"La Epopeya Vandeana"
"Primera Cruzada Contra los "Sin Dios Jacobinos"
"Primer Genocidio de la Modernidad»
Insignia de los realistas durante la guerra de Vendée
PRÓLOGO
La Revolución Francesa, invocó los derechos del hombre para aplastar los derechos naturales de las personas humanas; alzó la bandera de la tolerancia para destruir a los discrepantes, y la de la libertad para practicar el terror y el genocidio. No obstante se la suele llamar "cuna del orden democrático actual"; pero en verdad la debemos considerar fuente del caos, de la subversión, del desorden, de los revolucionarismos totalitarios, hijos del jacobinismo galo, que como el comunismo y el nazismo, sembraron el terror, el genocidio, la guerra total, con millones de víctimas en su haber.
Vaya este humilde aporte personal, que intenta rescatar el "Amor a Cristo Crucificado", de estos verdaderos "Amigos de la Cruz", para resaltar el obrar de quienes se ofrecieron en alma y cuerpo, desde sus sencillos lugares del hacer cotidiano, dando testimonio martirial, a fin de que no solo nos sensibilice sino, nos lleve a la modificación de nuestras conductas en el actuar diario, y exclamemos, junto a San Luis María Grignión de Montfort estos cuatro versos:
"Escógete una cruz de las tres del Calvario;
Escoge sabiamente, puesto que es necesario
Padecer como santo o como penitente,
o como sufre un réprobo que pena eternamente"
Si bien todo se doblegaba ante los comisarios de la Convención, y se paralizaba por el terror instaurado, sólo en algunos Departamentos de Occidente hubo fuerza y valor para resistir, fortaleza sustentada en la fe y religión de los padres.
Así, al norte del Loire, en la Bretaña y Normandía, país de los bretones y normandos, de sangre caliente, valerosa y de tenaz perseverancia, la agitación partió de la nobleza, que esperaba arrastrar consigo al pueblo.
Al sur del Loire, al contrario, país descendiente de los antiguos vénetos, el levantamiento partió del pueblo y arrastró consigo a la nobleza.
Ambos pueblos eran sencillos, laboriosos y píos; no corrompidos por el iluminismo ni por la literatura disolvente del siglo XVIII. La nobleza no se había arruinado por la prodigalidad y la frivolidad de aquella época, característica en París. Como bien nos señala en sus Memorias, Madame Larochejaquelein: "Los señores no cercaban su terreno; repartían la cosecha con el masovero que lo trabajaba; cada día tenían, por lo tanto, comunes provechos y relaciones que presuponían mutua confianza y honradez".
"No deseamos la guerra, pero tampoco la tememos. Queremos volver a tener nuestros sacerdotes legítimos, y no intrusos, nuestros antiguos párrocos que eran nuestros bienhechores y nuestros mejores amigos, que compartían nuestras penas y afanes, y por su piadosa instrucción y sus ejemplos, nos enseñaban a soportarlas. Estamos dispuestos a derramar la última gota de nuestra sangre por la religión de nuestros padres. Queremos de nuevo la monarquía, no queremos vivir bajo un gobierno republicano, que no trae más que la división, confusión y guerra", señalará un manifiesto recogido por Mortimer Ternaux, sintetizando el sentir de los campesinos.
En la pureza de las costumbres y en la fe, ambos poseyeron la fuerza para acciones heroicas hasta el martirio, en defensa de Dios, de la Religión Católica, Apostólica y Romana, de la Santa Madre Iglesia y del Rey, pilares fundantes de la Francia Católica, Monárquica y Tradicionalista.
Imbuidos de este noble espíritu de Amor a la Cruz, cierro con esas sabias palabras que el Santo de Montfort expresara para Los Amigos de la Cruz:
"Decidíos, queridos Amigos de la Cruz, a padecer toda clase de cruces, sin elegirlas ni seleccionarlas; toda clase de pobreza, humillación, contradicción, sequedad, abandono, dolor psíquico o físico, diciendo siempre: Pronto está mi corazón, ¡oh Dios!- está mi corazón dispuesto (Sal. 57). Disponeos, pues, a ser abandonados de los hombres y de los ángeles y hasta del mismo Dios; a ser perseguidos, envidiados, traicionados, calumniados, desacreditados y abandonados de todos; a padecer hambre, sed, mendicidad, desnudez, destierro, cárcel, horca y toda clase de suplicios, aunque no los hayáis merecido por los crímenes que se os imputan. Imaginaos, por último, que después de haber perdido los bienes y el honor, después de haber sido arrojados de vuestra casa -como Job y Santa Isabel de Hungría, se os lanza al lodo, como a está Santa, o se os arrastra a un estercolero, como a Job, maloliente y cubierto de úlceras, sin un retazo de tela para cubrir vuestras llagas, sin un trozo de pan -que no se niega al perro ni al caballo-, y que, en medio de tales extremos, Dios os abandona a todas las tentaciones del demonio, sin derramar en vuestra alma el más leve consuelo espiritual. Ahí tenéis, creedlo firmemente, la meta suprema de la gloria divina y la felicidad verdadera de un auténtico y perfecto Amigo de la Cruz".
«Mitis depone colla, Sicamber, adora quod incendisti, incende quod adorasti»
Remigio, Obispo de Reims
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