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El holograma del cerebro y la memoria: El holograma del Universo

Enviado por Felix Larocca


Partes: 1, 2

    1. Los misterios y los fenómenos prodigiosos que nos presenta el cerebro
    2. La serendipia y su rol en los descubrimientos humanos
    3. Cómo se hace "desaparecer" una parte del cuerpo
    4. Síntomas
    5. Teorías explicativas
    6. En resumen
    7. Bibliografía

    Cien mil millones (100, 000, 000, 000, 000, 000, 000,), se estima ser el número de células que forman la estructura arquitectónica del cerebro humano. Una cantidad súper-astronómica por todos los estándares conocidos.

    En ese espacio intracraneal, tan limitado en su dimensión, se libran campañas filosóficas muy interesantes y de alcances muy profundos. Tenemos la dicotomía de la mente y el cerebro a que tanto hemos aludido en otras lecciones, la del dilema entre se nace ¿o se hace? (Nature vs nurture), la del diseño inteligente o creacionismo vs la teoría de la evolución; y muchas otras cuestiones, que el ser humano se ha propuesto, desde que aprendiera a pensar, y que parece nunca obtendrán solución permanente.

    Como sabemos, las ciencias en general, y las neurociencias, en particular, acompañadas por otras disciplinas — notable entre ellas, la genética y, ahora, la epigénesis — nos han señalado la existencias de nuevos derroteros para mejor comprender y para descifrar los misterios de nuestra mente como función ancilar de la actividad cerebral.

    En otros artículos ya hemos hablado de la epigénesis, del "gen de Dios" y de los hologramas como ejemplos de las nuevas vistas, que han sido vislumbradas, en los campos de la ciencia, como fuentes de recursos para explicarnos el cerebro y todas sus, crípticas, actividades.

    Lo que, hasta ahora no hemos encontrado, son ni el exegeta ni la exégesis anhelada. Como, de antes lamentáramos cuando pensáramos acerca de la existencia de la inteligencia extraterrestre, cuando, sotto voce, dijéramos — suspirándonos a nosotros mismos — "parece ser que estamos solos".

    Los misterios y los fenómenos prodigiosos que nos presenta el cerebro

    Por ejemplo, uno de los animalillos más humildes y, por su aparente insignificancia, resulta aparecernos poco pretencioso, sería la babosa marina o la Aplisia californica. La que, no obstante su insignificante estado en la escala biológica, le proporcionó al psiquiatra Eric R. Kandel, la oportunidad de recibir el galardón del Premio Nobel en fisiología y medicina en el año 2004.

    Los hallazgos de Kandel demostraron que el almacenaje de las memorias reside en las neuronas mismas. Para lograrlo, Kandel y sus colaboradores le administraron choques eléctricos en la cabeza de la aplisia, lo que resultó en que el molusco retrajera  su tubo de sifón y sus agallas.

    A medida que el experimento se repitiera con mayor frecuencia, muy poca estimulación sería requerida para evocar la respuesta inicial, indicando que el molusco había "aprendido" y "memorizado" la experiencia. Más adelante, cuando la babosa, era irritada de nuevo, después de un prolongado período de reposo, la respuesta permanecería presente y estable.

    Aplisia califórnica

    Antes de Kandel, en los años 1920s, a famoso neurocirujano, Wilder Penfield, estimulando el cerebro de pacientes epilépticos, había ofrecido lo que, entonces se consideraría evidencia convincente de que las memorias se almacenan en regiones específicas del cerebro.

    Esta teoría perduró hasta que los experimentos de Karl Lashley la probaran incorrecta. Este último investigador, trabajando por treinta años en el Laboratorio Yerkes de Biología de Primates, por su parte, descubrió otras posibilidades que explicaban de mejor manera los mecanismos responsables por el acopio de las memorias.

    Lo que Lashley hizo, fue entrenar un grupo de ratas a ejecutar una variedad de tareas, como sería correr en un laberinto. Luego, el investigador extirpó varias partes del cerebro de las ratas y las sometió de nuevo a pruebas físicas. Sus propósitos eran los de eliminar progresivamente las áreas del cerebro del animal que contenían la memoria de correr el laberinto.

    Para su asombro, Lashley descubrió que no importaba qué parte del cerebro él eliminara, que, aún así, no podía erradicar las memorias acumuladas. Como consecuencia, muy a menudo, después de las ablaciones arbitrarias efectuadas en sus cerebros, las habilidades motoras de las ratas exhibían evidencia de haber sido arruinadas — los roedores, moviéndose torpe y desatinadamente a través del laberinto — pero aún con porciones masivas del cerebro, removidas, las memorias de las ratas permanecían obstinadamente intactas.  

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