Jaques Ranciére. La lección del Maestro
Enviado por Juan Manuel Nuñez
A Ranciére hay que tomarlo a la letra. El lema de su emprendimiento: no pase aquí quién no parta de la igualad. La igualdad no es un punto al cual llegar, ni un programa orientador de las pretensiones políticas, la igualdad se hace, la igualdad se practica. Ranciére no dice que los hombres son iguales. Mucho más modesto, dice tan sólo que pueden serlo, y que ese poder -la vida de esa hipótesis– exige para quién lo declare la invención de un trayecto, heterogéneo al orden clasificatorio policial. El pensamiento de la política consiste en escenificar, montar zonas de litigio donde dos lógicas, la igualitaria y la desigualitaria, se enfrentan. Hay algo de teatral en Ranciere, algo de escénico, de montaje, que todavía no llego a descular.
¿Cual es la pregunta que signa El desacuerdo? Si el aroma de época nos indica que los últimos rescoldos utópicos han ya sido pisoteados -o deben serlo-, la indagación de Ranciére va a intentar sortear ese veredicto. Entonces, la pregunta guía: ¿cómo pensar la política de tal manera que su borrado sea siempre un asunto tendencial y local, nunca un destino histórico? Esto quier decir también: ¿cómo pensar la multiplicidad de sus ocurrencias, de las formas de alteración que produce, sin remitirlas a una lógica absolutizada de la excepción? Lo que hay en juego en el trabajo sistemático y definicional de Ranciere es entonces lo mismo que hay en sus travesías narrativas: se trata de deshacer las clausuras, y más particularmente, las clausuras temporales, los veredictos del tiempo. Pues el origen, el final o el retorno son también las armas de una querella.
Es cierto lo que dice Borges, cada lector busca secretamente su libro. Uno encuentra porque ha buscado, por más que lo que encuentra no tiene demasiado que ver con la búsqueda primera. No busquemos en Ranciére otra cosa que una de las posibles formas del balance de las experiencias políticas del siglo. Es positivo, para el pensamiento, repensar ese amor cansado, esa zona de grises donde hemos sido arrojados.
Postular la igualdad como axioma y no como meta o programa, es repensar las políticas de izquierda del siglo desde su borde interno.
Pero si la igualad es de donde partir y no adonde llegar, uno de los problemas que va a despejar el pensamiento de Ranciére es el del estatuto de la víctima. De hecho, para Ranciére, el imaginario marxista y las ciencias sociales deudoras de él, no han hecho más que interrogar sobre la desigualdad-explotación-expoliación-subsunción en la historia. La han podido constatar siempre. Más complicado es pensar los escasos acontecimientos igualitarios. Badiou y Ranciére son afirmacionistas, no denuncialistas. Su eje no es el goce yoico de constatar impotencias. No pedagogizan conciencias motorizados por la queja, sino que intentan expandir las consecuencias de un acto igualitario.
Si seguimos solamente los ejemplos con los cuales grafica su pensamiento, veremos que poco refiere a la explotación, la sociedad de control y sus pesares. Su método es inverso al del cansador denuncialismo marxista. Qué hay explotación, desigualdad, serialización es algo que ya sabemos. Es sabido que si alguien sabe algo deja de pensar en ello.
Lo que se trata es de reapropiarse de la energía rupturante de los -breves- momentos en los cuales la ordenación social fue puesta en cuestión, donde el orden policial fue arrojado al fuego de su contingencia. El método de la igualdad, que es el de Ranciére, es retomar esos momentos de eclipse del orden, pero no para restaurar la plenitud de un extraviado sentido, sino para hacer circular nuevamente su energía significante.
La de Ranciére no es una lectura sintomal, destinada a sorprender algún secreto bien escondido bajo la superficie del texto o tras la apariencia que dispone, ni la estrategia de la histérica que quiere forzar al maestro a rascarse donde le pica -es sabido que la histérica busca al maestro para reinar sobre él-. Todo el mal que este método desea al maestro es llevarle al punto donde se revela ser un maestro emancipator, igualitario. La lectura que este método practica tiene por objeto hacer que los textos que no se encontraban, se encuentren. Por eso Jacotot, Platón, Aristóteles, la relectura de Ballanche de Tito Livio , Blanqui, Heródoto, guionan las escenas en las cuales la igualdad es postulada o sustraída a la lógica de lo posible. Aprehensión rebelde de las positividades discursivas, cláusulas de interrupción temporal de la dominación y sus pesadeces, la igualdad, rasguño testificado en el tejido de la historia, es siempre anterior a la configuración de lo sensible con la cual una dominación domina.
La democracia, que es el modo de la existencia de la política, se afirma bajo la forma de una disyunción: separando las palabras de las cosas que designaban, disyuntando el texto de lo que decía, de eso a que se aplicaba, de aquél al que se dirigía; sustrayendo un cuerpo de su lugar.
Digamos así, la de Ranciére es una arqueología militante, una excavación del archivo obrero pre-marxista (en el sentido temporal, no despectivo), una recaptura de pequeños acontecimientos -minoritarios, al decir de Deleuze, y acá hay un buen contrapunto con Badiou, que opta por pensar la Grán Política del siglo XX, opción que es todo un signo y síntoma- fundamentalmente las primeras luchas proletarias, las locuras universalistas del maestro ignorante Jacotot, etc.
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