Indice1. El Altar de Bronce (Exodo 27:1-8)2. La Fuente de Bronce (Exodo 30:17-21; 38:8)3. La Mesa de los Panes de la Proposición (Exodo 25:23-30; Levítico 24:5-9)4. El Candelero (Éxodo 25:31-40; Levítico 24:1-4; Números 8:1-4)6. El Arca (Exodo 25:10-22)7. El Propiciatorio (Exodo 25:17-218. Contenido del Arca (Hebreos 9:4)
1. El Altar de Bronce (Exodo 27:1-8)
Es el primer objeto que se encontraba al entrar al atrio. Sus dimensiones eran: 5x5x3 codos, de manera que era cuadrada, símbolo que recuerda el alcance universal del Sacrificio de la Cruz (4 vientos, 4 puntos cardinales, etc.). El altar es una figura de Cristo (madera de acacia, o de Sittim), pero de Cristo como objeto de juicio de Dios sobre el pecado (bronce) (ver Números 16:36-40).
La finalidad esencial del altar era la de ser el lugar donde se ofrecía los sacrificios y se vertía la sangre, la única que hacía expiación sobre el altar por las almas (Levítico 17:11; ver también Hebreos 9:22: n2"Sin derramamiento de sangre no se hace remisión). El altar nos habla de Cristo; los sacrificios nos hablan de Cristo, el sacerdote nos habla de Cristo. El conjunto de lo que sucedía en el altar nos presenta la cruz. Dos verdades fundamentales se desprenden del altar de bronce y de los sacrificios que eran ofrecidos en él.
- La necesidad de la sangre para quitar el pecado. Esta verdad es puesta en evidencia desde Génesis hasta Apocalipsis: "La paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23); la sangre derramada nos habla de la muerte del culpable o de una víctima ofrecida en su lugar. No hay otro medio para quitar el pecado de delante de Dios;
- La doctrina esencial de la sustitución: según el pensamiento de Dios, una víctima sin defecto puede ser ofrecida en lugar del culpable, tal el carnero ofrecido en lugar de Isaac (Génesis 22), o el cordero de la Pascua que murió en lugar del primogénito (Exodo 12). "Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos" (1 Pedro 3:18); "al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado" (2 Corintios 5:21).
La rejilla de bronce del altar, la que soportaba el fuego del juicio, nos recuerda también a Cristo, quien pasó a través del fuego del juicio de Dios. Al ser así sondeado en todo su ser, no manifestó más que sus propias perfecciones.
Los sacrificios eran ofrecidos sobre el altar: holocausto, ofrendas vegetales, sacrificios de peces, sacrificios por el pecado o por la culpa (Levítico Caps. 1 al 7).
Detengámonos un momento en el sacrifico por el pecado, tal como es presentado en Levítico 4:27-35. He aquí un ejemplo de un israelita que, habiendo desobedecido uno de los mandamientos de Jehová, "se hiciere culpable" (V.M), y que luego consiente de su pecado. Es el Espíritu Santo el que convence de pecado por medio de la Palabra. Durante mucho tiempo un hombre puede permanecer indiferente a los pecados que cometió, así como también a su estado de pecado delante de Dios, pero llega un momento en que, en su gracia, Dios interviene por medio de su Espíritu para producir en él ese sentimiento de culpabilidad. ¿Qué debe hacer entonces? El israelita debía: "traer su ofrenda" una cabra o un cordero sin defecto (v. 28,32). No bastaba saber como debía proceder para que el pecado fuese perdonado, sino que era preciso traer efectivamente una ofrenda: Ir a buscar en su rebaño un animal sin defecto y atravesar todo el campamento para conducirlo hasta la puerta del atrio para llevarlo al altar. Llegado ahí, el israelita debía poner su mano sobre la cabeza del sacrificio, colocando así sobre esta víctima inocente y sin defecto, el pecado del cual se había reconocido culpable. Luego, él mismo debía degollar la víctima. Es preciso que un o personalmente a la cruz, que reconozca su pecado, que acepte que este haya sido llevado por la Víctima santa, "sin mancha y sin contaminación" (1 Pedro 1:19), castigada por el juicio de dios en lugar del pecador.
El Sacerdote tomaba la sangre de la víctima, la ponía sobre los cuernos del altar y vertía el resto al pie del altar; luego quemaba la grasa y hacía propiciación por el culpable. Este sacerdote nos habla de Cristo, quien lo hizo todo por la purificación del pecador. La Palabra declara entonces formalmente en dos ocasiones: "y será perdonado" (v.31 y 35). El israelita podía volver a su tienda con la seguridad de haber sido perdonado, no porque sintiera algo en sí mismo, sino porque estaba escrito en la Palabra inspirada: "Y será perdonado". Igualmente hoy, la obra de Cristo nos da la seguridad de la Salvación, pero es la Palabra de Dios la que nos da la certidumbre de ello: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna" (Juan 3:36; ver también Hebreos 10:10 y 14). Si alguien no esta seguro de su salvación, tome su Biblia y bajo la mirada de Dios acepte lo que esta escrito y créalo.
Para los holocaustos (Levítico 1) el israelita que se acercaba al altar debía también "poner su mano sobre la cabeza del holocausto" (v.4.). En este caso no se trataba de ser perdonado; aquel que traía la ofrenda ya estaba perdonado, pues precedentemente había tenido que traer un sacrificio por el pecado. Ofrecía este holocausto como prueba de agradecimiento y de adoración. De alguna manera los méritos de aquella. Dios "nos hizo aceptos en el Amado" (Efesios 1:6). Dios ve a los suyos en Cristo; a causa del holocausto que sube "a Dios en olor fragante" (5:2).
2. La Fuente de Bronce (Exodo 30:17-21; 38:8)
La Fuente de Bronce, cuyas dimensiones no nos han sido dadas, estaba situada entre el altar de Bronce y el Tabernáculo. No servia para ofrecer sacrificios, sino para lavarse en ella, lo que Aarón y sus hijos debían hacer cada vez que entraban al altar para ofrecer un sacrificio.
En Juan 13 el Señor Jesús mismo nos muestra la significación de la Fuente de Bronce. Al celebrar la ultima cena con sus discípulos, Él se levanta de la mesa y se pone a lavar los pies de ellos. Pedro no quería que lo hiciese con él, pero Jesús le dice: "El que esta lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues todo esta limpio" (v.10).
Para aquel que tiene todo el cuerpo lavado, es decir, que ha pasado por el nuevo nacimiento a la conversión no es necesario repetir lo ha sido cumplido una vez para siempre (Tito: 3:5); pero ocurre demasiado a menudo que el creyente, a causa de la carne que está aun en él, ha pecado, ha manchado sus pies en el camino. No se trata entonces de ser "convertido" de nuevo, sino de que sus pies sean lavados. El Señor muestra por medio de la Palabra en que se ha faltado; luego es preciso confesar su falta a Dios (1 Juan 1:9) y recordar que por ese pecado Cristo murió (véase también la figura de la novilla roja en Números 19). Una vez que el rescatado lavó así sus pies, puede tener parte con el Señor, es decir, gozar de la comunión con Él. Pregunto ¿Por qué no practicamos en el Templo?.
En efecto: cuando un creyente ha faltado, la comunión con el señor se interrumpe. No hay más gozo, ni gusto por la Palabra. La salvación no se pierde. La vida eterna está siempre allí, pero hay una nube. Es necesario pues, volver al Señor, confesarle la falta, discernir sus causas juzgándose a uno mismo, recordar la eficacia de sus sacrificios, y entonces es cuando uno es restaurado. Pero recordemos siempre que todos los recursos están a nuestra disposición para no ceder al pecado, tal como lo escribe el apóstol Juan: "Estas cosas os escribo para que no pequéis" (Juan 2:1).
Es importante realizar cada día ese juicio de nosotros mismos y ese lavamiento de los pies; pero, así como los sacerdotes debían hacerlo antes de entrar en el santuario o antes de acercase al altar, es particularmente importante que lo hagamos, cada uno para sí, antes del culto y antes de tomar parte en la cena, según la enseñanza de 1 Corintios 11:26-32. En esos versículos se nos revela que cualquiera que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente será culpable respecto del cuerpo y de la sangre del Señor. Pero no se agrega que a causa de la mancha del camino sea menester para abstenerse de la cena; al contrario, se añade: "pruébese cada uno así mismo, y coma así". Antes de entrar en el santuario, juzgarse a sí mismo, pasar por la fuente de bronce, y así comer. Con un profundo sentimiento de lo que es la gracia que, a causa únicamente de la obra de Cristo, nos permite acercarnos, se participará en el memorial de su muerte para responder a su último deseo.
Descuidar el diario juicio a nosotros mismos y participar de la cena en tal estado nos expone a juicio del Señor. Así muchos en Corinto estaban débiles, enfermos o incluso dormían, es decir, estaban muertos; pero vemos en ello una enseñanza también moral, pues si dejamos de enjuiciarnos a nosotros mismos y tomamos la cena con ligereza (abstenerse en tal vez aún más grave), estaremos espiritualmente débiles, o enfermos (¡Una oveja enferma se aparta del rebaño!), o incluso seremos vencidos por el sueño espiritual (Efesios 5:14). Si tal es el caso, cuan importante es despertarse, "levantarse de los muertos" (V.M) para reencontrar la luz de la faz de Jesucristo.
La Fuente de Bronce había sido hecha con los espejos de las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión (Exodo 38:8). Ello configura una doble enseñanza:
- Los espejos nos hablan, según Santiago 1:23, de la Palabra de Dios, la cual pone en evidencia nuestras faltas, la suciedad de nuestros pies;
- Las mujeres que se allegaban al Tabernáculo de Reunión con aquellos que buscaban a Jehová (Exodo 33:7) tenían un corazón dispuesto para Él. Como gozaban de su Presencia, les fue fácil abandonar gozosamente por el Señor lo que precedentemente era objeto de vanidad.
3. La Mesa de los Panes de la Proposición (Exodo 25:23-30; Levítico 24:5-9)
La mesa, de pequeñas dimensiones (dos codos de largo, un codo de ancho y ½ codo de alto) era de madera de acacia (o de Sittim), cubierta con una lámina de oro puro. Era, evidentemente, una figura de Cristo llevando a su pueblo ante Dios.
Los panes sobre la mesa, en número de doce (Levítico 24:5-9), tienen un doble significado. Hechos de flor de harina, recubiertos de incienso, como la ofrenda vegetal (Levítico 2), nos hacen pensar:
- Primeramente en Cristo, alimento de los sacerdotes en el Lugar Santo. Este alimento le es indispensable al Hijo de Dios que quiere crecer en un estado de "un varón perfecto" (Efesios 4:13) y no permanecer un niño en Cristo. Sin alimento, un niño o una planta se marchitan. Pero el alimento debe ser sano, sino el niño o la planta perecen. Nuestro "hombre interior" está formado por el alimento espiritual. El Salmo 144:12 expresa esta oración: "Sean nuestros hijos como plantas crecidas en su juventud". Meditemos a menudo acerca de la persona del Señor Jesús, busquémosla en los evangelios y en toda la Palabra. Un hermano decía: "¡Si no has hallado a Cristo en esta pagina de la Biblia, es que has leído mal!". "Escudriñad las Escrituras… Ellas son las que dan testimonio de mí" (Juan 5:39). Señalemos de paso que Cristo como alimento también nos es presentado en la ofrenda vegetal, en el sacrificio por el pecado, en el sacrificio de paz, en el sacrificio de consagración y en el cordero de la Pascua; por otra parte, como maná y trigo del país;
- En los Santos: Vistos en Cristo, teniendo su naturaleza (flor de harina), aceptos a Dios (incienso), en el orden establecido por Dios (seis por hilera), tal como los describe por ejemplo la epístola a los Colosenses. Son los creyentes a la luz del Santuario, en su posición ante Dios; una moldura de un palmo alrededor de la mesa impedía que los panes pudieran caerse, lo que es emblema de la seguridad que los rescatados tienen en Cristo;
- En las doce tribus de Israel, sea en la época del desierto, sea en tiempo futuro, cuando la administración en la tierra sea confiada a ese pueblo; y, en el santuario, siempre presentes en el pensamiento de Dios (Romanos 11).
4. El Candelero (Éxodo 25:31-40; Levítico 24:1-4; Números 8:1-4)
Contrariamente a los otros objetos del Tabernáculo hechos de madera de Acacia recubierta de oro, el candelero era totalmente de oro puro, forjado en una sola pieza. Él nos habla de lo que es esencialmente divino. Era de oro batido ("labrado a martillo"), recordando que aquel a quien representa Cristo pasó por el sufrimiento. El becerro de oro, por el contrario, había sido simplemente fundido (Exodo 32:34). El propio candelero, pues, es una figura de Cristo, mientras que el aceite es, como en toda la Palabra, una figura del Espíritu Santo.
Uno de los elementos del candelero que es mencionado varias veces lo constituyen las flores de almendro. Esas flores nos hacen pensar en la vara de Aarón que había brotado, producido flores y almendras, tal como vemos en Números 17:8, lo que es una figura de la resurrección de Cristo. El almendro, según Jeremías 1:11-12, manifiesta que Dios cumple sus promesas en Cristo. Precisamente fue un Cristo resucitado y glorificado el que dio el Espíritu Santo a los suyos.
En el conjunto formado por el candelero, el aceite y las siete lamparas ardiendo en el santuario se puede ver también a Cristo tal como es presentado por el Espíritu Santo por mediación de los vasos humanos del ministerio.
En efecto, bajo este aspecto, había necesidad de "despabiladeras" (Exodo 25:38) para quitar todo lo que habría impedido el libre curso del aceite para producir la luz. Por otra parte, las siete lamparas nos muestran que el ministerio de Cristo por el Espíritu se ejerce mediante diversos canales.
Vemos al candelero brillar bajo cinco aspectos:
El Señor Jesús, al hablar del Espíritu Santo, dice: "Él me glorificará; porque tomara de lo mío, y os lo hará saber" (Juan 16:14).
- Hacia delante de él (Exodo 25:37), pues el mayor y primer testimonio que da el Espíritu Santo es respecto del mismo Cristo; por eso el primer objeto que atraía las miradas al entrar al santuario era el candelero totalmente iluminado.
- El candelero iluminaba la mesa de los panes (Exodo 26:35); es el Espíritu Santo que pone evidencia la posición de los santos en Cristo en el santuario.
- El candelero brilla en Números 8 en relación con la purificación de los levitas: es el Espíritu Santo quien debe dirigir todo servicio para Dios y ser su motor.
- En Levítico 24 vemos el candelero al comienzo de un capitulo en el cual va a manifestarse la oposición a Dios en medio de Israel: la apostasía. Frente al mal que se introduce en el pueblo de Dios, únicamente el Espíritu Santo es el remedio.
- En Éxodo 27:21 y 30:8 se ve que el candelero ardía toda la noche. (Cabe hacer notar que, en el templo de Ezequiel, durante "el día" del milenio, no hay candelero). Solo durante la noche del rechazo y la ausencia de Cristo el Espíritu Santo ilumina el santuario en la tierra y produce la oración de intercesión y el culto.
Si bien el alimento es indispensable para crecer, la luz no es lo menos. Una planta ubicada en un lugar oscuro, aunque sea bien regada, perecerá. Un joven cristiano que no ande en la luz no puede hacer progreso alguno. Al contrario, se apartará cada vez más del Señor. Y la luz del Espíritu Santo generalmente no se apaga en forma súbita para nosotros, sino que dejamos poco a poco que una cosa primero y luego otra se coloque entre el Señor y nosotros como un ligero velo, el cual se va espesando más y más hasta privarnos de la comunión con Él, del gozo de su Persona y trabar la acción del Espíritu Santo en nosotros. Entonces no puede haber ni crecimiento, ni gozo. ¿Qué es necesario hacer? Volver a Él con oración, buscar su rostro y tomar el tiempo necesario para pasar con Él, como María (Lucas 10:38-42) si es posible horas que se dejen correr hasta que Él nos haya devuelto el gozo de nuestra salvación.
5. El Altar de Oro (Exodo 30:1-10)
El Altar de Oro era de dimensiones mucho más reducidas que el Altar de Bronce, o sea un codo de ancho, un codo de largo (cuadrado) y dos codos de alto. Era de madera de Acacia cubierta de oro puro y nos habla esencialmente de Cristo. Ubicado frente al velo (v.6), esta legítimamente ligado al Arca y al Propiciatorio.
En el Altar de Oro el sacerdote ofrecía el perfume, mientras afuera el pueblo oraba (Lucas 1:9-10). Es una hermosa figura del Señor Jesús que presenta a Dios las oraciones de su pueblo, ya sea como intercesión, ya sea como adoración (Apocalipsis 8:3-4).
En el Altar de Oro, el Sumo Sacerdote intercede por el pueblo, tal como Cristo en Juan 17, Hebreos 7:25 y Romanos 8:34.
Pero también al Altar de Oro puede acudir hoy el Hijo de Dios para ofrecer el incienso, es decir, las perfecciones de Cristo que suben hacia Dios. Tal es el culto, el servicio más elevado del cristiano. Es un culto que se ofrece ante todo en Asamblea (1 Pedro 2:5), pero cada uno de nosotros ¿no puede, mañana y tarde como el sacerdote con el incienso, hacer subir a Dios su reconocimiento por el Don inefable de su Hijo?.
El incienso era únicamente para Dios (Exodo 30:34-38); ni podía ser ofrecido más que en el lugar Santo y no debía ser consumido por fuego extraño, sino solamente por el tomado del Altar de Bronce (véase Nadaba y Hábil en Levítico 30:34-38). ¡Cuán importante que estemos recogidos en el sentimiento de su Presencia cuando abrimos la Palabra o nos acercamos a Dios en oración, o más aun cuando estamos reunidos alrededor del Señor en Asamblea!. La distracción, los vistazos, las lamentables sonrisas que se intercambian entre banco y banco, incluso durante el culto, son, sin exageración, una iniquidad en el Lugar Santo, nada de la carne debe ser tolerado allí. ¡Y que decir de la prisa de ciertas personas que antes de finalizar el culto se preparan para salir!.
Por otra parte, sólo a Dios, Padre e Hijo, se dirigen nuestras oraciones y nuestra adoración. En ninguna parte de la Palabra vemos que las oraciones deban ser dirigidas a alguien más. Sólo Él puede ser el objeto del culto: ¡"Inclínate a Él, porque Él es tu Señor"! (Salmo 45:11).
En las ordenanzas para el Tabernáculo dadas por Dios a Moisés, en los capítulos 25 a 27, el Arca ocupa el primer lugar. De igual manera, cuando Dios se nos revela, parte del Santuario y sale hacia el Atrio; nos presenta primeramente lo que es el objeto supremo de su Corazón; la Persona de Cristo. Cuando consideramos el camino por el cual nosotros nos acercamos a Dios, acudimos primeramente al Atrio, al Altar, luego a la fuente y sólo entonces podemos entrar en el Santuario. Por eso en nuestra charla hemos colocado ante nuestros ojos en estos capítulos, es sin duda porque la Persona de Cristo debe tener el primer lugar en nuestro corazón. En el Salmo 132 vemos que importancia tenía el Arca para David. Es notable que este Salmo este seguido por el 133, en el cual se ve "Cuán bueno y cuan delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía". Es preciso primeramente el Centro para que la reunión se realice.
No se podía ver el Arca más que en el Lugar Santísimo. El acceso a Él esta abierto para nosotros hoy en día; pero conviene que al ocuparnos en la Persona del Señor lo hagamos siempre con la mayor reverencia.
El Arca tenía 2 ½ codos de largo, 1 ½ de ancho, 1 ½ de alto, estaba hecha de madera de acacia y de oro puro (para las tablas no se dice de oro puro), pues una figura de la Persona de Cristo, "el Verbo (La Palabra)…hecho carne" (Juan 1:14), "Dios… manifestado en carne" (1 Timoteo 3:16). ¡Misterio ante el cual adoramos! Pero de ninguna manera nos conviene querer hacer la disección de la humanidad perfecta (la madera de acacia) de la divinidad (el oro), siempre presentadas en la Palabra maravillosamente unidas en una sola Persona, tal como nos la revelan los evangelios y otras páginas de la Escritura. Por haber querido mirar el Arca, los hombres de Bet-Semes murieron (1 Samuel 6:19) y, por haber tocado el Arca, Uza fue herido de muerte (2 Samuel 6:6-7).
Una cornisa o coronamiento de oro se encontraba alrededor del Arca (Exodo 25:11), hablándose de la excelsa gloria de Cristo, pero formando también como una especie de protección contra toda irreverencia ante el ministerio de su Persona (la misma cornisa se ve en el Altar de Oro y en la Mesa de los Panes).
Como los otros objetos del Tabernáculo, el arca estaba unida de varas para llevarla. Estas últimas tienen una importancia particular en la relación con el Arca, sea que se piense en todas las etapas que ella recorrió desde Sinaí hasta su reposo final en el Templo de Salomón (1 Reyes 8:8), sea que una vez más haga subrayar la santidad de lo que representaba el propio Cristo: el Arca siempre debía ser llevada en andas y no puesta en un carro (1 Crónicas 15:2).
En Números 4:4-5 vemos el Arca marchando a través del desierto, cubierta azul, tal como Cristo en este mundo: "el que viene del cielo" (Juan 3:31). Bajo el azul, las pieles de tejones cubrían sus glorias diversas: el velo (v.5) el cual era el único que podía estar en contacto con el Arca misma. "No hay parecer en Él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos" (Isaías 53:2). Sólo la fe podía discernir las glorias del velo, bajo las pieles de tejones. En cuanto a la propia Arca, "nadie conoce al Hijo, sino el Padre" (Mateo 11.27). Es el inescrutable misterio.
En el desierto (pero después de haber pasado el Jordán), el Arca es llamada "El Arca del Testimonio" (Exodo 25:16). Hubo en el desierto de este mundo un Testigo fiel que respondió en todo a la voluntad de Dios (tablas de la ley en el Arca) y que le glorifico en la tierra.
En Números 10:33 tenemos "el Arca del Pacto", base de las revelaciones de Dios con su pueblo; y por último, está "el Arca de Jehová", cuando se trata de mostrar su poder, como en el Jordán, en Jericó o en la casa de Dagón (Josué 4:5; 6:6-13; 1 Samuel 5:3).
7. El Propiciatorio (Exodo 25:17-21)
El Arca era un cofre y tenía una tapa llamada propiciatorio. El término hebreo traducido por propiciatorio deriva "cubrir o cubierta". En el Antiguo Testamento, la propiciación (expiación en la Reina-Valera 1960) de los pecados significa que estos eran "cubiertos", como en el Salmo 32:1; mientras que en el Nuevo Testamento, una vez que la obra de Cristo fue cumplida, los pecados son "quitados" (Hebreos 9:26; 10:4, 11-18). La palabra propiciatorio, traducida en la versión alemana por "Gnadenstuhl" y en la versión inglesa por "mercy-seat" (sea "el asiento de la gracia")- contiene también la idea de gracia, de misericordia.
El propiciatorio estaba enteramente hecho de oro puro, lo que nos habla de la justicia inherente a la naturaleza divina. Por otra parte, encima del propiciatorio había dos querubines de oro batido, de una sola pieza con el propiciatorio. Los querubines, asiento del trono de Dios (Salmo 80:1; 89:14), hablan fundamentalmente del juicio de Dios; así la justicia divina reclama el juicio inexorable de Dios sobre su pueblo pecador; el cual de ninguna manera observo la ley (Exodo 32:19).
Pero los querubines y el propiciatorio estaban colocados sobre el Arca, que es como decir sobre Cristo, quien si cumplió plenamente la voluntad de Dios y la permitió a esta el cumplimiento de amor a favor del hombre (el Arca contenía las tablas de la ley); luego, sobre el propiciatorio, se encontraba la sangre de la víctima que el sacerdote había llevado allí el gran día de la expiación (Levítico 16:14-15). Los querubines no tenían una espada, como en Edén, sino, al contrario, alas para proteger, y sus rostros uno enfrente del otro – estaban vueltos hacia el propiciatorio, es decir, ¡miraban la sangre!.
El conjunto – el Arca, el Propiciatorio y los Querubines – vino a ser así no ya trono de Dios en juicio, sino el de la gracia. Todo nos habla de Cristo y de su obra; vemos en ello, de una manera sorprendente y profunda, cómo Él respondió plenamente a la justicia y al amor de Dios (Salmo 85:10), el trono de la gracia esta fundado sobre la obediencia de Cristo hasta la muerte.
El propiciatorio era el lugar de encuentro de Dios con el hombre den un doble sentido:
- Aarón, el sacerdote, representando al pueblo ante Dios, acudía con la sangre.
- Moisés, el enviado de Dios, el apóstol, recibía allí los mensajes de Dios para el pueblo (Exodo 25:22).
El Señor Jesús, en Hebreos 3:1, reúne el doble carácter de Moisés y de Aarón cuando . . es llamado el "apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión".
8. Contenido del Arca (Hebreos 9:4)
Las primeras tablas habían sido quebradas ente la idolatría del pueblo (Exodo 32:19). Las segundas tablas nos son presentadas en Deutoronomio 10:3-5 como no hechas hasta después de la construcción del Arca y colocadas allí en cuanto a Moisés descendió del monte: solo Cristo podía cumplir la ley de Dios (Salmo 40:8); solo a causa de Él, figurado por el pueblo.
- Las Tablas de la Ley
- La Vasija de Oro (Exodo 16:32-34)
Esta vasija de oro que contenía el maná nos presenta dos pensamientos:
- La fidelidad de Dios, quien durante cuarenta años había alimentado a su pueblo a través del desierto; convenía tenerlo presente: "te acordaras de todo el camino" (Deuteronomio 8:2).
- Ella es un memorial de Cristo descendido del cielo, pan de vida, alimento de su pueblo en el desierto (Juan 6:31-38, 58).
Cabe señalar al respecto que los israelitas recogían cada día un omer de maná; tal es nuestra parte: alimentarnos de Cristo cada día. Pero el último versículo de Exodo 16 nos dice que "un gomer (u omer) es la décima parte de un efa", vale decir que lo poco que podemos captar de Cristo aquí abajo no es más que una débil parte de la plena medida que tendremos en la gloria.
- La Vara de Aarón (Números 17)
Esta Vara, que, había brotado, producido flores y almendras, nos habla de la gracia y de la resurrección. Así, todo lo que el Arca nos enseña acerca de la Persona de Cristo es completado por su contenido: su obediencia perfecta, su humillación como descendido del cielo, su gracia y su resurrección.
Notas de Estudio del curso de discipulado en el area musical
Autor:
Juan Anca Hurtado