La política y la Logia: José Hernández y sus coincidencias con el presidente Sarmiento en 1870
Enviado por Florencia Pagni – Fernando Cesaretti
- Entre montoneras y colonos suizos
- Matraca, soldado y periodista confederado
- "Los salvajes unitarios están de fiesta"
- La segunda generación romántica
- Sangre en Entre Ríos
- Bibliografía
El acercamiento político de los padres del Facundo y el Martín Fierro, o de cuando la masonería fue nexo entre liberales y federales en un año clave del conflictivo periodo de consolidación del estado nacional.
Entre montoneras y colonos suizos
A principios del año 1870 el presidente Sarmiento desembarca en Concepción del Uruguay. Su viaje al Arroyo de la China, bastión simbólico desde los tiempos de Pancho Ramírez de la vocación autonómica de los ganaderos entrerrianos, obedece a una forzada estrategia de búsqueda de apoyos a su gestión de gobierno. Permanentemente hostigado por el mitrismo desde su asunción a la primera magistratura en 1868 y carente de partido o facción que le responda plenamente, el sanjuanino se acerca entonces al Señor de Entre Ríos, a ese Justo José de Urquiza que pese a su sinuosidad y cautela política de los últimos años, aún es considerado por los federales argentinos como su jefe natural (aunque cada vez con mayores reservas y reparos).
El viaje es preparado de manera teatral para que la espectacularidad escénica hable a propios y extraños de la intencionalidad política expresamente manifestada en el mismo. Hasta la ambigüedad es plenamente direccionada en tal sentido. Así, si el vapor que hace las veces de buque presidencial tiene el ofensivo nombre de Pavón, no es dato menor que a bordo del mismo también viaja acompañando al presidente, Héctor Varela, hijo de Florencio –mártir de la causa unitaria- y director de La Tribuna, diario porteño de gran popularidad que ha hecho del antifederalismo su bandera. La presencia de Varela en la comitiva es un claro gesto de conciliación.
El anfitrión actúa en consonancia. Su residencia italianizante en la que casi todo -desde la góndola veneciana del lago artificial hasta la última pieza del menaje- ha sido importado de Europa, es puesta a disposición del primer magistrado Es allí entonces en ese Palacio San José donde Sarmiento, tras soportar estoicamente el desfile de la caballería entrerriana, para el una demostración del pasado de barbarie contra el que viene luchando desde toda la vida, asiste a otro fenómeno inscripto en el lado de la civilización: los suizos de la cercana colonia fundada por Urquiza, acuden a aclamarlo transportados en sus carros de cuatro ruedas, constituyendo un espectáculo que al presidente le memora su admirada Norteamérica.
En este marco forzadamente idílico a horcajadas de lo viejo y lo nuevo, es donde Sarmiento proclama haber descubierto en Urquiza modos políticos de conducción dignos de imitar, olvidando que hasta ayer nomás pedía para este el mismo destino que para Rosas (Southampton o la horca). Hay más allá de las inevitables hipocresías de rigor, una decisión evidente de tomar distancias con el liberalismo mitrista y acortarlas con el federalismo urquicista.
Matraca, soldado y periodista confederado
Esta reconciliación entre el presidente Sarmiento y el líder del federalismo encuentra un efusivo apoyo en las páginas de un diario de Buenos Aires. Fundado el año anterior, El Río de la Plata es la tribuna que expresa la opinión de su creador, José Hernández. En esa hora que considera histórica para el futuro del país, Hernández se asume a la vez como un fiel urquicista y como un crítico imparcial de la gestión del gobierno nacional. Una imparcialidad nada hostil por otra parte, al punto que recurrentemente debe salir a defenderse de la acusación de oficialista que otros periódicos endilgan al suyo.
Relativamente joven, es sin embargo a sus treinta y cinco años un veterano de la política y el periodismo argentino. Nacido en Buenos Aires en las vísperas de la dictadura rosista, desciende por vía materna de una familia de la élite porteña: los Pueyrredón (solía minimizar este hecho afirmando con el sentido del humor que sus contemporáneos le reconocieron al darle el sobrenombre de Matraca: -yo soy Hernández "solito").
En el agitado año que sigue a la caída de Rosas toma las armas en defensa de los intereses de su provincia, pero un bienio después se instala en la capital de la Confederación Argentina, definitivamente alejado del gobierno secesionista porteño. Allí en Paraná se integra al débil aparato burocrático en calidad de funcionario menor y polifuncional. Ejerce también funciones de corresponsal que culminan en 1860 cuando Hernández entra definitivamente al mundo del periodismo, dirigiendo hojas facciosas forzosamente ligadas al presupuesto oficial, única forma de sobrevivencia económica y política de estos órganos de prensa en ese tiempo y en ese medio.
Cuando en 1861 se produce el derrumbe de la Confederación, participa en los episodios bélicos que efectivizaron militarmente esa caída. En setiembre con el grado de capitán, José Hernández contempla azorado en Pavón como la victoria federal en el campo de batalla se trasforma en confusa retirada por la actitud displicente de Urquiza.
Unos días después es uno de los pocos que salva el pellejo en la masacre de Cañada de Gómez, cuando el resto orgánico del ejército confederado es sorprendido y destrozado por las fuerzas mitristas comandadas por el oriental Venancio Flores, uno de los tantos oficiales uruguayos que consolidarán a sangre y fuego el nuevo orden de cosas favorable a Buenos Aires en el Interior.
Esta brutalidad planteó un claro interrogante sobre los alcances de la voluntad del gobernador porteño Bartolomé Mitre de pacificar el país. Los vencedores se expresaban con una dualidad desconcertante. Así se entiende como el general Flores recibió una pública reconvención por haber mandado degollar a cientos de prisioneros (por cruel paradoja muchos de ellos eran porteños exilados que habían abrazado la causa nacional poniéndose al servicio del gobierno de Paraná), pero pocos días después Mitre le confió nuevas y más importantes responsabilidades militares
Esa dualidad expresaba también los límites de una victoria pírrica. Mitre se encuentra en virtud de ella como responsable de la reconstitución del estado argentino, por primera vez desde 1820 unido políticamente. Es una unión endeble. El partido liberal no puede ignorar la influencia de Urquiza en la Mesopotamia. El mitrismo no va intentar siquiera avanzar sobre las provincias litorales del Este. Más aún, Mitre considera que en algunas provincias mediterráneas la inexistencia entre las élites locales de un grupo liberal impide intentar cambiar en ellas la situación política. Sin embargo estas conclusiones del jefe del Partido de la Libertad despiertan la indignación en su base de apoyo: los sectores urbanos porteños que no se resignan a desaprovechar una victoria que pírrica o no (mejor dicho pactada o no, que eso sigue constituyendo el interrogante de Pavón) les pertenece.
En virtud de ese clamor citadino el mitrismo solo mantiene su acuerdo explícito de no agresión con el urquizismo y se lanza a la remoción de los gobernadores federales del interior mediterráneo utilizando la "persuasión" de los destacamentos porteños comandados por los expeditivos oficiales uruguayos, logrando así el vuelco pacífico de algunas situaciones locales ante esa amenaza. Es una empresa que gracias a la crueldad con la que se la acomete resulta más fácil de lo que en un principio parecía y que solo encuentra la seria resistencia de las provincias del arcaico poniente argentino, especialmente de La Rioja, que finalmente es doblegada en noviembre de 1863 cuando su hombre fuerte, Ángel Peñaloza, es capturado y ejecutado.
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