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Algunas cosas extrañas de la tecnología

Enviado por Mackalex


Partes: 1, 2

    I

    Algunas mentiras y algunas verdades No es verdad que el Internet ha cambiado la forma de expresarnos: somos nosotros los que hemos cambiado cómo expresarnos; después de todo, somos los seres humanos los que cambiamos, actualizamos o volvemos a formas del pasado los giros y vocabularios que usamos en nuestra expresión oral y escrita.

    La academia metodizada, sólo regula (mientras puede), y ya parece ser que es ella la regulada. Antes el habla popular mantenía dichos giros y expresiones por un tiempo más o menos estable —la estabilidad era la palabra clave en la economía, la física, la sociología…—, todo se desarrollaba de manera lineal; hoy sin embargo, lo que reina es el caos y a una velocidad tal, que todavía no sabemos hasta donde nos llevará la tecnología del Internet y la miniaturización.

    Todo tiende a la nanotecnología: mientras más chico: ¡mejor! Si los artefactos son cada vez más pequeños y hacen más cosas: ¡mejor! Si la familia es menos numerosa y hace más cosas: ¡mejor! Y, naturalmente, mientras lo permita la comprensión, limitada por los símbolos del emisor hacia el lector, interlocutor o receptor: ¡mucho mejor si se dice más con menos! Y cuidado con las emociones: mientras menos manifiestas: ¿menos conflictos o más control? Un golpe duro que recibió la seudo teoría de la Inteligencia emocional del afamado escritor estadounidense Coleman —según encuesta realizada por CNN en español la cual no pretendo entrar en detalles por razones obvias; además, tienen una página donde se puede indagar acerca de la misma— arrojó unos resultados increíbles: ¡la gente está harta de que la manipulen y le controlen sus emociones al mínimo requerido! Además, dicha teoría ha elevado los gastos en calmantes, medicinas y psiquiatría a niveles jamás conocidos; y no sólo por el aumento de los precios, sino por mayores niveles de consumo.

    Pero: ¡cuidado! La tecnología puede convertirnos en más taimados y astutos de lo que solíamos ser, y por una sencilla razón: hablar breve y sustancioso siempre ha sido elegante, pero, ¡cuidado con la sustancia! El veneno nunca se da en grandes dosis.

    II

    Robert D. Kaplan1 maquiaveliano, periodista experto en asuntos de guerra señala: La palabra «moderno» sugiere un deseo de separar nuestra vida y nuestro tiempo del pasado. Las ideas, la política, la arquitectura, la música «modernas» no implican una prolongación del pasado ni una reacción contra él, sino su rechazo. El término es por tanto una celebración del progreso. No obstante, cuanto más modernos seamos nosotros y nuestras tecnologías, más mecanizadas y abstractas serán nuestras vidas, más probabilidades habrá de que nuestros instintos se rebelen y más astutos y taimados nos volveremos, aunque sea de manera sutil. El verdadero tesoro del hombre es el tesoro de sus errores, apilados piedra sobre piedra durante miles de años. (…) Romper la continuidad con el pasado, querer empezar de nuevo, denigrar al hombre y plagiar al orangután. Fue un francés, Dupont-White, quien alrededor de 1 860 se atrevió a exclamar: «la continuidad es un derecho del hombre: es un homenaje a todo aquello que lo distingue de la bestia»2. Y fue Maquiavelo3 quien dijo: Todo aquel que desee saber qué ocurrirá debe examinar qué ha ocurrido: todas las cosas de este mundo, en cualquier época, tienen su replica en la antigüedad. Partiendo de estas anotaciones, a cada cambio tecnológico, le han sucedido cambios en el comportamiento humano; cuando Johannes Guntenberg4 (1 400-1 468) a mediados del siglo XV invento los tipos móviles, no sólo condujo a las reformas sino también a las guerras religiosas posteriores, por cuanto la repentina proliferación de textos suscitó controversias doctrinales y despertó agravios largo tiempo olvidados. Igual sucedió con la teoría de la doctrina evolucionista de Darwin, que los ingleses interpretaron como el dominio de razas superiores sobre otras, y como consecuencia se lanzaron en una lucha encarnizada y despiadada contra la raza humana, apalancado por su ideología colonizadora y después siguió la justificación de Helen Churchill, con su teoría determinista acerca de razas mas evolucionadas, y por lo tanto superiores, y así, diferentes adelantos tecnológicos y descubrimientos, siempre han provocado, cambios y actitudes en el comportamiento humano, —sin caer en un pesimismo antropológico—, siempre de una manera más perversa e inhumana.

    A partir de Albert Einstein —1 879 – 1 955— sobre su teoría de la relatividad, se ha marcado fundamentalmente la ciencia moderna, al revisar en profundidad las nociones físicas de espacio y tiempo, estableciendo la equivalencia entre la masa y energía (E = mc2) y todo el mundo sabe de las consecuencias de estos descubrimientos.

    Hoy, gracias a estos descubrimientos, gozamos de más comodidades, aunque cada vez más reducidas y limitadas a grupos de minoría, pero también, más proclividad a las perversidades teatrales de máscaras chinas, donde el enemigo en su lucha ante los conflictos, no lucha en el cuerpo a cuerpo, o en el mente a mente, y todo el contacto personal se pierde, sino, que además, la gente descubre cosas nuevas sobre las cuales disentir, y lo peor es, que no necesita del contacto personal para reaccionar.

    III

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