Artículo publicado en Revista Educare. ISSN 1409-4258. Nº 26. Pp. 47-49. 2014
Este artículo hace un breve recorrido histórico sobre el análisis y tratamiento del joven infractor y culmina con la exposición de algunas aportaciones hacia la pedagogía penitenciaria actual.
En los inicios del análisis delincuencial destacan las aportaciones de la escuela de criminología Italiana (Esquola Positiva), encabezada por Cesare Lombroso, sostenía la idea de que el criminal era el resultado de un "proceso evolutivo incompleto" (teoría del criminal nato) y atribuía al infractor una serie de circunstancias individualistas, basadas en un determinismo biológico muy fuerte. Estas teorías llegaban a sostener incluso que la persona que quebrantaba la norma podía ser diferenciada por determinados rasgos físicos (planteamientos obsoletos hoy en día).
Posteriormente, en la escuela de Chicago, emergen nuevos paradigmas que pretendían explicar el fenómeno delictivo desde puntos de vista sociológicos. Esta escuela adopta el enfoque ecológico, para el que el lugar donde vive el sujeto es decisivo en la conducta antisocial. Shaw y McKay, en su obra "Juvenile delinquency and urban areas", mostraron que las zonas donde mayor tasa de jóvenes infractores existían era, donde vivía población de bajo nivel socio-económico (Cano, 2006).
A partir de ese momento, comienzan a gestarse teorías sociales en el análisis de la delincuencia juvenil. Estos paradigmas ecológicos, consideran que los factores ambientales en los que se desarrolla el joven, son decisivos en su conducta disruptiva.
Actualmente, y desde hace varias décadas, el discurso experto se centra en la tesitura de que, "el individuo no nace violento ni agresivo y mucho menos delincuente. Se hacen, porque son el resultado del ambiente en el que se desenvuelve su vida" (Rodríguez y Paíno, 1994).
En este sentido, en el campo de la pedagogía, es reconocida la teoría del aprendizaje social. Así Albert Bandura, haciendo especial alusión al papel de la familia, consideró la observación y la experiencia directa como elementos decisivos en el desarrollo de conductas antisociales en el joven.
A su vez esta premisa responde a la doble pregunta de, por qué el joven viola las normas, como de por qué no las viola, en función del entorno en el que se desarrolla y de los factores ambientales a los que está expuesto.
Bajo esta teoría se han desarrollado programas de reeducación, cuyo funcionamiento radica en incorporar al joven a una familia durante un periodo de tiempo para, después de haber dado las pautas educativas oportunas a los padres de origen, "devolver" al muchacho a su hogar. El hecho de aportar a los padres una adecuada formación pedagógica y el cuidado adoptivo temporal del chico/a en un ambiente familiar "sano" (prestando especial atención al desarrollo de sus habilidades socio-emocionales), ha sido exitoso en el mundo anglosajón.
Así el programa adoptivo temporal de tratamiento multidimensional (MTFC- Oregón), basado en el funcionamiento expuesto anteriormente mostró excelentes resultados debido a que "provocó un aumento de los niveles de las técnicas de gestión familiar y una disminución de los grupos de compañeros que propician de desviación" (Eddy y Chamberlain, 2000 en Akers, 2006).
Por lo tanto, se destaca que la familia es considerada como uno de los elementos socializadores de mayor importancia y se reconoce que tiene una influencia decisiva en la delincuencia juvenil.
Es necesario especificar que esta importancia de la familia en la educación del joven, radica en el nivel de vinculación familiar. Este aspecto es de suma importancia, y se considera que es incluso más importante que la naturaleza de los patrones pedagógicos familiares (adecuados o inadecuados). Así Garrido, Stangeland y Redondo (2006) exponen que "el aumento de ese sentimiento de pertenencia familiar tiene una correlación inversa con la conducta delictiva".
En esta línea se manifiesta el trabajo de Redondo, Martínez y Andrés (2011) que, reconoce la gran importancia de que el joven se desarrolle en un ambiente familiar sano. Sin embargo considera que estos programas de intervención deben desarrollarse dentro del núcleo familiar. Ello implica no separar al joven de sus progenitores, sino que sea el terapeuta el que se introduzca en el ámbito familiar y desarrolle su intervención prestando atención a las particularidades de cada familia.
Es necesario aclarar que, si bien los planteamientos Lombrosianos expuestos anteriormente, parecen haber quedado obsoletos hoy en día: "hay muchos individuos que presentan rasgos o características biológicas que les relacionaría con conductas antisociales y, pese a ello, no delinquen" (Aróstegui, 2008), parece no ser conveniente perder de vista ciertos aspectos personalistas en el análisis de la delincuencia juvenil, lo que hace pensar la necesidad de no perder de vista determinados aspectos emocionales en este proceso.
Así el concepto de "curva de la criminalidad" o "curva de la edad", aportado por la criminología del desarrollo, muestra como las conductas disruptivas comienzan a partir de los 13-14 años y van aumentando "in crescendo" hasta bien entrada la veintena, momento en el que se aprecia un descenso notable del quebrantamiento de la norma.
No obstante, teniendo en cuenta la actual tesitura en la que se encuentra la comunidad educativa, de proporcionar ambientes familiares sanos en la prevención y tratamiento de la delincuencia juvenil, surge la idea de incorporar de manera plena el trabajo con las familias a los programas socio-educativos.
Sería interesante introducir en el ámbito de la pedagogía penitenciaria adulta, programas que contaran con la implicación y apoyo pleno de las familias en el proceso de educación del joven adulto (sin olvidar, como se ha mencionado, ciertos aspectos psico-evolutivos).
Actualmente si bien existen propuestas de este tipo, parece necesario incluirlas también en población adulta: Cabe preguntarse si con una persona de 18-20 años, en situación de privación de libertad, deben seguirse las mismas pautas que con los demás adultos.
Por lo tanto se plantea la cuestión de si sería conveniente incluir aspectos de intervención familiar en los planes de reinserción penitenciaria adulta, con la intención de proporcionar al "joven mayor de edad" un núcleo estable de convivencia que le ayude en su regreso a la vida en libertad, como elemento decisivo en un proceso de reinserción satisfactorio.
Bibliografía:
Akers, R. L. (2006). Aplicaciones de los principios del aprendizaje social. Algunos programas de tratamiento y prevención de la delincuencia. Derecho penal y criminología como fundamento de la política criminal. 1-117.
Aróstegui Moreno, J. (2008). La biología humana y la conducta criminal.
Cano Paños, M.A. (2006). Algunas reflexiones criminológicas sobre el fenómeno de la delincuencia juvenil urbana en Francia. Revista electrónica de ciencia penal y criminología.
Garrido, V., Stangeland, P., y Redondo, S. (2006). Principios de criminología. Tirant Lo Blanch.: Valencia.
Redondo Illescas, S., Martínez Cátena, A., Andrés Pueyo, A. (2011). Factores de éxito asociados a los programas de intervención con menores infractores. Ministerio de Sanidad, política social e igualdad. Secretaria general técnica. Centro de publicaciones. Madrid.
Rodríguez, F.J. y Paíno, S. (1994). Violencia y desviación social: Bases y análisis para la intervención. Psicothema (6). 2. 229-224.
Vásquez, M.L; Argote, L.A; Castillo, E; Mejía, L.E. y Villaquirán, M.E. (2005). La educación y el ejercicio responsable de la sexualidad en adolescentes. Colombia médica. 36. 3. 33-42.
Autor:
Jesús de Benito Castanedo
Educador Social