- La gran huida al oeste
- La primera operación de las rutas clandestinas
- Una obsesión increíble
- ¿Todo para la gloria de Dios?
- Un nuevo director para las rutas clandestinas
- Un desprecio asombroso por la verdad
- La participación norteamericana y británica
- La muerte de Ante Pavelic
- Las negaciones despreciables
Con el colapso de la resistencia alemana al final de la segunda guerra mundial, el gran temor de los pueblos que vivían en Europa Oriental era que las tropas soviéticas que se acercaban no los liberarían sino que los esclavizarían. Países enteros formarían parte de los botines de guerra con lo cual Roosevelt recompensaría a Stalin. La libertad desaparecería y los ciudadanos que alguna vez solían viajar libremente de un país a otro se volverían virtualmente prisioneros de los regimenes comunistas detrás de las fronteras cerradas.
La huida del régimen comunista, si había de ocurrir, tenía que efectuarse inmediatamente. Teniendo en cuenta semejante situación, multitudes de refugiados comenzaron a salir en procesión adelante del ejército rojo que avanzaba. Mezclados entre los que huían, y esperando ocultar su identidad en la confusión, estaban decenas de miles de criminales de guerra de Ucrania, Hungría, Rumania, Yugoslavia, Checoslovaquia y Alemania. Lo irónico del asunto es que muchos de ellos recibirían una más rápida y mejor ayuda que los refugiados legítimos, algunos de los cuales ellos habían encarcelado y torturado. Los defensores de Pío XII insisten que su silencio durante la guerra ante el hecho del Holocausto fue dictado por la necesidad de que la Iglesia permaneciera neutral. No obstante, a medida que la guerra llegaba a su fin, el papa estuvo lejos de ser neutral. Le encareció a las fuerzas aliadas que trataran con menos rigor a Mussolini así como a Hitler. Sus países tenían que permanecer fuertes como un espacio amortiguador contra el comunismo soviético. Como es lógico, los aliados hicieron oídos sordos a la sorprendente intervención del papa a favor de los asesinos en masa.
Habiendo fracasado en hacer algo en alguna escala de importancia para rescatar a los judíos, el papa haría un gran esfuerzo para salvar a sus asesinos. La razón fundamental era que los fascistas que habían peleado contra el comunismo debían ser rescatados de la persecución como criminales de guerra a fin de continuar la batalla desde los otros países católicos. A pesar de que no pudo salvar a Hitler ni a Mussolini, el papa hizo que en los campamentos de refugiados se supiera de "que el Vaticano daría refugio a los fugitivos fascistas".
La gran huida al oeste
Es algo casi sobrenatural lo pronto que la noticia llego a la "gente adecuada" mientras el resto la desconocía. Una corriente constante de criminales de guerra nazis comenzó a fluir a través de una ruta de escape clandestina que el Vaticano estableció rápidamente. La red llegaría a conocerse como "The Ratlines" (líneas de las ratas). Los periodistas investigadores, Marx Aarons y John Loftus, habiendo examinado miles de documentos que hasta entonces eran secretos, escriben en su extraordinaria obra: Unholy Trinity: The Vatican, The Nazis and Soviet Intelligence (La impía trinidad: El servicio de inteligencia del Vaticano, los nazis y los soviéticos): bajo la dirección del papa Pío XII, oficiales del Vaticano como el monseñor Giovanni Montini (más tarde papa Pablo VI) supervisaron una de las mas grandes obstrucciones de justicia en la historia moderna…facilitando el escape de decenas de miles de nazis (criminales de guerra) al occidente, donde se suponía que los adiestrarían como "combatientes de la libertad"… (Así como también criminales de guerra) fascistas de Europa Central, de Rusia, de Bielorrusia, y de Ucrania.
La mayoría de los Católicos se hubieran quedado atónitos al enterarse de lo que el Vaticano estaba haciendo secretamente, y más todavía al saber que entre los criminales de guerra que se escapaban había un gran numero de clérigos, desde sacerdotes hasta arzobispos. El Vaticano no sólo sabía de los crímenes que habían cometido, sino que les habían dado la bendición con el conocimiento pleno de los horribles hechos. ¡Que trágico que un esfuerzo similar no se haya comenzado para rescatar a millones de judíos de la maquina de la muerte nazi!
Miles de los ustashi se retiraron con las tropas nazis ante el avance de los rusos y trataron de rendirse a las fuerzas británicas en la frontera austriaca, pero fueron rechazados. Por lo tanto, fue necesario pasar las líneas británicas secretamente, y para hacerlo fueron ayudados por el compatriota de la Ustasha, padre Vilim Cecelja. Como era un teniente coronel en la milicia Ustashi, "hablo con orgullo de su papel principal en organizar a 800 campesinos para pelear junto con los invasores nazis " de Yugoslavia. Había formado parte del séquito de Pavelic cuando éste último había sido bendecido por Pío XII en Roma el 7 de mayo de 1941.
En anticipación de la derrota nazi, Cecejla había ido a Viena en mayo de 1944 "para preparar el extremo austriaco de la red de escape" y para fundar "la sucursal austriaca de la Cruz Roja en Croacia, lo cual le brindaría una cobertura ideal para su trabajo ilegal". En cuanto al mismo Pavelic, el servicio de inteligencia del occidente registra este informe:
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