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La Tierra informe (página 2)

Enviado por Jesús Castro


Partes: 1, 2

Durante mucho tiempo, la fuerza de la gravedad hizo que nubes masivas de hidrógeno y helio colapsaran sobre sí mismas. A medida que el gas se iba concentrando, la presión en el centro aumentaba, y con la presión aumentaba también la temperatura. Cuando la presión y la temperatura fueron lo suficientemente altas comenzaron las reacciones de fusión. En ese momento, hace unos 13 000 millones de años, apenas 1 000 millones de años después del [inicio del] Big Bang, [coincidiendo con la formación o los rudimentos de las primeras galaxias (protogalaxias primitivas),] nacieron las primeras ESTRELLAS, estrellas con mayúsculas, pues se piensa que eran GIGANTES.

Se cree que las primeras estrellas fueron muy masivas, de al menos unas cien veces la masa de nuestro Sol… Desde entonces, el nacimiento y la muerte de las estrellas no han dejado de suceder. Hoy en día podemos ver cómo se forman [estrellas] en distintas nubes de gas… En ocasiones, vemos también la muerte de algunas estrellas en forma de "supernovas".

Apenas 1 000 millones de años después del Big Bang, como hemos dicho, empezaron a formarse las primeras galaxias. Nuestra galaxia tiene unos 13 000 millones de años, casi tantos como el Universo [material]».

El Sistema Solar.

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Según la información expuesta en el proyecto Cosmoeduca: «Nuestro sistema solar [se cree que comenzó a formarse] hace [aproximadamente] unos 5 000 millones de años, a partir de una misma nube [intragaláctica (situada en el interior de la Vía Láctea)] de gas y polvo ya enriquecida con los elementos producidos en otras estrellas y supernovas que fueron expulsados al espacio [circundante]».

Según la Wikipedia, «[esta] nube de gas y de polvo […] formó la estrella central y un disco circumestelar en el que, por la unión de las partículas más pequeñas, primero se habrían ido formando, poco a poco, partículas más grandes, posteriormente planetesimales, y luego protoplanetas hasta llegar a los actuales planetas».

La Wikipedia explica también:

«Se denomina "disco circumestelar" a una estructura material con forma de anillo o toro situada en torno a una estrella. El disco circumestelar está constituido por gas, polvo y objetos rocosos o de hielo, denominados "planetesimales". Los discos circumestelares pueden originarse durante la fase de formación de la estrella, a partir de la misma nube de gas y polvo de la que se forma ésta (discos protoplanetarios), y, aunque la mayor parte del material es finalmente acretado (atraído hacia sí) por la estrella, expulsado por el viento estelar o capturado en forma de planetas, una cantidad residual puede sobrevivir en forma de Cinturón de asteroides o Cinturón de Kuiper».

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Arriba hemos citado del proyecto Cosmoeduca, diciendo que nuestro Sistema Solar comenzó a formarse hace aproximadamente unos 5 ?109 años, a partir de una nube intragaláctica de gas y polvo. Pues bien, Cosmoeduca añade: «Debido a la gravedad, esta nube comenzó a colapsar y a rotar cada vez más deprisa, al igual que [hace una patinadora artística o] una bailarina [de ballet,] cuando baja sus brazos. La nebulosa se aplanó en forma de disco [circumestelar], en cuyo centro, la zona más densa y caliente, se formó el Sol; mientras en las partes externas se crearon pequeños grumos de gas y polvo, que poco a poco acumularon materia suficiente hasta convertirse en planetas».

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La Wikipedia informa: «Los "planetesimales" son objetos sólidos que se estima que existen en los discos protoplanetarios [o discos circumestelares]. En esa primitiva nebulosa de gases y polvo en forma de disco, las partículas sólidas más masivas actuarían como núcleo de condensación de las más pequeñas, dando lugar a objetos sólidos cada vez más grandes que, en el curso de millones de años, acabarían creando los planetas…

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En la teoría comúnmente aceptada de la formación de los planetas, la denominada "hipótesis nebular" sostiene que los planetas se forman por la agregación de granos de polvo que chocan y se van uniendo para formar cuerpos cada vez más grandes, denominados "planetesimales". Cuando alcanzasen una medida aproximada de un kilómetro [de diámetro medio], podrían atraerse unos a otros debido a su propia gravedad, ayudando a un crecimiento mayor hasta la creación de "protoplanetas" de un tamaño aproximado al de la Luna. Los cuerpos más pequeños que los planetesimales no ejercen una atracción gravitatoria suficiente sobre las partículas vecinas como para agregarlas, pero aún así se producen colisiones debido al movimiento browniano de las partículas o a turbulencias en el gas. Alternativamente, algunos planetesimales también podrían haberse formado dentro de una espesa capa de granos de arena situada en el plano medio de un disco protoplanetario, y que experimentase una inestabilidad gravitacional colectiva. Muchos de los planetesimales se destruirían debido a colisiones violentas, pero unos cuantos de los más grandes podrían sobrevivir a esos encuentros y continuar creciendo hasta convertirse primero en protoplanetas y posteriormente en planetas.

Está generalmente aceptado que hace aproximadamente 3 800 millones de años, tras un período conocido como el "Bombardeo intenso tardío" (Late heavy bombardment), muchos de los planetesimales dentro del Sistema Solar habían sido o bien expulsados del mismo, a distantes órbitas excéntricas tales como la Nube de Oort, o bien habrían colisionado con objetos más grandes debido a la atracción de los grandes planetas gaseosos (particularmente Júpiter y Neptuno). Unos pocos planetesimales podrían haber sido capturados como lunas, tales como Fobos y Deimos (las lunas de Marte), o muchas de las lunas pequeñas y de gran inclinación de los planetas jovianos. En la actualidad se están observando diversas zonas que, según los indicios recogidos, estarían en plena formación de planetesimales.

Los planetesimales que han sobrevivido hasta nuestros días son muy valiosos para la ciencia, ya que contienen información acerca del nacimiento de nuestro Sistema Solar. Aunque su exterior haya estado sujeto a una intensa radiación solar (lo que habría alterado su composición), su interior contiene un material prístino, esencialmente idéntico desde la propia formación del planetesimal. Esto convierte a cada planetesimal en una "cápsula del tiempo", y su composición podría contarnos mucho acerca de las condiciones de la Nebulosa Protosolar desde la que nuestro sistema planetario se formó».

La Tierra.

Desde el punto de vista científico actual, no se puede asegurar gran cosa con respecto a lo que ocurrió durante los primeros dos tercios de la historia del Universo Material, sólo suposiciones más o menos bien fundadas. Pero en algún momento, dentro de esos dos primeros tercios, se formó una galaxia espiral que llamamos Vía Láctea. En uno de sus brazos se condensó una estrella, nuestro Sol, hace aproximadamente 4 500 millones de años, a la vez que a su alrededor quedaron girando diversos cuerpos, entre ellos la Tierra primitiva o Prototierra. Al principio, dicha Prototierra era una masa incandescente, que, lentamente, se fue enfriando y adquiriendo una forma más cercana a la que hoy conocemos. Aunque los cambios en esas primeras épocas debieron ser más bruscos y abundantes, la Tierra no ha dejado de evolucionar geológicamente, y lo sigue haciendo.

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La Tierra debió, pues, comenzar a originarse hace aproximadamente 4'5·109 años, es decir, unos pocos millones de años después de que se formase los rudimentos del Sol. Al parecer, el planeta se formó a partir de una nebulosa inicial, al tiempo que lo hacía el resto de los planetas de nuestro Sistema Solar.

Se cree que la materia de la nebulosa se colocó según su densidad alrededor del Sol, por su atracción gravitatoria, de manera que la materia más ligera se alejó del Sol y la más densa quedó más cerca del mismo. Esta última es la que sirvió de materia prima para formar la Tierra.

Los fragmentos de esa materia densa (planetesimales) debieron empezar a acumularse por atracción gravitatoria y así se originó una enorme masa de material incandescente y fundido, por efecto de las colisiones: la Prototierra.

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Los materiales terrestres se acoplaron según su densidad: los más densos se hundieron hacia el interior del planeta y los más ligeros se fueron hacia el exterior. De este modo la Prototierra quedó estratificada en varias capas, siendo la más externa de carácter gaseoso.

La serie de cambios experimentados por el planeta Tierra, desde su origen nebuloso hasta la actualidad, podría esquematizarse en 5 etapas, de acuerdo a la mayoría de las teorías que hoy dominan en el ambiente académico de la geología cosmogónica. Tocante a dichas etapas, el tomo 15 de la obra "Viaje a través del Universo", publicado en 1995 por Ediciones Folio (Barcelona, España), nos servirá de guía.

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Primera etapa cosmogónica terrestre.

Durante la Primera Etapa, cuyo comienzo se estima en unos 4'5·109 años atrás, tendríamos la nebulosa Protosolar a partir de la cual se opina que surgió el entero Sistema Solar. El tomo 15 de la obra "Viaje a través del Universo", en su página 7, comenta: «[En aquel tiempo lejano], una enorme nube de gases y polvo que derivaba por la Vía Láctea chocó contra una potente onda […] explosiva que señala[ba] la muerte de una enorme estrella. Unidas violentamente por este "puño" cósmico, las dispersas partículas de la nube (en su mayor parte hidrógeno y helio, con rastros de elementos más pesados, residuos de otras muertes estelares) concentraron su atracción gravitatoria mutua e hicieron que la nube empezara a contraerse. Pequeñas masas turbulentas al azar se convirtieron en diminutos flujos y remolinos que se fueron formando por sí mismos. Cuando uno de esos fragmentos de nube siguió condensándose y contrayéndose, empezó a girar más aprisa sobre sí mismo, como hacen los patinadores cuando juntan los brazos. Gradualmente, la esfera gaseosa se extendió en un delgado disco de [80·109] kilómetros de diámetro, el nebuloso antepasado del Sistema Solar.

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[Poco tiempo después,] los elementos pesados (hierro, níquel y silicio) cayeron hacia el centro de la nebulosa solar, calentándolo [a la vez] que las regiones más alejadas se enfriaban. Pequeñas partículas se solidificaron, se unieron por colisión y se convirtieron en partículas más grandes, lo cual llevó a la nebulosa a estados cada vez más densos y finalmente a una serie de corpúsculos espaciales, pequeños cuerpos de unos pocos kilómetros de diámetro. A lo largo de mucho más tiempo, los corpúsculos espaciales, que giraban alrededor de un cuerpo central, o Protoestrella, que crecía por momentos, fueron acumulando materia hasta convertirse en embriones planetarios que barrieron los restos de la nebulosa en sus inmediaciones. Tras decenas de millones de años, la Protoestrella contenía más del 90% de la materia original de la nebulosa solar. Ya con masa suficiente para fusionar los átomos de hidrógeno en su núcleo, prendió una explosión nuclear continua… y el joven Sol empezó a brillar sobre su cohorte de orbitantes planetas.

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Estos pequeños cuerpos, sin embargo, distaban mucho de haber terminado su evolución [geológica]. El tercero de ellos, por ejemplo, era poco más que una vapuleada roca. La transformación de este yermo guijarro en la Tierra, el planeta jardín del Sistema Solar, requiriría otros [3] mil quinientos millones de años».

Segunda etapa cosmogónica terrestre.

El tomo 15 de la obra "Viaje a través del Universo", en su página 9, sigue diciendo: «Tras modelarse grano a grano a partir de los restos estelares, la nueva Tierra giró bajo un cielo surcado por el paso de los cometas que viajaban en órbitas alocadamente excéntricas. Muchos de estos cuerpos celestes errantes se estrellaron contra la fría y rocosa superficie del joven planeta, llenando su rostro de cráteres y añadiendo la nueva masa y la energía calorífica del impacto.

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Antes de eso, una tenue atmósfera de hidrógeno de corta vida había rodeado el vapuleado globo, pero frente al fuerte viento solar (la corriente de partículas cargadas que brotaba del Sol), la gravedad de la Tierra fue incapaz de retener los volátiles gases. La mayor parte de la provisión original de hidrógeno y helio de la nebulosa solar había sido lanzada [tiempo atrás] hacia el [espacio cercano] exterior, en parte por la fuerza centrífuga [y] en parte por el viento solar; a su debido tiempo, cuajaría en un conjunto de gigantescos planetas gaseosos.

Durante decenas de millones de años, la Tierra no mostró ningún signo vital [,es decir, ningún cambio geológico]. El yermo planeta si limitó a girar en silencio en su órbita, mientras su corteza se cuarteaba y encogía a medida que su superficie se solidificaba en el profundo frío del espacio. Pero, aunque la capa más externa del globo pareciera marchitarse, en su interior las fuerzas seguían trabajando. La contracción de la corteza empezó a comprimir los minerales del núcleo del planeta y a hacer que su temperatura se elevara. A medida que seguía la contracción, el interior se volvía cada vez más caliente, hasta que el oculto almacén de metales empezó a fundirse, el inicio de un proceso que finalmente aceleraría a la Tierra hacia la vida geofísica».

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Esta etapa parece coincidir con el inicio de lo que los libros de geología llaman la "Era Arcaica" del "Eón Precámbrico", la cual se especula que debió acontecer hace aproximadamente 3'5·109 años. Un periodo en el que la Tierra se transformaría en una bola incandescente y terminaría convertida en un planeta con núcleo y corteza. Al mismo tiempo, la Tierra sería visitada por asteroides que, al chocar contra ella, aportarían nuevos materiales y una gran energía calorífica, por efecto del impacto. Así la Tierra, según los geólogos, se mantuvo durante millones de años en un estado incandescente, lo que provocaría, bajo la influencia de la gravedad, que los elementos más pesados, sobre todo el hierro y el níquel, cayeran hacia el centro de la Tierra para formar el núcleo, y los silicatos más ligeros se moverían hacia arriba para formar la corteza y el manto. De esta manera, se supone que la Tierra iría ganando en masa, mientras que su núcleo, rico en hierro, se iría magnetizando.

Finalmente, la temperatura debió bajar lo suficiente como para permitir la formación de una corteza terrestre estable, la Litosfera. La Tierra poco a poco se iría estabilizando, aunque la corteza terrestre, al final de este periodo, seguiría siendo muy frágil y con una enorme cantidad de movimientos provocados por terremotos y erupciones volcánicas.

Tercera etapa cosmogónica terrestre.

El tomo 15 de "Viaje a través del Universo", páginas 11 a 13, expone: «Tranquila por fuera, la Tierra ocultaba un activo interior bajo el cascarón de su corteza exterior. Mezclados con silicatos y metales propios del planeta estaban los restos dispersos de una antigua supernova, elementos pesados como el uranio y el torio, cuyos masivos átomos pueden forjarse solamente en el corazón de una estrella en explosión. Estos átomos son inestables, y a medida que se desintegraban gradualmente en el corazón de la Tierra, liberaban partículas de alta energía y radiaciones en forma de calor.

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Combinada con el calor generado por el incesante impacto de los meteoros y la constante compresión gravitatoria del planeta, la radiactividad empezó a licuar la roca debajo de la corteza, haciendo que sus componentes se separaran. La gravedad empujó el hierro y el níquel hacia abajo, al centro, para formar un primitivo núcleo. La escoria al rojo blanco de los menos densos silicatos no metálicos flotó hacia arriba, formando una esfera cubriente de roca fluida conocida hoy como el "manto".

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Los elementos radiactivos, cuyos grandes átomos no se acomodan fácilmente en metales rígidamente estructurados como el hierro, fueron empujados también hacia arriba con los silicatos, y siguieron generando calor a medida que se desintegraban.

La liberación de la energía gravitatoria, a medida que los metales se hundían hacia el núcleo de la Tierra, y la constante desintegración radiactiva de los elementos pesados produjo suficiente calor como para fundir el hierro que derivaba hacia el centro. Este flujo de calor provocó corrientes de convección que se alzaban y hundían en la roca fluida, o magma, del manto. Bajo la presión hacia arriba del magma, la corteza empezó a ceder en sus puntos más delgados, y por primera vez la lava se desparramó por la superficie, salpicando el paisaje con los ásperos conos de los volcanes y con charcas y lagos de roca licuada. La corteza primordial desapareció a medida que el fiero diluvio alisaba los cráteres y planchaba las arrugas de un mundo de unos mil [quinientos] millones de años de edad.

Del mismo modo que al removerlo se enfría un plato humeante de sopa, la lenta circulación de la roca fluida enfrió el planeta, y una nueva corteza se solidificó sobre el manto. En sus profundidades, la materia del núcleo se separó más cuando la gravedad comprimió los metales más internos y los solidificó por pura presión, dejando un núcleo externo de hierro fundido. La convección en el ardiente hierro fluido convirtió el corazón de la Tierra en una dinamo que empezó a generar una corriente de electricidad. Como resultado de ello, un campo magnético se abrió al espacio, envolviendo al planeta en invisibles líneas de fuerza, una barrera contra las partículas de alta energía procedentes del Sol.

Fuera, en la superficie, estaba teniendo lugar otra transformación, cuando la lava aventada trajo consigo abundantes gases liberados por las propias rocas del planeta: alzándose de las fundidas profundidades de la Tierra al frío espacio, la mezcla gaseosa empezó a formar la primitiva atmósfera del joven planeta».

Esta etapa parece iniciarse hacia la mitad de la franja temporal que los libros de geología denominan la "Era Arcaica" del "Eón Precámbrico", cuyo comienzo pudo haber ocurrido hace aproximadamente 3·109 años.

Cuarta etapa cosmogónica terrestre.

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El tomo 15 de "Viaje a través del Universo", página 15, teoriza: «Encerrada en los compuestos de silicio del manto, el agua hizo su debut terrestre como vapor, aventada por los feroces volcanes que perforaban la corteza. Más agua se forjó en las interacciones a altas temperaturas entre los hidrocarburos y el oxígeno aprisionado en las moléculas de los silicatos y óxidos de hierro. Al emerger al frío del espacio, el vapor de agua se condensó y cayó al [suelo del] planeta, formando charcos y limando lentamente los bordes de los cráteres dejados por los antiguos bombardeos.

Mientras la lluvia cambiaba y esculpía el rostro de la Tierra, apareció otro subproducto de las reacciones de los hidrocarburos: el dióxido de carbono (CO2). Puesto que el CO2 es transparente a las radiaciones de onda corta de llegada pero absorbe el calor de las ondas más largas que emana del propio planeta, la aparición y desaparición de este compuesto crítico en la atmósfera y la corteza ayudaron a modelar [el devenir morfológico] de la Tierra.

Un tercer factor en la atmósfera terrestre fue el nitrógeno, cuya presencia parece ser el resultado de un caso cósmico de error de identidad. Durante la formación de la ancestral nebulosa solar, las moléculas de amoniaco, que están compuestas por nitrógeno e hidrógeno, se acumularon a veces en los entramados de los compuestos de silicato, tomando el lugar de los átomos de potasio, que son aproximadamente del mismo tamaño. En el feroz crisol de la formación planetaria, casi todo el nitrógeno del planeta fue liberado para convertirse en el elemento dominante de la atmósfera de la Tierra».

Esta etapa parece coincidir con el inicio de la franja de tiempo que los libros de geología llaman "Era Proterozoica" del "Eón Precámbrico", cuyo comienzo se ha fechado teóricamente en un pasado de aproximadamente 2'5·109 años atrás.

Quinta etapa cosmogónica terrestre.

El tomo 15 de "Viaje a través del Universo", página 16, explica: «Bajo el llanto de los cielos, las rudimentarias cuencas de agua fueron creciendo hasta convertirse en un mar global. En el momento en que la Tierra tenía unos dos mil [quinientos] millones de años de edad, el planeta se había asegurado un status único en el Sistema Solar. Ahora era un mundo oceánico de superficie accidentada y estaba en su mayor parte [(o, tal vez, en su totalidad)] cubierta por una gruesa piel de agua, rematada a su vez por una gasa atmosférica. El dióxido de carbono, en su tiempo un gas prominente en la atmósfera, había empezado a ser absorbido por las capas superiores del mar y, a través de los procesos geológicos, convertido en rocas de carbonato de calcio y magnesio.

La superficie sólida también había sido transformada. A medida que la corteza se enfriaba, engrosaba y cuarteaba, se quebró en un mosaico de enormes placas. Movidas por las ardientes corrientes inferiores, las placas se fueron redistribuyendo lentamente a medida que transcurrian los eones, chocando unas con otras, derivando lejos unas de otras, y abriendo respiraderos que permitían al magma brotar de las profundidades para formar una nueva corteza».

Esta etapa parece coincidir con el final de la franja de tiempo que los libros de geología llaman el "Eón Precámbrico", es decir, un pasado cuyo comienzo ha sido fechado teóricamente en aproximadamente 2·109 años atrás.

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Conclusión.

Si bien los libros de ciencia actuales no dejan cabida para la acción de Dios en la historia natural de la Tierra, nosotros, a la luz del relato del Génesis, intuimos que la "fuerza activa" del Creador debió "moverse" no sólo sobre la superficie de las aguas del océano primordial, como dice el versículo 2 del capítulo 1 del libro sagrado, sino al menos también a lo largo de todo el proceso de formación del planeta a partir de la supuesta nebulosa Protosolar que le sirvió de cuna. Por ejemplo, la revista LA ATALAYA del 15-2-2007, editada por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, página 4, comenta:

«El singular sistema solar: ¿cómo llegó a existir? Muchos factores se combinan para que la región del universo que habitamos sea singular. Nuestro sistema solar se halla situado entre dos de los brazos en espiral de la Vía Láctea, en una zona con relativamente pocas estrellas. Casi todas las estrellas que podemos ver de noche están tan lejos de nosotros que incluso vistas a través de los telescopios más grandes siguen siendo simples puntos de luz. ¿Es así como debería ser?

Pues bien, si el sistema solar estuviera cerca del centro de la Vía Láctea, sufriría los devastadores efectos de encontrarse en medio de una densa concentración de estrellas. Por ejemplo, la órbita de la Tierra seguramente se trastocaría, con dramáticas consecuencias para la vida humana. Tal como está, el sistema solar parece hallarse en el mejor lugar de la galaxia para evitar éste y otros peligros, como el de sobrecalentarse al atravesar nubes de gas o el de quedar expuesto a estrellas en explosión o a otras fuentes de radiación letal.

El Sol es el tipo ideal de estrella para satisfacer nuestras necesidades. Tiene una combustión estable y una vida larga, y no es ni muy grande ni demasiado caliente. En su inmensa mayoría, las estrellas de nuestra galaxia son mucho más pequeñas, de modo que no desprenden ni la luz ni el catrellas se hallan en grupos de dos o más, unidas por fuerzas gravitatorias y girando unas alrededor de otras. En contraste, el Sol es un astro solitario. Y podemos agradecer que así sea, ya que es improbable que el sistema solar permaneciera estable si estuviera sometido a la fuerza gravitatoria de dos o más soles.

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Otro rasgo que hace especial a nuestro sistema solar es la ubicación de los planetas gigantes exteriores y sus órbitas casi circulares. Debido a estos factores, no presentan ninguna amenaza gravitatoria a los planetas interiores, también llamados telúricos (o terrestres). Al contrario, los planetas exteriores cumplen la función protectora de atraer o desviar los objetos peligrosos. "Aunque asteroides y cometas chocan contra nosotros, eso no sucede demasiado, pues planetas gigantes gaseosos como Júpiter nos guardan las espaldas", explican los científicos Peter D. Ward y Donald Brownlee en su libro Rare Earth—Why Complex Life Is Uncommon in the Universe (El singular planeta Tierra: por qué es difícil hallar formas de vida complejas en el universo). Se han descubierto otros sistemas solares que también tienen planetas gigantes. Sin embargo, la mayoría de éstos describen órbitas que pondrían en peligro a un planeta más pequeño como la Tierra».

Abundando en estos datos, la revista DESPERTAD de Febrero-2009, página 5, de la misma Sociedad Watchtower, dice:

«Los datos del domicilio donde uno vive por lo regular incluyen la calle, la ciudad y el país. En el caso de la Tierra, su órbita es, por así decirlo, la calle; el sistema solar (el Sol y sus planetas) es la ciudad, y la galaxia Vía Láctea es el país en que radica. Gracias a los adelantos en física y astronomía, los científicos han logrado entender mejor las ventajas del minúsculo lugar que ocupamos en el universo.

Para empezar, nuestra "ciudad", o sistema solar, se ubica en una franja anular de la Vía Láctea conocida como zona de habitabilidad galáctica, la cual está a 28 000 años luz del centro de la galaxia. En esta zona se reúnen las cantidades exactas de los elementos químicos necesarios para vivir. Fuera de ella, no existen posibilidades de vida: más lejos del centro, los elementos indispensables escasean, y más cerca del centro, una mayor abundancia de radiaciones letales y otros factores convierten a la región en un entorno sumamente peligroso. Por eso, como afirma la revista Scientific American, "vivimos en un barrio exclusivo" de la galaxia.

No menos exclusiva es la "calle", u órbita de la Tierra, dentro de la "ciudad", es decir, el sistema solar. Su trazado está a una distancia media de 150 millones de kilómetros del Sol […] y se ubica dentro de la zona de habitabilidad circunestelar, donde los seres vivos ni se congelan ni se queman. Aunque la órbita de nuestro planeta es elíptica, la distancia que lo separa del Sol es más o menos la misma durante todo el año.

El Sol, por su parte, es la central eléctrica por excelencia, pues además de ser estable, tiene el tamaño óptimo y emite la cantidad de energía que necesita la Tierra. Con razón se dice que es "una estrella muy singular". na. Su diámetro mide aproximadamente una cuarta parte del de la Tierra. De modo que, en comparación con otras lunas de nuestro sistema solar, la nuestra es muy grande para la Tierra. Pero lejos de ser un error, es una ventaja.

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En primer lugar, la Luna es la causa principal de las mareas oceánicas, las cuales cumplen un papel esencial en la ecología del planeta. En segundo lugar, contribuye a la estabilidad del eje de la Tierra. Si nuestro satélite no fuera como es, el globo terráqueo bailaría como un trompo, quizás hasta se iría de lado al girar. Además, los cambios en el clima y en las mareas, así como otras alteraciones en la naturaleza, resultarían catastróficos.

La inclinación de la Tierra (23'5 grados) hace posible el ciclo anual de las estaciones, regula la temperatura y da lugar a una amplia gama de zonas climáticas. "Parece que el eje de inclinación de nuestro planeta es el idóneo", señala el libro ["El singular planeta Tierra: por qué es difícil hallar formas de vida complejas en el universo" citado anteriormente].

Gracias al movimiento de rotación, la duración del día y la noche también es perfecta. Si el período de rotación fuera mucho mayor, el lado de la Tierra que diera hacia el Sol se quemaría y el lado contrario se congelaría. Por otra parte, si la rotación fuera más rápida y los días sólo duraran unas cuantas horas, se desatarían implacables vientos huracanados y otros fenómenos desastrosos.

En definitiva, todo lo relacionado con nuestro planeta —su "domicilio", la velocidad de su rotación y su extraordinaria "vecina"— demuestra que ha sido diseñado por un Creador inteligente. Paul Davies, destacado astrofísico y evolucionista, declaró: "Hasta los científicos ateos se estremecerán ante la grandeza, la majestuosidad, la armonía, la elegancia, el verdadero ingenio del universo"».

 

 

Autor:

Jesús Castro

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