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Miradas de seducción

Enviado por GERARDO Guiza Lemus


Partes: 1, 2

    Miradas de seducción – Monografias.com

    Desde que miré las fachadas de los tres centros penitenciarios donde debía de trabajar con un equipo de profesionales de la salud por tres días, sentí como la adrenalina corría por mi cuerpo, nunca había ingresado a un lugar así para visitar a nadie, y ahora lo hacía por primera vez y por motivos de trabajo, así que como siempre, estuve convencido de mostrar mi profesionalismo y mi discreción frente al personal de salud al que debíamos capacitar, y en especial, hacia los internos de aquellos centros llamados de "readaptación social".

    Durante las tres ocasiones que visité esos lugares, debimos pasar una revisión que aunque rigurosa, no dejamos de gozar de un trato preferencial por parte del personal de seguridad, pero al igual que cualquier visitante que ingresara a un espacio como esos, cumplimos con todas las rigurosidades que impone traspasar las puertas, rejas y todos los sistemas que garanticen la reclusión de quienes están privados de la libertad.

    Los servicios médicos a donde debíamos dirigirnos en las tres ocasiones, inexplicablemente quedaban hasta el fondo de las penitenciarías oriente, sur y norte de la ciudad, lo que inevitablemente nos hacía percatarnos de la vida y las acciones de quienes por diversas razones viven privados de la libertad en la ciudad de México.

    A nuestro paso, diversos internos nos saludaron diciendo: "Buenos días", "bienvenidos", "que Dios los bendiga", así como "una monedita", "un tabaco, por favor", no sólo las miradas de seducción caían sobre de nosotros, sino las palabras llenas de beneplácito, casi como si estuviesen extrañados de tener contacto con otros seres a los que poco están acostumbrados a ver.

    Como sumergidos en un laberinto sin tiempo, algunos de ellos hablaban para sí mismos, otros conversaban con quienes compartían su misma suerte. Unos más jugaban a las cartas en las bancas o deambulaban sin sentido de un lado para otro como matando el tiempo, como abstractos de su realidad, deseosos tal vez de olvidar aquel miserable destino de estar en reclusión por algunos años o para toda la vida.

    Por aquí y por allá sobresalían los que practicaban deporte, ya sea haciendo barras, corriendo o jugando fut bol para matar el tiempo y los recuerdos de las razones por las que fueron levados tras de aquellos muros grises.

    El olor a creolina era tan intenso que hostigaba el olfato. Sin embargo, una hora después de ingresar a esos espacios, comenzaba a ser poco a poco imperceptible, se iba diluyendo porque el sentido de la vista y del oído se agudizaban de forma desmesurada.

    La única sensación de libertad que se percibía en esos lugares, fue el de las aves revoloteando en el firmamento, yendo de aquí para allá sin limitación alguna, y no menos de un interno volteó a mirarlas, como envidiando esa capacidad de ser ellas mismas, sin ninguna limitante, como tantas que nos imponemos los seres humanos producto de la razón, las emociones y de nuestros hechos.

    En los pequeños momentos de descanso que tuve, salí a las áreas comunes para fumar y observar aquel mundo desconocido, extraño, poco comprensible y en ocasiones, se antojaba hasta injusto. Entonces, las miradas se hicieron sentir sobre de mí y la mía, aunque discreta, sobre de algunos de los internos.

    Miré a aquellos extraviados andar sin rumbo fijo, sosteniendo conversaciones consigo mismos, olvidados tal vez por su familia y por la sociedad que alguna vez los vio crecer. Los escuché hablar incoherencias, pero sin duda, un dialogo comprensible para sí mismos, recordando a su propia persona sus necesidades, sus tristezas, sus dolores, la desesperanza, el sufrimiento que nadie deseaba escuchar porque ya basta con la congoja propia como para llevar a cuestas la de los demás.

    Escuché las confesiones de un enfermero diciendo haberle practicado sexo oral a un interno, y sentirse atormentado porque también recibió el semen del hombre durante la penetración anal y pues el condón se había roto. El enfermero contó que ese tipo de prácticas ocurrían con frecuencia no sólo por parte del personal que labora en las penitenciarías de la ciudad de México, sino entre los propios internos que no tienen visita conyugal.

    A aquellos hombres privados de la libertad les despertó un interés particular al verme conversar con el enfermero, algunos de ellos comenzaron a merodear a nuestro alrededor, entonces se me contrajeron las entrañas. No todos tenían un rostro de boxeador con la nariz achatada o cicatrices en la cara. Muchos de ellos conservaban un cutis lozano, producto de su extrema juventud. Otros más, lucían una saludables, corpulentos, atléticos y en ocasiones, con una mirada de bondad, como si la misericordia asomara por la cuenca de sus ojos, una misericordia difícil de comprender y de descifrar.

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