- Estado de desequilibrio amoroso
- En busca de la casa de Manuela Sánchez
- Ámbito de Frustración
- Aparición de su doncella inasible
- Actitud ante el anciano más antiguo y triste de la tierra
- Protección de los fusileros del general Rodrigo de Aguilar
- Sus regalos dementes
- Se ahogaba en sus anhelos
- La canción del general de mis amores
- Los regalos insólitos para su reina Manuela Sánchez
- El sábado negro de su peor desgracia
- El mejor regalo a la reina de su amor
- Fuente
Gabriel José de la Concordia García Márquez (1927 – ) es un escritor, novelista, cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido familiarmente y por sus amigos como Gabo.
Estado de desequilibrio amoroso
Estas y muchas otras versiones de su estado se iban haciendo cada vez más intensas mientras él:
medía en los establos la leche para los cuarteles
viendo cómo se alzaba en el cielo el martes de ceniza de Manuela Sánchez,
hacia sacar a los leprosos de los rosales para que no apestaran las rosas de tu rosa,
buscaba los lugares solitarios de la casa para cantar sin ser oído tu primer vals de reina,
para que no me olvides, cantaba, para que sientas que te mueres si me olvidas, cantaba,
se sumergía en el cieno de los cuartos de las concubinas tratando de encontrar alivio para su tormento,
y por primera vez en su larga vida de amante fugaz:
se le desenfrenaban los instintos, se demoraba en pormenores,
les desentrañaba los suspiros a las mujeres más mezquinas, una vez y otra vez,
y las hacía reír de asombro en las tinieblas no le da pena general, a sus años,
pero él sabía de sobra que aquella voluntad de resistir eran engaños que se hacía a sí mismo para perder el tiempo,
que cada tranco de su soledad, cada tropiezo de su respiración lo acercaban sin remedio a la canícula de las dos de la tarde ineludible
en que se fue a suplicar por el amor de Dios el amor de Manuela Sánchez
en el palacio del muladar de tu reino feroz de tu barrio dejas peleas de perro,
se fue vestido de civil, sin escolta,
en un automóvil de servicio público que se escabulló petardeando por el vapor de gasolina rancia
de la ciudad postrada en el letargo de la siesta,
Eludió el fragor asiático de los vericuetos del comercio, vio:
la mar grande de Manuela Sánchez de mi perdición con un alcatraz solitario en el horizonte,
los tranvías decrépitos que van hasta tu casa y ordenó que los cambien por tranvías amarillos de vidrios nublados con un trono de terciopelo para Manuela Sánchez,
los balnearios desiertos de tus domingos de mar
y ordenó que pusieran casetas de vestirse
y una bandera de color distinto según los humores del tiempo
y una malla de acero en una playa reservada para Manuela Sánchez,
las quintas con terrazas de mármol y prados pensativos de las catorce familias que él había enriquecido con sus favores,
una quinta más grande con surtidores giratorios y vitrales en los balcones
donde te quiero ver viviendo para mí, y la expropiaron por asalto,
decidiendo la suerte del mundo
mientras soñaba con los ojos abiertos en el asiento posterior del coche de latas sueltas
hasta que se acabó la brisa del mar
y se acabó la ciudad
y se metió por las troneras de las ventanas el fragor luciferino de tu barrio de las peleas de perro
donde él se vio y no se creyó pensando madre mía Bendición Alvarado mírame dónde estoy sin ti, favoréceme,
pero nadie reconoció en el tumulto los ojos desolados, los labios débiles, la mano lánguida en el pecho,
la voz de hablar dormido del bisabuelo asomado por los vidrios rotos con un vestido de lino blanco y un sombrero de capataz
Vio que andaba averiguando dónde vive Manuela Sánchez de mi vergüenza, la reina de los pobres, señora, la de la rosa en la mano,
preguntándose asustado dónde podías vivir en aquella tropelía de nudos de espinazos erizados de miradas satánicas de colmillos sangrientos del reguero de aullidos fugitivos con el rabo entre las patas de la carnicería de perros que se descuartizaban a mordiscos en los barrizales,
dónde estará el olor de regaliz de tu respiración en este trueno continuo de altavoces de
hija de puta serás tu tormento de mi vida de los borrachos sacados a patadas del matadero de las cantinas,
dónde te habrás perdido en la parranda sin término del maranguango y la burundanga y el gordolobo y la manta de bandera y el tremendo salchichón de hoyito y el centavo negro de ñapa
en el delirio perpetuo del paraíso mítico del Negro Adán y Juancito Trucupey, carajo,
cuál es tu casa de vivir en este estruendo de paredes descascaradas de color amarillo de ahuyama
con cenefas moradas de balandrán de obispo
con ventanas de verde cotorra
con tabiques de azul de pelotica
con pilares rosados de tu rosa en la mano,
qué hora será en tu vida si estos desmerecidos desconocen mis órdenes de que ahora sean las tres y no las ocho de la noche de ayer como parece en este infierno,
cuál eres tú de estas mujeres que cabecean en las salas vacías ventilándose con la falda
despatarradas en los mecedores
respirando de calor por entre las piernas
En busca de la casa de Manuela Sánchez
Mientras él preguntaba a través de los huecos de la ventana dónde vive Manuela Sánchez de mi rabia,
la del traje de espuma con luces de diamantes y la diadema de oro macizo que él le había regalado en el primer aniversario de la coronación,
ya sé quién es, señor, dijo alguien en el tumulto, una tetona nalgoncita que se cree la mamá de la gorila,
vive ahí, señor, ahí, en una casa como todas, pintada a gritos, con la huella fresca de alguien que había resbalado en una plasta de porquería de perro en el sardinel de mosaicos, una casa de pobre
tan diferente de Manuela Sánchez en la poltrona de los virreyes que costaba trabajo creer que fuera ésa, pero era ésa,
madre mía Bendición Alvarado de mis entrañas, dame tu fuerza para entrar, madre, porque era ésa,
había dado diez vueltas a la manzana mientras recobraba el aliento,
había llamado a la puerta con tres golpes de los nudillos que parecieron tres súplicas,
había esperado en la sombra ardiente del saledizo sin saber si el mal aire que respiraba estaba pervertido por la resolana o la ansiedad,
esperó sin pensar siquiera en su propio estado hasta que la madre de Manuela Sánchez lo hizo entrar en la fresca penumbra olorosa a residuos de pescado de la sala amplia y escueta de una casa dormida que era más grande por dentro que por fuera,
Ámbito de Frustración
Examinaba el ámbito de su frustración desde el taburete de cuero en que se había sentado
mientras la madre de Manuela Sánchez la despertaba de la siesta,
vio las paredes chorreadas de goteras de lluvias viejas,
un sofá roto, otros dos taburetes con fondos de cuero, un piano sin cuerdas en el rincón, nada más, carajo,
tanto sufrir para esta vaina, suspiraba, cuando la madre de Manuela Sánchez regresó con una canastilla de labor y se sentó a tejer encajes
mientras Manuela Sánchez se vestía, se peinaba, se ponía sus mejores zapatos para atender con la debida dignidad al anciano imprevisto que se preguntaba perplejo dónde estarás Manuela Sánchez de mi infortunio
que te vengo a buscar y no te encuentro en esta casa de mendigos,
dónde estará tu olor de regaliz en esta peste de sobras de almuerzo,
dónde estará tu rosa,
dónde tu amor,
sácame del calabozo de estas dudas de perro, suspiraba,
Aparición de su doncella inasible
Cuando la vio aparecer en la puerta interior como la imagen de un sueño reflejada en el espejo de otro sueño
con un traje de etamina de a cuartillo la yarda, el cabello amarrado de prisa con una peineta, los zapatos rotos,
pero era la mujer más hermosa y más altiva de la tierra con la rosa encendida en la mano,
una visión tan deslumbrante que él apenas si tuvo dominio para inclinarse cuando ella lo saludó con la cabeza levantada Dios guarde a su excelencia,
Actitud ante el anciano más antiguo y triste de la tierra
Y se sentó en el sofá, enfrente de él, donde no la alcanzaron los efluvios de su grajo fétido,
y entonces me atreví a mirarlo de frente por primera vez haciendo girar con dos dedos la brasa de la rosa para que no se me notara el terror,
escruté sin piedad:
los labios de murciélago,
los ojos mudos que parecían mirarme desde el fondo de un estanque,
el pellejo lampiño de terrones de tierra amasados con aceite de hiel que se hacía más tirante e intenso en la mano derecha del anillo del sello presidencial exhausto en la rodilla,
su traje de lino escuálido como si dentro no estuviera nadie,
sus enormes zapatos de muerto,
su pensamiento invisible,
su poder oculto,
el anciano más antiguo de la tierra,
el más temible,
el más aborrecido y el menos compadecido de la patria que se abanicaba con el sombrero de capataz contemplándome en silencio desde su otra orilla,
Dios mío, qué hombre tan triste, pensé asustada, y pregunté sin compasión en qué puedo servirle excelencia,
y él contestó con un aire solemne que sólo vengo a pedirle un favor, majestad, que me reciba esta visita.
Visita diaria y permanente
La visitó sin alivio durante meses y meses,
todos los días en las horas muertas del calor en que solía visitar a su madre para que los servicios de seguridad creyeran que estaba en la mansión de los suburbios,
Protección de los fusileros del general Rodrigo de Aguilar
porque sólo él ignoraba lo que todo el mundo sabía que los fusileros del general Rodrigo de Aguilar lo protegían agazapados en las azoteas,
endemoniaban el tránsito, desocupaban a culatazos las calles por donde él tenía que pasar,
las mantenían vedadas para que parecieran desiertas desde las dos hasta las cinco con orden de tirar a matar si alguien trataba de asomarse en los balcones,
El paso del fugitivo
Pero hasta los menos curiosos se las arreglaban para aguaitar el paso fugitivo de la limusina presidencial pintada de automóvil de servicio público con el anciano canicular escondido de civil dentro del traje de lino inocente, veían:
su palidez de huérfano, su semblante de haber visto amanecer muchos días, de haber llorado escondido, de no importarle ya lo que pensaran de la mano en el pecho,
el arcaico animal taciturno que iba dejando un rastro de ilusiones
de mírenlo cómo va que ya no puede con su alma en el aire vidriado de calor de las calles prohibidas,
hasta que las suposiciones de enfermedades raras se hicieron tan ruidosas y múltiples
que terminaron por tropezar con la verdad de que él no estaba en casa de su madre sino en la sala en penumbra del remanso secreto de Manuela Sánchez bajo la vigilancia implacable de la madre que tricotaba sin respirar,
pues era para ella que compraba las máquinas de ingenio que tanto entristecían a Bendición Alvarado,
Sus regalos dementes
Trataba de seducirla con el misterio de las agujas magnéticas, las tormentas de nieve del enero cautivo de los pisapapeles de cuarzo, los aparatos de astrónomos y boticarios, los pirógrafos, manómetros, metrónomos y giróscopos
que él continuaba comprando a quien quisiera vendérselos contra el criterio de su madre, contra su propia avaricia de hierro,
y sólo por la dicha de gozarlos con Manuela Sánchez,
le ponía en el oído la caracola patriótica que no tenía dentro el resuello del mar sino las marchas militares que exaltaban su régimen,
les acercaba la llama del fósforo a los termómetros para que veas subir y bajar el azogue opresivo de lo que pienso por dentro,
contemplaba a Manuela Sánchez sin pedirle nada, sin expresarle sus intenciones,
sino que la abrumaba en silencio con aquellos regalos dementes para tratar de decirle con ellos lo que él no era capaz de decir,
pues sólo sabía manifestar sus anhelos más íntimos con los símbolos visibles de su poder descomunal
como el día del cumpleaños de Manuela Sánchez en que le había pedido que abriera la ventana y ella la abrió y me quedé petrificada de pavor al ver lo que habían hecho de mi pobre barrio de las peleas de perro,
vi las blancas casas de madera con ventanas de anjeo y terrazas de flores, los prados azules con surtidores de aguas giratorias, los pavorreales, el viento de insecticida glacial,
una réplica infame de las antiguas residencias de los oficiales de ocupación que habían sido calcadas de noche y en silencio,
habían degollado a los perros,
habían sacado de sus casas a los antiguos habitantes que no tenían derecho a ser vecinos de una reina y los habían mandado a pudrirse en otro muladar,
y así habían construido en muchas noches furtivas el nuevo barrio de Manuela Sánchez
para que tú lo vieras desde tu ventana el día de tu onomástico, ahí lo tienes, reina, para que cumplas muchos años felices,
para ver si estos alardes de poder conseguían ablandar tu conducta cortés pero invencible de no se acerque demasiado, excelencia, que ahí está mi mamá con las aldabas de mi honra,
Se ahogaba en sus anhelos
Y él se ahogaba en sus anhelos, se comía la rabia, tomaba a sorbos lentos de abuelo el agua de guanábana fresca de piedad
que ella le preparaba para darle de beber al sediento,
soportaba la punzada del hielo en la sien para que no le descubrieran los desperfectos de la edad,
para que no me quieras por lástima después de haber agotado todos los recursos
para que lo quisiera por amor,
lo dejaba tan sólo cuando estoy contigo que no me quedan ánimos ni para estar,
agonizando por rozarla así fuera con el aliento antes de que el arcángel de tamaño humano volara dentro de la casa tocando la campana de mi hora mortal,
y él se ganaba un último sorbo de la visita mientras guardaba los juguetes en los estuches originales
para que no los haga polvo la carcoma del mar,
sólo un minuto, reina, se levantaba desde ahora hasta mañana, toda una vida, qué vaina,
apenas si le sobraba un instante para mirar por última vez a la doncella inasible
que al paso del arcángel se había quedado inmóvil con la rosa muerta en el regazo mientras él se iba,
La canción del general de mis amores
Se escabullía entre las primeras sombras tratando de ocultar una vergüenza de dominio público que todo el mundo comentaba en la calle,
la propalaba una canción anónima que el país entero conocía menos él,
hasta los loros cantaban en los patios apártense mujeres que ahí viene el general llorando, verde, con la mano en el pecho,
mírenlo cómo va que ya no puede con su poder, que está gobernando dormido, que tiene una herida que no se le cierra,
la aprendieron los loros cimarrones de tanto oírsela cantar a los loros cautivos,
se la aprendieron las cotorras y los arrendajos y se la llevaron en bandadas hasta más allá de los confines de su desmesurado reino de pesadumbre,
y en todos los cielos de la patria se oyó al atardecer aquella voz unánime de multitudes fugitivas que cantaban
que ahí viene el general de mis amores echando caca por la boca y echando leyes por la popa,
una canción sin término a la que todo el mundo hasta los loros le agregaban estrofas para burlar a los servicios de seguridad del estado que trataban de capturarla,
Patrullas militares para su seguridad personal
las patrullas militares apertrechadas para la guerra rompían portillos en los patios y fusilaban a los loros subversivos en las estacas,
les echaban puñados de pericos vivos a los perros,
declararon el estado de sitio tratando de extirpar la canción enemiga para que nadie descubriera lo que todo el mundo sabía
que era él quien se deslizaba como un prófugo del atardecer por las puertas de servicio de la casa presidencial,
atravesaba las cocinas y desaparecía entre el humo de las bostas de las habitaciones privadas
Los regalos insólitos para su reina Manuela Sánchez
Hasta mañana a las cuatro, reina, hasta todos los días a la misma hora en que llegaba a la casa de Manuela Sánchez cargado de tantos regalos insólitos
que habían tenido que apoderarse de las casas vecinas y derribar paredes medianeras para tener donde ponerlos,
así que la sala original quedó convertida en un galpón inmenso y sombrío donde había:
incontables relojes de todas las épocas,
toda clase de gramófonos desde los primitivos de cilindro hasta los de diafragma de espejo,
numerosas máquinas de coser de manivela, de pedal, de motor,
dormitorios enteros de galvanómetros, boticas homeopáticas, cajas de música, aparatos de ilusiones ópticas, vitrinas de mariposas disecadas, herbarios asiáticos, laboratorios de fisioterapia y educación corporal, máquinas de astronomía, ortopedia y ciencias naturales,
y todo un mundo de muñecas con mecanismos ocultos de virtudes humanas,
habitaciones canceladas en las que nadie entraba ni siquiera para barrer
porque las cosas se quedaban donde las habían puesto cuando las llevaron,
El sábado negro de su peor desgracia
Nadie quería saber de ellas y Manuela Sánchez menos que nadie pues no quería saber nada de la vida desde el sábado negro en que me sucedió la desgracia de ser reina,
aquella tarde se me acabó el mundo,
sus antiguos pretendientes habían muerto uno después del otro fulminados por colapsos impunes y enfermedades inverosímiles,
sus amigas desaparecían sin dejar rastros,
se la habían llevado sin moverla de su casa para un barrio de extraños,
estaba sola, vigilada en sus intenciones más ínfimas, cautiva de una trampa del destino en la que no tenía valor para decir
que no ni tenía tampoco suficiente valor para decir que sí a un pretendiente abominable que la acechaba con un amor de asilo,
que la contemplaba con una especie de estupor reverencial abanicándose con el sombrero blanco, ensopado en sudor,
tan lejos de si mismo que ella se había preguntado si de veras la veía o si era sólo una visión de espanto, lo había visto:
titubeando a plena luz,
masticar las aguas de frutas,
cabecear de sueño en la poltrona de mimbre con el vaso en la mano cuando el zumbido de cobre de las chicharras hacía más densa la penumbra de la sala,
roncar, cuidado excelencia, le dijo, él despertaba sobresaltado murmurando que no, reina, no me había dormido, sólo había cerrado los ojos, decía,
sin darse cuenta de que ella le había quitado el vaso de la mano para que no se le cayera mientras dormía, lo había entretenido con astucias sutiles
El mejor regalo a la reina de su amor
hasta la tarde increíble en que él llegó a la casa ahogándose con la noticia de que hoy te traigo el regalo más grande del universo,
un prodigio del cielo que va a pasar esta noche a las once cero seis para que tú lo veas, reina, sólo para que tú lo veas, y era el cometa.
Fuente
El otoño del patriarca de Gabriel García Marqués
Texto adecuado para facilitar su lectura.
Enviado por:
Rafael Bolívar Grimaldos