Seminario de posgrado: La autonomía como categoría crítica
Enviado por Juan Manuel Nuñez
"Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe
y era nuestra herencia una red llena de agujeros" (Cantar mexicano-1528)
Vivimos, se dice, época de desfondamiento histórico y político. Los protocolos con que nuestro tiempo se presenta están configurados bajo la figura del fin. Fin de los grandes relatos, fin de la política, fin de la utopía. Por supuesto, el elemento que aglutina, que vertebra, todos esos fines es el aserto fácil -y por ende muchas veces impensado- que indica el fin, la crisis última, del marxismo. De la época de las revoluciones y las guerras, de la época de las apuestas por el hombre nuevo, habremos pasado, lentamente, al aprendizaje de la mesura consensual de las regulaciones liberales-capitalistas. No habrá más lugar, se nos indica, para los sueños rupturistas del pasado, para el advenimiento de la humanidad nueva. En última instancia, se nos dice, y éste es el elemento de certidumbre al interior de la incertezas posmodernas, todas las utopías pretéritas llevaban en su seno proyectos aun más terribles que los que combatían. Ese es el veredicto de nuestro tiempo: una época sin política, sin lucha ni clases, sin idea acerca del hombre.
Hay que declarar el fin de esos fines. Hay que enunciar ese fin para sacar las consecuencias de esa declaración.
Por supuesto, separarse de los sentidos que nuestra situación prodiga, es separarse también de las versiones unívocas y totalitarias con que el capital-liberal-parlamentarismo triunfante ha encorsetado al marxismo. El relato de un marxismo muerto por su plenitud de sentido, como relato finalista y esencialista de la estancia del hombre en la tierra no hace otra cosa que resguardar una única existencia posible: aquella ya configurada por el relato de los vencedores capitalistas.
Liberar al marxismo -y a Marx– de esa encerrona es pensar al marxismo en el elemento de su crisis, en el elemento de su continua discontinuidad. Hay que reescribir el Manifiesto Comunista (Badiou: 1989), pero esa reescritura está menos signada por la labor exegética del copista que por la del inventor. Una tradición de pensamiento sigue existiendo, no por la labor esforzada del amanuense, del comentador de textos intocados, sino por la glosa del hereje, de aquel que se apropia de ella para bifurcarla, para llenarla de sentidos hasta ese momento insospechados.
Entonces podríamos decir que el veredicto liberal respecto de la crisis del marxismo debe ser rechazado, ante todo, por totalitario, por dictaminar certezas finalistas respecto de su recorrido. El liberalismo hace del marxismo un destino, cuando lo real es que el marxismo es una multiplicidad discontinua. El marxismo existió siempre en el elemento de su crisis, recomenzando continuamente, o como dice Sazbón "cualquier historia de las crisis del marxismo se identifica, sin más, con la historia del mismo marxismo, pues una y otra son coextensivas y complementarias: la unidad incuestionada de un marxismo carente de tensiones no puede existir sino como un paradigma evanescente" (Sazbón: 2002: 53).
Hasta hoy la idea de "crisis del marxismo" ha tenido tan sólo efectos reactivos, ha sido sostenida como sintagma finalista para consumar su disolución. Debemos asumir el movimiento contrario. Hacer de la "crisis del marxismo" un elemento positivo, una apertura inaudita, una instauración de configuraciones de pensamiento y acción completamente nuevas. El marxismo vivo es uno que continuamente recomienza.
Incluso, pensando la obra de Marx desde este sesgo, se la comprenderá, no como la cristalización doctrinaria lineal de un oráculo incuestionable, sino como un intento -repleto de tropiezos y rectificaciones conceptuales y prácticas[1]- por pensar la lucha contra el capital ante la aparición continua de lo imprevisto.
Bernstein, Luckács, Trotsky, Korsch, Sartre, Althusser, Lenin, Luxemburgo, Anderson -la lista puede ser infinita- todos estos son nombres de prácticas de pensamiento que intentan renovar el marxismo o, en todo caso, refundarlo, a partir de constatar una crisis. Se trataba, en todos los casos, de vivificar un texto fundador marxiano neutralizando la historia accidentada de su recepción. La crisis, bajo el estigma de esos intentos refundadores, se resolvía volviendo a un sentido de los textos de Marx que, hasta entonces, había sido soslayado o incomprendido. La multiplicidad de esos emprendimientos no deja, por supuesto, de sorprender. Pensar al marxismo como univocidad de sentido, cerrado a cualquier tentativa de renovación -como hace el balance liberal-progresista respecto del legado marxista- es invisibilizar esas continuas y heteróclitas reaperturas que surcan su historia.
Pero hay un elemento que estos emprendimientos tienen en común y que lo distancian de las producciones renovadoras contemporáneas. Podemos acercarnos a esa distancia rastreando la diferencia entre semiología y hermenéutica que nos brinda Foucault "una hermenéutica que se repliega sobre una semiología cree en la existencia absoluta de los signos: abandona la violencia, lo inacabado, lo infinito de las interpretaciones, para hacer reinar el terror del indicio, y recelar el lenguaje. Por el contrario, una hermenéutica que se envuelve en ella misma, entra en el dominio de los lenguajes que no cesan de implicarse a sí mismos, esta región medianera de la locura y del puro lenguaje" (Foucault: 1994: 48). Nos interesa el señalamiento de Foucault en el sentido de que para el autor francés una semiología, una interpretación del sentido que parte de la transparencia del signo, implica siempre una semántica dada desde siempre, unívoca, que sólo se trata de re-descubrir. Creemos que los emprendimientos anteriores de renovación del marxismo estaban signados por la idea de redescubrir su transparencia originaria, de restaurar la plenitud de sentido de un texto marxiano olvidado por el paso del tiempo y la historia. Es decir, los emprendimientos de renovación precedentes hacían de su actividad una semiología, todo el problema giraba en torno de acceder a una lectura más cristalina del texto marxiano.
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