"La palabra es el hombre mismo. El hombre es un ser de palabras." Octavio Paz
Leer, entender y escribir son acciones lingüísticas, comunicativas y socioculturales cuya utilidad trasciende el ámbito escolar al insertarse en los diferentes ámbitos de la vida cotidiana de las personas. De ahí la radical diversidad de las formas del decir del discurso escrito y de ahí también los diferentes usos sociales de la lectura y de la escritura en nuestras sociedades: desde la lectura de los textos escritos más habituales en la vida de las personas (noticias, crónicas, catálogos, instrucciones de uso, reportajes, entrevistas, anuncios…) hasta el disfrute del placer de la lectura literaria, desde el uso práctico de la escritura (avisos, cartas, contratos, instancias…) hasta los usos más formales (informes, ensayos, esquemas…) o artísticos de los textos escritos (escritura de intención literaria…). El aprendizaje de la lectura y de la escritura aparece así como una tarea educativa que a todos y a todas afecta (y no sólo a quienes enseñan lengua y literatura).
Pese al auge de los sistemas iconográficos y electrónicos de almacenamiento y de transmisión de la información, la lectura y la escritura siguen siendo, al menos en el ámbito escolar, el vehículo esencial de la producción cultural.
De ahí que la enseñanza de los conocimientos, estrategias, habilidades, operaciones y técnicas que hacen posible un uso adecuado y competente de la lectura y de la escritura siga siendo hoy, como ayer, un objetivo esencial de la educación primaria. Porque, como señala Raffaele Simone (1988 [1992: 85]), «ante el discurso del texto y de los textos, los muchachos están completamente solos y abandonados desde la primera infancia».
Por ello, la enseñanza de la lectura y de la escritura debe tener en cuenta los usos y funciones de la lengua escrita en nuestras sociedades, orientarse al dominio expresivo y comprensivo de los diversos géneros de la escritura y adecuarse a las diversas situaciones de comunicación en las que tiene lugar el intercambio de significados entre las personas. Por eso, enseñar a leer y a escribir textos diversos en distintos contextos, con variadas intenciones y diferentes destinatarios, es hoy una manera de evitar ese desajuste evidente (y en ocasiones inevitable) entre lo que se hace en el aula y lo que ocurre fuera de los muros escolares y una forma de contribuir desde el mundo de la educación a la adquisición y al desarrollo de la competencia comunicativa de los alumnos y de las alumnas.
Hablar y escribir son dos habilidades complejas en el medio de las habilidades lingüísticas. Expresarse verbalmente, orla o por escrito, es una habilidad que no nace con el ser humano.
La escuela es, para las instituciones sociales, la escogida por la sociedad para el desenvolvimiento de las habilidades de la lectura, escrita y habla.
La decodificación, fase importante en la lectura, anterior a comprensión lectora, requiere el reconocimiento de las letras y grafemas, de las diversas manifestaciones graficas de los grafemas el sistema escrito.
Leer y escribir se complementan, pero no son habilidades que tienen niveles homogéneos. Hablar bien no es garantizado una buena escritura. Escribir bien, tampoco, garantiza una buena lectura. Quien lee amplia más su conocimiento previo en la hora de escribir, pero, ambos, escritura y lectura, son procesos que tiene sus especificaciones.
La escritura no es el espejo del habla, como se dice, como se habla, como se pronuncia el nombre de las personas o objetos, no es, necesariamente, como se escribe. No siempre hay una correlación entre el fonema o sonido de habla con la escritura, con los grafemas. Si bien la relación entre el lenguaje oral y la escritura es muy estrecha, sus orígenes y estructuras son completamente diferentes.
El lenguaje oral en un principio esta entramado en la acción y surge en estrecha vinculación con la práctica, va adquiriendo autonomía comunicativa en la medida que va separándose de la actividad motora. Es consecuencia de la interacción natural del niño con el adulto, es decir con personas más expertas en el dominio de éste código, y su inicio vinculado con actos sensorio-motores debe buscarse en la interacción con los objetos que le ofrece la cultura.
El lenguaje humano se organiza y desarrolla, dentro de los parámetros de normalidad, mediante un proceso que no se torna consciente para el sujeto que aprende. No sucede lo mismo en los niños que presentan dificultades lingüísticas; las alteraciones fonológicas, sintácticas y semánticas aparecen en los actos comunicativos como luces de alerta que dan cuenta de las fallas que hay en el circuito. El niño exhibiendo sus dificultades debe esforzarse para que el otro lo entienda, ese intento lleva implícito una reflexión, una búsqueda deliberada en procura de mejorar su expresión o comprensión.
Cuando un niño no tiene alteraciones en la organización psico-neuro-fisiológica del lenguaje éste se construye y se desarrolla sin un " esfuerzo" consciente del sujeto.
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