- Introito
- Los orígenes del Mesías cristiano
- Consolidando el mito de un "Hombre-Dios"
- La primitiva Iglesia Romana y su "Dios" inventado
- El Cristo Mitraico
Introito
Excluyendo los evangelios [canónicos, apócrifos y gnósticos], en la literatura del siglo i contemporánea a Jesús de Nazaret, apenas hay referencias a su actividad en Israel. Pese a sus muchas enseñanzas y supuestos milagros asombrosos, Jesús es mencionado sólo por un historiador judío, Flavio Josefo, y dos romanos, Tácito y Suetonio.
La obra «Antigüedades judaicas» [95 d.C.; libro xx, cap. ix, sec. i, 200] de Flavio Josefo cita: "[El sumo sacerdote Anano] convocó a los jueces del Sanedrín y trajo ante ellos a un hombre llamado Jacobo [Santiago], el hermano de Jesús a quien llaman el Cristo, y a otros".
Tácito [«Annales», libro xv, 44; 117 d.C.] relata: "Cristo, el fundador del nombre, había sufrido la pena de muerte en el reinado de Tiberio, sentenciado por el procurador Poncio Pilato, y la perniciosa superstición se detuvo momentáneamente, pero surgió de nuevo, no solamente en Judea, donde comenzó aquella enfermedad, sino en la capital misma [Roma]".
En «Las vidas de los doce Césares» [121 d.C.; libro v, cap. xxv], Suetonio escribió: "Porque en Roma los judíos constantemente causaban disturbios por instigación de Crestus [Cristo], él [Claudio] los expulsó de la ciudad".
Eso es todo; pero estos cronistas no aportan nada significativo acerca de Jesús como «hijo de Dios», y han servido únicamente para demostrar su existencia. Es evidente que la falta de más reseñas históricas [de autores no cristianos] indica que Jesús de Nazaret tuvo relativamente muy poca influencia en su época entre sus coterráneos.
Los orígenes del Mesías cristiano
Las religiones cristianas afirman que los discípulos de Jesús [que creyeron en él, no como un profeta más, sino como hijo de Dios] instituyeron su doctrina, empleando como punta de lanza el «milagro» de la resurrección y bajo la premisa de ser la realización de lo que Dios había prometido a Abraham, Isaac y Jacob [patriarcas muy queridos para el pueblo hebreo]. Según la Iglesia, la fuerza del mensaje cristiano se debió especialmente a la actividad misionera de Pablo de Tarso [c. 10-62 d.C.], quien logró su difusión entre los pueblos partidarios de Roma; de este modo, el cristianismo como religión llegó tanto a los judíos como a los no judíos.
La historia ha sido testigo fehaciente de que los primeros tiempos del cristianismo fueron muy duros; la adversidad amenazaba su permanencia. Pese a estar sometidos a una persecución que ponía en riesgo sus vidas, aquellos hombres nunca claudicaron en la defensa de su «fe». Basándose en esto, muchos defensores de la biblia argumentan que lo hacían porque el mensaje de Jesús y su resurrección no eran mitos, sino realidades concretas.
La terrible represión es narrada por el autor de uno de los libros del nuevo testamento de la biblia. "Mientras estaban hablando al pueblo, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos, molestos porque enseñaban al pueblo y anunciaban en Jesús la resurrección de los muertos. Les echaron mano y les pusieron en la cárcel" [Hechos 4,1-3]; "Echaron mano de los apóstoles y los metieron en la cárcel pública" [Hechos 5,17-18]; "Se desató una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén, y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y Samaria" [Hechos 8,1]; "En aquel tiempo, el rey Herodes echó mano de algunos de la iglesia para maltratarlos" [Hechos 12,1]; "Los presentaron a los magistrados y dijeron: Estos hombres alborotan nuestra ciudad; son judíos y predican unas costumbres que nosotros, por ser romanos, no podemos aceptar ni practicar… Los magistrados les hicieron arrancar los vestidos y mandaron azotarles con varas… Los echaron a la cárcel y mandaron al carcelero que los guardase con todo cuidado. Éste, al recibir tal orden, los metió en el calabozo interior y sujetó sus pies en el cepo" [Hechos 16,20-24]; "Claudio había ordenado que todos los judíos fueran expulsados de Roma" [Hechos 18,2].
El declarar que difícilmente alguien arriesgaría su vida por un mito tiene mucha lógica. En este sentido, se cree que la fe en el evangelio de Jesucristo fue el motor que impulsó a los muchos mártires que murieron en cárceles o en el coliseo romano, a hacer prevalecer al cristianismo, aún bajo la atroz represión en su contra. No obstante, pocas veces se considera el contexto político de la sociedad contemporánea de Jesús, ansiosa de libertad y de profecías esperanzadoras.
Consolidando el mito de un "Hombre-Dios"
Las razones para que nunca declinara la defensa del cristianismo nada tienen que ver con la fe en las obras de un «Mesías hijo de Dios». El cristianismo, como religión de estado, surgió más por las pretensiones de emancipación de la opresión del yugo romano, que por la fe de sus seguidores y mártires. En tiempos de los emperadores Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón y la dinastía de los Flavios [periodo que abarca desde 27 a.C. hasta 96 d.C.], Israel estaba bajo el yugo de Roma y la venida de un Mesías o Salvador era ansiosamente esperada por los hebreos.
Pero cuando llegó Jesús al mundo y predicó su mensaje entre las gentes de Israel, no fue exactamente lo que esperaban los judíos nacionalistas [que ansiaban un líder que los guíe en una rebelión armada] y por eso muchos lo rechazaron. No obstante, otros judíos sí aceptaron la doctrina de Jesús, la cual tuvo un gran impacto en su propuesta de una sociedad igualitaria, basada en «el amor de los unos con los otros». Numerosos grupos vieron en esto un modo pacifista de que terminase la opresión romana y defendieron el mensaje del nazareno bajo esta consigna [ahora romanos y judíos serían «iguales»]. Para estos judíos, Jesús efectivamente representó el Mesías y Cristo prometido por las escrituras religiosas hebreas. El concepto de liberación cambió y una revuelta pasiva parecía un método más idóneo de poner fin a la dictadura de Roma, pues llegar una victoria armada se veía muy difícil de alcanzar.
Después de la destrucción de Jerusalén, núcleo del mensaje liberador cristiano, en el 70 d.C. y de la caída de la fortaleza de Masada en el 73 d.C., que ahogó el último intento de rebelión armada judía, la hegemonía romana vio en el cristianismo una amenaza [la creencia en Jesús como Mesías era incompatible con la veneración al emperador como deidad], y se dedicó a reprimirlo violentamente.
No obstante, la opresión hacia el cristianismo creó el efecto inverso al que se pretendía, pues aunque una gran cantidad de gente fue sometida a persecución, la nueva religión no pudo ser erradicada; por el contrario, fue reuniendo cada vez más partidarios. Eventualmente, los sectores gubernativos intuyeron que ganarían poder acaparando aquella masa humana; y así se estableció la iglesia romana, erigida supuestamente sobre la figura de Pedro, el apóstol, cuyos primeros «sucesores» fueron Lino [67-69 d.C.], Anacleto [79-92 d.C.] y Clemente I [92-101 d.C.]. Este último sugirió, en el 100 d.C., la supremacía de Roma como eje de organización de la iglesia cristiana.
La primitiva Iglesia Romana y su "Dios" inventado
Bajo la influencia de Roma, la primitiva iglesia cristiana adoptó y modeló la figura divina de Jesús bajo la sombra de los dioses solares de la época, en especial del dios persa Mitra, cuyo culto [procedente del siglo vi a.C.] influyó en el cristianismo, llegando a Roma en el 68 a.C.]. Varias similitudes sospechosamente intrigantes se presentan comparando las «vidas» de Mitra y de Cristo: Mitra nació el 25 de diciembre en una cueva, donde lo visitaron unos pastores; unos magos fueron a obsequiarle ofrendas, interpretando en las estrellas su nacimiento; Mitra ayunó en el desierto durante 40 días; tuvo 12 compañeros o discípulos; realizó milagros y dejó muchas enseñanzas; se le llamó «buen pastor», «camino, verdad y luz», «redentor», «verbo», «salvador»; estableció la «cena de comunión» cuando dijo: "Quien no coma de mi cuerpo ni beba de mi sangre, haciéndose uno conmigo y yo con él, no se salvará" [Avesta, yast 10]; como el «gran toro del sol», Mitra se sacrificó a sí mismo por la paz del mundo; después de morir, resucitó a los tres días.
En tiempos del emperador Vespasiano [69-79 d.C.] los escritos biográficos que narraban la vida de Jesús de Nazaret [conocidos comúnmente como «evangelios»] empezaron a ser reescritos, interpolados, modificados y adaptados a doctrinas que retocaban la figura de Jesús de Nazaret para hacerla más parecida a Mitra y a otros dioses «solares» o «redentores», tales como: Atis de Frigia, Osiris y Horus de Egipto, Krishna de la India. Todos ellos nacieron de una virgen, murieron y resucitaron. Varias manos anónimas intervinieron en esta labor, cuyo objetivo fue divinizar las cualidades humanas que tuvo el verdadero Jesús nazareno. ¡Inventaron un «Dios» a partir de un hombre! Los textos biográficos originales del siglo i desaparecieron bajo la persecución de la jerarquía imperial romana [actualmente no existe ningún original de los evangelios cristianos anterior al siglo iv].
El emperador Trajano [98-117 d.C.] patrocinó la religión mitraica y declaró el domingo [«día del Señor»] como día santo dedicado a Mitra. El mitraísmo y el cristianismo convivieron como dos religiones coexistentes en el imperio romano; ambas creencias tenían varias similitudes, por ejemplo, en las ideas de humildad y amor fraternal, bautismo con agua, rito de comunión, y la creencia en la inmortalidad del alma, el juicio final y la resurrección. Con el objetivo de establecer el cristianismo como única religión de estado, Constantino el Grande [306-337 d.C.], adorador de Mitra, terminaría fusionando ambas doctrinas. Resultaba más fácil hacerlo de este modo, pues los seguidores de Cristo eran más activistas que los de Mitra.
En el 325 d.C. Constantino convocó el Concilio de Nicea, donde la religión romana «decretó» la naturaleza divina de Jesús. El emperador hizo grandes regalos y donaciones a los obispos y funcionarios de la Iglesia, obteniendo con ello la institución de un cristianismo, basado en la religión mitraica, con Jesús [o Jesucristo] convertido en Dios, redentor de la humanidad, además de la misma estructura clerical propia del mitraísmo; y Constantino pasaría a la historia supuestamente como «el primer emperador romano convertido al cristianismo».
Sin embargo, en el imperio de Constantino aún se concedía la libertad de culto y en ciertas esferas se seguía profesando la religión mitraica. Como esto significaba la pérdida de la «unidad» del imperio cristiano, que buscaba una hegemonía que gobierne sobre las masas, el mitraísmo fue erradicado de forma violenta, quemados sus libros, derribados sus templos, y proscrito por edicto imperial de Teodosio en el 390 d.C.
La iglesia de Roma se convirtió en la única entidad autorizada para develar la imagen distorsionada del nazareno [convertido en hijo de Dios] a los seguidores del cristianismo. Con sus múltiples escritos, Agustín de Hipona [entre 386-427 d.C.] fue el principal artífice que promovió este Cristo inventado y su religión clerical. En el 451 d.C. León I reclama para sí mismo una autoridad especial sobre los demás obispos, autoridad respaldada por el Concilio de Calcedonia y por los escritos de Gelasio I [484 d.C.], que influirían en la formación del Derecho Canónico por el cual se regiría la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
El Cristo Mitraico
En lo sucesivo la Iglesia romana cambió la dirección, tomó el control de la biblia y del mensaje de Jesús. Y de esta manera prevaleció captando un gran poder político que duró desde el siglo iv hasta la Edad Media. Fue entonces, cuando el autoritarismo de la Iglesia indignó a la sociedad y se produjeron los primeros intentos de Reforma en 1377 por John Wycliffe, y posteriormente en 1517 por Martín Lutero [dos de los más importantes reformadores]. Sin embargo, ya nadie recordaba los orígenes mitológicos de Cristo, y era unánimemente aceptada su naturaleza divina.
Las nuevas iglesias que se fundaron, siguieron usando al Cristo divino [no al Jesús verdadero, el hombre, el nazareno] en su búsqueda de la «verdad». Para estas iglesias fue necesario conseguir el dominio de las masas, siendo este el único modo de sobreponerse a la acreditada Iglesia romana. De esta manera la religión cristiana, en cualquiera de sus variantes [católica, copta, ortodoxa, luterana, anglicana, episcopal, metodista, bautista, pentecostal, congregacional, presbiteriana, protestante] logró la gran influencia que aún perdura. Y hay muchos a quienes no conviene que cambie la situación, pues, de una forma u otra, toda religión significa lucro para las iglesias.
«Stultorum infinitus est numerus»: «El número de los tontos es infinito». Los regentes cristianos [asumiendo que haya algunos honestos que no tienen ese afán de lucro] se han enfocado en la sola misión de difundir una «verdad» basada en las enseñanzas de Jesucristo y en su presunto sacrificio por la humanidad. Pero han olvidado que, en sus inicios, la iglesia primitiva se erigió a partir de un inventado «hijo de Dios». Por lo tanto [aunque lector, no concuerdes con esto], el mensaje cristiano basado en el ministerio de Jesús en la Tierra, aunque bien intencionado, en el fondo es vacío. Las nociones de amor, justicia y paz deben sobrevenir por simple y llana lógica humana, y no necesitan de una fe ciega en un redentor o en las creencias de una religión.
FIN
Autor:
Allan AAA