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Por los Umbrales del Dolor (página 2)


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Uno de los grandes enemigos de la salud integral es la especialidad médica, tan necesaria desde el punto de vista técnico y de profundización del conocimiento, pero tan deshumanizante para el profesional que se consume en el conocimiento de un tema pero descuida el resto arriesgándose a perder el todo por salvar la parte.

Se reclama un cambio

La humanidad nos está exigiendo un cambio en la atención de los pacientes terminales y nos pide que "des-medicalicemos" la enfermedad crónica o terminal y, en última instancia la muerte.

Realmente la palabra des-medicalizar que hemos inventado por no haber otra mejor se refiere no tanto a eliminar el cuidado médico sino a transformarlo en una atención más hipocrática o sea que pensemos un poco más en el enfermo como una persona y como un miembro de una familia, de un grupo y de una sociedad, brindando atención a todo el entorno y promoviendo las relaciones interpersonales. Así, cuando las fuerzas del enfermo no sean suficientes para animar su vida, ésta pueda llegar a su final natural en un ambiente de aceptación y, por qué no, hasta de felicidad.

Este cambio de mentalidad médica incluye la aceptación de la voluntad del paciente y de sus familiares o amistades, después de que hayan sido debidamente informados por los profesionales de los alcances, consecuencias y alternativas que hay en el manejo de sus problemas e incluso, la aceptación por parte de los médicos de las convicciones y creencias religiosas de cada persona y las limitaciones o variaciones que esas creencias y convicciones implican en el proceso de la atención médica.

La sociedad también pide a los médicos que ayuden integralmente a quienes no se pueden curar, para que tengan un final digno.

También los sistemas de salud y los gobiernos deben adoptar nuevos enfoques sobre el manejo de la enfermedad y del dolor, facilitando la atención domiciliaria, los programas de des-hospitalización de las enfermedades y haciendo que, paulatinamente, los servicios de salud sean más complejos hacia lo interno y que la atención de las enfermedades crónicas o menos complejas, se de cada vez más en un ambiente de familia y sociedad con participación activa de una serie de actores que, tradicionalmente, han sido considerados extraños al santa-sanctorum de la medicina tradicional.

"La ciencia -afirma- cuenta en la actualidad con los instrumentos para atender al ser humano desde antes de nacer hasta después de su muerte, y los sistemas de salud y seguridad social social deben brindar soporte integral en lo físico, lo emocional y lo espiritual y lo social.

El control del dolor exige unos Médicos más Preparados o al menos preparados en una forma diferente. Esta afirmación nos hace pensar que debemos replantearnos las prioridades en la educación médica y en la formación de especialistas que nos ha llevado a prácticamente "desmembrar" a la persona en órganos o sistemas y olvidarnos de su integralidad como individuo.

Actualmente no se ofrece a los estudiantes cursos de medicina holística ni del manejo integral del dolor en ninguna universidad o al menos en las que conocemos y esto lo que representa una enorme falla curricular. Por lo general, el médico y otros profesionales salen de la universidad con el concepto de tratamiento del dolor y no de control integral del mismo, de ahí que se les critique con frecuencia su poca sensibilidad humana.

El dolor no viene solo sino que frecuentemente se acompaña de angustia, depresión, incapacidades físicas o mentales y, muy importante, de problemas nutricionales o desnutrición. Es así como actualmente se sabe que la desnutrición primaria ha ido cediendo terreno en los países en desarrollo y ya no es un problema número uno de salud pública. Si lo es, sin embargo, la desnutrición secundaria o sea la que se produce como consecuencia de enfermedades, incapacidades, dolor crónico, cáncer y otras alteraciones de la salud. Este es otro tema frecuentemente descuidado por los médicos y hasta algunas veces despreciado y dejado de lado en el manejo de esos pacientes.

Los médicos generales o especialistas que se enfrentan al dolor deben entender que su manejo supera lo fisiológico o farmacológico y ellos deben estar en capacidad de conocer el detalle de la administración y combinación de los fármacos analgésicos y relajantes como la morfina y de otros analgésicos modernos en combinación con medidas físicas como posición adecuada, uso de acolches, soporte nutricional, manejo psico-social del enfermo y su entorno y valerse de la ayuda invaluable que los sacerdotes o ministros de la religión del paciente pueden brindar.

Muchas veces el dolor se ve agravado por factores propios del paciente como:

  • Temor a la muerte o a complicaciones de sus operaciones o enfermedades.

  • Insomnio.

  • Depresión (esto sobre todo)

  • Carencia de atención, soledad, abandono, encamamiento prolongado, etc.

  • Hambre e incapacidad para alimentarse adecuadamente (muchas veces simplemente por que no hay quien les ayude a tomar los alimentos).

  • Desconocimiento de la causa del dolor y sus posibles implicaciones para su salud. Este punto amerita un poco de ampliación ya que entramos en el escabroso terreno de la información al paciente y si es conveniente o no decirle la verdad sobre una enfermedad terminal o crónica. Esto deberá ser objeto de otro análisis.

Existen algunos síndromes de dolor por cáncer y otras enfermedades que no responden a las drogas analgésicas tradicionales o lo hacen en forma muy parcial requiriendo dosis muy altas de analgésicos que se pueden convertir más en un problema que en una solución. En estos casos se debe recurrir a otros métodos como los bloqueos anestésicos y la mezclas de analgésicos con sedantes o tranquilizantes sobre todo en las etapas terminales de la vida. Debe tenerse mucho cuidado de tomar la decisión de "dormir" a un enfermo para calmarle el dolor puesto que esto no es sostenible por largos periodos y debe ser realizado por profesionales muy calificados y muy cerca del desenlace final.

¿Preparados para la muerte? De seguro usted se ha planteado algunas veces esta pregunta: ¿Estoy preparado para la muerte, la propia, la de mis seres queridos y, en el caso de los médicos o enfermeras, la de mis pacientes?

La realidad es que a los médicos no se enseña en ninguna universidad como prepararse para este paso fundamental en la vida de todo ser humano; la muerte es vista desde diferentes puntos de vista pero casi siempre como algo que le ocurrirá a los demás pero no a nosotros mismos y esa es la razón fundamental por la que no nos preparamos adecuadamente para enfrentarla.

Desde el punto de vista religioso la muerte se ve atenuada por la esperanza o certeza de una vida ulterior y es así como las personas comprometidas religiosamente tienden a afrontar la eminencia de la muerte de una manera más tranquila; sin embargo no exenta de ansiedad y temor.

Los médicos somos entrenados para ganarle la batalla a la enfermedad y vemos la muerte de un paciente, frecuentemente como un fracaso personal.

En mi caso me ocurrió cuando iniciaba mi trabajo como médico y recibí de mi esposa una lección que nunca olvidaré: Al llegar a mi casa severamente deprimido por la muerte de una paciente mi esposa me preguntó: ¿Cuál era la enfermedad que tenía tu paciente? Yo respondí que tenía un cáncer del colon y que había muerto de una complicación de la operación. A eso ella me dijo: ¿Has pensado en qué posibilidades de vivir tenía esa señora de vivir si no la hubieras operado? Le respondí que de no haberla operado, de seguro habría muerto del cáncer y a eso ella me respondió: "Entonces por qué te deprimes, luchaste contra un enemigo formidable y en este caso perdiste, pero la lucha valió la pena".

Eso me hizo pensar en la muerte no como una enemiga que lucha por arrebatarme mis pacientes sino como un desenlace inevitable de la vida y consecuencia de muchas de las enfermedades que exitosamente tratamos en la actualidad. No he logrado dejar de deprimirme cuando pierdo a un paciente, pero siempre pienso que se trata de una batalla perdida y que hay muchas otras veces en que hemos ganado, retardando al menos el final de una vida.

Debemos dominar la muerte y la vejez y esto no es fácil ya que hay estudios que revelan que los médicos son los profesionales que más temen a la muerte. A la propia porque quizás tienen poca esperanza de una vida ulterior y a la de sus pacientes ya que la ven como un fracaso profesional.

Debemos entender que la muerte es la consecuencia natural y normal de una vida y que el médico solamente interviene en retrasarla algunas veces, ya que la mayoría de las enfermedades, si se dejaran evolucionar de manera natural, terminarían con la muerte del enfermo.

Es así como la muerte no debe verse como fracaso y, más bien, debemos ver la curación de un enfermo como parte del milagro que Dios ha puesto en las manos de los profesionales para ayudar a sus semejantes.

La identificación con los pacientes es mayor cuanto más grande es la denominada "condición humana compartida" Cuanto más nos identificamos con la vida o parte de la vida de nuestros pacientes, más no duele su muerte. Pero, aún así, no podemos volvernos insensibles pero tampoco morir con cada paciente.

MORIR CON DIGNIDAD es un objetivo del manejo del dolor en el enfermo terminal. Debemos recordar que el dolor no solo lo sufre el enfermo sino también quienes lo rodean. Por eso, la atención debe ser integral e involucrar de lleno a los familiares.

 

 

 

Autor:

Dr. Manuel Piza Escalante

Cirujano, especialista en Nutrición Clínica.

Costa Rica.

Enero de 2009

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