La razón de Estado frente al nuevo orden político internacional
Enviado por Francisco García-Pimentel Ruiz
- Sobre la razón de Estado
- Sobre el Estado, la solidaridad y la razón de Estado
- La razón de Estado frente al orden global del siglo XXI
- Conclusiones
- Propuesta
- Bibliografía general
There is no horror, no cruelty, sacrilege, or perjury, no imposture, no infamous
transaction, no cynical robbery, no bold plunder or shabby betrayal
that has not been perpetrated by the representatives of the states,
under no other pretext than those elastic words,
so convenient and yet so terrible:
"for reasons of state".
INTRODUCCIÓN
¿Cuál es el mejor gobierno?
El que nos enseña a gobernarnos a nosotros mismos.
Johann W. Goethe
Durante el año pasado, tuve el honor de prestar mis servicios en una dependencia del Poder Ejecutivo Federal. Como es natural, me dispuse orgullosamente a aportar mi grano de arena en el gobierno. Estaba seguro de que desde allí podría generar un gran bien a la sociedad, trabajando codo a codo con las personas que deciden día a día el destino de nuestro país.
La experiencia, sin embargo, no fue tan maravillosa como esperaba. Antes de que me diera cuenta por completo, estaba instalado en el intrincado engranaje de la burocracia. Durante ese tiempo, tuve oportunidad de conversar con diversos servidores públicos de todos los niveles sobre los objetivos que perseguían, los fines de la misma dependencia y sus expectativas como servidores públicos. Algunos supieron decirme, con punto y coma, los objetivos inmediatos de la dependencia, los números, las estadísticas y sus tareas. Otros manifestaron sus esperanzas de alcanzar un puesto mejor remunerado en la siguiente administración. Algunos más, los que llevaban más tiempo trabajando, se limitaron a decir, con absoluta indiferencia, que llevaban tantos años allí, y que no sabían hacer otra cosa, y esperaban pacientemente su retiro.
De veintitantos servidores públicos con los que tuve oportunidad de dialogar, ninguno mencionó, ni siquiera por asomo, un concepto cercano al bien común ni a nada que se le pareciera. Parecían estar convencidos de que su tarea estaba al servicio de la administración misma, y no al servicio de la sociedad.
Esta idea es un síntoma –espero que sólo sea eso- de una enfermedad más grave: los gobernantes no saben realmente lo que están haciendo. Saben el qué y, si tenemos suerte, el cómo. El por qué y el para qué no están en sus glosarios.
La Razón de Estado, como se verá a lo largo de la tesis, es un concepto político que engloba el qué, el cómo, el por qué y el para qué del gobierno y el poder, y los dirige a la realidad concreta del haber cotidiano.
El tema de la Razón de Estado, el gobierno y el poder, ha apasionado a cientos de estudiosos y filósofos durante varios siglos. Y es que razonar sobre un principio que ponga límites claros al irresistible magnetismo del poder ha sido siempre una preocupación natural de los ciudadanos justos, y un planteamiento jugoso para los que no lo son tanto.
El término en sí es escurridizo, y se ha prestado a lo largo de la historia para justificar cualquier cantidad de tropelías. El tema, pues, es antiguo como la civilización y actual como la necesidad de definir el papel del Estado en el mundo globalizado. El debate está abierto en los foros del planeta, y cuando se debate un tema, la primera cosa inteligente por hacer es establecer perfectamente los conceptos sobre los cuales se debate, so pena de caer en un debate infructuoso y ciego.
Esta tesis pretende definir y ubicar con claridad el término y los alcances de la Razón de Estado, con el objetivo de facilitar el diálogo de las naciones y el estudio del fenómeno del poder.
En un momento histórico en que la democracia se ha convertido en el paradigma del gobierno ideal, es indispensable recordar que la opinión de la mayoría no hace la verdad, y que los gobernantes están llamados a ver con claridad que existen realidades que no son opinables, que no son susceptibles de votación y que no son populares; pero que son esenciales para el desarrollo sano del ser humano, de la familia, la sociedad y el planeta.
Por eso, esta tesis es un llamado a la congruencia y a la sensatez de los gobernantes, que en algunas ocasiones parecen olvidar los fines propios del gobierno, y las razones del poder. Y cuando olvidan eso, como un barco que olvida su derrotero, fácilmente se pierden en las mareas de la política, el bien inmediato y la popularidad, arrastrando con ellos a la sociedad que les ha confiado el mando.
El mundo cambia a velocidades nunca antes vistas, y exige más preparación y más conciencia en la toma de las decisiones que incumben a la res publica. A veces parece que lo único que pedimos los gobernados es que nos dejen vivir en paz, trabajar y buscar el bien de cada uno de nosotros. Parece ser que a veces nos atrevemos a afirmar: está bien que robes y que mientas –todos los políticos lo hacen- mientras cumplas con tus mínimas obligaciones y nos dejes vivir tranquilos. Pero las cosas que no están bien nunca estarán bien hasta que los que, en un estado democrático, hagamos valer el estado que la sociedad debe de tener por su propia naturaleza.
Ya no soy servidor público, y no sé si algún día lo sea de nuevo. Estoy seguro de que todos –o la mayoría de- los burócratas con los que tuve el placer de entrevistarme están trabajando con absoluta buena intención y rectitud de conciencia. Creo que el hacerles recordar las razones por las que están trabajando, por las que sudan, se preocupan y se desvelan, les ayudará a soportar la dura carga y a visualizar con más optimismo su función en la sociedad. Por eso, quiero añadir un renglón más a las dedicatorias, con gran cariño:
A los servidores públicos y gobernantes:
Porque la responsabilidad que tienen en sus manos no es cosa pequeña.
Háganse dignos de la confianza de un país que agoniza en la desconfianza.
CAPÍTULO I.
SOBRE LA RAZÓN DE ESTADO
El estudio y discusión de la Razón de Estado tuvieron un amplio desarrollo durante los siglos XVI y XVII en Europa y, singularmente, en Italia, en donde una gran cantidad de autores ocuparon un lugar dentro del ambiente político que siguió a las tendencias reformistas de los protestantes.
Tras la creación de las Iglesias Luterana y Anglicana, la Iglesia Católica vivió una etapa en que se cuestionó fuertemente su legitimidad como autoridad supranacional, y se comenzó a forjar una conciencia de identidad nacionalista en los Estados nacientes y en los que ya existían. La separación de este punto de referencia y unidad que era la Iglesia Católica, sumada a las ideas de Maquiavelo sobre los medios que debían usar los gobernantes para alcanzar y mantener su gobierno, empujaron al pensamiento occidental hacia una nueva realidad más práctica y fría, que se opuso diametralmente a los ideales clásicos del renacimiento.
Cundió en esa época el término de la Razón de Estado, que se entendía como todas las especies y fuerzas de los artificios relacionados con todos los asuntos de los Estados, las maneras de conseguirlos y consolidarlos. Era común por esos años el que un Estado estuviera constantemente en guerra, y que sus principales ciudades se hallaran bajo sitio o bajo la presión política, económica o militar de alguna otra potencia. Era una época, podemos decir, de gran agitación ideológica y bélica, en donde los monarcas eran atacados constantemente, poniendo, en esos trances, en gran peligro tanto al gobierno como al Estado mismo.
Vacilante ya el concepto de unidad, los nuevos Estados de Europa necesitaron algún principio que justificara su herejía –su separación con respecto de la obediencia al sucesor de San Pedro- y regulara sus relaciones. Lo encontraron en los conceptos de raison d`ètait y de equilibrio del poder. Cada uno dependía del otro. La raison d`ètait afirmaba que el bienestar del Estado justificaba cualesquiera medios que se emplearan para promoverlo; el interés nacional suplantó el concepto medieval de moral universal. El equilibrio del poder reemplazó la nostalgia de una monarquía universal por el consuelo de que cada Estado, buscando sus propios intereses egoístas, de alguna manera contribuiría a la seguridad y al progreso de todos los demás.
No es raro, por tanto, hallarnos con la figura de la Razón de Estado, con la que los más de los teóricos del Estado, que apoyaban a sus respectivos príncipes y monarcas, buscaban legitimar sus acciones políticas, tanto al interior como al exterior del propio Estado.
El concepto de Razón de Estado, aunque ya está esencialmente expuesto en Maquiavelo, y materialmente estudiado en el libro quinto de la Política de Aristóteles, nace con el sentido actual en la Oración a Carlos V para la restitución de Piacenza, escrita por el monseñor Giovanni Della Casa, secretario de Estado del Papa Paulo IV, en virtud del despojo que había hecho la corona española a la Iglesia de Roma desde ese feudo.
En la literatura política el término es puesto en circulación con el título del libro de Giovanni Botero de Bene aparecido en 1589, quien lo utiliza para demostrar "los métodos verdaderos y reales que debe aplicar un príncipe para engrandecerse y gobernar exitosamente a sus súbditos", en oposición a Tácito y Maquiavelo, quienes fundan la razón de Estado, uno "en la poca conciencia" y el otro describiendo "vívidamente las artimañas utilizadas por el emperador Tiberio".
Como se ha comentado, la Razón de Estado tuvo una amplia discusión durante los siglos XVI y XVII. Prueba irrefutable de ello es la gran cantidad de publicaciones que se llevaron a cabo. Debido a la imposibilidad material de estudiarlas todas a fondo, baste aquí el relacionar algunas de ellas, las más conocidas, con el objetivo único de ilustrar sobre la cantidad y la importancia que tuvo este tema en una época en que el alcance y mantenimiento del poder no era asunto de poca monta.
Página siguiente |