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Ecosistemas terrestres. Revista esfinge

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    Las actividades de nuestra especie están reduciendo progresivamente la capacidad de mantenimiento del planeta. Las voces de alarma han conseguido dirigir la atención hacia ciertos problemas y obtener ciertos éxitos parciales. No obstante, los progresos de los conservacionistas son más lentos que el deterioro del planeta.

    Hace unos 10.000 años existía bastante armonía en la cadena de los seres vivos. Pero hace tan sólo 500, las actividades humanas dejaron irreconocibles algunas regiones. Ya habían desaparecido casi por completo los bosques mediterráneos, y los de gran parte de Europa estaban siguiendo el mismo ejemplo. En Nueva Zelanda y Madagascar los hábitats naturales se habían restringido drásticamente y los lemures gigantes de Madagascar se extinguieron. Por esta época la población mundial se elevó a unos 350 millones de habitantes aproximadamente.

    Con la "era de las exploraciones" aumentó la población a 900 millones de seres humanos. Sobre el siglo XIX, década arriba década abajo, Norteamérica y Australia empezaron a perder sus hábitats.

    Todo esto, tan brevemente resumido, es historia y economía. Los restos enterrados de antiguos bosques, mezclados con los animales muertos hace millones de años, es lo que conocemos como carbón y petróleo y sirven para mover la enorme maquinaria de los 6.000.000.000 de personas que debemos de ser ahora.

    El mejor modo de hacernos una idea de cómo actúan los distintos ecosistemas, de sus puntos frágiles y de cómo intervienen las alteraciones que se introducen en ellos es hacer un rápido repaso; por lo menos por los más importantes.

    Los seres humanos somos los únicos responsables de la devastación del planeta, y las pérdidas a largo plazo superan con creces las ganancias.

    Existe la deforestación a gran escala y a pequeña escala, como el agricultor que quema su hectárea, dado que algo parecido hacen miles de agricultores con sus hectáreas. Si a eso se le suma la suelta de desperdicios al aire, donde acidifican la lluvia que cae sobre bosques y lagos lejanos, o los mismos procesos de urbanización, que cada año tapan con asfalto y edificios unas 500.000 hectáreas en los países desarrollados, dentro de poco va a ser una rareza encontrar un árbol en pie.

    Ni siquiera las reservas naturales han quedado inmunes. Cada año son más los millones de turistas que invaden los Parques Nacionales de Europa y Norteamérica. La perturbación de la vida animal y vegetal por los pisoteos y basuras está alcanzando proporciones alarmantes en muchos lugares.

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