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Conación, cognición y afecto: morfología de las terapias en la cura de ciertas condiciones? (página 2)

Enviado por Felix Larocca


Partes: 1, 2

Padecía de artritis, de problemas de la vesícula biliar, de la apnea del sueño, de diabetes y de la hipertensión moderada.

Temía las dietas porque rehusaba "pasar hambre", por ser muy penoso, y porque sus indulgencias en la repostería que un chef local le suministraba eran su nueva "adicción".

Además, de que, en su entusiasmo reciente, viajó por Francia e Italia a tomar cursos de cocina, logrando adquirir la reputación bien merecida de ser una repostera excepcional.

Cuando acudió a nosotros para perder de peso, lo hizo muy claro, que no tenía interés en las dietas restrictivas — que nosotros nunca utilizamos — y que lo de perder de peso era más por el beneficio de sus allegados que por la necesidad o el deseo de ser delgada.

Sus palabras de entrada al conocernos, fueron: "Aquí estoy. Es lo que me dijo mi doctor que tenía que hacer". "No quiero pasar hambre, no me importa ser gorda, no deseo dejar mis dulces y no creo que ni usted ni nadie más pueda ayudarme"… "Y, ¿entonces?" (Las últimas palabras las expresó con petulancia).

Mi respuesta fue que su gordura y su dependencia en los dulces y, posiblemente en otras cosas — como relaciones, aun no mencionadas — eran problemas que podrían analizarse en la terapia, mientras esperábamos a que llegara el momento para ella de estar preparada para considerar hacer los cambios debidos en su estrategia de comer. Cambios que les permitirían perder lo más que pudiera del peso que, en exceso, acarreaba.

La terapia fue analítica clásica, con visitas de cinco veces a la semana.

Un año transcurrió. Durante el curso del mismo, Elvira exploró los traumas de una niñez abolida por las muchas pérdidas e injurias narcisistas que sostuviera.

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A medida que la terapia progresara, Elvira despidió su repostero, abandonó los dulces y empezó llevar una vida activa con moderación, y a mantener un plan de comer adaptado al que nosotros sugerimos — solo que el de ella, ella lo copió — de manera típica e independiente — de otra de nuestras pacientes.

Al final del año, y habiendo perdido treinta libras en la terapia, sin llevar una dieta, Elvira estaba lista para comenzar a reducir formalmente de peso.

Carlucho

Carlucho era gay. Lo sabía desde que fuera a vivir a la casa de su tío el monseñor que vivía en la compañía de su tía, la jamona viste-santos. La necesidad de dejar por detrás su hogar paterno fue porque ambos padres murieron juntos cuando la avioneta que su papá, piloto inexperto, piloteaba, se estrellara contra una montaña en medio de una tormenta furiosa.

Su tío, el clérigo, quiso hacer de Carlucho un sacerdote, instándole de esta manera: "Mírame a mí. Nosotros no sacrificamos nada. Yo, con mis "faldas" consigo más hembras bonitas que todos los hombres que conoces, con sus pantalones".

Pero eso no era lo que el joven Carlucho quisiera para sí mismo. Ya que, habiendo cumplido los trece años, se había enamorado del hijo del sacristán de la iglesia que ya era "veterano" de muchas relaciones con un sinnúmero de los jóvenes de cursillos del catecismo.

Se juraron amor eterno, pero el asunto no duró. Pepito, que "lo hacía por dinero", engañó a Carlucho, acostándose con la hija de una de las criadas a quien embarazara en una variedad de maneras.

Carlucho, aun no deseoso del celibato impuesto por el prospecto de una vida monástica, se sumergió en una existencia de fantasía en la que solo admitiera leer aventuras románticas y libros de gestas heroicas, agotando en sus afanes todas las novelas de Jules Verne.

Así se convirtió en joven adulto, a cuya edad, una cuantiosa herencia le aguardaba.

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Decidió no proseguir la educación universitaria, prefiriendo manejar sus latifundios enormes con la asistencia provista por familiares cercanos.

Negociante de nacimiento, sus negocios florecieron enormemente.

Algo inesperado sucedió. Conoció a María Amelia, una prima distante por parte de su mamá y se enamoró locamente de ella. No podía comprender cómo le pasó que cuando con ella hiciera el amor, su satisfacción fuera tan intensa y especial, olvidando que una vez fuera gay.

Se casaron, procrearon tres hijos y vivirían felices, hasta que María Amelia murió de eclampsia en su cuarto parto.

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Terminado el duelo, Carlucho mantuvo una vida ejemplar de viudo, criando sus tres hijos, de la manera acostumbrada, confiando en la asistencia provista por parientes cercanos, por parte de la difunta esposa.

Cuando cumplió los 45 años, sintió dolores musculares que le fueran diagnosticados como polimiositis. Viajó a centros famosos en los Estados Unidos, logrando mejorar con el uso de los esteroides que le fueran recetados.

Pero, debido a los efectos anabólicos de los mismos esteroides comenzó a ganar de peso de modo irrefrenable.

El uso de todas las medicaciones para el tratamiento de la polimiositis cesaría sin que la esperada mejora en la gordura de Carlucho apareciera.

Entonces se volvió un obsesivo con el asunto de seguir regímenes dietéticos para rebajar, los que nunca dieran resultados ningunos.

Frustrado visitó varias spas locales y algunas famosas en Arizona sin lograr obtener alivio.

Otros asuntos le preocupaban mucho. Marcial, su hijo mayor — recién casado con la novia a quien embarazara — se apropió de la dirección de los negocios, aprovechando la enfermedad del papá y la muerte de un tío-abuelo que era una fuerza estabilizante en las varias empresas.

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Polimiositis

El hijo, desvariado por el poder, despidió y forzó el retiro de algunos empleados claves dentro de la estructura corporativa, reemplazándolos con amigos suyos que, además de ser poco familiares con los negocios, eran holgazanes.

Carlucho se sentía desfallecido con todo lo que seguía acumulando y que no sabía ni cómo resolver.

Buscando perder de peso, acudió a la consulta.

Obviamente, el estrés era responsable por sus empaches nocturnos y por su apatía frente al hacer aun el ejercicio más leve.

Síntomas de depresión y de severa desidia habían surgido y estaban agravando severamente el cuadro clínico. Por ello se recurrió a un antidepresivo de acción serotoninérgica combinado con la psicoterapia analítica para comenzar el proceso.

Los resultados fueron gratificantes. Como de costumbre, la reducción del peso sería paralela a la reducción del estrés.

Habiendo reorganizado la empresa y habiendo asignado a Marcial a una posición desde donde su exuberancia no podría hacer los estragos que antes había hecho; la tormenta en la vida de Carlucho escampó.

Discusión

Conación es la actividad volitiva guiada por los conocimientos que son aspectos únicos de la cognición. Los afectos, dolorosos o placenteros se ajustan a nuestros teatros cerebrales para dar tinte emocional a los paisajes mentales que percibimos.

Son éstas, fuerzas paralelas, las que, sin unificar los vectores que forman las actividades cognitivas, nunca se podrán alinear para resolver nuestros dilemas de manera conclusiva y permanente.

Para lograrlo hay que estar versado en las neurociencias.

Debe de repetirse algo aquí, que es el sujeto de otra ponencia: que la terapia "de soporte", con su frecuencia esporádica es de muy poco valor en la mayoría de las crisis de las que nuestros pacientes padecen.

Bibliografía

  • Kasper, D: (2005) Harrison's Principles of Internal Medicine McGraw-Hill

  • Larocca, F. E. F: (2008) Psicoterapia para las adicciones en letras-uruguay.com

  • Larocca, F. E. F: (2007) Temas de Neurociencia en el Tratamiento Psiquiátrico Moderno (I) en psikis.cl, monografías.com, elportaldelasalud.com y en letra-uruguay.com

  • Larocca, F. E. F: (2007) La Anhedonia: Síntoma Residual de Algunas Depresiones en monografías.com

  • Larocca, F. E. F: (2007) Crisis Existencial en monografías.com

 

 

Autor:

Dr. Félix E. F. Larocca

Partes: 1, 2
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