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Jaques Ranciére. La lección del Maestro (página 2)


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¿Pero qué es lo central en todos los casos? Lo que ha inventado – sea cual sea el nombre que se le dé -, es una forma de transmisión de la invención igualitaria, cierto tipo de travesía de los discursos apropiada para transmitir el sentido de la potencia igualitaria.

La obra de Ranciére es también un ataque directo, radical y sin contemplaciones a cualquier visión consensual-estatal-vincular de la política. Más que configurar un mundo común, la política para Ranciere lo rompe, su existencia, siempre aleatoria a una verificación acontecimental de igualdad, implica que cualquier ordenamiento es subvertido. Ranciére es un pensador anarquista. Todavía no entiendo en qué le puede haber interesado su pensamiento a Hugo Quiroga, cuando en una de sus compilaciones le hace una entrevista. Salvo que haya leído emocionado la palabra democracia y que la emoción le haya obturado, como dice el Quijote, el entendimiento. Esa entrevista escenifica bien la idea de desacuerdo en Ranciere. Ranciere es, más allá de las enormes distancias, un anti-Quiroga.

Consenso o policía o posdemocracia, para Ranciere, significa que el sentido va con el sentido, que un régimen de presentación sensible va con un régimen de significación, como una manera de ser con la razón de esta manera de ser. Desacuerdo, o democracia, o política quiere decir, a la inversa, que el sentido no va con el sentido, que las palabras se separan de las cosas, que los cuerpos las usan para cambiar su capacidad, para disociar su ser-ahí de la "razón" de este ser-ahí.

La cuestión de la igualdad de las inteligencias -poniéndose por fuera del sujeto de la conciencia pedagogizada moderna, al fin de cuenta El maestro ignorante es un anti Sarmiento, pero también un anti Lenin- es una pieza central en Ranciére.

Ranciére es un heredero del 68". Lo que rompe el  mayo francés es la idea de la ciencia como lo que le falta a los dominados para que salgan de las condiciones de su dominación. La tesis entonces remitida a la figura marxista de la crítica se presentaba en efecto bajo la forma de un círculo: la gente está dominada porque no saben, porque no tienen conocimiento del sistema que define su posición; y, en el otro sentido, no tienen este saber porque están dominados, porque este lugar de dominados les impide acceder al conocimiento objetivo de las razones de esta dominación. Desde donde están, no pueden sino desconocer las razones por las que están ahí. Ranciére intenta romper este círculo. Jacotot va a ser el áuriga que le muestre el camino.

 De hecho va a insistir con Jacotot en todos sus libros posteriores. Después voy a intentar meterme en la relación entre saber, atontamiento y orden. Adelantemos una paradoja. Yo, digamos, les estoy explicando Ranciére. Pero toda explicación es ficción de desigualdad. Toda explicación es atontamiento. Les explico Ranciére porque supongo que no comprenderían si no les explicara. Les explico que, si yo no explicara, no comprenderían. Antes que trasmitir un saber, les trasmito que yo sé y ustedes no, les enseño que partimos de una desigualdad. Antes, la situación de enseñanza, de ser un lugar de trasmisión de saberes, es la constitución de una delimitación de los lugares, una configuración de lo sensible que ordena lugares, seres y discursos normalizados según una dicotomía constitutiva: los que saben y los que no.

De ahí la frase enigmática y desconcertante del gran Jacotot "sólo tengo que enseñarles que no tengo nada que enseñarles", por supuesto, hermosísima frase, que preanuncia vísperas de desempleo.

 El maestro emancipador es ignorante, ante todo, porque lo que ignora es la desigualdad. Lo que transfiere -y quiere subrayar el término, pues lo de Jacotot-Ranciére se acerca como nada a la transferencia clínica que es un no-saber- es una voluntad, no un contenido. El hombre, dice Jacotot, es una voluntad servido por una inteligencia. Maestro es aquel que hace persistir a cada cual en su camino, maestro es aquel que pone a un alguien en un brecha, de la cual saldrá solamente movilizando sus propios medios.  Ser maestro es pensar que al otro algo le pueda suceder, algo que altere el orden de lo visible y decible.

Pero el atontamiento explicador lo que muestra es la incapacidad de los subordinados de llegar a algo por sí mismo, esta es la misma incapacidad que se debe suponer para pensar una política de delegación, representativa. El atontamiento hace uno con el orden policial. En nombre de una incapacidad se justifica la existencia de mediadores. La explicación, así, no sería sólo el arma atontadota que emplean los pedagogos ingenuamente, sino la estructuración de sentido del orden. La explicación dominante es la que explica el porqué de la distribución de los rasgos existentes y la necesidad de sostenerlos para el beneficio en común

Lo raro del pensamiento de Ranciére es que, si bien igualitarista, no rechaza la posición, el lazo, del maestro.

Toda maestría es una impostura.

Todo lazo supone un maestro.

En esta aporía se juega toda la fábula de Jacotot-Ranciere. Ejercer una maestría sin postura de maestría puede pasarle a cualquiera, siempre y cuando ese cualquiera esté desligado del orden societal-explicador.

Por supuesto, el maestro atontador, cuanto mejor explique, cuanto más ligado esté a la idea del progreso de las inteligencias, más atontador va a ser; pero, ya lo dijimos, no hay emancipación de las inteligencia sin el maestro. Lo que transfiere el maestro es la voluntad de igualdad, la posición de maestría puede servir a la emancipación -sin atontar, es decir, sin explicar- siempre y cuando su contenido sea vacío. El maestro no  trasmite saber, el maestro no cultiva pues los alumnos no son garbanzo, sino hombres, es decir, iguales; el maestro emancipador transfiere una voluntad vacía. El maestro emancipador no promueve una estupefacción sino una alteración. La lógica explicativa es una lógica envilecedora. Sólo se puede enseñar lo que se ignora. Sino se atonta. Disculpen por atontarlos, entonces.

La lectura de Ranciére no está hecha para quienes optan por la llamada realidad para denunciar las nubes de la utopía. Igualmente, como dice Jaques, es raro que es espectáculo de la realidad engañe a los misioneros de la utopía. De ordinario, lo que los vuelve a casa es más bien la fatiga del andar. Y los que persisten, sucumben a la herida de las palabras más a menudo que al peso de las cosas. Terminaré con dos axiomas jacotistas, hay dos grandes pecados contra la emancipación. El primero es decir: "yo no puedo". El segundo es decir: "yo sé".

Badiou vs Ranciére

Badiou y Ranciere pertenecen a la misma corriente. Esa corriente aun no tiene nombre, salvo que le pongamos el nombre cansado de posestructuralismo, nominación que no sirve para nada, salvo para meter a todos los gatos franceses en la misma bolsa. Si Badiou comparte nudos de pensamiento es con dos nombres: Ranciére y Lazarus. Puntos de contacto:

-La igualdad se practica. Es axiomática.

-La igualdad es una ruptura con la arkhé político-social y  remite ese orden a su contingencia última.

-El acontecimiento igualitario configura una figura subjetiva que no ocupaba un lugar dentro del arkhé que desnaturaliza. Es decir, es un nombre de más, supernumerario. La subjetividad rompe toda identidad respecto de las visibilidades establecidas. La política es no identitaria, sino universalista.

-La igualdad no tiene razones suficientes para ser, su pensabilidad se encuentra por fuera a las lógicas realistas que configura el sentido policial del orden y que invisibilizan la singularidad igualitaria.

-En lo concerniente a la noción de cuenta de las partes de un todo como subestructura de la dominación, Badiou lo llamará, en el mismo esquema, estado de la situación. Todas las coincidencias radican en la doctrina de las singularidades. Para ambos autores, una singularidad es el surgimiento de una denominación de la falla de la policía-estado y de un punto subjetivo anteriormente invisible que es integralmente afirmativo. La política adviene como accidente siempre provisorio en la historia de las formas de dominación y su esencia es la acción de sujetos suplementarios que se inscriben en un plus en relación a toda cuenta de las partes de la sociedad. Hasta acá, amigos son los amigos.

Pólemos

A todas luces, Ranciére es un antiplatónico. A don Alain el asunto lo indigedesta. Opone la política real a la política de los filósofos (filosofía política) que viene a suturar las aperturas que la irrupción igualitaria provoca. En este sentido me parece que es mucho más coherente con una lectura más corriente de Platón, pues, a fin de cuenta, no lo hace pasar como el inventor de una de las condiciones de la política, sino el emblema de su ocultamiento en la sempiterna cuerva. Este es un punto no menor en litigio pero que no quiero meterme porque me aburre. Algunas cosas, para Badiou tampoco hay política en la filosofía. Lo de él no es una filosofía política. Pero de ahí no se infiere, en Badiou, que la filosofía quede descalificada. La filosofía es posible, porque es posible y necesario construir una arquitectura que sin confundirse con los procedimientos genéricos, y la política es uno de ellos, cobije conceptualmente su ocurrencia autónoma. Para Badiou, Ranciére es entonces, por falta de sistematicidad y por falta de platonismo, un antifilósofo.

El punto, igualmente, central en litigio es sobre las consecuencias que puede llegar a tener sus sistemas de pensamiento, la prescripción o declinación que todo pensar puede tener. Para Badiou, en Ranciére hay una certidumbre negativa, y una suspensión de cualquier prescripción afirmativa sobre la política, que implica, de última, una incapacidad militante. Con Ranciére, dice Badiou, sabrán lo que la política no debe ser, sabrán incluso lo que habrá sido y no es más, pero jamás sabrán lo que es en lo real, y menos lo hoy es importante para que exista. Cómo se ve, lo corre por izquierda.

Ranciére llama a la dominación, a la configuración de lo sensible dominante, a la naturalización-normalización de los lugares-seres-discursos de la política como policía. Nunca lo llama como estado. Y menos como estado democrático. Para Ranciére la juntura de esos términos sería contradictoria. Toda irrupción igualitaria del demos rompe el arkhé. Ahora bien, el orden actual se llama democrático. Para Badiou resulta completamente paradójico que el discurrir crítico de Ranciére se interrumpa cuando tiene que decir lo real sobre el ordenamiento policial contemporáneo (que usurpa el nombre de la potencia igualitaria del demos). Ranciére se frena para no ser acusado de no ser un demócrata. El problema es que es justo ahí donde se juega lo real de la demarcación para el pensamiento de la política contemporánea. O se está con el parlamentarismo o se está en la vía, a la espera. La acusación de totalitarismo es la misma que la sempiterna discusión sobre el ¡horror! sustancialismo. Son pócimas hechas con el mismo veneno. En rigor, las pretensiones insustancialistas parecen converger en posturas bastante sustanciales. Como hablar de universales lleva al todo, a las derrocadas certezas, se dice, mejor optemos por lo tibio, la palabra que no implica, opción que es una sustancia bastante de moda, una certidumbre bastante coherente con los tiempos que corren. La deriva de ese apriorismo desingularizante, el elemento de certeza al interior del dispositivo de la incertidumbre posmoderna no es otro que la almohada del escepticismo, la configuración cínica del ilustrado. Otro tanto sucede, para Badiou con el autoritarismo democrático contemporáneo. Si está prohibido ser un demócrata, quiere decir que ahí se juega algo importante para el orden policial.

Lo que Badiou parece imprecarle a Ranciere es que su dispositivo nominal no es lo suficientemente claro para delimitar el orden policial contemporáneo (parlamentarismo, para un leninista como Badiou) del acontecimiento democrático-igualitario. De ahí, quizás, que Quiroga pueda confundir a Ranciére con Bobbio.

Otro punto en litigio es el tema de la organización política. Para Badiou, hay que reescribir el ¿Que hacer? El San Pablo es el ¿Por donde empezar? que, según la parusía del espíritu leninista, es anterior en una año al ¿Qué hacer? Para Badiou toda política se da organizadamente, y la figura subjetiva de la política es una figura, ante todo, militante. Recuerden Pablo como modelo. Pero en Ranciére, si bien piensa al sujeto igual que Badiou, la figura del militante queda completamente desplazada de su dispositivo.

De última, para hablar como los antiguos, hay un elemento espontaneista en Ranciére, que a Badiou lo desespera.

La política es una fidelidad organizada y militante, que se sostiene, incluso en su oclusión, por unos sostenedores un poco delirantes. Ranciére no tendría problema en aceptar que la figura contemporánea es la del militante sin partido. Pero eso no tiene nada que ver con una militancia desorganizada, sino organizada a partir de la disciplina de pensamiento de los procesos políticos y no según una forma correlativa al Estado.

Igualmente, para Badiou, Ranciére no es un termidoriano, no es un adherido al consenso, un garante-pensador de la concordancia. Simplemente, se queda a mitad de camino. Si en Badiou (y en Zizek) el mote de posleninismo queda perfecto, definiría la postura de Ranciére como posanarquista, a sabiendas de lo limitado de la caracterización, pues las organizaciones anarquistas poco tenían de espontaneistas.

Iba a hacer un diccionario. El asunto me aburría demasiado, -atontando, me atonto-, así que me puse a escribir lo que me salía sobre el amigo francés. Si es muy desprolijo sorry, son las notas con las que voy a empezar el viernes.

 

 

Autor:

Juan Manuel Núñez

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