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Paradojas de la Nueva Economía

Enviado por César Lanza


    Ejemplos de cómo los mercados de las Tecnologías de la Información desafían las leyes convencionales de la ciencia económica (elogio de la heterodoxia)

     

    La Economía, con mayúscula, es una ciencia social complicada y difícil, que suele ser criticada desde el mundo de las ciencias naturales y de la ingeniería, debido entre otras razones a su limitada capacidad predictiva. Oímos con frecuencia que los economistas sólo tienen explicaciones para los fenómenos ocurridos en el pasado y que normalmente no son capaces de predecir las situaciones que pueden acaecer en el futuro, y esa falta de determinismo nos parece un síntoma de debilidad preocupante desde el punto de vista del rigor que se supone que debe caracterizar a una disciplina científica.

    Aseveraciones más radicales incluso ni siquiera sitúan a la Economía en la esfera del conocimiento científico, sino que definen esta disciplina como una variante de la política o de la filosofía moral. Estos dos ámbitos constituirían precisamente sus fuentes originales, si estamos de acuerdo en situar el inicio de la ciencia económica en la publicación, en el mes de marzo del año 1776, de la famosa obra conocida como "La Riqueza de las Naciones" de (1), un catedrático de Lógica y de Filosofía Moral, nacido en Kirkcaldy, pueblecito de la costa este de Escocia próximo a Edimburgo.

    La Economía no es una ciencia exacta; pero como señala Paul Samuelson, catedrático emérito del M.I.T. y premio Nobel en 1970, no es una pseudociencia. Se trata de una disciplina honorable, que está evolucionando y a la que aún queda un largo camino que recorrer para llegar a ser una ciencia razonablemente exacta. La teoría económica ha cambiado profundamente a lo largo de la última mitad de este siglo, en buena medida porque los cambios de la sociedad han sido grandes.

    Ahora nos encontramos en los albores de la llamada Sociedad de la Información, que supuestamente será el paradigma de referencia durante las próximas décadas para los países más desarrollados. Este nuevo modelo de desarrollo económico, empezó a anticiparse hace algunos años y hoy día se manifiesta de forma inequívoca. Como es sabido se basa en tres pilares fundamentales: las tecnologías de la información, las telecomunicaciones y las industrias del contenido.

    La Nueva Economía (2) que se asocia a la Sociedad de la Información, presenta una vitalidad asombrosa: fuerte ritmo de creación de empresas (start-up) en torno a ideas innovadoras de productos o de servicios, elevada valoración de las empresas por los mercados financieros, tasas sostenidas de crecimiento de ventas y beneficios de dos dígitos, etc.

    Curiosamente, algunos fenómenos que se producen en el ámbito de la Nueva Economía parecen vulnerar determinados postulados y axiomas de la teoría económica convencional, cuya vigencia no se ha puesto quizás demasiado en cuestión a lo largo de los 223 años transcurridos desde "La Riqueza de las Naciones". Para verlo con más claridad, daremos en este artículo un repaso a algunos axiomas tenidos por fundamentales en la ciencia económica convencional y trataremos de comprobar su validez en este nuevo contexto.

    En primer lugar, iremos al origen: las bases del valor económico de los bienes. Ya la propia definición de economía atribuye a la escasez un valor axiomático al ser la razón fundamental del valor de un bien. "La economía es el estudio de la manera en que las sociedades utilizan los recursos escasos" es la declaración que con diversas variantes se suele encontrar en las primeras páginas de los tratados de esta disciplina. Todas las digresiones acerca del valor, incluso las precientíficas que provienen de la época de los doctores de la filosofía escolástica (3) hacen hincapié en la escasez como fuente del valor económico de los bienes (paradoja del valor del agua y de los diamantes, Davanzatti, 1588).

    En la economía de los bienes y servicios digitales, sin embargo, es con frecuencia el concepto de abundancia quien otorga el valor económico. Pensemos por ejemplo en los efectos económicos de las redes, expresados en la denominada Ley de Metcalfe (4), según la cual el valor de una red (de faxes, de teléfonos o de ordenadores) aumenta polinómicamente con el número de nodos o de usuarios (sería aproximadamente proporcional a n2/2), ya que cuanto mayor sea éste, más atractivo poseerá la red para otros potenciales nuevos clientes.

    Lo mismo sucede con determinados productos digitales, como por ejemplo los sistemas operativos de los PCs. El valor de Windows como fuente de ingresos para Microsoft subyace en su elevadísimo grado de implantación en el mercado, lo que le convierte en un estándar casi común e imprescindible a efectos de compatibilidad. Casi todo el mundo que tiene un PC se ve obligado a comprar una licencia de ese producto. En cambio otros sistemas operativos de fabricantes diferentes (p.e. Apple) son menos comunes, es decir más escasos, y al mismo tiempo mucho menos rentables económicamente. Es por tanto la abundancia de los bienes digitales, no la escasez, la que en muchas ocasiones (redes, estándares tecnológicos, etc) crea su valor en la nueva economía, subvirtiendo un principio de la ciencia económica tradicional que se tenía por sagrado.

    Una segunda cuestión que sorprende es el fenómeno, difícilmente explicable por la teoría convencional, del auge creciente de los negocios basados en el altruismo. La generosidad se ha considerado tradicionalmente como algo ajeno (incluso contrario) a las motivaciones que dan una base económica al comportamiento humano, especialmente en la sociedad capitalista (5). Ya decía el ilustre Adam Smith, anteriormente citado, que "no es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino su consideración de sus propios intereses". La persecución del interés propio y no tanto la satisfacción del ajeno, es otro de los principios axiomáticos fundamentales de la doctrina de la economía de mercado.

    ¿Cómo entonces es posible que en los últimos años se haya podido desarrollar un mercado tan floreciente alrededor de un sistema como Linux que se distribuye gratuitamente, o bien a un precio meramente simbólico? ¿O que la expansión del denominado freeware (software gratis) y de los productos con etiqueta open source sigan una tendencia tan acusadamente al alza? Parecería como si la Nueva Economía premiase a la generosidad en ocasiones más que a la codicia, y ello constituye otra paradoja difícilmente explicable dentro del marco teórico y del esquema de valores que se ha venido aplicando al homo economicus.

    Un tercer principio, normalmente aceptado sin discusión al menos hasta fechas muy recientes, es el de la relación entre el valor de mercado de la empresa y alguno de (o todos) los parámetros siguientes: su patrimonio, su fondo de comercio, el beneficio que gana o el dividendo que reparte y la evolución esperada de sus flujos de fondos. Es decir el valor actual de una empresa depende, según la opinión generalmente establecida, en parte de su rendimiento pasado (patrimonio) y de su capacidad futura para generar beneficios. Este axioma que denominaré de la correspondencia, se encuentra formulado explícitamente en los tratados y manuales de finanzas corporativas (6), desde los más elementales hasta los más abstractos.

    Un simple paseo por los mercados financieros internacionales hace que el planteamiento anterior deba ponerse en duda, o incluso desecharse abiertamente en lo que se refiere a las nuevas empresas de la Sociedad de la Información, especialmente en las que se empiezan a denominar colectivamente como e-business. Me refiero en particular a compañías como por ejemplo Amazon, Yahoo o e-Bay, cualquiera de ellas paradigmática del nuevo mundo que viene de la mano de Internet.

    Tomemos como ejemplo el caso de Amazon.com, la asombrosa compañía de venta de libros y discos a través de Internet. El año pasado su capitalización (valor bursátil) llegó a alcanzar un valor de 30 billones de dólares (superior al de Texaco, la gigantesca petrolera), con unas ventas de tan sólo 600 millones. Amazon no ha tenido beneficios desde su fundación sino pérdidas crecientes, y en opinión de su presidente y fundador, Jeff Bezos, así seguirá siendo durante los próximos años.

    Varias preguntas tienen ahora por tanto sentido: ¿Donde radica el valor que el mercado asigna a las empresas de la Nueva Economía? ¿Estamos ante un caso de irracionalidad colectiva similar al que describe Malkiel (7) en la Holanda de finales del siglo XVI? ¿O será simplemente que las reglas tradicionales no sirven para estos tiempos nuevos? Difícil disyuntiva en cualquier caso.

    Otro grupo de postulados de la ciencia económica que pueden ponerse en cuestión en la Nueva Economía es el de las hipótesis marginalistas. El marginalismo constituye una de las bases del análisis microeconómico, de extraordinaria importancia dentro de la teoría del equilibrio general de los mercados en condiciones de eficiencia económica. Uno de los economistas más importantes en este campo fué León Walras (8), a su vez fundador de la economía matemática, y dentro del marginalismo se pueden encontrar dos conceptos fundamentales cuya vigencia ahora podríamos poner en entredicho, o al menos revisar con atención. Son éstos la utilidad marginal y el coste marginal, respectivamente.

    La utilidad marginal de un bien se puede definir en grandes rasgos como el valor que aporta a su consumidor la última unidad consumida. En este sentido, el término marginal puede entenderse como adicional. En la teoría de la demanda se postula que los individuos maximizan su utilidad, es decir que eligen el conjunto de bienes y cantidades por los que tienen una mayor preferencia. Hace cien años, cuando los economistas reflexionaron sobre este concepto enunciaron la ley de la utilidad marginal decreciente, que establece que a medida que aumenta la cantidad consumida de un bien o servicio, tiende a disminuir su utilidad marginal (9).

    La ley anteriormente señalada parece que es intuitivamente cierta y se cumple en general en el mundo de los bienes físicos, especialmente aquéllos cuyo consumo humano se limita a través del mecanismo de la saciedad (alimentos, vestido, etc.). Pero en la Nueva Economía de los bienes y servicios digitales las cosas pueden ser en cierto modo diferentes.

    Tomemos como ejemplo la demanda de comunicaciones de un consumidor (personal o corporativo), medida a través de dos simples parámetros físicos: la anchura de banda consumida y el tiempo de conexión a redes. No existe ninguna evidencia empírica de que en este caso la propensión marginal al consumo sea decreciente, sino más bien al contrario. Parece que en este ejemplo la demanda se autoalimenta positivamente, y que a medida que usamos (o consumimos) más servicios de este tipo (o bienes: anchuraxtiempo), más valor les otorgamos (por eso aumenta su demanda). Luego quizás sea necesario volver a reflexionar sobre el sentido del término utilidad marginal en la Nueva Economía, o al menos tratar de reformular la ley de su decrecimiento en términos consistentes con la realidad observada.

    El segundo concepto marginalista que ha adquirido una importantísima carta de naturaleza en la teoría microeconómica es el del coste marginal. Por tal se entiende el coste que supone producir una unidad adicional de un bien (o servicio), para un determinado nivel de oferta o producción. Una de las hipótesis normalmente asumidas es que la forma de la curva que representa el coste marginal de un producto en función de la cantidad fabricada tiene una forma de U, es decir decrece a medida que se aumenta el número de productos fabricados hasta un punto mínimo, y a partir de ahí vuelve a crecer.

    Una explicación a este fenómeno se debería a que el crecimiento de la producción por encima de cierto nivel lleva a desajustes entre los factores variables, de tal manera que tal manera que la eficiencia conjunta se resiente y empiezan a producirse los conocidos fenómenos de rendimientos decrecientes. La importancia de los costes marginales es grande en la teoría del equilibrio económico, entre otras razones debido a que en condiciones de competencia perfecta, los precios de los bienes y sus costes marginales de producción a largo plazo se igualan (10).

    Los problemas para encajar el concepto del coste marginal en la Nueva Economía son complicados de resolver. Hay que tener en cuenta que en el caso de los bienes digitales (esencialmente software y contenidos), no existe un proceso de fabricación en términos análogos al de los bienes industriales, sino un proceso de desarrollo y uno de duplicación. Una vez finalizado el desarrollo de un programa de software, el coste de producir copias adicionales es prácticamente irrelevante, como es sabido. Por otra parte los costes de distribución están desapareciendo, o al menos reduciéndose en muy gran medida, debido al comercio electrónico.

    En las condiciones anteriores, conviene recordar que los costes de desarrollo de un bien digital son en gran medida costes hundidos, es decir normalmente irrecuperables salvo a través de la venta del propio bien, y se producen y acumulan antes de que el producto esté en el mercado, disponible para su comercialización. Además, los costes marginales, entendidos en el sentido de los párrafos anteriores, son prácticamente iguales a cero, por lo cual en un mercado competitivo y eficiente, el software y los demás bienes digitales no deberían tener precio, es decir estarían fuera del mercado, o dicho en otras palabras, no existiría un mercado para este tipo de productos.

    Como se ha podido comprobar en los ejemplos expuestos, algo no funciona demasiado bien en la teoría económica convencional cuando se trata de analizar el comportamiento de consumidores, productores, mercados, bienes y servicios de la Nueva Economía. Afirma Kevin Kelly, editor de la revista Wired, que estamos asistiendo al inicio de un cataclismo tectónico que va a cambiar radicalmente el orden económico establecido. Las tres características esenciales de la Nueva Economía de la Sociedad de la Información, su globalidad, su intenso grado de interconexión y la intangibilidad de una buena parte de sus bienes y servicios, hacen que ésta difícilmente pueda ser interpretable mediante los modelos analíticos que han servido para estudiar la sociedad industrial hasta ahora. ¡Veremos pues qué sucede!

     

    Notas

    * Publicado en Lo que cuentan de TI. Revista de Prensa. Magazine de Información Independiente sobre Nueva Economía y Mercados de las Tecnologías de la Información. http://www.tecnova.es

     

    1.

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    3.

    4.

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    9.

    10.

    César Lanza* * Tecnova Ingenieros Consultores