Los espacios poetizados (visión poética de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo)
Enviado por José Cenizo Jiménez
En La poética del tiempo en la obra de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo (1) nos dedicábamos íntegramente a analizar las claves de la poética de este poeta, nacido en Cáceres, región de Extremadura, España, en 1946. Su obra se compone, hasta el momento, de trece libros de autoría individual, desde El arpa cercenada (1985) hasta Los himnos devastados (2002) y la antología Cuando llegue el olvido (2004), además de las colaboraciones en publicaciones colectivas (sobre todo, los poemas incluidos en Poemas 1992. X Concurso de poemas Ciudad de Zaragoza, 1992, bajo el título de En las breves comisuras del mar) y un buen número de poemas premiados en distintos certámenes o incluidos en antologías, pliegos poéticos, revistas, periódicos, etc.
Los libros citados han recibido premios de prestigio, como el Premio Internacional Jaén, el Premio Claudio Rodríguez de Salamanca, el Premio Orippo de Dos Hermanas (Sevilla), el Premio Ciudad de Alcalá de Henares, entre otros, con jurados en los que se encontraban escritores o investigadores de reconocido prestigio como Luis López Anglada, Caballero Bonald, José Hierro, Rafael Morales, Manuel Alcántara, Ángel García López, Luis Mateo Díez, Pere Gimferrer, Díez de Revenga, Javier Lostalé, etc. Le han dedicado su atención crítica, en prólogos o en reseñas y artículos autores como López Anglada, José L. Buendía, Ángel García López, Joaquín Benito de Lucas, Leopoldo de Luis, Carlos Murciano, M.ª Victoria Reyzábal, etc. Quiere esto decir que, por ambos lados, el de los premios literarios y el de la atención crítica, la obra poética de Rodríguez Búrdalo, poeta atípico por estar fuera del prototipo habitual de lírico (es general de la Guardia Civil) y ajeno casi por completo a los tradicionales círculos literarios, ha encontrado paulatinamente un lugar a tener en cuenta en el actual panorama poético español, bien variado y repleto de nombres, por cierto. La consideración crítica hacia su obra debe ir a más teniendo en cuenta lo dicho.
Juan Carlos Rodríguez Búrdalo asiste al milagro de la palabra poética con entusiasmo e inocencia, concienciado del poder limitado y balsámico a la vez de la creación poética, un don especial -como neorromántico que es- que reciben algunos para revelar su sentimiento y profundizar en el gran misterio que aún desvela al hombre: el tiempo, la muerte. Lo efímero de la vida es, en efecto, el tema central de su lírica netamente elegíaca, nostálgica no sólo del tiempo primero y azul, la infancia, sino también del tiempo más remoto y ancestral de la humanidad, como refleja el libro Nocturno y luna del planeta Muerte. ésta es la materia, el contenido del conjunto poético de nuestro poeta, sin descartar otras miradas hacia el amor, la patria y la profesión militar o el desarraigo de la gris convivencia urbana en la gran ciudad.
En cuanto a la forma o expresión, se expresa este universo intimista y elegíaco a través de formas métricas variadas, predominando el verso libre o el endecasílabo blanco. Un lenguaje sencillo pero progresivamente más depurado y exacto, sin perder vibración personal, cuajado de valores simbólicos e imágenes sugerentes de larga tradición literaria (ceniza, luz, mar, camino…), que consigue transmitir al lector la sensación de reflexiva y serena elegía que, primordialmente, busca conseguir el poeta. Su obra está vinculada explícitamente a la tradición -Manrique, Lope, Garcilaso, Bécquer…- y a la poesía más reciente a través de su aprecio por los grandes poetas de la generación del 50 -Ángel González, Brines o Claudio Rodríguez-).
ESPACIO, HISTORIA Y POESÍA
Nicolás del Hierro (2), comentando una de sus obras, Al sur de las estrellas, escribe: "La piedra, aquí está presente como lo está la estética en la palabra y acentos del poeta; la poesía, aquí, es música arquitectónica (…)". Piedra y alma, historia y sentimiento, espacio arquitectónico y música versal se funden en este libro, en el que Rodríguez Búrdalo dirige su mirada poética hacia Cáceres, en el recuerdo, y su Ciudad de Piedra, centro antiguo de la ciudad declarado Patrimonio de la Humanidad. Iglesias Benítez, en la solapa de este libro, dice que aquí encontramos "ecos que nos introducen en un Cáceres inespacial y eterno" y que "en él no existen localismos cuando la hondura humana es capaz de entonar cantos que convierten cualquier paisaje en universal". En esta necesaria alquimia lírica insiste Alfred Rodríguez en el prólogo (p. 6): "La primera (parte), urbana, ciudadana, rememora la patria cacereña en su monumentalidad histórica, pero siempre subyaciendo el temblor lírico, personalísimo y universal del poeta ante su entrañable arquitectura". en la órbita de la poética machadiana y unamuniana.
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