El libro I de la Gaya Ciencia comienza con el título "Los maestros del fin de la existencia (Die Lehrer vom Zwecke des Daseins)" (§1). Nietzsche afirma que la esencia del sentido de la existencia es la conservación de la especie y que a tal instinto están subordinadas todas las demás facultades humanas. Pero tal afán de vivir trasciende el plano biológico y se convierte, en sus manos, en una tesis ontológica: la que hizo decir a Spinoza que "todo ente tiende a perseverar en el ser". [Más adelante veremos como Nietzsche no se conformará con la conservación y deducirá que la esencia del sentido de la existencia reside en el impulso hacia la "conservación y aumento" (§349), algo muy comentado por Heidegger en su injusta calificación de Nietzsche como último metafísico].
Si bien uno de los elementos más esenciales en el pensamiento de Nietzsche y en este libro I de la Gaya Ciencia de Nietzsche es que "el hombre necesita creer de vez en cuando que sabe por qué vive" (§1), unamunianamente no le basta con sobrevivir, con la conservación biológica de su ser viviente, ni con el legado de una obra cultural, intelectual, científica o artística para la posteridad. Al fin y al cabo la tierra comenzó con el hombre y terminará sin él, de modo que la perduración anhelada no es la de una modalidad más extensa del tiempo de Crónos sino la inmortalidad del alma cristiana y, en la perspectiva de Nietzsche, la del tiempo intensivo y eterno del Aión.
Hay una necesidad de un por qué para la existencia pero los "interrogantes hacia el valor de toda la vida" la juzgan como mala a causa del sufrimiento y la condenan, porque "la sola idea de que existe dolor es poco menos que insoportable". La pregunta por el valor de la existencia y sus posibles respuestas están subordinadas a las experiencias de placer y dolor físico y psíquico que se hayan tenido, que son cambiantes en los hombres y a lo largo de la historia. El sufrimiento es el que según Nietzsche lleva hacia el juicio: "la existencia es algo malo" ("Das Dasein ist etwas Böses", §48). Y ello sobre todo porque hay muerte y disolución en la nada, lo que es temido como el mayor de los males y el más grande de los sufrimientos, por lo que necesita de todo tipo de artimañas para el autoengaño. De ahí el dilema de si mirar o no mirar el mal (§52) de si conocer la verdad aunque pueda ser no sólo agradable sino también dolorosa o cerrar los ojos a ella, de si hacer caso a Platón y su "filosofar es aprender a morir" (Fedón) o a Spinoza y su "un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida" (Eth.4PLXVII).
El libro I de la Gaya Ciencia comienza con el problema del sentido de la existencia y termina con ese mismo problema, porque la pretensión de esconder la muerte, la violencia y el dolor, de su ausencia y de la presencia de su ausencia, convierte a los europeos en un volcán apagado, unos monolitos rodeados de tedio y aburrimiento, bajo una existencia rutinaria y anodina. Eso provoca el que "el apremio es apremiante" (Noth ist nöthig!, §56, trad.akal).a Aquí la traducción de librodot es errónea, ya que traduce como: "¡Las situaciones violentas son necesarias!", cuando lo que Nietzsche indica es que lo que el tedio civilizatorio genera como una necesidad no es necesariamente algo violento sino la acción. En los jóvenes europeos ve Nietzsche un ansia de actuar. Con Heidegger o Baudrillard diríamos hoy que hay una ausencia de acontecimientos, que no ocurre ni sucede nada, aunque Heidegger no dejase esas cosas en manos de las decisiones de los hombres sino que dijese aquello de que el "Ereignis ereignet!": el acontecimiento acontece. No cuando nosotros queramos sino que depende del destino del ser y otras cosas que ahora no entran a colación.
Ahora podemos volver al principio del libro I de la Gaya Ciencia y, desde su final, recoger lo expresado sobre la conservación de la especie con mayor profundidad. Desde tal plano biologicista (superficial) y ontológico (profundo) se nos dice que hasta el momento tanto el criminal como el santo han colaborado en la preservación de la humanidad. Pero tenerse individualmente por bienhechor de la humanidad es una tragedia que hoy ya se ha convertido en comedia. De ahí que las figuras extremas del santo y el criminal pierdan relevancia.
Después de que Galileo nos arrebatase el ser centro del universo y Darwin el ser de estirpe divina y no animal, Nietzsche, percibe que hemos perdido la unidad de sentido que nos daba el considerarnos seres racionales y que somos eminentemente irracionales. Tal descubrimiento y acontecimiento primeramente es trágico, después ha de ser cómico, para terminar superándolo con nuevas e insospechadas unidades de sentido. ¡Tenemos que lograr reírnos de nuestra insignificancia personal! (véase el comienzo de Sobre verdad y mentira en sentido extramoral). En esto y otras muchas cosas que me interesa subrayar, Nietzsche, coincide con Marx:
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