victoria sobre los preconceptos de sus contemporáneos.

Doloroso suspiro irrumpió del corazón fluídico del espíritu, en vista de toda aquella destrucción; le era penoso, y, a pesar de eso, las ruinas de ese pasado lo atraían invenciblemente. Con la rapidez del pensamiento, dejó los escombros de Tebas y penetró, cual fugitivo rayo, en una construcción cuyas alas estaban atravesadas con la presencia de los más diferentes objetos. Todo cuanto allí se veía provenía del Egipto antiguo, ¿y qué no se encontraba en aquella miscelánea?. Estatuas y objetos funerarios, joyas y utensilios de toda especie, desde las monerías pertenecientes al palacio del faraón inclusive los groseros pertrechos de los operarios, y allá, en una de las salas, las largas cajas, numeradas, sarcófagos de los faraones. Un rayo de luna descendía sobre la madera ennegrecida, sobre las pinturas delicadas, y sobre las fajas desenrolladas que mostraban los rostros de algunos, de aquella misma luna, que iluminara con su claridad a aquellos mismos hombres, que en otros tiempos vimos, llenos de fuerza y orgullo.

Dolorosa agitación laceraban al invisible visitante del museo Boulacq, en cuanto miraba, para satisfacer la curiosidad, de aquellas amontonadas cosas. Pensaba en las manos sacrílegas que habían violado todas aquellas tumbas, arrancando del retiro, que suponían eterno, los pacíficos adormecidos, cuyas cabezas estaban ceñidas por los siglos con una nueva y venerable corona.

Pobres faraones del Egipto, átomos presumidos, que con inimaginable poder desafiaron al futuro en vuestros refugios inaccesibles!. El tiempo hace justicia a vuestro orgullo, no fuisteis despertados en vuestros sepulcros en cuanto los extranjeros invadían la patria y devastaban vuestras ciudades, destruían vuestros imperios, solo dejando de píe los indestructibles escombros de los templos, de las pirámides, que sin embargo la hazaña de los bárbaros no pudo darle fin!

Como que por irrisión de la suerte, el frágil despojo humano sobreviviera a los monumentos de granito, y ellos, a quienes eran rendidas honras divinas, a los cuales se llegaban con la faz sobre el piso, no pasaban ahora de objetos enumerados, expuestos a la banal curiosidad de la casta visitante.

Allá reposaba ahora el altanero Ramsés II, aún enrollado en paños tejidos por las manos de sus súbditos; su rostro, ennegrecido por los siglos, reflejaba aún el orgullo que lo animaba otrora, y los visitantes examinaban curiosamente aquellas manos huesudas que blandieran el hacha en las batallas contra el desaparecido pueblo de los Hitenos, aquella boca, de labios cerrados, de la cual una palabra decidía sobre la vida o la muerte de millares de hombres.

Allá también se encontraba la momia de Tutmés III, de manos bárbaras que quebraron el cuerpo del gran conquistador que subyugó a Asia y construyó los maravillosos templos que le inmortalizaran el nombre.

También allá estaba uno de esos tipos de los viejos soberanos del Nilo, tenaces y omnipotentes, primeros no solamente en la victoria, más en la batalla, consiguiendo triunfos, electrizando sus guerreros por el ejemplo, persuadidos de que los dioses protegían sus sagradas cabezas.

Tal generación de héroes murió, se extinguió, los tiempos y el modernismo todo cambiara; las bombas y la dinamita sustituyeron la espada, el hacha y las flechas; la matanza a distancia substituyó las luchas cuerpo a cuerpo; los soberanos actuales, si van a la guerra, asisten desde lo alto de una colina, rodeados del brillante estado mayor a la masacre de los súbitos, no combaten, más, condecoran con una cruz de metal a los héroes mejor recomendados a su favor.

La cabeza fluídica del visitante se inclinó pesadamente, a los recuerdos del glorioso pasado, de aquella patria tan amada, por la cual mucho pecara y mucho trabajara; también él tuviera la corona mística de los soberanos del Nilo… y un invencible deseo le vino por volver a ver, en todo su primitivo esplendor, los lugares donde viviera. Sin duda, para el mirar humano, Tebas, Menfis, Tanis, desaparecieron de la faz de la tierra: el barbarismo de los hombres los dejaran apenas sobreexistir el nombre; sin embargo, en las camadas luminosas del pasado, ellas se conservan intactas y vivas; la mano piadosa del Hacedor de la creación guarda en sus archivos fluídicos y eternos, el reflejo fiel de todo cuanto existió, desde los continentes sumergidos, las civilizaciones desaparecidas, con sus monumentos y costumbres, hasta las figuras, actos y pensamientos de esas razas extintas. Allá, la destrucción no existe, y basta una potente voluntad para hacer resurgir del más distante pasado los dramas y escenarios de os inmemoriales tiempos idos.

Con tal impulso de voluntad se animaba la vaporosa y pálida sombra, que planeaba en el aire y expelía de sí misma como que un flujo de fuego, iluminando el espacio, arrastrando al espíritu a través de las camadas fluídicas de los siglos pasados. Muy pronto surgió de todas partes en torno del ser espiritual, maravillosa ciudad, llena de movimientos y vida, tal cual en la remota época; templos y palacios se espejeaban en las aguas del Nilo, colmado de embarcaciones, empero, todo diáfano, ahogado en azulada claridad, suave, vacilante y como que atravesado por esa luminosidad. Con una desvanecida sonrisa, el viejo soberano del Nilo contempló la soberbia ciudad evocada del abismo por su voluntad, porque, si el tiempo domina en las ruinas del pasado, por encima de él reina el pensamiento, para lo cual no existe ni tiempo, ni destrucción.

Era Menfis del tiempo de Athasu que revivía a los ojos del espíritu que la evocara y contemplara aquellos lugares otrora tan conocidos. Nada cambiada: aquella alta y espesa muralla que rodeaba, tal cual en el viejo tiempo, los jardines y el misterioso palacio del nigromante. El transparente visitante deslizó por los halares sombreados, para el silencioso y espléndido edificio que parecía envolver a una nube volatizada de aroma suave y sofocante. Paró. A algunos pasos, apoyado a una columna, estaba un ser, también perteneciente a la población del pasado, no a la personalidad, y sí a las sombra o reflejo, cuyos trazos recordaban los de Horemseb, más las insignias reales que lo adornaban eran las de un Monarca moderno.

–Príncipe malo de Egipto, triste rey de Babiera, que malsanas quimeras, remotos y deletéreos olores del pasado, te arrastraron al abismo – murmuró el faraón.– Si, pues, en el reflejo del pasado buscas olvidar los sufrimientos del presente, y no solito, agregó,– prestando oído a las extrañas armonías tan deprisa suaves, tan pronto discordantes y salvajes, que hacían vibrar la atmósfera.. –¿El gran maestro que protegiste, vino a reencontrarse aquí? –Para calmar el alma inquieta, mixtura sus creaciones actuales con los sueños selváticos que acompañaban los ritos sangrientos del sacerdote Tadar! Con expresión de tristeza el visitante elevó la transparente mano haciendo de ella chorrear acre y devorante llama, que paralizó los sonidos de aquella música pungente, la cual de pronto cesó.

–¿Por qué nos vienes a perturbar y a reprender con las recordaciones del pasado, olvidando el presente?

— decían, con ira Luís II y Richard Wagner. ¿No hiciste tu lo mismo, átomo impotente, despedido del cetro y de la corona?

–Tu mano no empuñó más el látigo, no blandió más el "hacha de las armas", no trabas más batallas,: tu gloria, y así tu poderío, es polvadera.. — y, huyendo al triste presente, no vienes, tal cual lo hacemos, a extasiarte en el reflejo de tu sepultada grandeza?"

El espíritu se rehace y parece iluminarse enteramente con fulgente y dulce luz.

— Os engañáis vosotros, pobres compañeros del pasado, no evito el presente, ni me hacen falta batallas más gloriosas que las de esos tiempos; no más me adorno con la corona de Egipto, empero traigo la del trabajo espiritual; manejo la afilada "hacha" del pensamiento y la descargo sobre las tinieblas que oscurecen a la inteligencia; mis prisioneros son aquellos seres que arrastro para el progreso, para el arrepentimiento, para la fe; en vez del cetro, traigo la luz que ilumina el alma, el látigo que muestro a los hombres – mira! Grande y luminosa cruz se le diseñó en el pecho. Es el símbolo de la eternidad, a la cual nadie huye, y que por inmutable ley, Pune a cada uno, conforme haya pecado!

–La lucha entre Rá y Moloc prosigue igualmente, y los que hacen culto a Moloc no murieron con vosotros.

Es el espiritismo, mensajero de luz y de amor, que debe combatir el moderno ocultismo, esta ciencia que se envuelve de tinieblas y teme a la claridad, cuyos sacerdotes ya no más beben la sangre de sus víctimas, sin embargo, sobre un altar enlodado, devoran la vitalidad moral, y matan el despertar del alma, el impulso al arrepentimiento y a la renovación espiritual. Esos servidores del Ministerio, desfiguran la verdad por un egoísmo inaudito, predican ritos impuros, y a pesar de eso, prometen a los desmoralizados adeptos la unión con la divinidad, sabiendo perfectamente que tanta oscuridad no puede unirse a la fuente luminosa de todas las cosas. No se puede, por medio de orgías, abrir las puertas del invisible y evocar a la divinidad; no es dado a los que tienen las manos impuras correr el velo de Isis, para afirmar los ojos en sus sublimes trazos.

"Los sacerdotes y las sacerdotisas, ante el sacro altar, deben ser puros de alma y cuerpo, y abandonar, en el atrio del templo, todos los malos deseos; para invocar el Invisible.

El hombre debe espiritualizarse, rehacer el alma por una oración libre de todo interés material. Si al encuentro del invisible enviare la luz, la luz a a su vez responderá; su mensajero será puro cuanto vuestra fe, vuestra oración, vuestro deseo; él a voz traerá la salud del cuerpo y la paz del alma, sin vos pedir cosa alguna – material – por precio de su presencia. Más, si viciosos sacerdotes, enviaren tinieblas como mensajeras a los habitantes del mundo invisible, un espíritu de las sombras aparecerá y hará pagar por su venida, un tributo doloroso..

"Torno a vosotros, mis hermanos: que buscáis en ese pasado que solo vosotros vio sufrimiento. Quisiste gozo, sin amor, y solo habéis recogido dolor y vacío del alma: sacudid el error y el egoísmo, dominad a la materia, para que ella a vosotros no arrastre al abismo de las tinieblas, en el seno de las cuales no más veréis la claridad. A vosotros y a todos aquellos cuya alma está oscurecida, yo quisiera decir a gritos.

— Haced un esfuerzo para el bien, y todo se tornará luminoso alrededor de vosotros, y no más buscaréis el vicio para satisfacción de la existencia, que a voz parece vacía sin él!"

Una deslumbrante luz se había concentrado poco a poco en torno del espíritu, el paisaje de la ciudad de los faraones se desvaneciera y se fundiera sobre la bóveda azulada y vaporosa que esta misma rasgara, descubriendo un horizonte sin límites, lleno de esplendidos luceros. Los pobres espíritus sufridos acompañaran, con entristecido mirar, al audaz y célebre vuelo de aquel que les había hablado, y que no estaba solo, en ese océano de luminosidad.

Numerosas falanges de combatientes para el progreso y la perfección descendían para esparcir las tinieblas de la tierra, y a su encuentro surgía, de todos los rincones, inteligencias, ávidas de reposo, de saber y de fe, dispuestas a conducir la antorcha del progreso al ambiente donde debían actuar. Y todas esas almas quebrantadas, fatigadas de las tinieblas de la materia, murmuraban a través de las esferas: Fiat Lux! Hágase la Luz!

 

 

 

Autor:

"La envoltura semi-material del espíritu ¿Adopta formas determinadas? ¿Puede ser perceptible? Si. Una forma que plazca al espíritu, y así se os aparece en ocasiones, ya sea durante vuestros sueños o cuando os halláis en estado de vigilia, pudiendo también adoptar una forma visible e incluso palpable".

(ALLAN KARDEC – El libro de los

Espíritus" Pregunta No. 95)

Tan variada es la clase de entidades mistificadoras desencarnadas, que se presenta confusión con las entidades obsesoras, haciendo difícil, en determinados casos, separar la una de la otra. Procuraremos tratar aquí una modalidad de mistificadores que podrá también considerarse dentro de la clase o especialidad de obsesores, ya que participa de unos y de otros.

Mistificar es, según los diccionarios, el acto de – engañar, estafar, apoderarse, abusar de la credulidad de alguien, medrar –, valiéndose de la astucia y triquiñuelas, malicia y aún maldad. Existen los mistificadores inofensivos, juguetones que pasan el tiempo alegremente, livianamente, cuyas ociosidades y futilidades solo a ellos mismos perjudiquen, y que todos consideran irresponsables cuales niños traviesos, y que ninguno toma en serio. Ellos proliferan, tanto en la Tierra como en el Espacio, Existen los hipócritas, peligrosos por tanto, que saben engañar porque se camuflan en una falsa seriedad, la cual mantienen, apoyados por cierta firmeza y lógica y que solamente observadores muy acuciosos y prudentes podrán descubrir. En la Tierra como en el Espacio proliferan también, en la condición de encarnados, como de desencarnados, causando en el seno de las sociedades serios desequilibrios y significativos daños, desde luego desorganizando la vida y las situaciones de los incautos que se dejan embaucar por sus dudosas actitudes. Dentro del espiritismo, estos desencarnados acostumbran causar severos perjuicios a los médiums orgullosos e insubordinados a la disciplina en general, que la buena práctica de la doctrina recomienda, y también entre directores de organizaciones espiritas poco competentes, moral e intelectualmente, para este importante menester. Sus actitudes mistificadoras, serán fácilmente observadas y desenmascaradas por un adepto prudente, buen conocedor del terreno práctico de la Doctrina, como de su filosofía, y por encima de todo, por alguien que, portador de elevadas cualidades morales se encuentra bien asistido e inspirado por los planos superiores del Mundo invisible, ya que de todo esto nos advierte la doctrina espírita…

Existe además, una tercera clase, la más impresionante que se nos ha deparado a lo largo del ejercicio de nuestra mediumnidad, la más perturbadora, peligrosa y difícil de ser combatida porque generalmente ignorada su existencia por los propios adeptos del espiritismo, es la que actúa preferentemente en los propios paisajes invisibles, en torno de entidades desencarnadas no debidamente moralizadas, las cuales pueden interferir en la vida de los encarnados, perjudicándolos hasta llevarlos a estados alucinatorios o aún en estado de obsesión, por el simple placer de practicar el mal, divirtiéndose… obtienen estos resultados que les causan mucha satisfacción, por la torpe tarea que realizan persiguiendo y adulando a las personas, que por excesiva confianza, no ejercen la oración y la vigilancia mental de cada día, como defensa contra los males psíquicos, actitudes que atraen a esos detestables grupos espirituales durante el sueño corporal, y también contra espíritus desencarnados frágiles, rebeldes, incrédulos y livianos, que con el pasar del tiempo no se armonizan con el deber, lo que les evitaría tales situaciones después del deceso corporal.

Generalmente, esos a quienes denominamos mistificadores – obsesores no fueron enemigos de sus víctimas a través de las existencias, ni aún las conocieron con anterioridad en la mayoría de los casos. Se ejerce la persecución y el asedio, alcanzando funestos éxitos será porque encuentran el campo abierto para sus operaciones en los sentimientos bastardos de las mismas, afinidades morales y mentales de mala categoría, en aquellos que aún se aprisionan en estos estados enfermizos, volviéndose para estos tales acontecimientos, el premio – castigo- por su negligencia en la práctica reformadora, o de la mala voluntad que presentaron frente a los aspectos superiores de la vida, a encarnados y desencarnados que les ofrecen sus afinidades, esas desagradables criaturas invisibles frecuentemente las hacen caer en desgracia estimulándolas para la ejecución de desastrosas acciones, hasta en los sectores de la decencia de las costumbres, cuyas consecuencias son siempre lamentables, requerirán de aquellos que se dejaron embaucar por sus artimañas, largos períodos de sufrimiento o reparaciones forzosas, muchas veces, a través de amargas reencarnaciones.

El lector que, atento, se ilustra en páginas de obras doctrinarias, sobre todo las psicografiadas, observará citas sobre legiones inferiores del mundo invisible, que afligen a los recién desencarnados desprevenidos, falanges cuyos integrantes se presentan como deformes personajes, grotescos y extravagantes y cuyas acciones y configuraciones parecerían ser fruto de pesadillas a aquellos que no se afinan con las delicias de la espiritualidad. Nos provocan, nos seducen, nos aterrorizan, creando mil fantasmagorías que las pobres víctimas percibirán como alucinaciones diabólicas, de las cuales se servirán, como juguetes para la realización de sus caprichos, maldades y hasta obscenidades. Comúnmente se quejan los suicidas de tales hordas, cuyo asedio los agravan en la inmensidad de los males hacia donde el suicidio los lanzó, a su ya insoportable suplicio… y en las sesiones prácticas, o mediúmnicas, de la doctrina espírita, cuando aquellas están bien organizadas y dirigidas, no es raro escuchar quejas idénticas de parte de los espíritus comunicantes muy inferiores, o aún de suicidas.

¿Que aspecto mostraría esas entidades, para ser consideradas tan feas y repulsivas, por todos cuantos a ellas se refieren, revelándolas a los hombres?… ¿Qué especie de deformidades presentan, hasta el punto de torturar y llevar a la locura a un recién desencarnado o a un hombre, a este, persiguiéndolo de preferencia en estado de sueño, hasta el extremo de llegar a producir una obsesión?…

Confesamos que tales consideraciones jamás nos preocuparon y, por eso, nuestra atención se dirigía hacia este asunto sin nuestros Guías espirituales, no nos despertasen el interés sobre el particular, así tuviésemos noticias de su existencia en el mundo invisible. Ahora, fue una de esas legiones extrañas, sorprendentes, extravagantes, que nuestro instructor espiritual Charles nos llevó a conocer y examinar durante cierto desprendimiento bajo la acción letárgica, constituyéndose en una memorable lección, que aquí intentaremos describir por su orden y bajo sus intuiciones vigorosas, en la noche del 18 de marzo de 1958.

Una de nuestras parientes, pequeña niña de 10 años de edad, la menor de seis hermanos, presentaba anomalías en su comportamiento como niña, desajustes que bajo la óptica de la doctrina espírita, se concluiría que su procedencia era producto de la influencia de parte de seres desencarnados inferiores. Sus gestos se caracterizaban por movimientos cómicos, horribles carcajadas, palabrerío ridículo, atrevido, desagradable y desatinado, que a toda la familia irritaba y a los extraños escandalizaba, siendo necesaria toda la paciencia y buena voluntad que la Doctrina espírita recomienda, para que se pudiese soportar tal estado de cosas, pues, además de lo anterior, la niña se rebelaba contra cualquier disciplina desobedeciendo todo, reacia, odiosa, causando la impresión de encontrarse desequilibrada en sus facultades mentales. Se intentó la aplicación de diversos castigos, sin dejar de utilizar la clásica zurra con chancleta. Tales eran los escándalos por ella provocados en esas ocasiones, como las escenas que presentaba dentro del hogar, que repercutían desfavorablemente en el vecindario, siendo necesario sustituir la práctica de los castigos por la de consejos, amabilidad, persuasión; así como se resistía a los castigos, también rechazaba la oración y los "pases" que le deseaban aplicar, continuando con las mismas actitudes impertinentes. Pasadas las crisis, se mostraba perfectamente normal: conversaba con inteligencia y demostraba precocidad, era aplicada en los estudios, con buenas notas en el curso primario que entonces concluía. Por esta razón, se consultó a la espiritualidad como era natural en familia espírita, el espíritu "Charles", desvelado amigo e instructor espiritual de la familia, después de prescribir medicamentos para el sistema nervioso, afirmó con toda sinceridad:

– Ella entró en afinidad con entidades inferiores durante su estancia en la herraticidad, antes de la reencarnación. El arrepentimiento sincero, la condujo, a tiempo, a apartarse de esa falange, con el deseo de encaminarse hacia mejores planos. Es poseedora de facultades mediúmnicas que en el futuro podrán fructificar generosamente, en el servicio al prójimo si éstas son bien cultivadas. Los antiguos compañeros de lo invisible la asedian con el propósito de atraerla hacia los viejos compromisos. Conocéis el remedio para tales desarmonías. Aplícalo!".

Si! El único remedio sería el trabajo de reeducación de la niña sobre la base del Evangelio, oraciones, paciencia, vigilancia, amor, riguroso disciplina, sin hacer concesiones que redundaren en complicidad con caprichos perjudiciales, fraternidad y una actitud caritativa para con los infelices seductores desencarnados. En la noche del 18 de Marzo de 1958, encontrándonos durante una temporada en la residencia de nuestros familiares, sucedió que, la figura espiritual de Charles, envuelta en su luminoso y bello ropaje de iniciado Hindú, se presentó a vuestra visión y, adormeciéndonos por el proceso del sueño magnético como habitualmente lo hace, nos arrebató en espíritu, dejando nuestro cuerpo carnal en estado letárgico. Superando el primer aturdimiento, fenómeno invariable en ese género de desprendimiento, nosotros nos reconocimos en el recinto de la propia residencia de la paciente. Sin alcanzar el Espacio, acompañada por el noble amigo, me vi rodeada de seres disformes extravagantes, feos, grotescos, repulsivos. Y Charles los presentaba:

— Son estos los antiguos compañeros de la niña B…, durante su estancia en lo invisible, antes de la presente reencarnación. Pertenecen a una clase especial de mistificadores, la cual se inclina para la de obsesores… No son enemigos de ella, según la terminología humana, no es venganza, porque ella ningún mal cometió contra ellos… Tampoco son amigos, ya que ellos no se hacen amigo de cualquiera, en razón de que no han adquirido el sentido de fraternidad ni a favor de sí mismos… Simplemente, la sedujeron en el Espacio… y ella, inconsecuente, liviana, placentera, sedienta de nuevas sensaciones y – por qué no decirlo? – inferior, carente de ideas generosas que la impulsasen para lo Alto, más no albergaba sentimientos de maldad, se dejó embelesar y seducir por sus mistificaciones y adulaciones y estableció afinidad con ellos, con el simple interés de divertirse, imaginándolos inofensivos, tal como el hombre holgazán que se une a un bando de extravagantes, a fin de distraerse de las preocupaciones fatigantes, sin medir cualquier consecuencia. Con el transcurso del tiempo se percató del error que cometiera y se retractó, refugiándose en la oración, el auxilio que le faltó… Y se refugió entre vosotros, reencarnada, como si lo hiciera en el seno de un reformatorio para reeducarse, bajo el impulso para nuevos progresos. Obsérvalos… Ellos no me ven, solamente a ti… y, cuales niños travieso, exhibirán su elegancia, la que ellos mismos juzgan irresistible, con la intención de seducir y atraer hacia su grupo…"

Charles No rebeló la identidad espiritual de la niña, la que en este siglo viviera en nuestro ambiente doméstico, pero si los lazos consanguíneos, durante nuestra infancia, prohibiéndonos rebelar su antiguo nombre y condición a cualquiera que sea.

Mientras tanto, las entidades bajo nuestra observación iban y venían por la casa, se ocultaban unas detrás de las puertas, por debajo de las mesas y de las sillas, como si estuviesen jugando al escondite; se golpeaban mutuamente con puñetazos y puntapiés violentos, pavorosos, lo que los llevaba a gritar y llorar, saltaban muy alto como si fuesen acróbatas, hacían cabriolas y piruetas de todo tipo, caminaban sobre las manos, como payasos en el picadero de un circo de diversiones; se colgaban de las batientes de las puertas riéndose a carcajadas en un bullicio ensordecedor, lo que escuchábamos como si se tratase de rumores materiales, se lanzaban injurias unos a otros, se halaban sus cabellos lanzaban berridos, se escupían recíprocamente como criados en pugna; lloraban de dolor, corrían detrás del agresor, abofeteándose mutuamente. Se vestían grotescamente con fantasías carnavalescas; vestidos extravagantes con vivos colores, haciendo repicar sonajeros como los bufones medievales, algunos con vestimentas rayadas, otros presentaban blusas o camisones extremadamente grandes para su cuerpo, mientras que otros ostentaban pantalones cortos y muy apretados, mostrando sus piernas duras, frías y resecas, verdaderas canillas; otras, por el contrario mostraban piernas gruesas torcidas y deformes cubiertas con medias chillonas, . Sus cabelleras parecías postizas; excesivamente abundantes, cayendo hasta los hombros y la espalda, semiocultando el rostro; otros con cabelleras exageradamente cortas o rasuradas endurecidas o almidonadas. Algunas rubias y erizadas hacia arriba o hacia los lados con horrible apariencia. Las había negras, amarillas, rojas, rosadas y hasta verdes, lo que junto a la indumentaria extravagante los mostraba como verdaderos fantasmas. ¡Algunas de esas pobres entidades traían capas escarlatas con escamas adornadas con vivos colores, píes enormes calzados con botas o zapatos muy puntiagudos – cosa rara de observarse en los espíritus desencarnados en el estado de trance – tocaban flautines muy primitivos y pequeñas gaitas propias de los niños; danzaban desagradablemente, notándose que lo hacían con aires de provocación, a guisa de sonrisas. Uno de ellos trajeado con un manto rosado, exhibía su cabellera y manos, parodiando dis- placenteramente la imagen del Señor caído observado en las procesiones del culto católico y lo hacía usando zapatos demasiado grandes, acompañado de un semblante grotescamente compungido. Otras entidades se presentaban con gorros en forma de embudos con borlas pendientes o fajas de cintas, sombreros de tres picos con alas enormes o copas excesivamente altas, exactamente como le gustaría ostentar a los carnavaleros humanos. Damos crédito que tales hordas durante los carnavales influencian a los incautos que se dejan arrebatar por la pasión e influencias del Momo, conduciéndonos a lamentables excesos comunes en esos eventos del año, y a través de estos carnavaleros se satisfacen en todos los gozos y exceso materiales, valiéndose por lo tanto de las vibraciones viciadas y contaminadas de impurezas por los mismos adeptos de Momo, con las cuales tienen afinidad.

Algunas de esas feas criaturas presentaban un aspecto aún más singular, completamente imposible para ser apreciado por un cerebro humano, dado lo excesivamente confuso, grotesco y cómico de su aspecto, además de la dramatización que los caracteriza, siendo capaz de llevar a la locura alucinatoria no solamente a los recién desencarnados que caen en sus garras, como también a las personas encarnadas que por ellos se dejan influenciar hasta la posibilidad de descubrirlas con frecuencia por encontrarse ya plenamente en afinidad con sus vibraciones. Una de ellas se mostraba exageradamente alta, rolliza como un tronco de árbol. A cierta altura aparecían los brazos que más parecían mazos y que movía en giros como los tentáculos de un pulpo, distribuyendo latigazos en su entorno. De su corpulento cuerpo descendían las piernas como finísimas varas, enormes zapatos negros que parecían canoas. Los trazos fisonómicos se diseñaban desde el comienzo del tronco de su increíble cuerpo. No tenía cuello, ni hombros, ni ropa, únicamente un sombrero para mostrarse más monstruoso. Esa horrible entidad se hacía acompañar de otra criatura que era su contraste, con propósito caprichosos. Era considerablemente pequeña, con un rostro de dimensiones desproporcionadas comparadas con el tamaño del cuerpo, mejillas gordísimas y enrojecidas como si el infeliz viviese eternamente soplando alguna cosa; sombrero con alas enormes, botas, espuelas y látigo. Todo deforme e impresionante por la fealdad y la desarmonía. Entre las dos no se sabía cuál era la más desagradable y chocante. Es cierto que tales arremedos, apariencias o gustos causaban insoportable malestar y hasta horror, no solamente por la forma grosera, sino también por las influencias nocivas y contaminadas que sus mentes desajustadas de la armonía de la Creación dejaban irradiar. De ese modo, un médium desdoblado del cuerpo físico con fines de observación y estudio en lo invisible, se encuentra con pasmosas percepciones al no escapar a su visión ningún detalle y que para su entendimiento los Mentores lo auxilian con la orientación respectiva.

Otra entidad del nuevo grupo que acabamos de descubrir, medía aproximadamente metro y medio de altura, usaba zapatos grotescos muy grandes y colocados de manera inversa, vestía un saco demasiado grande y exagerado para el volumen de su cuerpo y estatura. Particularmente mostraba unos bigotes tan extensos que se arrastraban por el piso, hasta una distancia cercana a los tres metros de longitud, los exhibía de manera provocante cual payaso, soplándolos de vez en cuando y esos ridículos bigotes se levantaban por el aire ondulantes para después enrollarse tomando la posición natural de los bigotes humanos. No nos fue posible contener la risa delante de ese infeliz mixtificador, que se nos presentó más cómico y liviano que malvado. Inmediatamente Charles nos reprendió con vivacidad asegurando nuestras manos con fuerza, para decirnos en susurro:

– "Reírse es aplaudir, alabar sus actos, por lo tanto, es afinarse con ellos… Habría intercambio de vibraciones… y de cualquier manera se establecerá el contacto para producir el encantamiento… Es necesario delante de estas manifestaciones guardar discreción y evitar las impresiones y emociones, para mantener el equilibrio que se traduce en la superioridad moral…"

Otros espíritus se exhibían inválidos con brazos y piernas torcidos, bocas deformadas, gestos ridículos y chocantes, miradas extraviadas, vistiendo andrajos en vez de fantasías, gemían y lloraban gritando por el socorro de alguien que los ayudase en su recuperación, pues no conseguían reequilibrarse para retornar a su estado que les era natural antes de las farsas mistificadoras que creaban con el propósito de atormentar al prójimo. Parecían sufrir enormemente, aterrorizados, deprimidos, decepcionados. Charles nos explicó:

– "Ese es el resultado de tantas liviandades e inconsecuencias por ellos practicadas. No dudemos que el periespiritu sea un cuerpo semimaterial, sutil e impresionable, sensible, que registra en el campo de sus potencialidades vertiginosas hasta las ondulaciones de los más suaves pensamientos. Actuando sobre ese envoltorio tan delicado como sublime, la mente o el pensamiento, la voluntad de los individuos, harán de él lo que deseen, ya que la mente – o el pensamiento-, la voluntad, la energía psíquica, la esencia del ser—crean, producen, edifican, realizan, conservan, aplican, modifican, valiéndose de las poderosas fuerzas que le son naturales (el resaltado es nuestro).

Dedicados a las continuas y tantas acciones desarmonizadas, acostumbrados a los tantos inconvenientes y ligerezas irreflexivas, durante largas décadas, esas entidades terminan por viciar, no solamente su propia mente, sino también la propia esencia o materia sutil y maleable del periespiritu, el cual se deforma ante los choques magnéticos de las vibraciones emitidas para ejecutar esas lamentables apariencias, se afean ante el dominio mental de tantas gesticulaciones y desfiguraciones de la forma ideal periespritual diseñada por la Creación. Mal intencionadas y contrarias al Bien, tanto se hacen feas y desagradables, que deforman voluntariamente el periespiritu, por el solo propósito de perturbar el prójimo hasta conducirlo a la obsesión a través del terror y la alucinación que infunden, y cuando caen en cuenta de no continuar, porque se perjudican a sí mismos, sus fuerzas se encuentran agotadas para volver a rehacerse y regresar a su estado natural.

No es en vano que se abusa de las leyes generales de la Creación, en la Tierra como en el Espacio, y por eso mismo, esos infelices así permanecerán, bajo su entera responsabilidad y por libre y espontánea voluntad; auto -agredidos mentalmente, heridos por los choques desarmonizados de sus propias vibraciones dirigidas hacia objetivos contrarios a los establecidos por la Divinidad Suprema. Tal como se encuentran, serán encaminados para la reencarnación, como infractores del orden público, único recurso de la actualidad – la reencarnación – para que lentamente se reequilibren dentro de la armonía general, ya que las figuras pesadas de la materia carnal actuarán como formas ortopédicas necesarias para minimizar tales enfermedades vibratorias, de origen moral y consciente. Fácilmente se comprenderá que los pobres holgazanes, inconsecuentes y malvados renacerán enfermos físicamente, ya que como enfermos graves son como espíritus, arrastrando el cuerpo intermedio o periespiritu, brutalizado como se puede ver… Serán, por lo tanto, enfermizos, raquíticos, retardados, víctimas de males incomprensibles, que la Medicina terrena diagnosticará como de origen sifilítico; serán feos, tristes, doloridos, torpes en sus movimientos y acciones, porque torpe son sus vibraciones, dementes, tontos y mediocres… causando muchas veces, repugnancia y compasión a quien los distinga. La sentencia cristiana – a cada uno según sus obras es el escrito más elástico que los hombres han conocido. Esos infelices que ahí vemos, hiriendo, traicionando, mintiendo, persiguiendo a sus hermanos de Humanidad, en la Tierra como en el invisible, de igual modo serán heridos, traicionados, engañados y perseguidos porque las malas acciones engendradas por sus mentes desorganizadas los reducirá a sufridores en tremendas luchas a través de difíciles pruebas, como situaciones de convalecencia psíquico-conscientes que demandarán siglos hasta que alcancen el necesario equilibrio, esto es, la regeneración y la reparación completa del mal practicado.

Ante lo que se ha expuesto, percibirás las responsabilidades que pesan sobre los hombros de los espíritas, médiums o no. a través de ellos, será necesario que las enseñanzas y revelaciones de la espiritualidad sean conscientemente propagadas entre los hombres, para ayudar en la reeducación de sí mismos, para no más permitir que estos se dejen enredar en las marañas obsesoras por parte de criaturas de tal especie, que actúan preferencialmente a través del sueño corporal de cada noche. Vuestras sociedades están atestadas de lamentables casos originados por la convivencia con las pasiones de unos y de otros. También están repletas de reencarnaciones expiatorias por parte de esos mistificadores terrible, que acaba de sorprender en acción… Tanto laicos, religiosos como espíritas que mediten a tiempo, sobre el peligro de los desequilibrios en el mundo mental de cada uno, los que fácilmente ofrecen acceso a invasiones de lo invisible… Nos resta afirmar, que la niña, motivo de la presente lección se corrigió de las anormalidades presentadas. Y lo que más contribuyó para este feliz desenlace fue el servicio de consejos y oraciones a favor de las entidades que ejercían la influencia, durante las fraternas y hermosas reuniones del Culto del Evangelio en el Hogar, que los espíritas desde hace algún tiempo practican, recordando los tiempos apostólicos…

Nos motivó a incluir este importante tema de nuestra querida IVONNE, la necesidad de demostrar al lector, que muchas de estas entidades causan confusión a quienes los observan.

Para ser más explícitos tomamos como ejemplo al personaje que imita al tronco de un árbol, pues quien lo llegase a ver en la floresta o en cualquier lugar de la manigua, podría asegurar que observó a la madre de monte o a la patasola. Y si llegase a observar esa criatura tipo botija con ese atuendo arriba descrito, sentado sobre una piedra o un tronco a la orilla de un río o lago, estaría acreditando haber descubierto al "duende, el poira o al mohán, según el lenguaje de los legendarios pescadores, leñadores o lavanderas, y aquellas otras personas frecuentadoras de los ríos. y lagunas.

La madre del ganado

También hemos recogido buena información sobre otro curioso fenómeno llamado "la madre del ganado", esa graciosa vaquilla que suele pastar en algunas praderas junto a los rebaños bovinos. Un tipo de vaca enana bonita, graciosa que, cuando ha sido capturada por algunos vaqueros, emprende fuga sin que nadie haya sido capaz de detenerla, pues su fuerza es descomunal!

Personas muy conocidas, dignas de crédito en sus narrativas, nos contaron sus experiencias personales.

Nos decía el viejo Efraín, antiguo pescador y vaquero, de nuestra región, que en la década del cincuenta, en compañía de otro vaquero observaron una madre de ganado pasteando junto a un lote de reses, a orillas de la laguna del Juncal, ubicada en el municipio de Palermo Dpto. del Huila, muy cerca de la represa de Betania.

–El compañero no aguantó la curiosidad; armó el chipiado, y enlazó a la vaquilla; esta, tan pronto se sintió atrapada, emprendió veloz carrera rumbo al Río Magdalena llevando consigo el rejo, porque le fue imposible detenerla.

José, otro viejo amigo, que también ejerció la vaquería, nos comentó que en la cordillera central sobre el Municipio de Santa Isabel en el Dto. Del Tolima, al llegar a la casa de la Hacienda Totarito, encontró una chipa de rejo de unas 32 brazadas, colgada en la sala de manera muy cuidadosa, como si fuese un trofeo o pieza valiosa de museo, y además por la forma adornada que se exhibía, despertó interés por la investigación.–¿A qué se debe esa soga tan cuidadosamente conservada?. Y dijeron los moradores de la Hacienda:

–Un día en la pradera a rededor de la laguna, se encontraba pasteando un rebaño; dentro del pastoreo se encontraba la madre del ganado, esa vaca enana, con las mismas características de las ya vistas en tantas ganaderías. Los vaqueros resolvieron enlazarla para apreciarla muy de cerca. Al lograrlo, la pequeña criatura emprendió estampida hacia la laguna donde sumergió sin volverse a ver, apareciendo al día siguiente el rejo cuidadosamente enchipado a orillas del lago de donde fue recogido para luego colocarlo en el lugar de conservación, como una pieza sagrada. Pues dicen los ganaderos que mientras la madre del ganado no se moleste en sus momentos de aparición, trae como consecuencia prosperidad, es decir fecundidad y salud en las ganaderías. Y cuando se perturba su presencia, puede ocurrir lo contrario. Sobre este fenómeno hay mucha información, lo que pasamos a cree que no se trate de mito o leyenda, y si, de un fenómeno real. ¿Será este un elemental ficticio o natural? Mas luego lo sabremos.

Parece que estos fenómenos se tornan cada día más escasos, a medida que la civilización se acerca vertiginosamente a los campos llevando consigo la electrificación para esas áreas, la que es totalmente negativa para la producción de eventos originados por los elementales. Tiene incidencia en lo anterior, la inclemente y acelerada deforestación producida por la inconsciencia del hombre ignorante, que no alcanza a dimensionar el cruel daño que se le causa al ecosistema.

Siempre me lamentaré él haber cometido estos mismos errores.

En una ocasión, en nuestra propiedad, derribé dos hectáreas de bosque virgen para sustituirlo por un plantío. Cuando los hacheros realizaban el derrumbamiento de los frondosos árboles, la conciencia me incitaba a la reflexión, sintiendo desespero y remordimiento en lo más profundo de mi ser, por la angustia que se podría estar produciendo en tanta criatura viviente que clamaba por la sobrevivencia. Con esta demencial actitud, la vida en cadena se destruía, ya que en sólo dos mil metros cuadrados donde todo era armonía y esperanza, la vida microscópica fenecía y los monos ya no podrían gozar del festín de los frutos silvestres que la generosa naturaleza ofrece a todas las criaturas en vía de evolución. Al contemplar la devastación, el panorama era desolador y triste, el paisaje se tornó menos pintoresco y un poco lúgubre; se había detenido o perdido el esfuerzo de muchos especimenes vegetales que se desarrollaron durante siglos para alcanzar tan maravilloso follaje, para brindar condiciones de vida a especies menores, además de hospedaje a tantos seres del reino animal.

Es brutal la agresión que recibe el planeta por parte del hombre que obra irracionalmente; pues, mientras éste deforesta el campo y diezma la fauna silvestre, causa otros daños a su entorno como la contaminación de las aguas, el aire y el empobrecimiento de la corteza terrestre, por eso de alguna manera interferimos en el orden natural de las cosas .diezmando la flora y la fauna so- pretexto de la búsqueda de lucros indispensables para sobrevivir. El hombre destruye lo que las leyes divinas han venido construyendo durante tantos milenios para enriquecer el suelo con sus elementos nutrientes. Esclavos del egoísmo y de la ignorancia espiritual, cometemos verdaderos sacrilegios al patrimonio divino a nosotros otorgado. Provocando el fin de los bio – reductores por falta de alimento.

El suelo desmantelado de todo tipo de floresta dejará de producir humus que es la fuente de materia orgánica para la nutrición vegetal. Si no se lleva a efecto un desenvolvimiento biosustentable, buscando el equilibrio, hay posibilidad de un riguroso desgaste ecosistémico sin un suelo cubierto de nutrientes y organismos responsables por el reciclaje relativo a la fertilización de las camadas. Los bosques praderas y pastizales no sobrevivirán. Las quemas, por ejemplo, destruyen los laboratorios que procesan la camada fértil de los suelos las cuales tornan más intenso el efecto invernadero, oriundo de la absorción y de la irradiación solar por la atmósfera que transmite calor a la superficie del planeta, elevando el nivel térmico. Emisiones de gases .químicos de fábricas y vehicular, han acidificado la atmósfera, produciéndose las famosas lluvias ácidas, destruyendo por otro lado la capa de ozono, en un área del tamaño de Canadá y Estados Unidos y su tendencia es crecer día a día, afirman los científicos, el gas azul pálido, oxidante y reactivo, variedad alotrópica del oxigeno que protege la tierra contra los rayos ultravioleta que influyen tanto en las particularidades ecosistémicas como en la atmosféricas ya viene dando señales drásticas de cambios climáticos. Secuencias repentinas de tornados, de huracanes que llegan a alcanzar 500 kilómetros por hora, los fuertes veranos y las terribles inundaciones, el deshielo en los glaciares que aumenta paulatinamente el volumen de las aguas oceánicas y atmosféricas haciendo parte de la actual situación..

En conclusión; la tierra desprotegida de la fuerza vegetativa y de fauna, torna fácil el efecto de erosión por las lluvias y por los vientos

Desde hace varios años, se comprobó que los rayos ultravioleta provenientes del sol al pasar por el hueco dejado por la destrucción del ozono en la atmósfera, afectan el crecimiento de los seres vivos, genera molestias en la piel y causan efectos adversos en el desarrollo de cultivos de productos comestibles, en razón por la que muchos místicos afirman que Dios castigará al hombre en los últimos tiempos. Sin embargo, Dios no castiga, somos nosotros quienes nos castigamos al violar las sabias leyes que rigen el Universo por el mal uso de nuestro libre albedrío.

Aún no sabemos hacer buen uso de todo cuanto nos rodea y proporciona la naturaleza, por cuanto desde tiempos inmemorables en las múltiples reencarnaciones hemos atropellado al planeta que se nos brinda como escuela para nuestro debido aprendizaje. El hombre, con la invención del hacha, el machete y la motosierra, ha logrado desbastar enormes áreas de bosque natural, y aún más, cuando aparece el narcotráfico, aceleró esta brutal actividad para dejarse venir luego la fumigación con glisofato a los cultivos ilícitos, terminando por causar los mayores desastres ecológicos.

Retomando el tema de los animales, en la actualidad, cuando la civilización ha obtenido los mayores avances en lo tecnológico, científico y lo intelectual, existe una gran afición por la adquisición de mascotas. Se observa un comercio irresponsable además de ilegal, el de traficar con animales capturados en el medio silvestre.

La vanidad del ser humano manifestada en la afición hacia los canes, les modifica la genética. Aparte de lo anterior, determinadas razas de perros se les amputa la cola y se les recorta las orejas para aparentarlos más típicos y atractivos. En una oportunidad, fui testigo de los sutiles y modulados quejidos que manifestaba un cachorro de raza pincher, al que le habían mutilado las orejas y amputado la cola, el cual, alzado por su dueña, salía de un consultorio veterinario.

Recuerdo el caso de otro ejemplar de la raza french poodle, cuya dueña no le permitía que los huesos de pollo fueran consumidos por el animalito bajo el argumento de que estos le perforaban sus vísceras y les ocasionaban caries, tal vez desconociendo que los perros por excelencia, son carroñeros. El can era llevado frecuentemente a controles médicos, al salón de peluquería, además de someterlo al manicure y pedicure, y de vestirlo con ropa especial.

Lamentablemente es la suerte futura de estos pobres animales que bajo la manutención de seres ignorantes y vanidosos, llegan a estos extremos que van en contravía con la naturaleza, por cuanto estos animales se tornan inhábiles al perder su destreza afectando también su sistema inmunológico, genético y estigmatizándolos para el proceso palenginésico. Son personas que muchas veces niegan el buen trato y el amor a sus hijos o a sus empleados, eximiéndose además de servir en determinadas circunstancias al prójimo, prefiriendo dedicar inoficiosamente tiempo y dinero a sus mascotas. Y qué decir de algunos equinos, los cuales en ciertas razas presentan dotes de belleza y habilidades, que pasan a ser valiosos ejemplares que requieren de capital para su manutención y adiestramiento. Estos animales son atendidos en pesebreras como príncipes. (Recordemos al caballo blanco de Calígula Instatus, al que le colocaban la comida en una vasija de oro, y no por ello dejó de ser un caballo), aperados con lujosas y finas monturas para exhibirlos en plazas de ferias, carnavales o coliseos, mientras el salario del trabajador de la caballeriza es irrisorio.

Algunos perros son especializados para pelear, con rígidos adiestramientos como el de negarles el alimento por varios días antes de efectuar la disputa, para que se porten más feroces. Así mismo, cierta variedad de gallos viene siendo entrenadas para confrontar a otros en las galleras con las consabidas apuestas, que no persiguen otro propósito que el de deleitar el instinto cruel y bárbaro de quienes se divierten con el dolor y el infortunio de estas criaturas, que tienen que morir o salir mal librados mediante esas bochornosas riñas.

Otro acontecimiento popularizado en América y apadrinado por España, es la actividad de la tauromaquia, que nos recuerda las faenas del circo romano, donde el emperador de turno sentado en la tribuna de honor se satisfacía con el macabro espectáculo. Desde su posición privilegiada tomaba las decisiones de condena o indulto a los gladiadores. Las corridas de toros en pleno siglo XXI, como tantos otros actos que llegan a la crueldad, no son más que la recordación de la época romana pagana.

Hoy, en la tribuna de honor se ubican, el Presidente, el rey, el Gobernador, o el alcalde, las reinas de belleza o del folclore, con sus séquitos, amigos y miembros del gobierno, acompañados de la aristocracia y los potentados. ¿Qué se puede esperar de un pueblo al que se le estimula su instinto bárbaro con esta clase de espectáculos taurinos, cuando quienes los organizan carecen de sentimientos, al someter a la tortura a los toros de casta como un ingrediente mayor en cualquier fiesta del pueblo?. Lo insólito es que se cuenta con el aval de las autoridades gubernamentales y hasta eclesiásticas, para la realización de estos certámenes taurinos, que como evento central en muchas fiestas patronales, constituyen a la parte atractiva y carnavalesca. Lo anterior se acompaña con otros actos de extrema crueldad, tales como la descabezadura de gallos, carreras de burros encostalados y el coleo de vacunos.

Como hermanos menores de la Creación, tal como los llamaba Francisco de Asís, igualmente sienten y padecen como el hombre, con la circunstancia agravante de que en razón de la naturaleza de su psiquismo no pueden manifestar su angustia su disgusto y su dolor.

Y, hasta dónde llega la ingratitud del hombre para con los animales que, después de haber usufructuado el trabajo físico de los mismos, cuando ya no rinden el mínimo en las faenas del campo, sin ningún sentimiento de gratitud llevan a estos animales a mataderos clandestinos donde se sacrifican y sus carnes envejecidas se convierten en la codiciada salsamentaría. Otros, son vendidos por sus dueños a zoológicos y circos para alimentar felinos en cautiverio.

Lo anterior nos conduce a la reflexión de cómo pueden existir seres humanos tan insensibles y con tan alta dosis de perversidad y deshonestidad, que llegan a extremos de no valorar el servicio que los animales domésticos prestan al hombre. No les dan una tregua en compensación, pues según cuentas, come sin retribuir, y ya deja de ser negocio

Otro asombroso y espeluznante procedimiento es el de amputar las extremidades delanteras y traseras de los lechones, para que estos no quemen calorías con el caminar y así conseguir mayor rendimiento de carne en menos tiempo.

Guardamos certeza que para el nuevo milenio el hombre despierte consciencia comprendiendo los propósitos divinos para los cuales fueron creados los seres vivos, entendiendo la razón de ser de la obra de Dios, para que este despertar nos conduzca a aceptar y respetar a nuestros hermanos menores de la Creación que mucho sirven a la humanidad.. Entiéndase que los animales son también poseedores de espíritu en estado rudimentario y los cobija el quinto Mandamiento de la ley: NO MATARÁS.

El elevado índice de materialidad del hombre moderno lo lleva a desconocer la ley. Poco importa para él, violarla asesinando su hermano menor o llegar a extremos de depredación. Resta muy poco tiempo para que ser racional caiga en la cuenta de que todos los seres vivos forman parte del Plan Divino de la creación y cualquier acción en contra atenta directamente contra nosotros; posiblemente, algunos lectores se extrañarán al afirmar que los animales poseen espíritu. Este asombro obedece al desconocimiento sobre el asunto, en razón de la posición que adoptan muchos seres humanos acompañada de una elevada dosis de orgullo intelectual narcisista como es llegar a negar aquello sin previamente informarse sobre el particular. Para llevar a cabo una discusión sensata, debe estar apoyada sobre argumentos sustentables. Una posición, con estas condiciones, dificulta entender muchas realidades, tales como la de aceptar que somos inmortales y por lo tanto nuestro cuerpo no pasa de ser un instrumento de trabajo que cumple una finalidad suprema, la de brindarle al espíritu encarnado, la construcción de su propio y glorioso destino; el que lleva a cabo a través de la ley palenginesica, reencarnación, medios por el cual el espíritu progresa moral e intelectualmente en otros mundos del universo, y en la dimensión espiritual con el apoyo y los subsidios que nos brinda el mensaje consolador de la doctrina de Jesús, que nos eleva por encima de las miserias humanas.

Nuestra doctrina espírita no comparte la teoría de la transmigración de las almas o metempsicosis la cual afirma que nuestras acciones humanas degradadas nos condenarían a reencarnar en cuerpos de animales, constituyéndose en castigo, tal como lo proclama y enseña el Brahmanismo. "Esto sería retrogradar, pues el espíritu no retrocede. El río no se remonta hacia su fuente", – Respuesta a la pregunta 612 de EL LIBRO DE LOS ESPIRITUS. En esta misma obra encontramos la pregunta 118 ¿Pueden los espíritus degenerar?. Respuesta: "No, ya que conforme avanzan van comprendiendo lo que les alejaba de la perfección. Cuando el espíritu ha superado una prueba, adquiere el conocimiento de ella y no le echa al olvido. Puede permanecer estacionario, más no retrocede". Seguramente, la teoría de la metempsicosis se la inventaron para asustar a sus creyentes, igualmente como lo han hecho las demás religiones que amenazan a sus fieles o seguidores con el fuego eterno del infierno y la figura terrorífica del demonio.

Existen esferas o colonias espirituales que se ubican desde la superficie hasta bien adentro de la corteza del planeta, habitadas por espíritus maquiavélicos que por su degradación moral y elevado grado de rebeldía llegan a sufrir malformaciones en su anatomía periespiritual, hasta el punto de presentar características animalescas que da la sensación de involución en algunos espíritus. A este proceso se le denomina zoantropía. Cuando, como consecuencia de una acción hipnótica transitoria se causa a un espíritu en su cuerpo periespiritual transformaciones, como figuras `parciales de animales se le denomina licantropía.

Es posible que estos factores hayan determinado el origen de tales teorías expuestas por místicos videntes del Brahmanismo, la religión católica, el protestantismo, así como la religión judaica.

Algunas experiencias mediúmnicas personales nos han comprobado la existencia del espíritu en los animales. Cuando niño, estuve al cuidado de mis abuelos paternos, quienes igual que mis tías eran piadosos y fanáticos en la fe católica. En la infancia me comprometieron para cooperar en los oficios religiosos de la parroquia del pueblo llamado Villavieja, portal del desierto de la Tatacoa en el norte del Departamento del Huila. Recuerdo que la primera misa de los domingos se empezaba a oficiar a las 4 de la mañana y continuaban hasta el medio día; la tarde se dedicaba a la catequesis. De 6 pm a 7 pm, se cumplía con el Rosario en la iglesia. Después de llevar a cabo esta jornada, me dirigía a casa. Allí, debía soportar el desarrollo de otro Rosario el que se acompañaba de largas y aburridoras letanías. Todo esto me producía cansancio hastió y apatías, y el resultado era finalmente un estado de adormecimiento. Bajo este estado, veía cruzar por la sala donde se encontraban los rezanderos, un ave de la familia de las zancudas, parecía a un tente.

En el año 1981, dedicados aún a las faenas del campo en una finca agrícola y ganadera, teníamos un lote de ganado a mayor valor de propiedad del Fondo Ganadero; en una de las visita que solían hacer los funcionarios de dicha entidad, determinaron que un toro cebú rojo de nombre "pacho" se debía vender porque ya era demasiado viejo. Mi compañera se sintió un poco consternada por la decisión tomada contra el semental, cuyo destino final era el matadero de la ciudad de Neiva; ella me preguntaba si el animal tenía espíritu, dándole una respuesta afirmativa, diciéndole que probablemente el espíritu del semental regresaría a la manada por apego y afinidad con la misma. Efectivamente, así aconteció; dos días después, en las horas de la madrugada, percibimos la llegada de "pacho" furioso y desafiante, rondando la casa. En otra oportunidad, me desplacé desde la casa de campo acompañado de un lobo siberiano hacia un caserío cercano, para abastecernos de artículos alimenticios; allí permanecimos hasta el anochecer. Bajo la oscuridad, a la salida del poblado, un can enorme y de color amarillo se nos acercó, sin que los dos animales se olieran como es de costumbre entre los perros, lo que para mí fue un hecho curioso y extraño.

Nuestro perro seguía por el lado derecho y el otro a mi izquierda, acompañándonos durante unos cuarenta minutos aproximadamente, empero cuando llegamos al desvío que conduce a la casa de campo, el acompañante forastero desapareció misteriosamente. Comprendí que se trataba de un fenómeno de otra dimensión. Estas fueron mis experiencias en la vida campestre, producto de haber estado siete años en el llano y once en la cordillera central.

Vendimos el predio para incorporarnos de nuevo a la ciudad que nos aguardaba para reencontrarnos con el estudio de la doctrina de los espíritus. Abandonar la parcela nos causó mucho tristeza; ya no volvería a disfrutar de esos indescriptibles y soñadores amaneceres que discurrían amenizados con el canto sinfónico de mirlos, toches, arrendajos y otros bellos pájaros, consentidos y protegidos por nosotros; tampoco contemplaríamos las golondrinas que anidaban en los halares de la cabaña, ni a los colibríes que constantemente revoleteaban de flor en flor libando su néctar de las plantas ornamentales recostadas sobre la baranda posterior de la casa, no volveríamos a degustar las apetitosas manzanas criollas del gran árbol cuyo tronco se apoyaba en el tejado de la parte posterior del rancho; no aspiraría más el rico aroma de los pinos romerones, cipreses y eucaliptos que daban sombra e inspiración al patio; no más paseos por las alamedas curtidas de olor a poleo y a hierbabuena, la fragancia del musgo, la tierra húmeda y el susurrar de incestos y de las cascadas de aguas cristalinas que poco a poco formaban el riachuelo que cruzaba el predio.

No más noches tranquilas de plenilunio llenas de inspiración y poesía, también las noches cuya oscuridad se violaba con la luz de las velas y la lámpara a petróleo para estudiar el idioma internacional Esperanto. De regreso, en la distancia, aún divisábamos la antena del radio teléfono que se erguía impetuosa y nos traía a la memoria el recuerdo de los felices momentos, cuando modulábamos con colegas de diferentes lugares del planeta, especialmente con mis amigos del Brasil. En razón de mi afición por la radio y el Esperanto, decidí viajar a este país hermano para visitar y conocer a mis colegas de radio afición y doctrina, a la vez que participaría en un Congreso de Esperanto en la ciudad de Brasilia celebrado en 1981. De este maravilloso evento conservo gratos y bellos recuerdos de los momentos compartidos con hermanos vibrantes de amor y filantropía.

El readaptarnos a la ciudad cobró para nosotros alguna dificultad. Salir de un medio apaciguado, solaz, y silencioso no era fácil. Enfrentar nuevamente la ciudad exigente, agitadora y ruidosa, era aceptar un escenario diferente pero con oportunidades diversas de aprendizaje. Volvimos a encontrarnos con nuestros viejos amigos quienes nos invitaron ala reincorporación a la Doctrina Espirita. Nuestro amigo y colega LUIS GUILLERMO CORTES A., muy generosamente nos obsequió una buena cantidad de libros espiritas editados en Portugués y Esperanto, y enviados años atrás por el doctor FRANCISCO THIESEN del Brasil.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente