Miremos los problemas del medio ambiente desde la filosofía
Enviado por Bertha Nudis Ferrer Hechavarria
Resumen
El presente trabajo destaca cómo al abordar el problema del medio ambiente debe tenerse presente la dinámica de la relación del hombre con su entorno así como su especificidad, dado que éste no es un problema simple sino que encierra aspectos económicos, políticos, éticos, educativos, cuestiones de identidad, etc., lo que pone de manifiesto la urgencia de estudios filosóficos que rebasen el marco particular presente en la mayoría de las investigaciones realizadas, pues la Filosofía siempre ha estado vinculada al conocimiento y ha sido expresión de diferentes concepciones del mundo que han caracterizado las comunidades humanas, en tanto su reflexión gira en torno a los problemas de la relación hombre- mundo.
Introducción
La problemática ambientalista ha venido a ocupar uno de los espacios significativos hoy en los más diversos círculos de intelectuales, políticos, economistas, cientistas de las más variadas ramas, tecnólogos,organizaciones, personalidades, hombres, mujeres y niños de diferentes naciones, credos, culturas, etc. Las relaciones del hombre con su entorno y del hombre con el hombre se hacen cada vez más controvertidas, pues éste históricamente ha tratado de satisfacer sus necesidades a costa de la naturaleza y no pocas veces en detrimento de las de sus semejantes, lo que ocasiona el deterioro del planeta, que en los últimos tiempos ha alcanzado un ritmo acelerado. Para superar la desfavorable situación se toman numerosas medidas de carácter sociopolítico, económico, jurídico, científico y técnico, que no siempre constituyen la solución a los problemas.
Las complejas relaciones de los organismos vivos con su medio y las consecuencias que de ello se derivan no son hoy asunto privativo de las ciencias biológicas en general ni de la ecología en específico. Las ciencias, tanto sociales como naturales y técnicas, están llamadas a enfrentar con urgencia y en mancomunidad la misión de encontrar soluciones duraderas, o mejor, definitivas, al grave estado de deterioro a que la actual civilización ha sometido a nuestra casa común.
Compartimos este mundo con muchas otras especies; la diversidad biológica está cerca de alcanzar el punto más alto en la historia de la evolución del planeta y somos la especie superior. Pero como nos enseña la Biología Evolucionista, la superioridad no representa un papel decisivo en la determinación de los organismos que sobreviven, sobre todo en los períodos de extinción en masas; tenemos que admitir, por tanto, que "somos una parte del batallón de los afortunados supervivientes de las convulsiones catastróficas del pasado y no las expresiones de una antigua superioridad". (Leakey y Legwin, 1992).
En la historia del planeta se abrió una fase nueva cuando el hombre empezó a interferir en el equilibrio de la naturaleza, de un modo esencialmente diferente a otros organismos, inicialmente carecía de una comprensión clara de lo que hacía y en ocasiones obtenía resultados inadecuados como lo es, por ejemplo, el exterminio de animales y plantas de los que se alimentaba o el agotamiento de los terrenos de cultivo, pero las reducidas dimensiones de las alteraciones que producía impedía que se produjera un perjuicio permanente en la tierra. Bien distinta es la situación hoy, las ciencias han dotado al hombre de conocimiento y poder, y los éxitos de la moderna agricultura, por ejemplo, se obtienen al precio de arrasar el suelo y cambiar el clima desfavorablemente, sin tener presente que como bien avizoró Federico Engels en su obra "El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre", la naturaleza se venga del hombre por las acciones nocivas por él realizadas.
Lo anterior no es, como tratan de presentar ciertos propagandistas y pesimistas, fruto de la perversidad ni de la estupidez del hombre, ni tampoco de un desarrollo desenfrenado y ya incontrolable de las ciencias y la técnica modernas, como postulan los alarmistas, sino que es producto de una concepción prevaleciente de desarrollo, basada en un modo y estilo esencialmente depredador, fruto de la cultura occidental que impera en distintos territorios y que pretende consolidar su hegemonía a escala planetaria en esta, la era de la globalización neoliberal.
Nuestro planeta vive hoy una situación de precariedad que permite constatar con claridad, que la crisis ambiental encierra, de hecho, una crisis que como bien observara Guimaraes "sus causas y sus implicaciones revelan dimensiones económicas, políticas, institucionales, sociales y culturales, y sus efectos trascienden las fronteras nacionales. Sus manifestaciones se proyectan, por una parte, en el ámbito ecológico (empobrecimiento progresivo del patrimonio nacional del planeta) y ambiental (debilitamiento de la capacidad de recuperación de los ecosistemas), pero revelan además el carácter eco político de la crisis (político-institucional), directamente relacionado con los sistemas institucionales de poder que regulan las prioridades, distribución y uso de los recursos naturales. Las propuestas de superación de la crisis, en especial, las que privilegian la sustentabilidad de un nuevo estilo de desarrollo, ponen al descubierto, por ultimo, su dimensión cultural, al advertir la necesidad del cambio en el propio modelo de civilización hoy dominante, particularmente en lo que se refiere al patrón de articulación sociedad– naturaleza " (Guimaraes 1998).
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