La ¿de?-función del crítico después del fin del arte.
Enviado por Esteban Zenobi Fabi
- Introducción
- Dos paradigmas críticos: objetivismo y subjetivismo en Hume y Kant
- Greenberg por Danto: la opción al formalismo
- Formalismos y cognitivismos
- Bibliografía
Introducción:
Analizar los alcances y límites de la práctica crítica en la teoría de Arthur Danto, en lo que se ha caracterizado como el momento post-histórico del arte, es el objetivo circunscrito de este trabajo. En la primera parte se expondrán las características principales del modelo objetivista tal como es representado por David Hume en contraste con la perspectiva subjetivista de Imanuel Kant. En la segunda, se pondrán en paralelo estas versiones de la crítica con las modelizadas por Clement Greenberg y Arthur Danto. En la tercera, nos referiremos a un contexto más amplio de esta misma discusión. Por último, se vincularán los paradigmas expuestos a las nociones dantianas de interpretación superficial y profunda.
El plan del trabajo puede resumirse del siguiente modo: puesto que Danto en Después del fin del arte (1997) ha presentado su propia posición en crítica de arte en contraste con la perspectiva kantiana y subjetivista de Greenberg, se busca evaluar si de esto se sigue algún tipo de defensa del objetivismo y de ser así, de qué clase y en qué ámbito epistemológico.
I. Dos paradigmas críticos: objetivismo y subjetivismo en Hume y Kant.
En La norma del gusto (1757), Hume se refiere a un episodio del Quijote en el que Sancho se jacta de su condición de catavinos. Justifica el escudero su fineza de paladar amparándose en una cuestión de linaje. Cuenta que una vez cierto vino fue sometido al juicio de dos tíos suyos; buscaban conocer su parecer acerca de la calidad de la bebida. El primero dijo que sabía a hierro, el segundo a cordobán. La incredulidad del bodeguero, que afirmaba no haberlo tratado con adobo alguno, perdió pie cuando, andado el tiempo, se halló en el fondo de la cuba vacía una llave pendiente de una correa de cuero.
La anécdota (seguimos en lo principal el análisis de Gérard Genete (1997)), y puesto que en materia de gustos su diversidad -dice Hume- es una observación obvia; muestra la manera de evitar las perspectivas escépticas y relativistas que suelen legislar en esta área de la experiencia. La variedad en las apreciaciones y los juicios se debe sólo a que existen unos jueces mejores que otros. Por lo demás, el caso da cuenta de la posibilidad de fijar normas, reglas o cánones, que establecen y distinguen lo mejor de lo peor de entre los objetos de fruición estética.
El conjunto de los veredictos de los expertos se vuelve entonces la norma del gusto o el criterio de lo bello. Sus arbitrios y pareceres son, en suma, el baremo de lo estético; las pautas con las cuales evaluar los méritos de los objetos de apreciación. Con esto se cierra aquel proverbial impedimento que censura la posibilidad de discutir en materia de gustos, consonante con la concepción filosófica que afirma que la belleza está en el ojo del observador.
No obstante, es una verdad indiscutible para Hume que la belleza y la deformidad, entre otras propiedades estéticas, no son cualidades de los objetos más de lo que pueden serlo lo dulce y lo amargo. De allí que su perspectiva objetivista parezca en algún punto inconsistente, o que su apelación a los buenos jueces suene por momentos como una solución mágica, un recurso del tipo deux ex machina. En este caso, la plataforma impulsada con rodillos que entra a escena y que significa o evoca un acontecimiento que se da por fuera de la acción dramática propiamente dicha, no porta la imagen de un dios, sino su versión secular, la del crítico.
Por su parte, Kant le asigna una función bastante menos destacada a la posibilidad del arbitraje en el juicio de gusto. Su firme creencia en la inviolabilidad y hermetismo del juicio estético subjetivo, le impide hacer demasiadas concesiones a la heteronomía humeana. Ser guiado por otros indica un estado de pasividad de la razón, característica de una situación de prejuicio y por ello, no ilustrada. Son tres los principios que orientan la crítica del gusto: i) pensar por sí mismo, ii) pensar poniéndose en el lugar del otro, y iii) pensar estando de acuerdo siempre consigo mismo.[1] Aun así, el relativismo queda excluido gracias a la existencia de un sujeto colectivo -no individual como en Hume-, el sensus communis aestheticus, que da cuenta de un estado ideal de comunicabilidad del juicio de gusto.
El conflicto que Arthur Danto define como el dilema central de la estética del siglo XVIII: la censura acerca de la posibilidad de discutir sobre gustos, pace la existencia del buen gusto; es resuelto por Hume de manera objetivista mientras que Kant lo hará con signo opuesto.
En el parágrafo 34 afirma:
A pesar de que, como dice Hume, todos los críticos pueden argumentar de modo más perfecto que los cocineros, su destino es el mismo que éstos: No pueden esperar que el fundamento determinante de su juicio sea la fuerza de sus razones demostrativas, sino sólo la reflexión del sujeto sobre su estado propio (de agrado o desagrado), con exclusión de todo precepto o regla.[2]
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