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INMIGRACION Y LITERATURA: LA NOSTALGIA


    1. Los italianos
    2. Los españoles
    3. Otras nacionalidades
    4. Notas

    En esta monografía me ocupo de la nostalgia que sintieron por su tierra la mayoría de los inmigrantes que llegaron a nuestro país entre 1870 y 1950, tomando como fuente testimonios literarios y periodísticos.

    Más allá de los logros obtenidos en la nueva tierra, la nostalgia acompaña siempre al inmigrante. La evocación de la tierra natal se asocia, generalmente, a la de la infancia, en la que quien emigró se sentía protegido, a pesar de la pobreza o las guerras que pudieran apenarle. La nostalgia por el país de origen se trasunta en relatos, canciones, comidas típicas, costumbres, tradiciones que se heredan imbuidas por ese sentimiento.

    Los italianos

    A ella se refirió Ernesto Sábato, en "La memoria de la tierra", discurso pronunciado al recibir en 1999 la ciudadanía italiana y la Medalla de Oro a la Cultura Italiana en la Argentina. Dijo en esa oportunidad: "Yo fui el décimo hijo de una familia de once varones a quienes, junto con el sentido del deber y el amor a estas pampas que los habían cobijado, nuestros padres nos transmitieron la nostalgia de su tierra lejana". El sentimiento se transforma en literatura: "Ese desgarro, esa nostalgia del inmigrante le he volcado en un personaje de Sobre héroes y tumbas, el viejo D’Arcángelo, que extrañaba su viejo terruño, sus costumbres milenarias, sus leyendas, sus navidades junto al fuego". Y se asocia a una etapa de la vida: "¿Cómo no comprender la nostalgia del viejo D’Arcángelo? A medida que nos acercamos a la muerte nos acercamos también a la tierra, pero no a la tierra en general sino a aquel ínfimo pedazo de tierra en que transcurrió nuestra infancia. Así también mi padre, descendiente de esos montañeses italianos acostumbrados a las asperezas de la vida, en sus años finales, para defenderse de lo irremediable con el humilde recurso del recuerdo, evocaba la Paola de su infancia. Aquella misma Paola de San Francesco, donde un día se enamoró de mi madre" (1).

    Rigueto, un personaje de José Luis Cassini, también se enamoró en Italia, y a causa de ese amor, decidió emigrar. "Es un viejito dulcemente flaco y de una mirada insostenible; un océano de tristeza se adivina queriendo salírsele por los ojos. Cuando el sol declina, afila su guadaña a golpe de martillo, como le enseñaron los piamonteses en la guerra. Ya nadie lo sabe; él mismo ha olvidado que es el dueño del conventillo y de la primera usina eléctrica del pueblo. Pero a veces toma unos vinos en los que remoja tiras de pan y recuerda lejanos ensueños: Casuchas al pie de una montaña; el tallercito de su padre, el sastre; la tarde en que Blanca dijo que sí, que correspondía a su amor adolescente y aceptaba casarse" (2).

    En el tango "La Violeta", de Nicolás Olivari, también es el vino el compañero en la nostalgia. Dice del inmigrante: "Con el codo en la mesa mugrienta/ y la vista clavada en un sueño,/ piensa el tano Domingo Polenta/ en el drama de su inmigración. Y en la sucia cantina que canta/ la nostalgia del viejo paese/ desafina su ronca garganta/ ya curtida de vino carlon" (3). El investigador Sergio Pujol analiza ese sentimiento en los tangos: "se ha insistido en que ese aire quejumbroso del tango-canción no es ajeno a los italianos nostálgicos, tan afines a la cultura operística y a las canzonettas" (4).

    La ginebra consuela a un siciliano. Don Pico Sanzone, personaje de Gabriel Báñez, salía de noche con un vagón negro; "lo que en verdad ocurría era que Sanzone sacaba el fúnebre para emborracharse y terminar descarrilado en alguna curva. Mataba la nostalgia de Sicilia con ginebra y manivela, y terminaba llorando como un chico hasta que los compañeros lo sacaban de la cabina y se lo llevaban a dormir la mona ‘Su la vía sento macanudo’, gemía mientras era arrastrado" (5).

    La nostalgia aparece asimismo en el poema del marplatense Eduardo Martín La Rosa, "El sueño de don Juan (un inmigrante)", atenuada por el reencuentro con su familia: "Te cautivó esta ciudad virgen./ El sol dibujando caminos de plata/ sobre el mar./ Sus campos y montañas tapizados de pino./ El desarraigo fue menos doloroso!. (…) Mirabas el mar… Siempre… el mar./ Hasta que una inolvidable noche/ desembarcaron los tuyos (6)".

    En Santo Oficio de la Memoria, de Mempo Giardinelli, la nostalgia no está referida a un lugar, sino a los hijos pequeños que una madre debió dejar. Narra el hijo mayor, refiriéndose al padre: "Llegaron casados, ya. Conmigo. El decidió que Vincenzo y Nicola se quedaran allá. Luego los buscaría, dijo. No atendió el llanto de Angela. No escuchó las razones de nadie. Nunca. (…) El sabía cuanto sufría ella por los hijos que dejaron en Italia, pero jamás hizo nada por traerlos. Cómo un hombre puede ser así, es algo que yo no me explico. Fue terrible, eso". Otro personaje relata que el hombre también pensaba en i bambini: soñaba que en la nueva casa "habría rosas en los floreros y comerían bien, tres veces al día, o cuatro, con todos los chicos, porque iban a traer a Vincenzo y a Nicola de Italia. El país progresaba a pesar de todo, y él también" (7).

    En la novela En la sangre de Cambaceres, la inmigrante siente más nostalgia por el hijo argentino que por la familia dejada en la tierra natal: "-¿A Italia yo… dejarte a ti, mi hijito, irme tan lejos enferma y sola… estás loco, muchacho… y si me muero y si no te vuelvo a ver?…" (8).

    "Regresar, sin embargo, no redime de la nostalgia", afirma Mónica López Ocón en "Interior italiano", uno de los textos ganadores en el certamen convocado por la Asociación Premio Grinzane Cavour y los diarios Clarín y La Repubblica. ""La nostalgia no se cura porque sólo se curan los males –continúa- y mi nostalgia figura en el inventario de los bienes heredados. A su vez, alguien la heredará de mí" (9).

    Los españoles

    En el Viejo Continente se sabía de la aflicción que sentían quienes emigraban. Elizabide, personaje de Pío Baroja, "había gastado casi entero su escaso capital en sus correrías por América, de periodista en un pueblo, de negociante en otro, aquí vendiendo ganado, allá comerciando en vinos". Próximo a casarse con la hija de un estanciero uruguayo, "sintió la nostalgia de su pueblo, del olor a heno de sus montes, del paisaje brumoso de la tierra vascongada". Así fue que "se embarcó en un transatlántico, y después de saludar cariñosamente la tierra hospitalaria de América, se volvió a España" (10).

    En Asturias, Valentín Andrés Alvarez escribe qué sucedería si todos los asturianos nostálgicos cumplieran su deseo: "Puede asegurarse que si un buen día todos los asturianos realizasen el sueño de regresar a la ‘Tierrina’, no cabrían en ella; habría que ensanchar las ciudades, aumentar las villas y multiplicar las aldeas; y si trajesen consigo las riquezas que poseen, Asturias sería, además de la tierra más poblada, la más rica" (11).

    Se titula precisamente "Nostalgia" uno de los cantos del poema "Cuando mi padre habló de su infancia", de José González Carbalho. En ese texto enumera las posesiones que el niño inmigrante tenía en Galicia: un río, un monte, un horizonte, su perro y sus canciones. En América, ya nada tiene de eso, y se lamenta: "Ay, el dueño de valles/ y misteriosos bosques/ por el que andaba yo/ mi perro y mis canciones./ Mis canciones que vuelven sólo para que llore/. Mi perro ya olvidado/ de obedecer al nombre./ Yo, que perdí mis cielos, / ¡y soy tan pobre!" (12).

    También descendiente de gallegos, María Rosa Lojo nos dijo en un reportaje: "En casa se hablaba de España como del ‘paraíso perdido’, al que mis padres siempre quisieron regresar" (13). Los gallegos que presenta en Canción perdida en Buenos Aires al oeste sufrían el desarraigo que los acompañaría hasta el final de sus días. Dice la narradora que, en su hogar argentino, "era el sol de la casa nativa que iluminaba sus rostros. Los rasgos de mi madre, silenciosos y bellos, como una estampa antigua; los ojos de mi padre, tristes de mar, empañados de tiempo recorrido. La mesa del domingo, cuando comíamos callados y mi padre, sólo mi padre recitaba, tácitamente, como para sí: ‘Donde yo me he criado…’ Y ya no escuchábamos; lo demás se perdía en la bruma nebulosa de un mito siempre repetido, desesperado y patético como una plegaria inútil. La única plegaria que papá se permitía decir" (14).

    Otros gallegos, los padres de Esther Goris, también sentían nostalgia por su tierra. Dice la hija: "De chica, escuché tanto a mis padres añorar su tierra gallega, que, a fuerza de ser tan nombrada, Galicia se convirtió para mí en una región mítica" (15).

    En "Tríptico a Galicia", Enrique Urbina García canta la nostalgia del inmigrante de esa región: "Y aquel que por Vigo, apabulló su sombra;/ en su misterio –pompas de luna- ocultará olvido/ y por las vides de Galicia como raíz sangrante/ tendrá su mente endulzando retornos válidos. (…) Todo el que con un gallego trata, alcanza/ sólo un poco lo que el corazón de ese hombre/ desparrama, porque el amor, vive en su España" (16).

    José Tomás Oneto escribe en "La ‘morriña’ de Compostela": "aquí, en nuestro suelo, los hijos de esa Galicia emigrada, con su corazón hipotecado, seguirán escuchando las campanadas gallegas. Y no habrá ningún gallego que deje de oírlas, aunque lo crean loco. Y soñarán con su tierra lejana, con las siete estrellas que conforman la guardia de honor del Cáliz, consagrado con la Hostia, en el escudo de Galicia. (…) Y habrá quien sienta el rumor de zuecos paisanos en las rúas de Santiago, y las charlas de los viejos menestrales, y verá con nostalgia cómo se vuelve calle el camino… Entonces, entornarán los ojos húmedos con la imagen del Finisterre, esa proa de Galicia hacia el universo, verdadero trampolín de sus sueños emigrantes…." (17).

    Así soñaba el gallego en el poema de García Lorca: "¡Triste Ramón de Sismundi!/ Sinteu a muiñeira d’agoa/ mentre sete bois da lúa/ pacían na sua lembranza./ Foise para veira do río,/ veira do Río da Prata./ Sauces e cabalos múos/ creban o vidrio das ágoas./ Non atopou o xemido/ malencónico da gaita,/ non viu o imenso gaitero/ con boca frolida d’alas;/ triste Ramón de Sismundi,/ veira do Río da Prata,/ viu na tarde amortecida/ bermello muro de lama" (18).

    Es ese sentimiento el causante de que Rubén Benítez haya escrito La pradera de los asfódelos. Sobre el origen de esta obra, nos dijo el escritor: "Lo sentí como una necesidad. Tal vez por haber pertenecido a un núcleo de inmigrantes que desde la infancia me transfirieron sus vivencias y sus nostalgias por la tierra lejana. El tiempo, la muerte de casi todos ellos, incorporó a ese sentimiento la idea de caducidad que convierte a cada ser humano en un emigrante de la vida, de este escenario que también ama. Creo que ambas perspectivas se mezclan y fluyen como temas paralelos" (19).

    Acerca de la nostalgia, expresa un personaje en la novela: "En ningún lugar se está mejor que aquí, en nuestro pueblo, donde vivieron nuestros antepasados. Estamos hechos para esta tierra que es la única porción del mundo que en verdad nos pertenece y no para aquellas soledades donde el pesar y la tristeza oprimen el corazón". En América, "durante un año trabajé muy duro en la salina, ahorrando céntimo tras céntimo, hasta que pude pagarme el regreso. Volví como había ido. Nada le debo a aquella tierra. Sólo el desengaño. Aquí está nuestro pueblo, el terruño de nuestros abuelos, la finca de mi padre. Dos veces, hija, lloré en mi vida. Cuando me di cuenta de lo lejos que había quedado mi pueblo y cuando regresé a él" (20).

    Para conjurar la nostalgia, algunos inmigrantes traen de su tierra algo que les resulta especialmente querido: un retrato, un mantón, fotos… O el olivo que la española plantó en el fondo de su casa, en el cuento "Don Paulino", de Marita Minellono (21).

    Formar una familia en la nueva tierra puede ser un paliativo para la nostalgia. Lo expresa, acerca de su abuela española, el fotógrafo Fernando de la Orden, quien dice que cuando la anciana mira la fotografía de su familia: "para ella debe ser impresionante ver la foto, y saber que ella y el abuelo crearon toda esa gente, esta vida. En ese sentido, creo que no piensa en la familia que dejó en España, sino en la que está acá. Y somos todos tan unidos también por la abuela" (22).

    La nostalgia parece ser una excusa en el cuento de Patricio Pron. Un español muere a poco de llegar a la Argentina. El hijo pregunta por qué murió. " ‘Porque sus ojos estaban acostumbrados a mirar el cielo azul de Cataluña’ le dijo su madre, y a Juan Vera le bastó esa mentira para confirmarse, sereno, que Dios lo había olvidado" (23).

    Sin duda mató la nostalgia a los personajes del cubano Miguel Barnet. Cuenta el protagonista de Gallego: "No era yo de los más desgraciados. Hubo quien se envenenó por carecer de numerarios para regresar a España. Lucrecia Fierro se enterró en la barriga un cuchillo de picar huesos y salió por toda Diecisiete echando sangre, hasta que la cogieron ya muertecita. Y un afilador llamado Manuel Ruiz, como yo, se subió a una mesa y puso la cabeza en un ventilador de aspas grandes para que la llevara de un tajo. Se hizo magulladuras graves y luego confesó que había recibido una carta de su hermano donde éste le comunicaba la mala nueva de la muerte de su madre" (24).

    Otras nacionalidades

    La nostalgia no aflige sólo a los latinos. Andrew Graham Yooll afirma que los escoceses son "unos melancólicos de su tierra. Partían porque su país los expulsaba y se refugiaban en éste añorando sus pagos. A pesar de esta añoranza, sabían que su lamento sería inútil, ya que jamás tendrían la oportunidad de volver a sus montañas. De esta manera, tanto los irlandeses como los escoceses se reunían en las respectivas fechas de sus comunidades para cantar, emborracharse y llorar por sus aldeas perdidas, asumiendo como podían a éste como su lugar de residencia" (25).

    En abril de 1929, una inmigrante irlandesa imaginada por Delaney escribe a una inmigrante que recaló en Nueva York. Le cuenta que el té es el único sedante para sus angustias y le pregunta si recuerda la bahía de Galway "y aquel hermoso y triste ‘Lament of the Irish Inmigrant’. Agrega: "Enseñé la canción a mis alumnos más avanzados pero me parece que no llegaron a captar su verdadero sentido". A vuelta de correo, la amiga le pregunta: "¿Tendrá algo que ver con tu nostalgia esa desértica inmensidad que llamas Pampa?" (26).

    La nostalgia que siente una niña belga aparece en Virgen, de Gabriel Báñez. La pequeña está en el confesionario: "quiso hablar pero no pudo, temblaba de pies a cabeza. (…) Sarita entonces hipó y empezó a largar un llanto tranquilo, suave, como si una memoria se pusiera a llorar. (…) llegaron más frases en borbotón y ningún pecado. Salió entonces del banquillo y se asomó: Sarita seguía hipando y hablando en francés con tanta compulsión que no advirtió que el cura la levantaba de un brazo y la sacudía. Estaba confesando toda su vida, de Bruselas a Ensenada, y era un desahogo tan intenso que nada ni nadie podía detenerla. El sacerdote la miraba pasmado, los brazos en cruz, y si bien no entendía nada, entendía que no había mucho que entender. No era el único caso, había visto muchos otros idénticos y aún peores. Algunos se mareaban en los barcos, otros en la nueva tierra firme. Pero era más sano vomitar comida que idioma, el padre Bernardo Benzano lo sabía mejor que nadie: los mareos de la nostalgia resultan incurables"(27).

    En Aventuras de Edmund Ziller, de Pedro Orgambide, el narrador recuerda a su abuelo oriundo de Odessa, "al pobre abuelo loco, al chiflado que vivía en un triste y oscuro cuartito cercano a la terraza, donde, a los cinco años yo lo vi sin comprender la tempestad y el desgarramiento del exilio", "oculto por la enfermedad y la locura del mundo que arrastra a los hombres lejos de su tierra, y que un día los devuelve, créame, como olas a la playa" (28).

    La nostalgia aparece vinculada en "Balada para un padre ausente, poema de Enrique Novick, a una fotografía: "Foto/ amarillenta,/ apenas velada/ por las lágrimas/ secas/ de exilio/ y silencio:/ mi padre, una/ aldea/ lejana,/ su tiempo" (29). Pero también puede asociarse a otras sensaciones. En una entrevista, Jack Fuchs afirma: "siempre vuelvo a Lodz; el olor de una comida o el perfume de la primavera en Polonia me traen nostalgias del chico que fui" (30).

    …..

    La nostalgia los embargaba. Lo dice Cristina Assennato en "País de inmigrante": "-porque comimos el pan triste/ y la sal quemó ciertas noches/ porque tu hijo y el mío/ caben en el proyecto del pájaro/ y están allí reunidos/ en la curva del trigo,/ en el signo abierto de la gran ciudad" (31). Aún así, contribuyeron al engrandecimiento de la nación que los recibió.

    NOTAS

    1. Sábato, Ernesto: "La memoria de la tierra", en La Nación, 5 de diciembre de 1999.
    2. Cassini, José Luis: "El mar en los ojos", en Rotary Club de Ramos Mejía. Comisión de Cultura. 1994.
    3. Olivari, Nicolás: "La violeta", citado por Cirigliano, Gustavo, en "Disquisiciones tangueras", El Tiempo, Azul, 30 de septiembre de 2001.
    4. Pujol, Sergio A.: "Diáspora y bandoneón", en Clarín, Buenos Aires, 29 de noviembre de 1998.
    5. Báñez Gabriel: Virgen. Barcelona, Sudamericana, 1998.
    6. La Rosa, Eduardo Martín: "El sueño de don Juan (un inmigrante)", en La Capital, Mar del Plata, 10 de septiembre de 2000.
    7. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix-Barral, 1991.
    8. Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
    9. López Ocón, Mónica: "Interior italiano", en Clarín, Buenos Aires, 8 de septiembre de 2001.
    10. Baroja, Pío: "Elizabide el vagabundo", en Cuentos. Madrid, Alianza, 1994.
    11. Alvarez, Valentín Andrés: Asturias. Citado por Méndez Muslera, Luciano, en "Asturias en la emigración", www.telepolis.com:
    12. Requeni, Antonio: Un poeta arxentino en Galicia: González Carbalho. Separata del Boletin Galego de Literatura."
    13. González Rouco , María: "María Rosa Lojo: la inmigración gallega", en El Tiempo, Azul 17 de marzo de 1991.
    14. Lojo, María Rosa: Canción perdida en Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1987.
    15. Goris, Esther: "Galicia, tierra añorada", en Clarín, Buenos Aires, 5 de diciembre de 1999.
    16. Urbina García, Eugenio: "Tríptico a Galicia", en La Capital, Mar del Plata, 28 de febrero de 1999.
    17. Oneto, José Tomás: "La ‘morriña’ de Compostela", en Clarín, Buenos Aires, 25 de julio de 1976.
    18. García Lorca, Federico: "Cantiga do neno da tenda", en Alposta, Luis: Lorca en lunfardo. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
    19. González Rouco, María: "Rubén Benítez. El regreso a la entrañable tierra", en El Tiempo, Azul 10 de septiembre de 1989.
    20. Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1989.
    21. Minellono, Marita: "Don Paulino", en Reunión. Buenos Aires, Corregidor, 1992.
    22. Guerriero, Leila: "Pan & Manteca", en La Nación Revista, Buenos Aires, 5 de mayo de 2002.
    23. Pron, Patricio: "La espera", en De manos abiertas. Buenos Aires, Tu Llave, 1992.
    24. Barnet, Miguel: Gallego. Madrid, Alfaguara, 1986.
    25. Roca, Agustina: "Peripecias británicas", en La Nación, 24 de diciembre de 2000.
    26. Delaney, Juan José: Tréboles del Sur. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1994.
    27. Báñez, Gabriel: op. cit.
    28. Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos Aires, Editorial Abril, 1984.
    29. Novick, Enrique: "Balada para un padre ausente", en La Prensa, 10 de enero de 1999.
    30. Pogoriles, Eduardo: "Volver a las raíces", en Clarín, Buenos Aires, 13 de agosto de 2001.
    31. Assenato, Cristina: "País de inmigrante", en El Tiempo, Azul, 21 de febrero de 1999.

     

     

     

     

    Trabajo enviado por

    Lic. María González Rouco

    Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional Matriculada