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Relatos de las Islas Malvinas

Enviado por Iván Sánchez


Partes: 1, 2

    1. Canberras detectados por la flota ( libro": Halcones sobre Malvinas")

    Los Comandos argentinos despertaron muy temprano, aún oscuro. Estaban nuevamente sin frío después de haber dormido secos, recuperados físicamente; y mientras desayunaban con chocolate caliente y galletitas, comentaron lo que hubieran sufrido de haber permanecido en Monte Simons. Concluido el refrigerio todos comenzaron a alistar sus equipos, ya con buen ánimo para soportar otra jornada de marcha. Eran las ocho y empezaba a clarear.

    En ese momento oyeron ruido de helicóptero. Algunos especularon en un rescate anticipado: no estaban muy lejos de la capital era el día señalado el tercero de su misión– para ser recuperadas, y la zona era la probable. No era creíble que se tratara de un aparato británico; pero alguien acotó que los argentinos no volaban sin luz. Pasó cerca, a unos cuatrocientos metros, y el sargento primero Pedrozo observó:

    -Me pareció ver que no tiene la franja amarilla.

    A causa de la bruma poco se distinguía, ni aun recurriendo a los visores nocturnos, y sólo se oían los motores, que al rato cesaron. Reinaba incertidumbre, pero se aceleraron los preparativos para abandonar el edificio. El capitán Vercesi, ya con su correaje colocado aunque sin la mochila puesta, se hallaba en la cocina, y echando rodilla en tierra, intentó comunicarse por radio. En el segundo piso el teniente Espinosa recorría el horizonte con la mira telescópica de su fusil. De pronto exclamo:

    -¡Me parece que hay gente que viene avanzando!

    No, mi teniente – opinó el sargento primero Helguero-, deben ser ovejas, que hay muchas por acá.

    Un lúgubre presentimiento dominó a Vercesi. A su lado se hallaba el Sargento primero Sbert, a quien mucho apreciaba por haber compartido varios destinos anteriores, y ante la extrañeza de este, le tendió la mano:

    -¡Suerte, Turco!

    Los elementos del M. and A. W Cadre (Cuadro de guerra para la Montaña y el Ártico) descendieron del helicóptero a mil metros de la posición argentina. El capitán Boswell colocó a los siete hombres de su grupo de apoyo comandado por el teniente Murray a ciento cincuenta metros de la casa, mientras con los doce del grupo de asalto la contorneó hacia el sur-este, protegido por una elevación. "Como son tropas especiales'', pensaba, seguramente tienen centinelas afuera''. El Sargento McLean, del grupo de apoyo, se aproximó a Boswell para transmitirle una sugerencia del teniente Murray: con pedazos de turba habían moteado sus uniformes para avanzar más disimulados, por cuanto estos oscuros sobre la nieve, los anunciarían a un centinela alerta. El capitán era consciente que el suelo por donde se movían estaba dominado por una ventana del piso superior, como un ojo que los vigilara''.

    Cuando Rod Boswell consideró que estaba suficientemente cerca de casa y a la vista de su grupo de apoyo, dio orden de "calar bayonetas''. El sargento Stone musitó:

    -Es un engaño: no hay nadie allí.

    Ante el anuncio del teniente Espinosa del avance de hombres no identificados, el sargento primero Castillo subió la escalera: efectivamente distinguió bultos, pero sin precisar su naturaleza, pese a que ya se había levantado el sol y la claridad permitía distinguir mejor el campo. De pronto un haz de luz resplandeció sobre una de las presuntas ovejas: un soldado británico reflejaba el sol en el anteojo de campaña con el cual quiso observar mejor la casa.

    -¡Ingleses! Ahí vienen!- fueron los instantáneos gritos que resonaron dentro.

    Automáticamente el teniente primero Gatti, el radio operador, sacó sus claves e instrucciones del bolsillo y las quemó. Todos se pusieron en movimiento para salir, Castillo gritó a Espinosa, mientras se abalanzaba hacia la escalera:

    -¡Vamos mi teniente!

    Este le replicó:

    – ¡No, yo me quedo! De acá tengo más campo de tiro!

    En el mismo instante que abría el fuego, la casa tembló por la explosión de un proyectil antitanque Carl Gustav. y comenzaron los disparos de ambas partes. Los ingleses se incorporaron y avanzaron corriendo; varios de ellos utilizaban lanzacohetes descartables Law de 66 mm y fusiles lanzagranadas M-79 de 40 mm. Vibraba la estructura de la casa por los impactos sobro sus chapas exteriores, y cantidad de balas atravesaban las endebles paredes de madera.

    Los Comandos argentinos no vacilaron en abandonar el edificio para luchar mejor desde el exterior. El capitán José A. Vercesi logró llegar corriendo hasta un alambrado colocado antes del arroyo, allí tomó posición de pie – no atiné a tirarme al suelo- y comenzó a hacer fuego y a recibirlo.

    Salimos entre los dos, yo te apoyo – avisó el sargento primero Omar Medina al teniente Martínez. Al hacerlo, este último sintió que lo golpeaba fuerte en la espalda una granada caída dentro de la casa, y cayó al suelo. Comenzó a arrastrarse. El impacto había sido en la cocina, volteando un panel sobre Medina, al que tiró aturdido contra la pared. Pero también pudo salir y quedó contra un ángulo exterior, al lado de una ventana, oyendo los disparos y gritos.

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