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Entre la realidad y el Mal de Ojo

Enviado por velazco69


    Hace unos cuantos años atrás, cuando apenas tendría unos seís años de edad fui de paseo a El Bucaral. Era un caserío pequeño de escasas contadas casas. Tenía dos entradas; una quedaba cerca de que Nanda, un pequeño restaurant con sabor pueblerino, en el propio pueblo de Cabure. Pero esta entrada yo le tenía terror, porque era muy oscura, silenciosa, solitaria y tenebrosa. La sombra caracterizaba el lugar, las ceibas espinosas no permitían la entrada de los rayos del sol, al lado izquierdo se podían observar las lápidas verde ceniciento del cementerio viejo y un minúsculo riachuelo empapaba el camino de piedras que había sido construído por los esclavos en la época de la colonia.

    La otra entrada estaba ubicada a pocos minutos de donde yo vivía, era un caminito que no tenía más de un paso de ancho y fue el que escogimos para realizar el viaje por la cercanía con la casa nuestra.

    Un lote de viviendas, en donde vivía la maestra Elita, y mí madrina Carmen; quedaban de espaldas a la montaña en donde el pequeño camino color ocre y polvoriento estaba inclinado como quien desea robarle un beso a la luna, sus orillas estaban decoradas por una hierba de baja longitud que mí abuela Julla denominaba "chacu-chacu".

    Serían las diéz u once de la mañana cuando decidimos emprender nuestro viaje. La altura de la primera colina hacía estragos en nuestros cuerpos, mi frente era un manantial de sudor salado, que se deslizaba por mí cara algo mugriento por el polvo, habían muchos excrementos de asno, algunos aún frescos y otros ya casi convertidos en ceniza amarillenta.

    Yo vestía un suéter color crema, estampado con algunas figuras raras, me lo había confeccionado Alida, la tía que me consentía algunas veces cuando yo cometía alguna falta. Llevaba un short verde oscuro con unas mísceras rayas vino tinto, que tenía una hebilla metálica con dos pistolas cinceladas. Esa ropa la había estrenado un día santo, en una de las procesiones de semana santa.

    Julla iba delante de mí, indicando la vía. Le deciamos Majulla por cariño, una señora estricta, de caracter fuerte, intenso y de poco sentido de humor. Ella se encargaba de cuidarnos y enviarnos a la escuela mientras mí mamá estaba trabajando.

    Seguimos ascendiendo y nos topamos con El Rey del Barro, un señor bajito, callado y de tez morena, fue bautizado con ese nombre por Seferino, en alusión al trabajo que desempeñaba. El iba escuchando un radio de color rojo, logré darme cuenta que era similar al que tenía mi abuela en casa, donde ella escuchaba novelas y el noticiero de la estación Noti-Rumbo.

    EL Rey del Barro no nos saludó, venía descendiendo de El Bucaral, con la mirada fija en el camino y con su radio "Riviera" cerro abajo.

    En la cima del primer ascenso había una curva cerrrada a mano izquierda y en la parte baja se dejaba ver una pequeña casa de bahareque y techo de zinc, donde vivían una señoras que mi familia llamaba "las negritas", eran de piel morena y la casa parecía una guardería, motivado a la gran cantidad de niños que pude observar.

    Yo me divertía agarrando pequeñas piedras que habían sido apartadas del centro del camino por el frecuente andar de los moradores del lugar, estas las iba lanzando a mi alrededor mientras caminaba. Mi abuela volvió la cabeza y con cara de muy pocos amigos, me dijo;

    • Tenga juicio! Cuidado le pega una pedrada a alguien.

    Yo no le contesté una palabra, pero inmediátamente después, dejé caer sigilósamente al piso el puñado de piedras que llevaba en mi mano.

    Desde mucho antes de mi nacimiento había estado escuchando historietas preñadas de fantasía y ciencia ficción, muchas de ellas crecieron y se reprodujeron en los pueblos a raíz de la inocencia e ignorancia de sus habitantes. En su gran mayoría estas historias tenían un perfíl religioso orientado a lo mágico y a lo paranormal. Pero esta situación no fue corregida por los "conocedores" de la materia. Ellos pudieron guiarnos por el camino de la verdad y alejarnos de esas creencias wiccanas, todos aquellos domingos donde el factor común en la misa, después del repique de campanas, era la crítica y el chismorreo, acentuado en su máxima expresión por las señoras de cartera y colorete que aparentaban ser las más religiosas del pueblo, por lavarle la sotana al cura, por aportar una buena contribución y por su condición social.

    Yo había escuchado mucho acerca del mal de ojo y por supuesto que no estaba exento del miedo y la angustia que esto repercutía en todos los lugareños. De acuerdo a los comentarios que había logrado escuchar, esta enfermedad, mal, hechizo, que se yo!, no tenía cura desde el punto de vista médico. Decían que los doctores no le encontraban nada en los exámenes al enfermo y por lo general este presentaba un cuadro clínico de altas fiebres, vómitos y algunos hasta diarrea. El afectado era enviado urgente a que un brujo o curandero, este rezaba cuatro tonterías y encomendaba su ritual a un santo llamado Jorge y por lo general le daba algo a tomar al enfermo. De esta forma si el enfermo sobrevivía a la infección que seguramente poseía, daba como resultado una mayor creencia en lo paranormal. Si el enfermo no tenía un poco de suerte y moría, el curandero se cubría diciendo,

    • Me lo trajeron muy tarde y era un mal de ojo de los más bravos.

    Historias de este tipo deambulaban por las calles, caminos y atajos de los pueblos, solo eran bisutería verbal. Viendolas desde otro punto de vista representaban el folclor de los pueblos, heredado de nuestros ancestros, posterior a la colonización.

    Pero no todo era tan malo, habían herramientas para defendernos de esa simpleza, una de ellas era colocarle a los bebés un brazalete hecho con varias cositas raras; semillas de una planta conocida como peonía y otra llamada, lágrimas de San Pedro, además, no podía faltar la manito en forma de puño de piedra de azabache, entre otras cosas.

    Los indios Guajiros tenían tremendo negocio, vendían plástico negro y pregonaban que era piedra, inclusive calgaban en sus maletines, una manito rota, con una fisura en el centro. Ellos indicaban que la misma había pertenecido a un niño, y que la piedra se había roto antes de que el mal le hiciera daño.

    Los conquistadores se aprovecharon de nuestros indios cambiandoles espejitos o cualquier otra estupidéz por oro o piedras preciosas, a nosotros o a nuestros padres les tocó pagar dinero por bagatela incrustada en un hilo, a fin de no morir a consecuencia del influjo maléfico que podía ejercer una persona sobre otra, mirándola de cierta manera, mejor conocido en el argot popular como mal de ojo.

    Una vez yo escuché que la persona que cometía ese mal, solo lo realizaba si a ella le gustaba la persona a quién se iba a afectar, o algo en particular de esa persona. Otra cosa, era común que dijeran que si un niño era muy bonito debía protegerse porque alguien con facultades para ejecutar tal mal, podía interesarse en la criatura. Esas frases quedaron impresas en un rincón de mí mente.

    En El Bucaral vivía una señora que de acuerdo a las malas lenguas, ella podía hacer ese maleficio.

    Ese día mí abuela y yo, pasamos por el frente de su casa, yo estiré el cuello tratando de observar algo raro dentro de la misma, pero mis intentos fueron inútiles, solo se veía humo procedente de un fogón de leña, que salía por una abertura hecha en la parte alta de la pared de la cocina. Era imposible caminar y al mismo instante determinar si había algo extraño dentro de aquella misteriosa casa, esto aunado a que debía hacerlo sin que mí abuela se diera cuenta, y a su vez, yo iba lleno de cobardía.

    Seguimos caminando y pasamos por la casa del señor Juán Culón, luego con cierta cautela pasamos por el frente de la casa de una señora que decían que era loca. Por fin! a unos pocos pasos después, podíamos ver la casa de la señora Mercedes; donde ibamos a comprar algunas frutas, verduras y legumbres.

    Ahora si se consideraba que estabamos en la montaña, el canto de los pájaros se dejaba escuchar de todas direcciones, muchos sonidos de animales que no supe identificar en ese momento andaban jugueteando a lo lejos entre los gigantescos árboles y se notaba la diferencia que el aire era más acogedor y puro.

    Los pueblos montaña arriba tienen el privilegio de tocar las nubes y por eso se pueden conseguir frutas frescas, enormes, con olor puro, carente de pesticida y con el color natural que se ha extraviado con el comercio a gran escala.

    A lo lejos, el valle lucía engalanado por los cañaverales, que proveían de materia prima al trapiche de El Bucaral, una pequeña industria en pleno corazón del bosque.

    En casa de la señora Mercedes tenían muchas plantas de naranjas, aguacates y bananas. Observé algunos contenedores que llamaban "pipas" llenos de frijoles y otros con maíz. En el piso de tierra mantenían verduras como yucas, ñames y ocumos. En una cesta grande hecha de bejucos tenían mangos y al fondo en una mesa donde estaba un molino de moler maíz, un recipiente casi lleno de tomates tipo cereza, que aún permanecían húmedos por el rocío mañanero.

    Julla estubo platicando con la señora Mercedes por largo rato, hablaban de cosechas y de algunos problemas ya solventados, ellas eran buenas amigas y por eso mí abuela de vez en cuando la visitaba, a pesar de lo lejos que vivía. Escuché cuando Julla dijo que había pensado ir a casa de la señora Celsa Castillo, casa ubicada en la parte alta del caserio, pero ella se arrepintió porque eran como las tres de la tarde y debíamos regrezar a casa antes de que oscureciera. En ese momento entró Rao, el hijo de la señora Mercedes. Era un joven de mediana estatura, usaba un sombrero de paja, caminaba velózmente y hablaba con voz alta, tanto que parecía que gritaba cuando decía algo. El trajo algunas cosas que mí abuela había solicitado y otras que la señora le iba a regalar.

    Tomamos las bolsas y nos despedimos. El esposo de la señora Mercedes me dió unos trocitos de caña, que él mismo había pelado y que había cortado por la mitad para que yo me los fuera comiendo por el camino. Cuando el señor me los entregó, mí abuela me dijo

    • Como se dice

    A lo que yo respondí, enseguida.

    • Dios se lo pague

    Ellos salieron a despedirnos a la cerca, hecha de estacas y alambre de púa. No obstante, al rato de habernos ido, ellos permanecían parados en el mismo lugar, yo miré varias veces para atrás y todavía retirádamente se podía ver el vestido morado claro de la señora Mercedes que se movía al compás del viento y al señor con pantalón azul y guayabera blanca.

    El camino iba quedando atrás, nos estaba rindiendo el tiempo porque veniamos bajando, aunque las bolsas eran algo pesadas. El jugo que le extraía a la de caña de azucar, me hizo olvidar que un tramo de la ruta estaba marcado para mí, con un cartél imaginario que denotaba, que había un peligro eminente, sinónimo de residencia del mal, de hechicería, de sortilegio.

    La bolsa que llevaba en mí espalda, ahora la sentía más pesada, mi vista iba clavada en la vía, mientras mantenía el paso. De pronto cuando voltié la cara a la derecha, ella estaba ahí! Mí mente no lo quiso creer, por lo tanto cerré los ojos y enseguida los abrí de nuevo, lleno de miedo y temor.

    Sin darme cuenta había olvidado que iba a pasar por el frente de la casa de la señora que hacía mal de ojo, pero ya era demasiado tarde para pensar que hacer, así que mí subconsiente se encargaría de la situación y actuaría como culebra cascabél.

    Mi rostro cambió de color, un escalofrío recorrió mi cuerpo que repercutió hasta en mi cabello, estoy casi seguro que los interiores que mí mamá me había comprado y que portaba ese día, sufrieron una mancha grande. Estaba prendido de terror motivado a que yo creía todo lo que mí mamá y mí tía me decían, ellas siempre aseveraban que yo era muy bonito. Madre es madre, solo ellas podían afirmar algo de ese calibre.

    Pero el factor belleza en ese instante estaba en mí contra, porque esa señora malvada me podía ejercer un hechizo. Ella estaba de pie, diagonal a su casa, recostada en un viejo horcón de la empalizada. Lo que me separaba de ella eran escasos metros, así que actué de inmediato, evitando darle terreno al enemigo. Levanté la mirada y la observé fijamente, mientras hacía muecas horribles con mi rostro; fruncí la frente, oprimí uno de mis ojos, torcí a un lado el labio de abajo y le enseñé los dientes de mí máxilar superior, a fin de que ella me viera bien feo, no se interesara en mí y por lo tanto, no me echara mal de ojo.

    …///…

     

    Todo eso lo hice en segundos, mientras pasaba por el frente de aquella casa. Mí abuela ni cuenta se dió de lo que había sucedido. La señora no emitió ningún comentario en mí contra, por las muecas que le hice. Pero en mi mente quedó labrada la imagen de aquella mujer de piel blanca, de más de medio siglo de vida, que lucía un vestido rosado estampado, de cabello negro, peinado hacia atrás con una cola de caballo y que mucho tiempo protagonizó mis pesadillas.

    Mucha gente en esa época fue acusada de haber hecho algún mal, injustamente. Quizás solo fue coincidencia de su visita o interrelación con la persona antes de que esta presentara síntomas de alguna enfermedad, estas pudieron haber sido extrañas para ciertos médicos, motivado a sus escasos o inexistentes equipos de diagnóstico, así como también, la carestía de especialistas en el campo de la medicina al alcance o a la orden de la población. Donde se vieron más afectadas aquellas zonas lejanas o apartadas de las metrópolis.

    Es importante citar que en paises super desarrolados y con alto índice de población, no protegen a sus bebés de esta clase de actos malignos, y a nadie se le eschucha diciendo que su niño está enfermo o que murió, a consecuencia de un mal de ojo.

    Esta historia sucedió a mediados de los años setenta, en aquellos días los lugareños creyeron cualquier tontería que era divulgada, esas historias fueron repetidas por otros y en su gran mayoría aumentadas o torcidas, de acuerdo a las fantasías de cada individuo que las pregonaba, creando a su vez monstruosos mitos y leyendas, que todavía en nuestros días atemorizan a mucha gente.

    Realmente, el problema es que vivimos rodeados de superticiones y estas hacen mayor eco cuando se tiene alguna adversidad, es habitual que le atribuyan cualquier mal, bien sea físico, psíquico o económico, a cualquier fenómeno sin explicación racional.

    Yo, gracias a Dios sobreviví, no hablo de que sobreviví a un mal de ojo, quiero decir con esto, que no me enfermé y no me tocó ser sanado por ningún brujo o curandero; de lo contrario, no lo estubiese contando, porque lo más seguro es que fuera uno más del lote del inventario en algún cementerio, o viviera con una parálisis parcial o total a causa de los estragos de las altas fiebres, sin medicina. Pero si hubiese adquirido un mal de estos y por obra del espiritu santo me hubiese curado, el que se hubiese llevado los aplausos, hubiese sido el curandero y sus poderes paranormales, por lo tanto, yo estubiese hoy en día, creyendo que el Chupa Cabras existe o en cualquier otra bobería.

    Fin

     

     

    Nota: Escrito en USA en Enero del 2002

     

    Glosario

    Guayabera: Chaquetilla o camisa másculina de tela ligera que se usa por fuera del pantalón.

    Cascabél: Reptíl ofidio escamoso y venenoso.

    Ñame: Tobérculo comestible, parecido a la batata. Verdura

    Ocumo: Tobérculo comestible, Verdura que crece generalmente en partes húmedas, como las orillas de los ríos.

    Colorete: Cosmético, por lo general de color rojo o rosado que se utiliza para dotar de color las mejillas.

    Bejuco: Planta tropical cuyos tallos, largos, delgados, y flexibles se emplean para fabricar tejidos o para jugar a que eres Tarzán en los ríos.

    Chupa cabras: Monstruo creado de la fantasía, es relacionado con el propio Satanás.

     

     

     

    Realizado por: Apolinar José Velazco

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