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Mariano Melgar, poeta del amor, y la libertad

Partes: 1, 2

    1. Fervores, arrebatos y pasiones
    2. Donde los bienes son males y los placeres tumultos
    3. Levantad esos rostros abatidos
    4. El amor se convierte en queja y lamento
    5. ¿Por qué a verte volví, Silvia querida?
    6. Vuelve que ya no puedo vivir sin tus cariños
    7. Tuyo es mi pecho entero, tuyo es este albedrío
    8. La dolida esencia y la dulzura plena del "harawi" 
    9. Por mi patria amada y por mi Silvia quiero
    10. Pudo huir si lo hubiera querido
    11. Arequipa es Melgar y Melgar Arequipa 
    12. Fuente

    Un día como hoy, 12 de marzo, del año 1815, caía abatido por un pelotón de fusilamiento en el campo de batalla de Humachiri, en Arequipa, el poeta y prócer de la libertad Mariano Melgar, amante apasionado y patriota legendario.

    1. Fervores, arrebatos y pasiones

    Decimos con frecuencia que la historia del Perú fue insigne y gloriosa en la época pre-inca cuando florecieron culturas de asombro como Chavín, Tiahuanaco, Moche, Paracas; de igual modo, en la época incaica cuando Pachacútec y Túpac Yupanqui consolidaron una cultura que hizo prodigios; como también en el virreynato, con relumbres y fulgores de imperio, etapa en la cual el dominio del Perú en América del Sur fue absoluto pues era el único virreynato antes que se desprendieran de él Nueva Granada (1717) y del Río de La Plata (1776).

    Sin embargo, en la mesa del hogar mi padre que fue maestro recreaba ante nuestros ojos deslumbrados, fastos y memorias de la época republicana, hechos que para mí resultaban fabulosos, titánicos y plenos de extraordinaria y fascinante grandeza, de arrebatos y fervores supremos, en donde los personajes eran paladines sobrehumanos.

    Los ejércitos se perseguían insomnes por desiertos, desfiladeros y punas: el General Agustín Gamarra, dos veces Presidente de la República, caía muerto en el campo de batalla de Ingavi, en las orillas heladas del lago Titicaca; el teniente coronel Domingo Nieto vencía en una justa con lanza y sable –que contemplaban los batallones estupefactos– al gigantesco comandante Camacaro de Colombia en el Portete de Tarqui definiendo de ese modo la guerra desatada; don Ramón Castilla, arrastrando mil fusiles, moría sobre su caballo en el indescifrable desierto de Atacama.

    Otro bólido, Felipe Santiago Salaverry, sublevado a los 29 años en el Callao, elegido Jefe Supremo de la Nación, vencedor mítico en Uchumayo para luego caía derrotado en Socavaya y era fusilado en la Plaza de Armas de Arequipa el año 1836. Mi padre tocaba extasiado en su violín "La salaverrina" –y la banda de mi escuela la entonaba con sus tambores y cornetas en los desfiles– aquella marcha militar que ayudó a que los combatientes de ese general flamígero y alucinado –cuya banda de músicos entonaba dianas y pasacalles en los fémures de sus enemigos caídos en batalla– venciera en innumerables batallas y sucumbiera solo en una que le costó la vida.

    El hijo de ese soldado ígneo, que quedó huérfano desde niño, sería más tarde el principal poeta del romanticismo peruano, quien escribiera aquel poema que finaliza diciendo:

    Oh! cuando vea en la desierta playa, con mi tristeza y mi dolor a solas, el vaivén incesante de las olas me acordaré de ti; 

    cuando veas que una ave solitaria cruza el espacio en moribundo vuelo, buscando un nido entre la mar y el cielo ¡acuérdate de mí!

     

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