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Crecimiento y Desarrollo: Los excluidos de siempre; en tiempos de bonanza y de crisis


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    Habiendo empezado el siglo XXI y ante los acontecimientos nefastos de la economía en Norteamérica, nunca ha sido mas propicio plantearse la interrogante de si el modelo de desarrollo imperante y que nos viene de occidente es la única vía o en todo caso la mejor para los pueblos latinoamericanos y en especial en nuestro país el Perú.

    La cuestión pasa por la conceptualización de lo que debe entenderse por desarrollo, que no está libres de ideologías, y que ha dado por llamar a unos países desarrollados y a otros subdesarrollados, lo cual se ha querido morigerar con el término de "en vías de desarrollo", de aquí se puede inferir que aquellos llamados subdesarrollados o en vías de desarrollo a lo que deberían aspirar como meta es alcanzar un crecimiento tal que los coloque como países desarrollados.

    Se ha planteado que -así como en la época del oscurantismo- las ciencias como la filosofía, las matemáticas y otras no podían florecer sí es que contradecían los postulados de la iglesia católica, para lo cual tenía un papel preponderante la Santa Inquisición, en la actualidad esa nueva religión intolerante y dictatorial es la economía o para ser exactos el "economicismo" que refleja sus bondades en cifras macroeconómicas las cuales son verdaderos dogmas que no pueden ser materia de discusión ya que ir contra ellas supone un "retroceso de lo ya logrado" como sí para todos los sectores socio-económicos el beneficio ha sido el mismo, o peor aún, en algunos casos no ha habido beneficio alguno.

    De aquí tenemos que, se ha identificado como caras de una misma moneda el crecimiento y el desarrollo como sí fueran sinónimos sin reparar que son realidades que en muchos casos no guardan correspondencia entre si, ya que el crecimiento no es mas que la mejora de indicadores como el PBI, el ingreso per capita, el camino a la industrialización y otros, pero que en un momento dado toma al hombre como un medio mas y no como un fin. Por el contrario, otros plantean que el desarrollo no debe ser tomado como crecimiento nada más, sino que debe expresar como fin al hombre, su cultura y valores, humanidad y su libertad dentro del sistema democrático que vele por la equidad y bienestar tanto en la creación de riqueza como en su distribución.

    Para contraponer los enfoques actuales de desarrollo hemos creído por conveniente citar a Mariano Grondona[1]quién expone que se trata de un fenómeno integral que cuenta con tres dimensiones:

    "Cuando hablamos de "desarrollo" a secas, sin aditamentos, nos referimos a un fenómeno integral, que abarca las dimensiones económica, política y cultural de las naciones. De ahí que sea legítimo imaginar el desarrollo histórico de las naciones avanzadas como un triangulo cuyos lados son el desarrollo económico, el desarrollo político o democracia y el desarrollo cultural o modernidad" (Grondona 1999, 60).

    Los lados del triangulo no se expresan en la realidad en forma pura, sino que alguno tiene primacía sobre los demás, sea que prime el económico estaremos ante el estructuralismo que se basa en un proceso netamente económico cuya estructura es en la que pueden actuar eficientemente los actores sociales; el político, impone el institucionalismo poniendo énfasis en las institucionalidad como estructura también pero que no se fundamenta en el economicismo, sino mas bien en instituciones sólidas del sistema democrático, y el cultural que es representado por el culturalismo que pone énfasis en las ideas, creencias y valores de los actores sociales que tienen una percepción diferente de acuerdo a su bagaje cultural.

    El énfasis en alguno de las dimensiones explicitadas se verá en los diferentes enfoques que han tenido preponderancia en la historia del concepto de desarrollo[2]pero cabe señalar que las dimensiones institucionalistas y culturalistas se ubican al lado opuesto del estructuralista.

    Las recetas de desarrollo propugnado por occidente para los países del Tercer Mundo tuvieron su punto más alto en la década de los ochenta cuando ante el fracaso de los modelos de Estado Bienestar y una agobiante deuda externa, se plantea por parte del Fondo Monetario Internacional FMI y el Banco Mundial BM los Programas de Ajuste Estructural (PAE), esto significó el énfasis en el crecimiento económico que se refleja en la frase "primero crecimiento, después desarrollo" como la única formula viable para superar la situación de crisis imperante en los países del tercer mundo. A este nuevo renacer del economicismo se le denomina "El Consenso de Washington" que no es mas que la primacía de la dimensión estructuralista económica que se impuso en el Perú a partir de los noventa, luego de un desastroso gobierno del APRA, legitimando la aplicación del programa de ajuste estructural que llevaría hacía el desarrollo a un país con una historia disímil a la de occidente, ya que no pasó por una Revolución Francesa y una Revolución Industrial, sino que por repúblicas oligárquicas, dictaduras y populismo lo que trajo como consecuencia un Estado muy distante de las grandes mayorías y con profundas fracturas sociales y económicas.

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