- Introito
- La destrucción de la esperanza
- La destrucción del otro
- La destrucción del yo
- Salir de la esclavitud y encontrar la soledad
- Epílogo
"Después de Auschwitz ya no habrá poesía". Teodoro Adorno. Es terrible lo que he leído, pero de esto se da cuenta más adelante.
Para Richard Rorty, la filosofía se esconde en la literatura. En ese entramado de personajes y situaciones, de tiempos y espacios, está la reflexión del hombre en torno a su condición de ser vivo, actuante y propicio a la relación con otros, a la adaptación al medio y a la destrucción cuando los acontecimientos lo desbordan. También la literatura es la tabla de salvación cuando la razón ha fracasado. O cuando, como propone Imre Kertész, la ficción es lo único posible ante una realidad destructora y avasallante que desconoce nombres y caras y todo lo reduce a números.
La realidad es eso que está ahí (como decía Ortega), que pasa ahí, y de la que somos espectadores-testigos o actores, ya sea en calidad de victimas o victimarios. La realidad no excluye a nadie, siempre compromete, así sea y la evadamos o tratemos de no verla. Este es el problema de la libertad, que se cifra en admitir o no admitir, en entender o desvirtuar, pero siempre sujetos a eso que acontece y nos incluye. Como dice Baruj Spinoza, el hecho de ser ya nos hace persistentes en seguir siendo lo que somos. Y en esta persistencia nos negamos o admitimos, nos soñamos o realizamos, pero siempre estamos. No se puede huir de la realidad, sólo la podemos mentir para admitirla. Y en este juego de ser de una manera u otra, participamos del acontecimiento y ejercemos la libertad de admitirlo o de negarlo, pero siempre estando en lo que pasa. La vida es una actividad permanente que se detiene con la muerte (así lo creemos), donde el destino no existe porque nosotros hacemos ese destino o al menos nos hacemos propicios a él. Todo lo podemos mentir, menos que estamos vivos. Y es que la vida es esto que pasa y sobre lo que nos movemos, así permanezcamos quietos y a la espera. Y esto es lo que asumimos cuando entramos en la obra de Imre Kertész: que la vida es un movimiento, una posibilidad, una escogencia. Y que entramos en ella ejercitando la libertad de creer o no, decidiendo o no, pero nunca como sujetos pasivos a los que les pasan cosas sin que ellos puedan decir yo no participé de ellas. En los hechos, en los acontecimientos, todos participamos eligiendo lo que nos pasa o que no nos pasa. Y en estos sucesos escogemos lo que será nuestro destino porque nada nos llega de golpe sino por partes, por pasos, permitiéndonos siempre una elección. Es cruel Imre Kertész en este en este sentido: construimos nuestra tragedia eligiendo entre la esperanza y la desesperanza, los sueños y la realidad, la destrucción y la construcción. Y en este ejercicio de la libertad el destino (el azar) desaparece. De aquí que el título de su novela más importante sea Sin destino. Una novela terrible, porque en ella se construye la destrucción y el olvido de la felicidad, que es no ser para no sentir.
La destrucción de la esperanza
Una de las grandes preguntas sobre el Holocausto (término acuñado por Elí Wiesel para designar el exterminio masivo e industrializado de seres humanos) es por qué los judíos se dejaron conducir a las cámaras de gas sin protestar. Por qué nadie se rebeló si sabían que iban a la muerte. Resolver esta pregunta es muy complicado porque implicaría negar el instinto de supervivencia, que es el más fuerte de todos los que tiene el hombre. Nadie acepta la muerte como un destino, a pesar de que sabemos que si lo es. Pero sucedió. Y pasó esto porque los nazis, con su lenguaje ambiguo y con el uso de técnicas psicológicas sofisticadas, siempre mantuvieron viva la esperanza entre sus víctimas. Su crueldad se cifró en dar esperanzas. Los que iban a las cámaras de gas, iban a "un baño". Los que iban a los campos de concentración, marchaban a cumplir un trabajo obligatorio etc. Y en el inicio de Sin destino, Imre Kertész habla de la esperanza. De la despedida que le hacen al padre que va a cumplir con trabajos obligatorios. Nadie lo ve como una futura víctima, sino como alguien que marca para cumplir con una obligación. Por esto le compran una mochila y una navaja, le preparan comida para el viaje y lo despiden como alguien que sale de vacaciones. A la "fiesta" vienen los familiares, los amigos. Sólo un tío tiene una premonición (o un saber que se niega[1]) y dice: "Abajo esa moral, viva la desesperanza", convirtiendo la frase en un chiste.
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