1. La naturaleza de la sabiduría
2. Implicaciones de la visión moral de la sabiduría
3. La construcción democrática de la sociedad
Presentada en la Segunda Conferencia Internacional de Filosofía y Humanidades
"Educando para una democracia participativa: Las paradojas de la lógica de la globalización"
Unvivesidad Rafael Landívar
Guatemala, 8 de agosto de 2001
En circunstancias como las que actualmente vive nuestro país, es frecuente que el ciudadano honrado experimente la tentación de "tomar medidas concretas" y hacer algo que vaya más allá del lamento y la crítica. El filósofo no escapa a esta tentación, y puede que llegue a preguntarse: ¿no debería estar haciendo algo más de lo que estoy haciendo?; ¿no se espera de mí algo más que solamente pensar y dar clases?; ¿no debería unirme al activismo político y trabajar junto a los que desean cambiar el presente estado de cosas? Estimo que es importante que los filósofos y los intelectuales consideremos cuidadosamente la naturaleza de nuestro trabajo, para determinar hasta qué punto nuestros esfuerzos están contribuyendo al bienestar de la sociedad en la que vivimos y a la que decimos servir. En esta breve comunicación intentaré exponer mis ideas sobre cuál debería ser el papel del filósofo en la construcción democrática de la sociedad. Digo "construcción democrática de la sociedad" y no "construcción de la sociedad democrática" porque pongo más énfasis en el proceso que en el resultado, y porque veo la democracia más como una forma de vida que como un sistema de gobierno o de elección de representantes. El núcleo de la tesis que aquí intentaré sostener es que el filósofo puede colaborar más eficazmente en la construcción democrática de su sociedad si tiene una visión de la sabiduría que sea más moral que científica[2], y que ese cambio en la concepción de la naturaleza última de la sabiduría es uno de los productos de la reacción posmoderna que deberíamos saber aprovechar. La fuente de las ideas que expondré se encuentra en mis lecturas de Hilary Putnam y de múltiples comentaristas de la tradición pragmatista americana.
1. La naturaleza de la sabiduría
En Latinoamérica ha existido la creencia de que el filósofo —el intelectual— debe tomar parte activa en los debates políticos de su tiempo. Tal vez no como activista —aunque muchos ciertamente lo han hecho—, pero sí como figura pública, que moldea la opinión a través de sus escritos en los medios de comunicación masiva. Esta es una tradición muy noble, que tiene sus raíces en la tradición socrática, en la filosofía clásica de un Cicerón, un Séneca, un Marco Aurelio. Fue solamente con la Ilustración Racionalista que los filósofos se "profesionalizaron" y trataron de asemejarse a los científicos, escribiendo sólo para especialistas y no para el gran público. Ésa es la razón —a mi manera de ver— de por qué se considera que España no aportó filósofos entre los siglos XVII y XIX; el concepto de "filósofo" que dominaba (y que domina aún) es el del filósofo técnico, especialista, que escribe sobre complejas cuestiones de epistemología y de metafísica. En la Modernidad dominó la tesis de que la naturaleza última de la sabiduría que los filósofos buscan es fundamentalmente intelectual, no moral. En la Antigüedad clásica no era así. La filosofía era vista más como una forma de vida que como una profesión, sobre todo en la escuela estoica[3]. Fue en la Baja Edad Media que el escolasticismo degeneró en tecnicismo y luego, acomplejados por el progreso de las ciencias físicas, los filósofos fueron viéndose a sí mismos más como hombres de ciencia que como moralistas. Desde luego, hubo avances en la filosofía política —recordemos los aportes de un Locke o un Hume—, pero incluso en este campo —por influencia de Maquiavelo y de Hobbes— la discusión se iba tornando más técnica que moral. Algunos autores[4] sostienen, incluso, que dentro del proyecto de la Ilustración pueden distinguirse dos corrientes: la Ilustración filosófica y la humanista. Fue la primera la que sirvió de marco para las propuestas epistemológicas de Locke y de Kant. La Ilustración humanista, en cambio, siempre manifestó aversión al proyecto fundacionalista de los filósofos, y se contentaba con promover valores morales (como la igualdad, la libertad y la fraternidad, por ejemplo).
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