La hembra y el pene: Freud y Darwin revisitados
Enviado por Felix Larocca
Cuando Darwin escribió acerca de la Selección Sexual, lo que tenía en su mente era algo muy específico que apuntalaba su teoría aún en ciernes.
Paradigma de la selección sexual
El sabio biólogo intuyó algo que las ciencias del comportamiento y los estudios antropológicos han demostrado satisfactoriamente: El poder de la selección sexual, limitándola erróneamente a la hegemonía del macho.
Para Darwin, la selección sexual incluía fundamentalmente dos fenómenos:
La preferencia de las hembras por ciertos machos y, en las especies polígamas,
La batalla de los machos por el harén más grande
A diferencia de lo que sucede con la selección natural, el término "selección" no se utiliza en este respecto como metáfora para designar la eliminación no azarosa de los menos aptos, sino que designa un proceso literal por el éxito reproductivo.
Los argumentos a favor de la selección sexual aparecen en el capítulo IV del Origen de las Especies (1859), y más adelante en The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex (1871).
Veamos:
"La [selección sexual] no depende de una lucha por la existencia sino de una lucha entre los machos por la posesión de las hembras; el resultado no es la muerte del competidor que no ha tenido éxito, sino el tener poca o ninguna descendencia. La selección sexual es, por lo tanto, menos rigurosa que la selección natural.
"Generalmente, los machos más vigorosos, aquellos que están mejor adaptados a los lugares que ocupan en la naturaleza, dejarán mayor progenie. Pero en muchos casos la victoria no dependerá del vigor sino de las armas especiales exclusivas del sexo masculino […]
Símbolo fálico
"Entre las aves, la pugna es habitualmente de carácter más pacífico.
"Todos los que se han ocupado del asunto creen que existe una profunda rivalidad entre los machos de muchas especies para atraer por medio del canto a las hembras. El tordo rupestre de Guayana, las aves del paraíso y algunas otras se congregan, y los machos, sucesivamente, despliegan sus magníficos plumajes y realizan extraños movimientos ante las hembras que, colocadas como espectadoras, eligen finalmente el compañero más atractivo". (Darwin 1859:136-137)
Es de importancia para esta tesis, que no olvidemos lo pujante y poderoso de la intuición de Darwin, cuando nos dice que las hembras de muchas especies, eligen finalmente el compañero más atractivo".
Para la hembra del género humano, puede ser el tamaño del pene, la condición física de la prospectiva pareja, o el tamaño de sus cuentas bancarias.
Darwin no era mojigato, aunque temiera, instintivamente, antagonizar la sociedad ultra puritana en que viviera, aunque a prudente distancia.
En mi blog, publiqué una entrada el 25 de agosto, titulado El tamaño del pene: ¿A quién le importa?, del que extraigo lo siguiente
Cuando se visitan las ruinas de Pompeya y la Casa de Vettii, se confirma la impresión marchita que predica que el ser humano ha sentido una atracción innata e irresistible hacia su anatomía y su fisiología, tanto en sus aspectos funcionales, como sibaritas y amatorios.
El pene figura entre los órganos más apreciados que el hombre atesora y defiende.
Freud, así lo expresó, aunque no lo descubrió.
La evidencia del paleolítico es que los seres humanos cuantificaban eventos, basándolos en observaciones anatómicas, en el comportamiento de otros animales y en los ciclos astrales, calculando de cómo, los propios, se ajustaban a los últimos.
Símbolo, pero no fálico
Las unidades de medida son reflexiones de esta tendencia, como lo demuestra el pulgar y la pulgada, la medida del pie, y las palabras verga y envergadura.
Freud, incautamente, se convertiría en pararrayos filosófico. Por su relación de ambivalencia ostensible hacia el sexo femenino, a quien exhortara a aceptar su "castrado" destino cuando le imputara la envidia, improbable, del pene.
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