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Cómo gobernar (página 2)


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Regla 2. Cómo gobernar a las fuerzas armadas

Un gobernante no debe tener ningún otro objetivo, ni abrigar otro propósito, ni cultivar otro arte, distintos a los que enseñan orden y disciplina en los ejércitos. Este arte debe ser ejercido por los gobernantes y su utilidad es muy grande porque permite llegar al poder y mantenerlo.

Generalmente los gobernantes que se ocupan más de las delicias de la vida que de las fatigas e incomodidades militares pierden sus estados.

La primera causa que permite adquirir una gobernación es sobresalir en el arte de la guerra y la que hace perderla es abandonar este arte.

Una de las infamantes notas de la que debe preservarse un gobernante es el menosprecio por no ejercitar el oficio de las armas. La desproporción entre un gobernante armado y otro desarmado es muy grande, porque el hombre armado no obedece con gusto al desarmado. Un superior desarmado no se encuentra a gusto entre servidores armados. La desconfianza y desdén del uno y el resentimiento o envidia de los otros no pueden augurar buenos resultados.

En estos casos, los gobernantes armados salen vencedores y los desarmados abatidos.

Otra calamidad para un gobernante que no entiende nada de la guerra es que no es estimado por sus soldados ni puede fiarse de ellos.

Un gobernante rutinariamente debe practicar el ejercicio de las armas con más intensidad en los tiempos de paz que en los de guerra. Este ejercicio puede practicarlo de dos modos, con acciones o con pensamientos.

Entre las acciones se cuentan:

  • Mantener ordenadas y ejercitadas sus tropas.

  • Ir a menudo de caza con lo cual acostumbra su cuerpo a la fatiga y conoce el territorio de su gobernación. Los reconocimientos directos del territorio de su gobernación le permiten defenderla mejor, e imaginarse el territorio de otras gobernaciones que no conozca. Los territorios de diferentes países tienen ciertas semejanzas[27]

Este es el primero de los talentos necesarios a un capitán del cual no debe carecer un buen gobernante. Esta ciencia práctica enseña a conducir los ejércitos, a hallar al enemigo, a tomar alojamiento, a talar con acierto algún territorio, a dirigir las batallas, a resistir cuando la fortuna se le torne contraria.

Entre los pensamientos, el gobernante para ejercitar su espíritu debe:

  • Leer historias de gobernantes famosos,

  • Estudiar las acciones de estos varones, examinar las causas de sus victorias para conseguirlas también y las de las derrotas para no sufrirlas.

  • Escoger entre estos héroes un modelo, cuyas proezas estén presentes siempre en su ánimo: Alejandro Magno imitó a Aquiles, Cesar a Alejandro, Escipión a Ciro[28]

  • Cómo gobernar a los soldados.

Para gobernar a sus soldados no debe preocuparle adquirir fama de cruel, ya que sin esta fama no logrará conservar su ejército unido, ni dispuesto para cualquier cosa[29]

La conducta del ejército de Aníbal, integrado por hombres de países diversos y peleando en tierras extrañas fue tal que no hubo disensión entre los soldados, ni la más leve iniciativa de sublevación contra su jefe, tanto en tiempos favorables como adversos.

Ello provino de su despiadada crueldad, junto a sus demás dotes, que eran muchas y excelentes. Era respetable por el temor entre sus hombres de armas[30]Muchos escritores poco reflexivos vituperan la causa principal que produjo tales resultados.

Sus grandes virtudes sin su crueldad hubieran resultado insuficientes para sus logros.

Basta recordar a Escipión, consagrado por la historia como hombre extraordinario. Sus ejércitos se sublevaron contra él en España a causa de su excesiva clemencia. Daba a sus guerreros más libertad que la permitida por la disciplina militar[31]

  • Clases de armas

Los principales soportes de cualquier Estado están en sus armas y en sus leyes. Sin armas buenas no son posibles leyes buenas.

Las armas con que un gobernante defienda su Estado pueden ser: propias, mercenarias, auxiliares o mixtas.

Armas mercenarias. Las armas mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas[32]El gobernante que apoya su Estado en tropas mercenarias no estará nunca seguro por cuanto estas tropas carecen de unión, son ambiciosas, indisciplinadas, desleales, fanfarronas en presencia de amigos, cobardes frente a enemigos serios, no tienen temor de Dios ni creen en las personas.

Un gobernante con semejantes tropas no es vencido mientras no lo ataquen. En tiempos de paz, estas tropas despojan al gobernante y en tiempos de guerra dejan que lo despojen sus enemigos.

La causa de este comportamiento se debe a que el único motivo de afecto al gobernante es su escaso sueldo, no suficiente para cada soldado decidido a morir por él. Se acomodan a ser sus soldados mientras no haya guerras, pero cuando ésta sobreviene huyen y se retiran[33]

Otra causa por la que las tropas mercenarias acarrean desgracia es porque sus capitanes son guerreros excelentes o no lo son. Cuando lo son, no puede el gobernante fiarse de ellos porque siempre aspiran a elevarse por encima de él pues lo consideran su dueño. Estos intentan conseguirlo oprimiendo directamente al gobernante u obligando a los demás a oponerse a sus intenciones. Cuando no lo son causan comúnmente la ruina del gobernador[34]

Para emplear tropas mercenarias el gobernante debe ir al frente en el oficio de capitán[35]o la república debe seleccionarlo y si en las primeras acciones de guerra no manifiesta suficiente capacidad bélica debe reemplazarlo en seguida por otro. Si por el contrario resulta apto marcialmente, la república debe contenerlo e impedirle sobrepasar ciertos límites[36]

Con tropas mercenarias las conquistas son lentas, tardías, limitadas y los fracasos bruscos, repentinos e inmensos.

Al deshacerse de tropas mercenarias hay que destruir a sus capitanes, no hay que conservarlos ni licenciarlos.

La ruina del imperio Romano comenzó cuando empezaron a incorporar tropas mercenarias y éstas a ganar vigor a costas del ejército propio.

Armas auxiliares o ajenas. Los ejércitos auxiliares que un gobernante recibe para ayuda en su defensa resultan nefastos, porque aunque gane la batalla, pasa a ser de algún modo prisionero del gobernante que las envió[37]

Valerse de tropas extranjeras para vencer es estar vencido. Las armas auxiliares son mucho más peligrosas que las mercenarias.

Cuando un gobernante con armas auxiliares o mercenarias vence, las auxiliares no le seguirán obedeciendo y las mercenarias después de la victoria buscarán una ocasión favorable para atacarlo.

La cobardía es lo que más debe temerse en las tropas mercenarias y la valentía en las tropas auxiliares[38]

Al traer y dar importancia a tropas ajenas, un gobernante desalienta a su propio ejército y pasa a depender de ellas.

Armas propias. Nada es más débil y vacilante que la república que no esté fundamentada en fuerzas armadas propias, compuestas por ciudadanos soldados.

Una república cae menos fácilmente bajo un dictador que quiera esclavizarla cuando está armada con un ejército propio que cuando se apoya en ejércitos extranjeros.

Los gobernantes que poseen ejércitos propios triunfan con facilidad, los que se apoyan en ejércitos mercenarios sufren solo reveses[39]

Ningún gobernante puede estar seguro si no cuenta con la valentía de las armas propias para defenderse en la adversidad.

Un gobernante sabio evita valerse de armas auxiliares y de armas mercenarias. Prefiere perder con sus armas propias que ganar con las ajenas. No puede verse como triunfo real el que se logra con armas ajenas. A un gobernante se le respeta militarmente cuando es poseedor absoluto de las armas que emplea.

Una guerra hay que hacerla con tropas propias nunca con ajenas.

Los gobernantes que libertaron sus provincias, lo hicieron con ejércitos propios, ya que son los soldados más fieles y cuando cada uno es bueno, en conjunto serán mejores, desde que estén asistidos, mandados y honrados por un auténtico gobernante. Esparta, Roma, Suiza, se mantuvieron libres con sus propias armas por varios siglos.

Ataque de un Estado vecino. De este temor se preservará un gobernante con buenas armas y sobre todo con buenas alianzas que logrará con buenas armas. Cuando los conflictos exteriores están obstruidos, también lo están los internos.

El gobernante que mantiene en orden sus asuntos internos y gobierna según lo aconsejado, es respaldado por sus súbditos y resistirá todos los ataques foráneos.

Un gobernante que deja nacer y crecer un desorden para evitar una guerra, con ello se debilita, no la evita, la difiere y luego tiene que afrontarla en peores condiciones[40]Una regla general que no engaña y falla raras veces: "Quien ayuda a otro a hacerse poderoso forma su propio verdugo".

 

[1] Qué hubieran pensado de mí, si hubiera tomado por ministros y consejeros a varios amigos declarados de los Borbones, condecorados con sus cruces de San Luís y colmados de mercedes por aquel a quien yo sustituía y que aspiraba a suplantarme?

[2] Pero esta prudencia debe acomodarse a las circunstancias, porque en algunas, el más difamado resulta el más recomendable.

[3] Todo esto puede hallarse mejor en un sujeto desacreditado, que en otro cuya reputación huela como un aroma.

[4] En esta gran dificultad hallan muchos gobernantes su ruina.

[5] No sabrá evitarlo el gobernante que no conozca bien a los candidatos. En este caso, la elección debe dirigirla otro capacitado para ello. Vean mis seleccionados y júzguenme.

[6] Haré cuanto esté a mi alcance para que no puedan pensar en sus intereses sino que tengan que ocuparse solo en los míos.

[7] Cuando piensan más en sí mismos que en mí, lo veo al instante y asunto remediado.

[8] Algunos saben ocultar sus intereses bajo los del Estado.

[9] Cuando no han perdido toda honradez y vergüenza!. Muchos son valientes trapaceros que han aprendido a hacerse importantes en todos los gobiernos, aun en los más disparatados y contradictorios.

[10] Esto fue cierto en otros tiempos y en otras partes. No en Francia.

[11] Ni siquiera había soñado que ese fuera mi destino. Pero ya me desquitaré.

[12] Algunos son muchos, tan solo a dos o tres, confiando en que quieran decirme la verdad y prohibiéndoles que abran la boca si no se les pregunta.

[13] Mientras no he faltado a esta regla me ha ido bien.

[14] Así he procedido siempre.

[15] La fuerza de las circunstancias hacen más inevitable estos peligros. A este fin arrastran los aduladores.

[16] Maximiliano poseía una imaginación hermosa pero establecida en una cabeza débil.

[17] Desgraciado el que imagine siquiera hacer esto conmigo.

[18] Recibimos realmente auxilios de aquellos que queremos que nos los presten, sólo cuando saben que somos invariables.

[19] No me los dan sin haber adivinado mi opinión y pulsado mi estado de ánimo.

[20] A los míos les he quitado esas ganas en absoluto.

[21] Maquiavelo exige en esto mucho. cada gobernante sabe lo que le conviene mejor en cada situación.

[22] La opinión pública sabe que yo puedo decir como Luís XI: “El verdadero consejo está dentro de mi cráneo”.

[23] Verdad irrechazable.

[24] Así sucede en efecto.

[25] En algún modo son necesarios, pues un gobernante no puede estar sin su incienso. Lo difícil es no dejar envanecerse con él.

[26] Si no me alabaran con ponderación, el pueblo me tendría por cualquier hombre vulgar.

[27] Aprovecho bien tus consejos. Hay que añadir a esto conocimiento de cartas topográficas.

[28] Los míos en primer lugar Carlo Magno, luego Cesar, Atila y Tamerlán.

[29] Así he procedido.

[30] Lo mismo me sucedió a mí.

[31] Esta libertad se puede dar cuando redunda en beneficio del gobernante.

[32] Cuando son más numerosas que las armas propias.

[33] Con excepción de los mercenarios Suizos.

[34] Ejércitos formados por enemigos anteriores están a nuestro servicio como mercenarios solo porque los pagamos.

[35] La fama de valeroso se la hacen sus adictos.

[36] Esta ha sido mi experiencia.

[37] Un capitán hábil pueden infundir en las tropas del Estado el espíritu característico de las tropas mercenarias. Esto le es más fácil cuando está en sitios lejanos donde las tropas reciben solo su influencia.

[38] Pude contradecir esta regla.

[39] Un capitán decidido no recibe ni acata ley, decreto u orden sino que las da y las impone.

[40] Al producirse el primer descontento hay que declarar la guerra. La prontitud de esta noticia torna prudentes a los enemigos.

 

 

Autor:

Rafael Bolívar Grimaldos

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