Resumen
El estudio de la obra martiana nos ha permitido reunir un conjunto de escritos e ideas de nuestro Apóstol que abordan de un modo especial las actividades lúdicas del hombre de su época, no solo del juego, tal vez la más estudiada y practicada forma de la lúdica, sino la recreación y el entretenimiento que ya alcanzaban un alto desarrollo como negocio dentro de los más de avanzados países del capitalismo decimonónico. Tales escritos no solo aportan el testimonio de lo que ocurre en materia de entretenimiento es los Estados Unidos, sino que Martí pone énfasis en destacar la falta de espiritualidad que hay en estas acciones masivas de participación humana donde las personas se embriagan en el disfrute, enajenados y alejados de su realidad o envueltos en un mundo artificial de banalidades y cursilería.
En 1889 en el primer número de la revista La Edad de Oro, redactada por él para los niños, José Martí publica el primer trabajo escrito por un cubano referido a la importancia de los juegos y de lo lúdico en general, en el desarrollo de la cultura y de la educación en particular. Con una muy buena selección de ejemplos Martí va demostrando cuan importante es el juego para el desarrollo humano y con una clara exposición expone su tesis central que guarda una vigencia muy importante y anterior a la que elaboran ludistas contemporáneos: "Los pueblos, lo mismo que los niños necesitan de tiempo en tiempo algo así como correr mucho, reírse mucho y dar gritos y saltos. Es que en la vida no se puede hacer todo lo que se quiere, y lo que se va quedando sin hacer sale así de tiempo en tiempo, como una locura." [1]
El juego y el entretenimiento son muy importante en la vida del ser humano, desde que nace juega y busca esparcimiento, a través de ellos se socializa y va aprendiendo las reglas del grupo en que crece y creando patrones que lo harán parte de un pueblo y una sociedad, es decir consume, consume y crea cultura.
Martí en sus crónicas para la prensa latinoamericana desde Nueva York, se ocupa profusamente de los temas lúdicos no solo de los juegos y los deportes, sino del entretenimiento y los espectáculos; no para dar visiones folkloristas o sensacionalistas de esos temas, sino para exponer de forma objetiva, una visión más completa de esta sociedad que deslumbra a los lectores de América Latina.
Los criterios de Martí, ganan en vigencia y actualidad en la sociedad posmoderna cargada de acciones lúdicas tendiente a la enajenación del individuo, que hacen del entretenimiento y la vida frívola el ideal del ser humano, convertido en muchas ocasiones en consumidor de placeres artificiales y condicionados a las emociones duras y violentas. A estos contrapone Martí la espiritualidad como antídoto, el humanismo como escudo y la virtud como regla.
La llegada de José Martí a Nueva York en 1880 es el inicio de una nueva etapa en su vida, no solo por la consolidación de la obra política a la que consagró su vida, la independencia de Cuba, sino por la maduración de su intelecto y sus vínculos más amplios con la sociedad norteamericana, a la que conoce en pleno momento de expansión de la Revolución Industrial y de maduración de fenómenos como sus apetencias imperialistas.
Ante estos procesos que se desarrollan delante de sus ojos, el pensamiento revolucionario y progresista de Martí evoluciona hacia posiciones, primero de observación crítica y luego de advertencia a los gobiernos y pueblos de Latinoamérica, a quienes previene de los males que están en esta sociedad que los deslumbra con su abundancia y parafernalia.
La observación del mundo lúdico norteamericano de su tiempo, no es casual, ni contemplativo, sino por el contrario sistemático, prudente y advertidor.
Dentro de sus crónicas periodísticas de la década de los ochenta abundan las referencias a las costumbres recreativas, deportivas y los juegos de ese pueblo, deteniéndose en reflexiones que conservan su vigencia.
Uno de los principales ejemplos de esto se encuentra en la crónica que describe una visita a la famosa isla de Coney Island en la ciudad de Nueva York, en ella hace un derroche de descripciones sobre este enorme parque de diversiones y esparcimientos. El Apóstol en breves pinceladas describe las reacciones humanas ante las "maravillas" de aquel precursor de los actuales "parques temáticos", con una mezcla de asombro y reproche por la compartimentación que hace el dinero en zonas de diferentes categorías de precio y lujo:
"Cada vapor lleva un ejército a las playas serenas de Coney Island, que atrae a la gente con el fragor de sus hoteles, la algazara y chirridos de los columpios y las ventas, sus cantos de tiroleses y de minstrels, sus orquestas de mujeres descoloridas y huesudas, sus hediondos museos de elefantiacos y de enanos, su elefante de madera, que tiene en el vientre un teatro, y es como símbolo y altar monstruoso de aquella parte glotona y fea de la isla, a cuyo alrededor, como columnas de incienso, se eleva de los ventorrillos que le hormiguean a los pies el humo de las freideras de salchichas(…)"[2]
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