- El cadáver
- Tristeza y dolor
- El duende de la cascada
- Los duendes y las monedas
- El príncipe amoroso, que partió directo al cielo
En aquel momento, en mi calidad de abogado independiente y previo arreglo económico con los familiares por el ejercicio de la defensa del presunto asesino, opté simplemente por quedarme en silencio, sin formular pregunta alguna a mi defendido, el deponente.
Me encontraba sentando a su lado, viéndole de reojo y escuchándole- ante las preguntas que el efectivo policial le formulaba en presencia del fiscal– responder y confesar el asesinato del cual era autor.
Con signos de haber estado libando, y con algunos cortes, y tatuajes horribles en su cuerpo, solo le pregunté para mis adentros:
¿Qué mierda vas a ganar con decir estoy arrepentido, y que no lo volverás a hacer nunca más?
¿Acaso vas a devolverle la vida al occiso?
¿Cómo vas a desaparecer el dolor de la viuda y el de sus hijos, que desde afuera me miran con rabia e indignación también a mí?
¿Tiene que premiarte el juez por tan grande sentimiento?
A mí, me duele ver a los familiares del agraviado sufrir por tu repudiable acto, en el que te creíste el dueño de la vida ajena y el gran valiente, porque tenías un arma en la mano.
Le disparaste a matar al pobre hombre porque no dejó que le robaran su dinero.
Igual, mi labor es defenderte, para eso estoy formado, pero así trate o intente hacer que te rebajen la segura condena, tendrás que llegar al BÁRATRO, allí, donde van las almas de los criminales.
Todas las pruebas te acorralan, y mi defensa estará centrada únicamente en tu verdad y en impetrar una reducción de tu pena.
¿Tienes antecedentes? -Le preguntó el fiscal– Sí, sí tengo antecedentes por lesiones graves, pero fue en una borrachera -le respondió-
¡Eres todo un angelito!, (pensé nuevamente) pero siempre hay estúpidos que por robar una cantidad de dinero, terminan pagando y haciendo perder a sus familiares cincuenta veces más de lo que fue su botín.
¡Él es muy bueno!, ¡Es tranquilo!, me dijeron sus familiares, creyendo que con esos argumentos haría una buena defensa…
Tu mejor defensa, será que digas la verdad, no solo que confieses cómo lo mataste, sino también:
¿De dónde sacaste el revólver?
¿Quiénes estuvieron contigo?
¿Quién fue el de la idea de asaltar a la víctima?
¡No compliques más tu situación!…
¿Por qué temes ir al penal?, si es allí donde deben ir los que no son hombres humanos, los que no han cultivado su espíritu, los que se resisten a pensar que nadie tiene derecho a quitarle la vida a nadie.
Es encerrado, donde aún gozando de tus demás derechos pagarás en vida tu culpabilidad, lo que viene después no lo conozco, porque nadie conoce la muerte, pero especulo que llegarás a lo que me referí mentalmente, al BÁRATRO, donde quizá será tu verdadero proceso, y a la perfección.
Ya terminó tu declaración, ahora te llevarán al calabozo y luego a la carceleta del Poder Judicial, para que de seguro te envíen al Establecimiento Penal.
Pero antes que venga por ti el agente policial, respóndeme:
¿Sientes algo al saber que les has quitado la vida a un ser humano sin ninguna justificación?
Yo estaba drogado y él se me puso liso -me contestó-
¿Y así has podido estar y dormir tranquilo durante todo este tiempo, antes de tu detención? -le pregunté-
¿Qué voy a hacer abogado?, si ya lo maté, ya no lo puedo revivir- me respondió con la más petrificante frialdad-
La insensibilidad hacia el dolor ajeno me asaltó desde que tuve conocimiento, y también desde que asumí la defensa de muchos casos criminales en ambos extremos, pero mi corazón y sus sentimientos hacia el milagro de la vida humana que tiene que respetarse, no podrán ser quebrantados.
La némesis que te impongan, con sus muchos errores, será tal vez la que te merezcas en este mundo.
Ya dentro del presidio y condenado, viéndote bien alimentado, sonriente, y despreocupado de todo, solo me preguntas:
¿En qué tiempo se puede armar tu beneficio?
¿Y el buen hombre que asesinaste, y los familiares?…
Abogado ¿Puedo hablar con usted? -me pregunta- acercándose a mí un interno desconocido, en el patio, allí, afuera de los pabellones del centro carcelario.
Dime.…
Me han hablado de usted, y quisiera que vea mi caso por favor -me manifiesta-
¿Qué pasó contigo?
¿Por qué estás acá?
A mí me condenaron a diez años por matar a un delincuente que quiso asaltar y cortar a mi hija, lo hice en legítima defensa, todo ocurrió en ese momento ¡Yo soy inocente!, pero mi abogado me sacó mucho dinero y no me defendió bien, me prometió que me absolverían, me estafó, y me abandonó acá, déjeme una tarjeta a fin de coordinar con mi familia, para que pueda asumir mi defensa de inmediato, ya no aguanto más en este lugar…
El cadáver
I PARTE
"Cuando la muerte nos cierra los ojos, algo nos los debe abrir hacia una vida infinita"
Y es que con premura y desapercibida rapidez, la luz y las tinieblas llegan consecuentes e inseparables, y cual agua cristalina que como lágrimas desde lo alto caen, aparece la vida conocida.
En unos se recibe con regocijo, y en otros con tristeza.
Respira en la materia, lloriquea, se levanta…, y entre innumerables sucesos continúa su camino, pero en todos se tropieza, sufre, y cae…, y llega el día en que el agobio y la pena abren paso a la oscuridad que apaga la interina felicidad.
De pronto, gritos desesperados laceran el alma humana y saturan la desgracia, y entre pesares y cavilaciones, se recibe a la muerte.
El torrente, que enrojecía la vida, se detiene en la más frígida tristeza, abriendo paso a la rigidez que atemorizante se presenta con su amoratada palidez.
Es la inefable disipación de la aparente alegría.
La mirada se petrifica inaudita frente a la figura inerte de lo que ya no tiene movimiento, de lo que parece dormir y que ya no despertará…, es la no reacción a nada.
La sonrisa, las palabras y el milagro de vivir se derrumban en detrimento del sol que se apaga y de la luna que desaparece en nuestro corazón.
Con el cadáver, todos los sinceros sufren a su manera.
Unos exaltados y confundidos, pero con el perdón de la infinitud, levantan su voz de protesta ofendiendo al cielo por el inefable arrebato, otros más serenos y tiernos, oran con su interior lanzando hermosas palabras a la eternidad, para que con misericordia reciba al que abandonó este mundo.
Encerrado en una caja mortuoria, se hace presente la guarida terrible de nuestro penúltimo refugio. El olor, el color de la inexistencia, y el rostro de la sustancia muerta bajo el tétrico vidrio del óbito, impacta en algunos aún vivos.
Rodeando el catafalco, bellas flores que dejan de ser, pasan a formar parte del ambiente mortuorio, y el fin del portento nos sumerge en nuestro sino.
Ante el cadáver y a su alrededor, sólo queda visible la vida finita.
Más allá…, y distanciados del festín doloroso de la muerte, algunos observan lejana la tragedia sin pensar que a todos golpea y que esta no se desenlaza de nadie.
Los rostros lastimosos, los diálogos consolables de una muerte que aún no conocemos, y los recuerdos casi sólo benevolentes del que ya no existe más, son parte del nefasto momento.
EL CADÁVER- II PARTE
…Ante el cadáver, el brillo material que en el inconsciente perennizamos, se nos deslumbra y apaga para siempre, pues el cadáver, consecuencia del mortal asalto de la sombra invisible que inexorable nos acompaña desde el nacimiento y nos destruye sin compasión, enciende la llama del sufrimiento.
Eh allí que los pensamientos, ante la presencia del frío cuerpo, nos refrescan la nimiedad y la cristalidad del exterior humano, de lo material, de lo que no se puede llevar la energía eterna.
Alrededor de la cita mortal, pasamos a formar parte de la parafernalia de un final aún ajeno.
Cerrado el aposento de la muerte, y haciéndose más pesado con el cuerpo ya sin vida, es llevado por algunos creyentes, hacía su aparente purificación espiritual, que es el rito religioso.
Vuelven el dolor, los recuerdos, y el profundo pensar, ¡ya no hay vida, ya no hay sueño, ya no hay nada!, ¿qué somos?, solo hay materia desligada de la perfección y del portento divino.
Terminada la cita religiosa, y tapado nuevamente en el funesto cajón, se levanta en hombros y es llevado lentamente hacia su última morada.
Dentro de la oscuridad, solo queda el cadáver, y por fuera, la marcha fúnebre, por dentro, el rostro frígido, rendido y avasallado del que ya no tiene vida conocida. Ya con el cadáver ante el último recinto, corren las lágrimas, las alocuciones, las remebranzas, la incredulidad y los rezos, luego el encierro o el entierro.
La tristeza invade in crecendo, y solo queda bajo el cielo, el triste episodio de la vida y de la muerte.
MIGUEL OCAÑA RAMÍREZ- (Abogado- Estudios de Maestría en Ciencias Penales y Criminología de la UNT)
Tristeza y dolor
AUTOR: CÉSAR MIGUEL OCAÑA RAMÍREZ.
RESUMEN DE LA OBRA: PUBLICADO EN LA REVISTA "VISTAZO" FEBRERO DEL 2010 DE PIURA.
Todos nosotros sin excepción, debemos tomar consciencia de la debilidad de la vida, de la oportunidad que tenemos aun, de las enfermedades inesperadas, del sufrimiento de quien las padece y principalmente, de la indefectible venida de la muerte. Incluida, la clase de gente que nos rodea. Es por ello que comparto con ustedes, este relato vivido, sencillo y real.
Si el alma de un ser humano, se manifiesta con grandeza dentro del cuerpo ¿Con cuánta más esplendidez, se manifestará cuando esté fuera de el?
La enfermedad, el dolor y la muerte, nos devuelven a una realidad: La inhumanidad de muchos seres humanos, y el conocimiento tardío de la fragilidad y cristalidad de la vida, siempre, hay que estar preparados espiritualmente, pues con seguridad, un viaje insoslayable tendremos que realizar, y no sabemos cuando.
Aquella oscura mañana del dieciocho de julio del año 2009, nuevamente la angustia hizo sentirme extraño, mi mente y mi corazón se agitaban otra vez, y el aterrador miedo, que a la fecha aun pretende acecharme sin piedad, quemaba nuevamente mi voluntad.
En la víspera, había tenido un sueño que relaté. Sí…Donde mi padre llegaba a un espacio en la que su madre y su querido hermano premuertos, lo recibían con alegría, tal vez ese tramo onírico, me anunciaba un triste desenlace, que acabaría con la dolorosa batalla, que mi progenitor estaba librando, y que sería la continuación de un agobio estentóreo.
Una rara percepción, me presionaba internamente aquella mañana, como nunca, me llamaba a ir hacia él. Deseaba verlo y besarlo, y esperar como siempre, confiado en su impresionante fortaleza emocional, que todo acabara de una vez, y que volviera a casa. Era bueno alejarlo de aquellos asesinos de la salud; hipócritas tan sólo como ellos mismos.
A punto de llegar a su lecho hospitalario- (donde el cuidado de la salud, en su mayoría, es un infierno plagado de perversos, y donde el dolor, el maltrato y la incomodidad, se aúnan a la enfermedad y al sufrimiento del paciente y de su familia)- una llamada en el tránsito, me comunicaba que mi padre había sido llevado de emergencia, a otro vapuleante sitial médico de ciertos inhumanos, alucinados dueños de la vida y de la salud de los enfermos, de aquellos que no piensan, que la enfermedad, el pesar, la agonía y la muerte, son exclusividad pura, de todos nosotros los seres humanos.
Dios mío; mi mente ya volaba alucinando los oscuros ríos de la implacable muerte ¡No!…. Mi padre no nos puede dejar.
Cuando llega la noche, la luna y las estrellas, a pesar de su brillantez; pasan a formar parte de la oscuridad.
A mi padre, amante de la vida como todos, hacía un tiempo atrás, lo habían herido las voraces palabras de una lengua infestada e impregnada de ignorancia y bazofia humana, cuando un perverso y desgraciado medicucho, pretendió tumbar emocionalmente al hombre que me aconsejaba, que debemos controlar la mente.
Ante esto, no caería fácilmente al abismo de la angustia. ¡No!…., era sorprendente su forma de enfrentarla, de mirarla cara a cara, y de hacerle bajar el rostro. Dios estaba con él, y con sus ganas de vivir. Jamás le oí hablar del fin de su vida y menos de pesimismo, a pesar de conocer la gravedad de su enfermedad, era extraordinario su pensamiento y su optimismo.
Ya en aquel lugar, donde empezaría un nuevo sufrimiento y dolor, bajo la tristeza amalgamada, de una nublada y semisoleada entrada de la tarde, uno de mis fraternos, y quien fue el que todo el tiempo estuvo a su lado cuidándolo, nervioso y con ojos llorosos, me manifestó: Que nuestro padre estaba grave, que se había puesto mal.
Quebranto, pesar y dolor invadieron mi corazón. Aquel día que no imaginé vivir, entrando al funesto ambiente de emergencia del hospital "Cayetano Heredia", había lanzado mi mirada, atraída a un tercer cuartucho, allí estaba él, con sus ojos abiertos, perdidos en un desconocido infinito, de su boca también abierta, pendían unos terribles tubos ensangrentados.
Que inhumanidad Dios santo ¿Por qué el milagro divino de la vida, tiene que ser doblegado de esa manera? Allí estaba el cuerpo de mi padre, aun solo, echado en una maldita camilla.
Alguien acercándose a mi, me manifestó con tranquilidad ¡El señor ha fallecido! fueron las palabras más dolorosas y ensordecedoras de mi vida, y que confirmaban así, lo que mi petrificada vista, mi mente, y mi corazón herido por aquel triste panorama, habían imaginado.
No puede ser………Esto no puede ser.
Hay estrellas que brillan con más luminosidad que otras, en la oscuridad de un cielo, que cuando llega la noche, deja su bello color celestial, y que sólo basta buscarlas con la mirada, para saber que allí continúan, y que aún rodeadas de tinieblas, nunca se apagarán.
Mi padre, mi maestro, mi compañero de trabajo, aquel hombre que con su simple presencia inspiraba respeto, intelecto y atracción, aquella persona que desconocía el odio y la venganza, y que en demasía nos llenó de orgullo, aquel que nos colmaba de alegría y sonrisas…..Estaba muerto…Se había ido para siempre.
Sin creer lo que veía, pues el escepticismo me había envuelto; me acerqué a su cuerpo, besé su frente y su vientre. Dirigiendo mi mano a sus ojos, opté por cerrárselos, para que su rostro tomara una apariencia reposante y durmiente.
La enfermedad, la tristeza, el dolor y la inevitable muerte, nos habían vencido nuevamente, con la complicidad de algunos tipejos involucionantes, encubiertos de vestido médico.
Así se apagaba una estrella que brillaba sin cesar. ¡Como duele terminar así! Ya no había vida.
Mi padre ya no estaba en su cuerpo.
Tres días antes, en su lecho de sumo tedio, por la extensión de su última permanencia en el hospital "Jorge Reátegui", nos había anunciado el día de su muerte, con una valiente y sonriente exclamación poética: "El sábado ¡Arde Troya! nos dijo; quizá, sólo él sabía su contenido final, pero así fue. El día sábado moriría, a la una y cinco de la tarde.
El amor hacia él y a su confiada recuperación, jamás nos permitió pensar, que lo peor llegaría el día predicho, sería su partida para siempre de este mundo.
Dios…Como se va sentir mi madre cuando lo sepa y lo vea muerto.
Alguna vez, nos contaba, que de niño fue tan grande su pena, cuando abatió inocentemente un bellísimo pajarito azul, uno así, nos decía con relativa tristeza; no volvió a ver jamás en su vida. Siempre nos lo repetía en uno de sus interesantísimos diálogos.
Abrazado con el llanto de mi madre, con su inmenso dolor, y con el de mis hermanos, su cuerpo muerto al que veíamos incrédulos, fue envuelto totalmente con un plástico negro, por dos hombres de bata blanca.
Que impresión. Dios mío…… Así fue trasladado a la inhumana morgue del hospital, no sé para qué diablos se lo llevaban a aquel inmundo ambiente. Allí a su costado, yacía el cuerpo inerte de un niño de tan sólo una década de vida, tapado también con una bolsa negra, y pegado en ella, un papel que indicaba su nombre, su edad y la causa de su muerte. Dos jovencitos lloraban el cadáver, solos y desconsolados….. ¡Que desgracia!
Ya en presencia de nuestros demás familiares, destrozados por la noticia. Fue descubierto sólo su rostro, para la vista de quienes allí estábamos. No… esto no puede ser. Otra muerte más, no……. Ya un buen hombre, cinco meses antes, también de nuestra familia, y estupendo hermano de mi padre, había emprendido su travesía, cuanto dolor venía mi padre acumulando en el alma. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué la muerte se ensañó así con lo mejor?
Con el cuerpo sin vida de mi padre, dos demonios de endurecida fase, vestidos de mugriento blanco, pero con dinero en mano, lo ingresaron a un asqueroso cuartucho de la muerte, colocándolo en una tétrica mesa de metal, para lavarlo y expulsarle aquel maldito líquido que se acumulaba en su vientre. Los servidores de la muerte, pidieron quedarse a solas con el cadáver, allí, actuarían como lo que son: Bestias desalmadas e insensibles.
Su cristiano cuerpo, fue maltratado por estos miserables, no usaron el instrumental médico necesario para la circunstancia. Su abdomen, había sido agujereado con punta de tijeras, como luego nos haría conocer ya en el ataúd, aquel nuevo encargado de su extracción. Fuimos testigos de las marcas, que sólo manos diabólicas e infernales pueden dejar en el cuerpo de un ser humano…Que Dios tenga piedad y les perdone.
Recuerdo las sabias palabras del salmista bíblico; que con temor, alzando su mirada a los límpidos cielos nocturnos, se preguntaba: "Señor, cuando veo tus cielos, las obras de tus dedos, la luna y las estrellas, que tu haz preparado ¿Qué es el hombre mortal para que lo tengas presente, y el hijo del hombre terrestre para que cuides de él?"
En la puerta de salida de emergencia del hospital, los empleados de las funerarias, como canes moribundos de hambre, se me ofrecían con sus tarjetas mortuorias, como la de mejor calidad y atención…Uno de los corruptos varones de la muerte, me llevó hacia ellos. Que nefasta que es la vida en esos momentos.
Tuve que encargarme de los trámites en la funeraria y demás diligencias, ayudado en todo momento de un hombre bueno, y que siempre estuvo a nuestro lado.
Una vez en su cobija de madera encapsulada, de color caramelo, habiendo sido limpiado, vestido y arreglado para la ocasión, tendía el cadáver de mi padre, entumecido, endurecido y enfriado, su rostro se veía rejuvenecido y apartado del dolor, no era fácil encontrar arrugas en él, jamás en vida las tuvo. Pero…¡YA ESTABA MUERTO!
Dios……Como se parte el corazón, ver así a un padre, sin que pueda abrir nunca más los ojos, y sin contestar a lo que le preguntas, sólo nos quedaba llorar y rezar, y pedirle a Dios que lo acoja en su cielo.
Cada momento que me acercaba a verlo, mi corazón y mis ojos se bañaban en lágrimas, preguntándome ¿Por qué Dios mío? Si todavía no era el momento, habíamos aceptado su enfermedad, pero ¿Por qué tuvo que irse tan rápido?
Cuanto quebranto y pesar me invaden al recordar todo lo sucedido aquel día, ver sin vida el cuerpo de mi padre. Pero, no teníamos otra alternativa, que refugiar la pena del corazón, pensando en que él, estaría viéndonos, sin poder verlo ya jamás en esta vida.
Dios no ha creado el cuerpo material para mantenerse sólo, sus manos divinas están dentro de él, en el interior de nuestro corazón, y cuando se levantan y se alejan, el cuerpo ya no puede sostenerse sin ellas.
Cuando era destapado el cajón, viéndole fijamente, me acercaba a besarle su frente y sus mejillas.
Que duro nos golpeó la vida aquel año, la enfermedad y la muerte fueron el común denominador en la familia, partieron dos buenas personas, de seguro partiremos todos, sólo Dios sabe cuándo, cómo, y en qué orden.
Hay quienes transforman en buenas personas a los que dejan de existir físicamente. Pero en vida, no hubo alguien que pudiera haber dicho lo contrario. Cuanto daría por volver a abrazarlos y besarlos ¡Que lindo sería regresar el tiempo! Pero el tiempo no existe, y no transcurre, sólo pasa nuestro cuerpo y nuestra vida terrenal, así nos vamos acabando.
Si la finita obra material de Dios es hermosa, el cielo debe serlo también. El cielo es la perfección, allí no existe tiempo ni espacio, todo debe ser felicidad y felicidad…
Como me dolía verlo expuesto bajo el vidrio del ataúd. Ya nada sería igual. Quería estar a su lado, acompañándolo y amándolo donde él estuviera.
Un verde jardín de coronas florales, había a su alrededor. Pero nada aliviaba nuestra pena, de hacernos a la idea de no volver a verle jamás.
Canciones, discursos, reconocimientos, y bellos homenajes póstumos, que ya no tenían un destinatario con cuerpo vivo, adornaban su partida.
Después de más de seis meses de su elevación, aun se siente el vacío.
Muchas veces mirando el cielo atardecido y la noche venidera de un cielo silencioso, me vence la pena, y son mis lágrimas internas en compañía solo de mi tristeza, las que me comunican con su bello recuerdo.
Sé que no volveré a escuchar su melodiosa voz, cuando lleno de salud, le veía imponente, elegante e inteligente. Cuanto daría por abrazarlo, besarlo y decirle que lo amaba y que era mi gran ejemplo.
Cuan lindo es tener a un padre y verle envejecer, alegre y sano, apartado de la maldad y de la inoperancia médica.
Nunca pensé que el viento soplaría, y soplaría con tanta bravura secando y tumbando incesante, las hojas más bellas y más altas de la copa de nuestro árbol contemporáneo, y cuyas cortezas se van cayendo en diferente sentido.
Desde aquel día que mi padre se fue, todo ha cambiado, nuestra vida no es la misma sin su presencia. Sé que el avance de nuestra vida, nos hará acostumbrar a su ausencia, a la espera del reencuentro eterno, cuando abandonemos nuestra prisión corporal.
Cuando abro mis ojos al amanecer y al atardecer, luego de un sueño profundo, y al cerrarlos llegada la noche, me imagino que allí está junto a nosotros, lleno de vida y de fortaleza, pero no puedo evitar la realidad y la congoja de no tenerle más.
Dónde estará? Me pregunto:
¿Es que acaso duerme inconsciente un largo sueño?
¿O tal vez, vuela ascendente como un rayo luminoso e invisible para la percepción humana, hacia donde todo es silencio, paz y belleza?
Perdóname Dios santo y ten piedad de mi, si este tu siervo, escudriña contrariando la verdad y el sentido de tu creación.
Llegada la noche, cuando algunas estrellas junto a la luna, logran abrirse paso en la oscuridad del infinito, no puedo imaginarme donde estará, sólo en mi interior trato de sentirlo y verlo como aquella estrella brillante que nunca se apagará, y que algún día la alcanzaré, para ver el mundo como él ahora lo ve….. Desde lo alto.
Donde quiera que estén.
Dios padre santísimo, suplico ante tu grandeza divina, los acerques a tus perfectos e infinitos brazos de amor y misericordia, acompañados eternamente de nuestro adorado Señor Jesucristo, tu hijo verdadero.
Piura, enero del 2010.
El duende de la cascada
MIGUEL OCAÑA RAMÍREZ
¡Siempre escucho que hablan del duende!, ¿Cómo es el duende?, ¡Quiero conocer al duende Papá!
Aquellas frases impetrantes, fueron la insistente petición del pequeño niño, hijo de uno de los hombres más ricos de Canchaque, y ¿Por qué no decirlo, de la vieja Piura?
El joven padre del pequeño gran primogénito, era propietario del único alambique, en el cual se destilaba el aguardiente y la primera, bebidas alcohólicas que se extraen de la caña de azúcar.
¡Le diré a los peones que mañana mismo te lleven a ver al duende!- fue la respuesta del padre a su pequeño retoño.
Varios peones y jornaleros estaban bajo su mando.
Al llamado de Don Néstor, el joven dueño de la destiladora, uno de sus trabajadores se le acercó.
¡Mande usted Señor!
Quiero que mañana, cuando caiga el atardecer, lleven a mi hijo a la cascada donde aparece el duende, me ha dicho que quiere verlo.
¡Se hará como usted mande Señor!…
Entre las bellas luciérnagas de la oscuridad de la noche, el croar de las ranas y el criquear de los grillos, llegó al día siguiente, la tarde que se acababa…
Los peones, debían emprender acompañados del pequeño niño, el largo camino para llegar a la cascada en donde se veía al duende.
En medio de la frialdad del clima, de las quebradas, de las afiladeras y de las montañas, y a punto de caer la noche, llegaron al destino en el que debería estar el duende, para que el hijo del amo lo viera.
Ya parados con el niño adelante, frente a ellos estaba la bella cascada.
¡Mire niño!, ¡Mire!- Le dijo uno de los jornaleros ¡Allá en la cascada!, ¡Allá está el duende¡, ¡Mírelo niño!, ¡Mírelo!…
El niño, curiosísimo por su deseo de ver al espíritu juguetón, y mirando al lugar que se le señalaba, no lograba ver a ningún ser extraño.
¡No veo nada!, ¡No veo ningún duende!
Sin embargo, observó un sensacional espectáculo:
El agua de la cascada, que con fuerza caía colisionando con las piedras de la parte baja que formaban una hermosa quebrada, se detenía por momentos en el aire, a casi un metro de distancia, y se esparcía extraordinariamente hacia los costados, como si su curso natural fuera obstruido por las palmas de unas manos invisibles que jugaban con ella, el agua caía, golpeaba normalmente las piedras y nuevamente se suspendía en el aire para ser esparcida a los extremos.
¡Ese es el duende que está jugando en la cascada! Le dijeron los jornaleros.
En algunas piedras, después de tan bello acontecimiento, cerca a la caída de agua, el pequeño, bajando y acercándose, observó unas raras defecaciones amarillas, muy similares a las yemas de los huevos, que atribuyó a los duendes.
Los duendes y las monedas
MIGUEL OCAÑA RAMÍREZ
¡HIJOS DE P…, CONCHAS DE SU M…!, exclamaba con fuerza y a viva voz el valiente familiar canchaqueño, quien era conocido por no temerle ni al mismo Satán.
¡YA ME TIENEN COJUDO JALÁNDOME LA COLCHA Y TIRÁNDOME COJUDECES TODAS LAS NOCHES…!
Los espíritus juguetones, aquella oscura noche de sueño en el antiguo aposento de barro y tejas a dos aguas del viejo serrano, habían ya colmado su paciencia, allá, en lo alto de la bellísima sierra piurana.
Sobre su cuerpo habían impactado pequeñas piedras acompañadas de silbidos burlones de "seres imaginarios", alterándole su tranquilo y nocturno descansar.
¡CARAJO…, TÍRENME PLATA MIERDAS Y NO ME JODAN…!- gritó desesperado el impávido montañés, entre el vacío negro turbado por la nada y la perturbación espiritual.
De pronto…Y después de una silenciosa, oscura y breve interrupción, cayeron sobre él y por el suelo, monedas de oro, bellas y valiosas como la antigüedad.
Ante su auditivo reconocimiento por el sonar del precioso y rico metal, el robusto hombre, ávido por hacerse de las mismas, una vez encendida la lámpara de keroseno, procedió emocionado a recogerlas.
Al dirigirse a su baúl, donde guardaba su dinero en moneda y para acaparar sus tesoros, grande fue su sorpresa al saber que las metales de oro y plata que le habían arrojado los duendes, eran las que tenía en su vieja bujeta y que le habían sido sustraídas por los trasgos para mofarse de su avaricia…
El príncipe amoroso, que partió directo al cielo
Dedicado a la memoria, de César Díaz Ramírez: Canchaque 20/06/1954 – Trujillo 15/02/2009.
Evangelio según San Mateo: Capítulo 23, versículos 1,11 y 12: Entonces Jesús dirigió al pueblo y a sus discípulos el siguiente discurso: "QUE EL MÁS GRANDE DE USTEDES, SE HAGA SERVIDOR DE LOS DEMÁS. PORQUE EL QUE SE HACE GRANDE SERÁ REBAJADO, Y EL QUE SE HUMILLA, SERÁ ENGRANDECIDO".
En la presente dedicatoria, es mi más humilde deseo, tratar de elaborar a través de su contenido, un sencillo, y muy merecido reconocimiento– aunque tardío a la vez-, a fin de pregonar desde el fondo de mi ser, de mi mente y de mi corazón, las virtudes que conocí, y que coronaron a un ser humano de exclusividad, llamado en vida física: César Díaz Ramírez, "UN HOMBRE QUE NACIÓ PARA QUERER, Y HACERSE QUERER", y que con seguridad, ha tomado el camino que lleva directo al cielo, por el bello ejemplo de amor, humanidad y generosidad que nos dejó.
Richard Bach, en su relato "Juan Salvador Gaviota", imagina sentimental y maravillosamente: "QUE EL CIELO, NO ES UN LUGAR, NI UN TIEMPO. EL CIELO, CONSISTE EN SER PERFECTO".
En los hombres excelentes, sostuvo el pensante José Ingenieros: "LAS PEQUEÑAS VIRTUDES SON USUALES, DE APLICACIÓN FRECUENTE Y COTIDIANA, ESTAS VIRTUDES, SIRVEN PARA DISTINGUIR AL HOMBRE BUENO DEL HOMBRE MALO".
Tomas de Kempis, de manera extraordinaria, nos enseñó y dejó una obra fabulosa: "IMITACIÒN DE CRISTO", para poder aprender la manera, de cómo llegar a él, haciéndonos meditar sobre la muerte, en uno de sus bellos capítulos.
¿Quién fue, César Díaz Ramírez?: "EL HOMBRE, QUE NACIÓ PARA QUERER Y HACERSE QUERER, Y QUE CONVERTIDO EN UN PRÍNCIPE, PARTIÓ DIRECTO AL CIELO.
César Díaz Ramírez, nació un 20-06-1954, en el distrito de Canchaque, provincia de Huancabamba, departamento de Piura, y falleció recientemente el 15-02-2009 en la ciudad de Trujillo, sufriendo valientemente y bregando en silencio hasta su final, todo, por amor y despreocupación para con sus seres queridos.
César Díaz Ramírez, durante el tránsito de su vida en este mundo, y desde que las estrellas más luminosas de la noche, y el sol de la mañana, hicieron brillar su enorme corazón, vivió desprendidamente a favor del servicio y ayuda al prójimo.
Fue un hombre que supo que las virtudes; son aquellas disposiciones constantes del alma, que nos incitan a obrar bien, y evitar el mal.
Su bondad y su generosidad, se reflejaron luminosamente en su brillante sentido del humor, y en su estupenda y atractiva figura humana.
Su benevolente corazón, lo hizo servidor de los demás en la medida de sus posibilidades.
César Díaz Ramírez, hombre joven y bondadoso, no conocía la enemistad. Su gran calidad espiritual se lo impedía.
Supo pedir perdón con amor cuando lo necesitaba, y su deseo de enmienda era admirable. Nunca, a pesar de su elevada bondad, presumió de grandeza benevolente, ni de generosidad; se humilló por amor y servicio al prójimo, para ser engrandecido sin desearlo.
César Díaz Ramírez, has dejado de existir materialmente, impregnándonos en el corazón de tanta gente, tus buenas obras; fuiste, eres y serás, desde que te conocimos con nuestras luces de razón, parte y alegría de nuestra vida. Personalmente me enseñaste a no temer a las enfermedades, menos a la muerte, con tu actuar me enseñaste a servir a los demás.
Tuve la dicha de conocerte, quererte, amarte y emocionarme cuando se anunciaba tu presencia. Todos sabíamos que alegrabas las almas, incluso hasta las más enfermas.
Fui una pequeña parte de tu enorme generosidad, pues me ayudaste a estar donde puedo, y tengo que estar.
Tuviste fortaleza espiritual y material y en todos tus pensamientos y tus obras, desde que te conocí, te portaste como si luego hubieses de morir.
Todo lo bueno hiciste mientras pudiste, sólo para alegrar el corazón de la gente. Jamás conocí persona que tuviera queja de ti.
Siempre tuviste presente la hora de la muerte y te preparaste cada día a bien morir.
Viviste cada día aparejado al bien, hiciste el bien silenciosamente a cuantos te lo solicitaron, y de un modo tal, que la muerte no te encontró descuidado.
Mucho bien obraste cuando tuviste salud, y extraordinariamente cuando no la tuviste.
César Díaz Ramírez ¿Quién no se acercó a tu luminoso féretro, mientras de seguro tú, brillante como el sol, repleto ya de la verdadera vida, observabas flotante como las nubes e invisible como el viento, y al lado de seres celestiales, que ante lo que era tu cuerpo material ya inerte, entre lágrimas de sincera y profunda pena, expresaban los que creían verte sólo durmiendo, "QUE TÙ, HABÍAS DEJADO UNA ESCUELA DE AMOR Y QUE TE IBAS COMO UN VERDADERO PRÍNCIPE". Cuan felices se abran sentido tus nuevos acompañantes, al hacerte sentir las lágrimas de dolor de los que aún en vida física te observaban, en lágrimas de amor.
Te previniste con tiempo haciendo buenas obras, sin esperar el auxilio de otros para después de tu muerte. Pues no era necesario pedirle al cielo, que acogiera tu alma, porque vas directo a el. Hoy, mi mente y mi corazón limitados, piensa y siente por lo que fuiste e hiciste, que ya eres parte celestial, y que no volverás jamás a este mundo, cumpliste tu misión, y te fuiste dejándonos en nuestra memoria, tu fortaleza física y emocional, para la eternidad de tus recuerdos.
Oh amado mío, decidiste convivir con la voluntad del cielo, cuando aquí estuviste.
Nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios, te engrandecerá y te llevará junto a él, directo al cielo imaginado por Bach, por haber sido un hombre excelente.
Tomas de kempis, no te podrá decir jamás, que tu memoria pronto se perderá; pues no te olvidaremos. Cuando en este mundo se nos va algo bueno, algo bueno viene también.
Lo que hacía tu mano derecha, decidiste que no lo supiera jamás tu mano izquierda, siempre me lo repetiste. Te fuiste sólo y con la fuerza de un gran hombre.
Agradezco al cielo de Dios, por haberte conocido mi amoroso príncipe, por haberte abrazado y besado, por haberme dado la alegría de verte, vivir a tu lado y escucharte muchas veces. Viviste en la humildad que nunca desechaste, porque la grandeza material no era la razón de tu vida, sino el amor a Dios y a tus semejantes.
A pocas noches de tu partida, cuando tu inesperado deceso físico, me hacía retornar mental y tristemente a tiempos pretéritos, en que a diario te veía, y donde tu hermosa sonrisa reflejaba tu grandeza, desde el amanecer hasta el anochecer. Con el corazón adolorido por tu partida, pero gozoso por sentirte traspasando como un rayo infinito hacia la perfección, se acercó a mi, la pequeña y grandiosa luz de mi vida, abrazándome con gran amor, y mirando ambos hacia arriba, con tristeza me manifestó: "papá, yo me quisiera morir", quebrada mi emoción y mi corazón por tal expresión, y a punto de caer nuevamente en lágrimas, le respondí preguntándole ¿por qué te quieres morir amor mío? Porque quiero ver en el cielo a nuestro príncipe, me respondió. ¡Oh Dios mío!..LÁGRIMAS EN MI CORAZÓN. Yo también quiero verlo, le volví a responder. Algún día lo veremos, y más lindo de lo que era, pero cuando lo hagas tú, le pido al cielo que yo, ya lo haya visto mucho antes.
Mi bello príncipe: César Díaz Ramírez, tu vida fue una obra de bien.
Desde donde estés, vuela, vuela y sigue volando hacia el infinito, directo hasta alcanzar el cielo, sé que está próximo a ti, y que allá no existe la infelicidad, el dolor, y la muerte, sé que todo es paz, eternidad, infinitud, y amor.
Gracias por todo lo que nos diste y nos enseñaste, te amaremos y te recordaremos por siempre, y hasta el fin de nuestros días.
Enviado por:
CEMIOCRA