Los monstruos sonrientes, de Fredric Brown
La espacionave procedente de Andrómeda II giraba, como una peonza, dominada por poderosas fuerzas. El ser de Andrómeda, fuertemente atado al asiento del piloto, volvió los tres protuberantes ojos de una de sus cabezas hacia los otros cuatro tripulantes de la nave, asegurados en las literas de la cabina.
– Vamos a estrellarnos – dijo.
Así fue.
Elmo Scott apretó el tabulador de su máquina de escribir y escuchó cómo el carro se deslizaba y hacía tocar la campanita. Le pareció divertido y lo volvió a hacer. Pero no había ninguna palabra escrita en la hoja de papel puesta en la máquina.
Encendió un cigarrillo y se quedó contemplándolo. Al papel, no al cigarrillo, naturalmente. Aún no había escrito nada.
Inclinó su silla para atrás y se volvió para mirar al gran perro Doberman que dormía en el centro matemático de la alfombra. Luego dijo:
– ¡Qué perro más afortunado!
El Doberman se despertó y movió la pequeña cola que tenía. No dio ninguna otra contestación.
Elmo Scott volvió a mirar al papel. Seguían sin aparecer las palabras que él esperaba. Puso los dedos sobre el teclado y escribió: «Ya es tiempo que todos los hombres buenos vengan en ayuda de la gente.» Contempló las palabras que acababa de escribir y sintió el leve contacto de una idea rozarle la mejilla.
Llamó:
– ¡Toots! – Y una joven morena y simpática que llevaba un traje casero azul, salió de la cocina y se puso a su lado. El la enlazó por la cintura.
– Tengo una idea – dijo él.
Ella leyó las palabras escritas en la máquina.
– Es lo mejor que has escrito en tres días – dijo -, aparte aquella carta renovando la suscripción al periódico. Y pienso que la carta era aun mejor.
– Oh, cállate – dijo Elmo -. Estoy hablando de lo que voy a hacer con esta frase. La voy a convertir en un argumento de fantasía científica, palabra tras palabra. No puede fallar. Fíjate.
Sacó el brazo de la cintura de ella y escribió bajo la primera frase: «Ya es tiempo que todos los monstruos buenos vengan en ayuda de la gente». Y dijo:
– ¿Entiendes la idea, Toots? Ya se va pareciendo al principio de una novela de fantasías científicas. Los Monstruos Buenos. Atiende al próximo paso.
Debajo de las dos primeras frases, escribió: «Ya es tiempo que todos los monstruos buenos vengan en ayuda de…». Se interrumpió.
– ¿Qué pondré, Toots? ¿La Galaxia o el Universo?
– Será mejor que te pongas a ti mismo – dijo ella -. Porque si no consigues tener una novela terminada y cobrada dentro de dos semanas, perderemos esta casita en la montaña y tendremos que volver a la ciudad andando y tú tendrás que dejar de escribir novelas y volver al periódico y…
– Basta, Toots. Ya sé todo eso. Lo sé muy bien.
– Sin embargo, lo mejor que puedes hacer es escribir: «Ya es tiempo que todos los monstruos buenos vengan en ayuda de Elmo Scott».
El gran Doberman se estiró en la alfombra y dijo:
– No los necesitáis.
Las dos cabezas humanas se volvieron hacia el animal.
La joven morena golpeó en el suelo con un pie elegantemente calzado.
– ¡Elmo! – dijo -. Haciendo trucos como éste. Así es corno gastas el tiempo que debías dedicar a escribir. Aprendiendo ventriloquía.
– No, Toots – dijo el perro -. No es eso.
– ¡Elmo! Cómo puedes hacer que mueva la boca como si… – Los ojos de ella fueron del rostro del perro al de Scott y se detuvo sin concluir la frase. Si es que Elmo Scott no se sentía lleno de terror, entonces era mejor actor que Humphrey Bogart. Ella volvió a decir: ¡Elmo! pero esta vez su voz era un pequeño gemido asustado y no golpeó el suelo con el pie. En vez de ello, prácticamente se dejó caer en la rodilla de Elmo y si él no la hubiese abrazado, hubiera caído de allí al suelo.
– No te asustes, Toots – dijo el perro.
Elmo Scott volvió a sentirse dueño de sí mismo.
– Quien quiera que seas, no llames a mi esposa Toots – dijo -. Su nombre es Dorothy.
– Tú la llamas Toots.
– Eso… eso es diferente.
– Ya veo por qué – dijo el perro. Su boca se abrió como si estuviera riendo -. El concepto que entró en tu mente cuando usaste la palabra «esposa» es muy interesante. Entonces éste es un planeta bisexual.
Elmo dijo:
– Este es un… qué… ¿De qué estás hablando?
– En Andrómeda Il – dijo el perro – tenemos cinco sexos. Pero nosotros somos una raza altamente desarrollada, desde luego. La vuestra es altamente primitiva. Quizá debiera decir bajamente primitiva. Vuestro lenguaje tiene palabras que se prestan a confusión; no es matemático. Pero como dije antes, veo que estáis en el período bisexual. ¿Cuánto tiempo hace desde que érais monosexuales? Y no niegues que una vez lo fuisteis; puedo leer la palabra «amiba» en tu mente.
– Si puedes leer en mi mente – dijo Elmo – ¿por qué tengo que hablar?
– Ten en cuenta a Toots, quiero decir Dorothy – dijo el perro -. No podríamos mantener una conversación entre los tres, ya que vosotros dos no sois telépatas. De cualquier forma, pronto seremos más en la conversación. He llamado a mis compañeros – volvió a reír -. No dejéis que os asusten, no importa en qué forma se presenten. Son simplemente monstruos buenos.
– ¿Monstruos? – preguntó Dorothy -. ¿Quieres decir que son seres de otros mundos? Eso es lo que Elmo quiere significar por monstruos, pero tú no eres…
– Yo soy exactamente eso. Un habitante de otro mundo. Naturalmente no veis mi apariencia real. Tampoco veréis las de mis compañeros. Ellos, igual que yo, están temporalmente animando los cuerpos de criaturas de baja inteligencia. En nuestros cuerpos verdaderos, os aseguro que nos clasificaríais como monstruos verdaderos. Uno de nosotros tiene cinco miembros y dos cabezas, cada una de las cuales tiene tres ojos colocados en los extremos de tentáculos.
– ¿Donde están, entonces, vuestros cuerpos? – preguntó Elmo.
– Están muertos… Espera, ya veo que esta palabra tiene mayor significado para ti de lo que pensé al principio. Están inutilizados, temporalmente inhabitables y necesitan reparaciones, dentro del casco fundido de nuestra espacionave. Salimos del hiperespacio demasiado cerca de un planeta. Este planeta. Nos hemos estrellado.
– ¿Dónde? ¿Quieres decir que hay realmente una espacionave cerca de aquí? ¿Dónde? – Los ojos de Elmo casi salían de sus órbitas mientras se dirigían al perro.
– Eso no te importa, Terrestre. Si la nave fuese descubierta y examinada por vosotros, posiblemente descubriríais el secreto de los viajes espaciales antes de que estéis preparados para ello. La estructura cósmica sería quebrantada. – Luego gruñó -: Tal como están las cosas ya hay bastantes guerras cósmicas ahora. Nosotros estábamos huyendo de una nave de Betelgeuse cuando salimos del hiperespacio dentro de vuestra atmósfera.
– Elmo – dijo Dorothy -. ¿De qué Belén estáis hablando? ¿No era todo bastante absurdo antes de que empezara a hablar de una nave de Belén?
– No – dijo Elmo con resignación. -. Se ve que no lo era -. Porque en aquel momento una ardilla acababa de entrar en la habitación a través de un agujero que había en la tela metálica de la puerta.
La ardilla dijo:
– Salud, señores. Hemos recibido tu menzaje, Uno.
– Ves lo que quiero decir – dijo Elmo.
– Todo va bien, Cuatro – dijo el Doberman -. Esta pareja servirá para nuestro propósito perfectamente. Te presento a Elmo Scott y a Dorothy Scott; no la llames Toots.
– Zi zeñor. Mucho guzto de conozerles.
La boca del Doberman volvió a abrirse como si riera. Esta vez no podía haber error.
– Quizá será mejor que explique el acento de Cuatro – dijo -. Nos hemos separado, cada uno de nosotros entrando en el cuerpo de una criatura de baja mentalidad y, desde ese punto de observación, nos hemos puesto en contacto con la mente de algún miembro de la especie dominante, aprendiendo de esta mente su lenguaje, su nivel de inteligencia y el grado de su imaginación. Entiendo de vuestra reacción, que Cuatro ha aprendido el idioma de alguna mente que lo habla de un modo ligeramente diferente de vosotros.
– Dezde luego – dijo la ardilla.
Elmo se estremeció.
– No es que supiera que lo hagáis, pero tengo curiosidad por saber por qué no habéis entrado en el cuerpo de uno de la raza dominante, directamente.
El perro pareció ofendido. Era la primera vez que Elmo veía a un perro ofendido, pero el Doberman se las arregló para dar esa impresión.
– Eso es algo que no debe ni pensarse – declaró -. La ética universal nos impide el entrar en posesión de cualquier criatura que tenga una inteligencia por encima del nivel cuarto. Los de Andrómeda estamos en el nivel veintitrés y veo que los Terrestres tenéis…
– ¡Espera! – dijo Elmo -. No me lo digas. Puede darme un complejo de inferioridad. ¿O quizá no?
– Pienso que zí lo haría – dijo la ardilla.
El Doberman dijo:
– De modo que podéis comprender que no es simplemente coincidencia que nosotros los monstruos de otro mundo nos manifestemos a ti, que eres un escritor de lo que llamáis fantasía científica. Hemos estudiado muchas mentes y la tuya es la primera que hemos encontrado capaz de aceptar el hecho de que somos visitantes de Andrómeda. Si mi compañero Cuatro, por ejemplo, hubiese tratado de explicar la situación a la mujer cuya mente ha estudiado, ella probablemente se hubiese vuelto loca.
– Zin duda – dijo la ardilla.
Una gallina metió la cabeza por el agujero de la puerta, cacareó, volvió a retirarse.
– Por favor, dejad entrar a Tres – dijo el Doberman -. Temo que no os será posible comunicaros directamente con él. Nos hemos encontrado con que la operación necesaria para modificar la estructura de la garganta de este animal, para que pueda hablar vuestro idioma, requiere una técnica bastante complicada. Además eso no importa mucho. Puede comunicarse telepáticamente con uno de nosotros, y nosotros podremos transmitir sus comentarios hasta vosotros. Por el momento os envía sus saludos y os pide que abráis la puerta.
El cacareo de la gallina – Elmo se dio cuenta de que se trataba de un gran ejemplar negro – sonaba irritado y Elmo dijo:
– Será mejor que abras la puerta, Toots.
Dorothy Scott se levantó de las rodillas de Elmo y abrió la puerta. Luego volvió el rostro asustado hacia Elmo y luego se dirigió al Doberman.
– Hay una vaca que atraviesa el jardín y se dirige hacia aquí – dijo -. No me vas a decir que ella…
– Él – corrigió el Doberman -. Sí, ése debe ser Dos. Y dado que vuestro idioma es completamente inadecuado, ya que solamente dispone de dos géneros, quizás será mejor que nos llaméis a todos nosotros por «él». Nos ahorrará confusiones. Desde luego, nosotros tenemos cinco sexos diferentes, como ya os he explicado.
– No nos has aclarado este punto todavía – dijo Elmo, interesado.
Dorothy dirigió una breve mirada a Elmo.
– Será mejor que no lo explique. ¡Cinco sexos diferentes! Y todos viviendo juntos en la misma espacionave. Supongo que son necesarios los cinco para… uh…
– Exactamente – dijo el Doberman -. Y ahora, si me haces el favor de abrir la puerta a Dos, estoy seguro que…
– ¡No lo haré! – dijo Dorothy – ¿Hacer entrar a una vaca? ¿Crees que estoy loca?
– Nosotros podemos hacer que lo seas – dijo el perro. Elmo miró del perro a su esposa.
– Más vale que abras la puerta, Dorothy – aconsejó.
– Excelente consejo – dijo el Doberman -. Incidentalmente, quiero deciros que no vamos a abusar de vuestra hospitalidad, ni os pediremos que hagáis nada que no sea razonable.
Dorothy abrió la puerta y la vaca entró agitando la cola.
Miró a Elmo y luego dijo:
– ¿Qué hay, amigazo? ¿Qué vientos soplan por aquí?
Elmo cerró los ojos.
El Doberman le preguntó a la vaca:
– ¿Dónde está Cinco? ¿Has estado en contacto con él?
– Yeah – dijo la vaca -. Viene. El tipo a quien estudié había cogido un tablón, Uno. ¿Quiénes son esos muñecos?
– El que lleva pantalones es un escritor – dijo el perro -. El que lleva faldas es su esposa.
– ¿Qué es una esposa? – dijo la vaca. Lanzó a Dorothy una mirada que la hizo sonrojar -. Me gustan más las faldas – dijo -. Hola, guapa.
Elmo saltó de su silla y se dirigió a la vaca.
– Oye, tú… – Ya no pudo decir más. Su ira se disolvió en risa, casi risa histérica, y volvió a dejarse caer en la silla.
Dorothy lo miró indignada.
– ¡Elmo! Es que vas a permitir que una vaca…
Casi se ahogó con esa palabra cuando vio el rostro de Elmo, y luego ella también empezó a reír. Se dejó caer en las rodillas de Elmo tan fuerte que éste gimió.
El Doberman también estaba riendo.
– Celebro que vosotros tengáis ese sentido del humor – dijo con aprobación -. En realidad, ésa es una razón por la que os hemos escogido a vosotros. Pero vamos a ser serios por un momento.
Ahora no había ni rastro de risa en su voz. Dijo:
– No haremos daño a ninguno de los dos, pero seréis vigilados. No os acerquéis al teléfono ni abandonéis la casa mientras nosotros estemos aquí. ¿Está claro?
– ¿Cuánto tiempo vais a estar aquí? – dijo Elmo -. Sólo tenemos comida para unos cuantos días.
– Eso será suficiente. Podremos construir una nueva espacionave en cuestión de horas. Veo que eso te sorprende; debo explicar que trabajaremos en una dimensión más lenta.
– Comprendo – dijo Elmo.
– ¿De qué está hablando, Elmo? – dijo Dorothy.
– Una dimensión más lenta – dijo Elmo -. Yo mismo la usé en una de mis novelas. Uno se traslada a otra dimensión donde la velocidad del tiempo es diferente; pasas un mes allí y regresas sólo unos cuantos minutos u horas después, de acuerdo con el tiempo transcurrido en tu propia dimensión.
– ¿Y tú inventaste eso? Elmo, qué maravilloso.
Elmo sonrió al Doberman y dijo:
– ¿De modo que eso es todo lo que queréis? ¿Que os dejemos estar aquí hasta que hayáis construido una nave? ¿Y que os dejemos tranquilos y no avisemos a nadie que tenemos visitantes de otro mundo?
– Exactamente. – El perro parecía estar muy satisfecho – Y no os molestaremos sin necesidad. Pero os vigilaremos. Cinco o yo haremos la guardia.
– ¿Cinco? ¿Dónde está?
– No os alarméis, en este momento está debajo de vuestra silla, pero no os causará ningún daño. No os fijasteis cuando entró por el agujero de la puerta hace unos instantes. Cinco, te presento a Elmo y Dorothy Scott. No la llames Toots.
Hubo un rápido sonido como de castañuelas debajo de la silla. Dorothy gritó y levantó los pies hasta las rodillas de Elmo. Elmo trató de hacer lo mismo con los suyos, con unos resultados sorprendentes.
Hubo una risa sibilante que emergía de debajo de la silla. Una voz silbante dijo:
– No oss preocupéiss amigoss. Yo no ssabía hasta ahora que lo acabo de leer en vuesstras mentess, que el mover mi cola de esste modo era un avisso de que iba a… Pienssa en la palabra por mí. Graciass. Atacar.
Una serpiente de cascabel de casi dos metros se arrastró de debajo de la silla y se enroscó al lado del Doberman.
– Cinco no os hará daño – dijo el perro -. Ninguno de nosotros lo intentará.
– Zeguro, no oz molestaremos – dijo la ardilla.
La vaca se reclinó en la pared, cruzó sus patas delanteras y dijo:
– Por éstas, amigazos. – El o ella miró evidentemente a Dorothy y dijo -: Guapa, no debes preocuparte por eso que piensas. Estoy domesticado. – Luego empezó a rumiar tranquilamente.
– Tú mismo has hecho bromas peores que ésta – dijo el Doberman – Y es de admirar que Dos pueda gastar bromas en un idioma que acaba de aprender. Puedo ver una pregunta en tu mente. Por qué seres de inteligencia muy desarrollada deben tener un sentido del humor proporcionado. La respuesta es obvia si piensas en ello; ¿no es cierto que tu propio sentido del humor está más desarrollado que el de las criaturas que tienen menos inteligencia que tú?
– Sí – admitió Elmo -. Pero quisiera preguntar algo más. Andrómeda es una constelación, no una estrella. Sin embargo me dijiste que vuestro planeta es Andrómeda II. ¿Cómo es posible?
– En realidad venimos del planeta de una estrella en Andrómeda para la cual no tenéis nombre; está demasiado lejos para que aparezca en vuestros telescopios. Simplemente la llamé por un nombre que sería familiar para vosotros. Para vuestra comodidad llamé a la estrella según la constelación.
Cualquier sospecha – de qué, no podía decirlo – que Elmo Scott tuviera, se acababa de evaporar.
La vaca se enderezó.
– Bueno, ¿qué esperamos para largarnos?
– Nada, supongo – dijo el doberman -. Cinco y yo nos turnaremos en la guardia.
– Id adelante y empezad a trabajar – dijo la serpiente de cascabel -. Yo haré la primera guardia. Media hora; eso os dará un mes allí.
El Doberman asintió. Se levantó dirigiéndose a la puerta, que abrió con el morro después de levantar el pestillo con la cola. La ardilla, la gallina y la vaca le siguieron.
– Ya nos veremos, guapa – dijo la vaca.
– Hazta luego, zeñores – dijo la ardilla.
Casi dos horas después, el Doberman que estaba entonces de guardia, levantó la cabeza repentinamente.
– Ya se van – dijo.
– ¿Cómo? – dijo Elmo Scott.
– Su nueva espacionave acaba de despegar. Ha entrado en el hiperespacio y está acelerando hacia Andrómeda.
– Has dicho su nave. ¿Por qué no has ido con ellos?
– ¿Yo? Desde luego que no voy. Yo soy Rex, tu perro. ¿No te acuerdas? Sólo que Uno, el que usaba mi cuerpo, me ha dejado una comprensión de lo sucedido y un bajo nivel de inteligencia.
– ¿Un bajo nivel?
– Parecido al tuyo, Elmo. Dice que se desvanecerá, pero no hasta que te lo haya explicado todo. ¿Qué te parece si me das comida? Estoy hambriento. ¿Quieres darme la comida, Toots?
Elmo dijo:
– No llames a mi esposa… Dime, ¿eres realmente Rex?
– Desde luego que soy Rex.
– Dale la comida, Toots – dijo Elmo -. Espera, tengo una idea. Vamos todos a la cocina de modo que podamos seguir hablando.
– ¿No me darás doble ración? – preguntó el Doberman.
Dorothy estaba sacando la comida del perro de la nevera.
– Desde luego, Rex.
El perro se colocó en su rincón de la cocina.
– Qué te parece si preparas algo de comer para nosotros, Toots – sugirió Elmo -. Estoy hambriento. Mira, Rex, ¿cómo es que se fueron de este modo, sin despedirse de nosotros?
– Me dejaron a mí para deciros adiós de su parte. Y te hicieron un favor, Elmo, para compensarte por tu hospitalidad. Uno te examinó el cerebro y encontró la barrera psicológica que te ha impedido el idear nuevos argumentos para tus novelas. La destruyó. De modo que ahora podrás escribir de nuevo. Ni mejor ni peor que antes, quizá, pero al menos no te sentirás impotente, delante de una hoja de papel en blanco.
– Qué importa eso ahora – dijo Elmo -. ¿Qué hay de la nave que no pudieron reparar? ¿La dejaron aquí?
– Desde luego. Pero sacaron sus cuerpos y los repararon. Eran verdaderos monstruos, desde luego. Dos cabezas cada uno y cinco miembros y podían usarlos como piernas o como brazos; con seis ojos cada uno, tres en cada cabeza, colocados al extremo de largos tentáculos. Quisiera que los hubieras visto.
Dorothy estaba colocando la comida en la mesa.
– ¿No te importará una comida fría, Elmo? – preguntó.
Elmo la miró sin verla y dijo:
– ¿Eh? – y luego se volvió hacia el perro. El Doberman estaba en su rincón inclinado sobre una gran fuente de comida, que Dorothy acababa de poner en el suelo a su lado. Dijo:
– Gracias Toots – y empezó a tragar con gran ruido de mandíbulas. Elmo se preparó un sándwich y empezó a comer. El Doberman terminó su comida, bebió algo de agua y se tendió a los pies de Elmo.
Elmo lo miró.
– Rex, si puedo encontrar la espacionave que abandonaron no tendré que volver a escribir historias – dijo -. Puedo hallar bastantes cosas dentro para… Oye, voy a hacerte una proposición.
– Ya sé – dijo el Doberman – Si te digo dónde está, buscarás «una» Doberman para que tenga compañía y te dedicarás a la cría de perritos Doberman. Bien, quizá no lo sabes, pero de todos modos vas a hacer precisamente esto. El monstruo llamado Uno puso esa idea en tu cabeza; me dijo que yo también tenía que sacar algo de provecho de todo este asunto.
– Conforme, pero ¿me dirás dónde está el aparato?
– Te lo diré, ahora que te has terminado ese sándwich. Era algo que parecía una mota de polvo, si la hubieses visto, encima del pedazo de jamón cocido que te has comido. Era casi submicroscópico. Te lo acabas de tragar.
Elmo Scott se llevó las manos a la cabeza. La boca del Doberman estaba abierta; cualquiera habría dicho que se estaba riendo de él.
Elmo lo amenazó con un dedo.
– ¿Quieres decir que tendré que seguir escribiendo novelas toda mi vida?
– ¿Y por qué no? – preguntó el Doberman -. Ellos decidieron que realmente serías más feliz de ese modo, y con la barrera psicológica destruida no te será difícil. Ya no tendrás que empezar por: – Ya es tiempo que todos los hombres buenos… – Incidentalmente, no fue ninguna casualidad que sustituyeras monstruos por hombres; fue la idea de Uno. Ya se encontraba aquí, en mi interior, observándote. Y divirtiéndose mucho, además.
Elmo se levantó y empezó a pasearse por la cocina.
– Parece que han sido más listos que yo en todo, excepto en una cosa, Rex – murmuró – Esto no me lo podrán quitar, si tú cooperas.
– ¿Cómo?
– Podemos ganarnos una fortuna. ¡Rex, el único perro del mundo que habla! Puedo darte collares con diamantes incrustados y podrás comer bistecs de ternera y todo lo que quieras. ¿Lo harás?
– ¿Si haré el qué?
– Hablar.
– Woof – dijo el Doberman.
Dorothy Scott miró a Elrno Scott.
– ¿Por qué has hecho eso, Elmo? Siempre me has dicho que no le pidiese que hiciera nada.
– No sé – dijo Elmo -. Se me ha olvidado. Bien, creo que lo mejor será que vuelva a escribir mi novela. – Pasó por encima del perro y se dirigió a la máquina de escribir en la otra habitación.
Se sentó delante de ella y luego llamó.
– Eh, Toots.
Dorothy entró y se puso a su lado.
Elmo dijo:
– Creo que tengo una idea. Esa frase de «Ya es tiempo que todos los monstruos buenos vengan en ayuda de Elmo Scott» contiene una idea estupenda. Casi puedo sacar el título de ahí. «Los Monstruos Risueños». Se trata de un individuo que quería escribir una novela de fantasía científica y de repente su… uh… perro. Puedo hacer que sea un Doberman como Rex y… Bien, espera hasta que la leas.
Puso una hoja limpia de papel en la máquina y escribió el título:
LOS MONSTRUOS SONRIENTES
FIN
Enviado por:
Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.
"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"®
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Santiago de los Caballeros,
República Dominicana,
2015.
"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR SIEMPRE"®