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Dualidad (página 2)


Partes: 1, 2

– Si señora, es así, pero…

– Todas las tardes traigo empanadas al estilo de Antofagasta a los empleados de las empresas y al atender a Raúl que trabaja en Chile Bus leí distraídamente la lista de pasajeros y estaba tu nombre completo Carlos Alberto Fuenzalida Razury. Me perdonarás pero yo té hacia fallecido a ti y no a Luis Alberto, así me dieron equivocadamente la noticia.

¡Me quieren timar! Imaginé. Pero… ¿En qué consiste el juego?. En el bolsillo llevo menos de doscientos dólares y esto no compensa una farsa tan bien montada. El rostro bondadoso de la señora ahora se me hacia, falso, cínico.

– Señora, todo lo que me dice es cierto, solo que mi madre no se llama Ismelda sino Imelda.

Siempre le dijimos Ismelda, Ismelda Razury y en los registros de la escuela se anoto siempre como Ismelda, toda la primaria.

Señora ¿donde estudió, usted con mi madre?. La interrogué cortante.

– En el colegio parroquial de Iquique. Toda la primaria.

– No sé cuál sea la intención de esta broma, mi madre nunca ha salido de Lima. Sírvase concluir con esta tontería o me obligara a dar parte a la policía.

La señora dio un paso atrás.

– No, soy yo la que no sé cuál es tu intención ¿qué quieres ocultar? Tu padre es Juan Fuenzalida y tu hermano se llamaba Luis Alberto y ahora viven en La Serena. Te voy a dar mi numero de teléfono, dáselo a tu madre. Ella sí se acordará de mí. Lo que ha sucedido hoy, no tiene importancia.

Escribió un numero en un pedazo de papel; advirtiendo, en tanto escribía, que se encontraba todas las mañanas en casa. Me lo alcanzo y se retiro de inmediato.

Me quedé hecho un huevón, parado al centro de la terminal con el trozo de papel en la mano, preguntándome el sentido de lo sucedido.

– Peruano, me llamó el futbolista de La Serena, devolviéndome a la realidad, el autobús sale en minutos. Ya podemos subir. Tratémonos de sentarnos juntos para charlar que el viaje es largo y algo aburrido.

– Si vamos, respondí hecho un zombi.

El paisaje desértico y monótono del norte chileno embotaba aun más mis pensamientos. Luego de una hora de la salida, la luz del sol se había apagado por completo. Fernando, que así se llamaba el futbolista, se durmió a pocos minutos de haber conseguido convencer al pasajero de al lado mío intercambiar los lugares. No comenté mi encuentro con la tal tía Chachi y toda la noche traté de darle una explicación a algo que no tenia ni ton ni son.

Mi abuelo, Ernesto Fuenzalida, fue repatriado al Perú. Era Tarapaqueño como Alfonso Ugarte, del puerto de Iquique. Casi no lo conocí. Murió cuando yo era aún pequeño, pero me sentía orgulloso de su decisión. Él había elegido ser peruano. El viejo era cacherito y no me sorprendería que pudiera tener un hijo Juan en Chile. Además dejo un hermano en Tarapacá y Juan es un nombre por demás común, cualquiera de los hijos de este tío chileno de mi padre pudiera llamarse así. Pero Imelda o Ismelda, no es un nombre común, como no lo es el apellido Razury, igualmente madre de un Carlos Alberto y un Luis Alberto y, además, coincidentemente fallecido como mi hermano dos años antes. Definitivamente imposible.

La distancia de Arica a Santiago es interminable, equiparable a la de Tumbes- Tacna. Es decir, todo el largo del territorio costero peruano. Fernando resulto ser muy ameno, pero no le di mucha pelota. Me parecía sospechoso que viviera en la misma ciudad que la de mi madre postiza, Ismelda y que se me hubiera pegado como una lapa desde que lo conocí. El sé bajo en La Serena y yo seguí viaje a Santiago. El resto del camino lo realice según lo planificado.

Buenos Aires, me hizo olvidar todo. El zafarrancho en que se encontraba el país por su triunfo Argentino ante holanda y la conquista del titulo, era increíble. Cacho me esperaba en su departamento de Caballito. Celeste, su esposa estaba en Santa Teresita, de veraneo con los chicos. Era sábado, el Polaco-asi le llamaba a Cacho- había amasado pasta, el olor de la salsa de tallarines se colaba por todos los rincones; yo lo había aspirado, antes de entrar en el ascensor.

– Negro, venís jodido ¡tenés una cara!, Tomate un baño y si querés apolillas en una de las camas de los chicos. Te despierto a las tres para almorzar.- Gracias polaco, estoy echo mierda.

Cacho me dio la mano desde el primer día que pise Argentina. Nunca se ha enteró que conocía su pasado de cura, nunca tocó el tema y yo siempre respete su reserva. Era doce o quince años mayor que yo desde el día en que nos conocimos y me adopto como el hermano menor que nunca tuvo. El me aconsejó la compra del departamento y ahora que lo vendia me conseguía el comprador.

A las cinco me despertó. -Dormías como un bendito, me tome un Gancia con unos salamines y un queso que Celeste dejo en la nevera. Hemos debido roncar a dúo, morfemos que la salsa debe estar barbara y nos vamos al cine de la parroquia. Dan una de Chaplin que a vos te gusta, creo que es "Tiempos modernos".

Almorzando, me informó del departamento. Los compradores eran una pareja de jubilados sin hijos y que por medio de un crédito de S.P.A., un organismo de asistencia social, realizaban la operación. Sólo faltaba la firma de los papeles y esperar unos días la programación del pago.

Cacho, descorcho un segundo tinto.- No jodas polaco, nos vamos a "sampar"; me dijiste para ir al cine.

-A la puta. Son mis vacaciones de marido y de padre: El cotorro sin minas ni pibes, Argentina campeón del mundo, mi hermano, peruano venís después de meses. Con todas estas alegrías ¿me decís que no puedo ponerme en pedo?

Estaba escrito, tranca segura, un poco achispado le conté a Cacho mi reciente experiencia.

-Dejate de boludeces, tenes él numero de la mina, llamala y pedile algunas explicaciones, que de haber cosas raras en este mundo las hay, no te hagas kilombos y preocupate del negocio.

La bomba fue brutal, cinco tintos mendocinos, y conversaciones sobre la política de su país y del mío Hablamos del cuento que Cacho nunca lo publicó, sobre un linyera que recorría los rieles del tren con una pajarera en la mano y también de los traseros argentinos y las tetas peruanas.

Cacho se cantó emocionado el tango "Sur". Yo me mandé con "Compañera mía" de Laureano Martínez Smart, y luego juntos cantamos el vals argentino "Aurora". La tranca llego a su fin cuando saco su bombo y arrancamos con la samba "Felipe Varela ". era casi la media noche y "sampado" tuvo que atender uno por uno a la recatafila de vecinos que venían a recomendarnos que nos acostáramos y dejáramos de joder.

Nos levantamos como sonánbulos. Desde la sala comentaba con Cacho que se encontraba en el baño, sobre el mundial, el Polaco se interrumpió y grito.

-Negro, me dejaste pensando con el asunto ese de tu madre en Arica. ¿porque no llamas a la "jobata" esa y le das bolilla. Así te quedas tranquilo vos y yo; pone la pava al fuego y nos tomamos unos mates en tanto llamas.

-Excelente. Traje limones y ajíes para el ceviche. Los pongo en la cocina, bajo a la pescadería a buscar unos pejerreyes y regreso.

-Bárbaro, ese pescado crudo que comen ustedes me cura la curda.

Puse la tetera en la candela y baje. Conseguí los pejerreyes, y mi camino de regreso lo hice casi en cámara lenta. Tenia miedo. Un miedo absurdo, como si al llamar, una fuerza extraña y poderosa fuera a borrar mi pasado y asignarme otro presente. ¡Qué candelejoneria!.

Cacho estaba mateando en la cocina, me paso el mate apuntándome con la bombilla y me dijo:

-Quemate el pico peruano.

-Ahora no polaco. Después de la tranca me produce acidez.

-Acidez nos va a dar el litro de ácido que le sacas a esos limones enanos.

Nos fuimos a la sala. Saqué el trozo de papel, no lo había leído desde que me lo entrego la señora Chachi Ugarte- decía- teléfono 34252- giré el disco-.

-Aló, buenos días. ¿la señora Chachi Ugarte?

-Sí, ¿de parte de quien?

-De Carlos Alberto Fuenzalida.

Perdón señor. ¿Usted es el Señor Fuenzalida con el que mi madre sufrió una confusión el día miércoles?. Le ruego me disculpe, pero mi madre no se recupera de la impresión. Tanta coincidencia es inimaginable; toda la familia esta sensibilizada por lo sucedido.

Marta, hija de esta señora, me contó que su madre había llamado a su amiga Ismelda al llegar a su casa. Ella le dijo que su hijo Carlos Alberto falleció hace mas de dos años en un accidente de tránsito y que Luis Alberto se encontraba en el Perú desde hacía una semana entregando un departamento que arrendó en Lima siendo empleado de una fabrica de chocolates y que de ninguna manera pasó por Arica ya que el viaje lo realizó en avión. Luis Alberto, me dijo Marta, volvería pronto por que su madre, Ismelda, se encontraba enferma, con cáncer y quería estar cerca de ella.

-Señor Fuenzalida, pensandolo bien,quiero que Usted converse con mi madre. Ella se enojaría de enterarse que no le avisé. Señor Fuenzalida… aló.

-…Si… estoy acá.

-Aló hijo, – me habló la señora Chachi-, te debo una disculpa. Es el destino que nos a jugado una pasada a todos; comprendo ahora tu lógica reacción, llamé a Ismelda esa noche. Está enferma y yo se que cualquier día se nos muere. Cometí la brutalidad de contarle lo sucedido y está obsesionada en que tu eres su hijo que vienes a recogerla, -¡ carajo ¡, dije para mis adentros – sé que es una locura y un abuso, pero te ruego por caridad que hables con ella. Dame tu teléfono que yo se lo doy a Ismelda para que te llame. Si tú la llamas puede causarle una impresión fuerte.

– Señora esta coincidencia, se torna en macabra. Yo le prometo llamarla en unos días estoy en la casa de un amigo y en mi departamento no tengo teléfono. Coordinaremos la conversación con la señora Ismelda, por lo demás, no se preocupe y más bien acepte Usted mis disculpas si fui grosero.

-Gracias hijo, que Dios te bendiga yo estoy segura que llamaras y que lo harás a tiempo.

-Estas pálido negro, contame qué paso, que te dijo.

Le conté la conversación, con pelos y señales; y nos pusimos a escribir las coincidencias. Me olvidé de la acidez y no sé cuantas veces el polaco cebó el mate.

A las doce teníamos un repaso de las coincidencias: La señora se llamaba Ismelda, mi madre Imelda, ambas apellidaban Razury y se encontraban casadas con un Juan Fuenzalida, tenían dos hijos homónimos, de los que uno de cada familia falleció hace dos años en accidentes de tránsito; en la familia chilena el desaparecido era Carlos Alberto y en la mía, Luis Alberto. El hijo vivo de Ismelda viajó al Perú hacía una semana a arreglar el asunto de un departamento, y yo estaba en Argentina vendiendo el mío.

El polaco, ahora, pensaba que era pendejada.

-Saben lo de la venta del departamento. No sé cómo, pero lo saben. Son tranfugas negro, no regreses por tierra, hacelo en avión y llévate el dinero en cheque. No portés efectivo. Si viene Ligio en estos días le pedimos su opinión. El, como cana, te podrá orientar.

Arrasamos con el ceviche acompañándolo con un blanco y me despedí de Cacho.

-Polaco, me voy. Mañana tú trabajas y yo quiero arreglar el departamento. Te llamo en dos o tres días para enterarme de las novedades del notario y de la llegada de Celeste y los chicos. Envíales un beso grande de mi parte y te vengo a gorrear la cena cuando estén acá.

– Adiós negro, tranquilo que estas lejos de esos chantas. Me llamás a cualquier hora si lo precisás.

Los días siguientes me dedique a hurgar libro viejos del Perú en las librerías de Cabildo y a tratar de negociar una colección de estampillas argentinas, que reuní en anteriores estadías. Almorzaba en los restaurantes de autoservicio del centro y en las noches me tomaba un café acompañado de un pan francés, que es el que llamamos "baguet" en Lima, con un trozo de matambre casero buenísimo, que vendían en el almacén de los bajos. A pesar de lo absorbente de Buenos Aires y de mis actividades, echado en la cama y antes de dormir no podía evitar el pensar en mi madre chilena.

Consideré las sospechas de Cacho. Sin embargo, en estas tres noches concluí en que las coincidencias eran una realidad y que la posibilidad de una pendejada para robarme la plata del departamento estaba negada. Cuando Cacho me llamó a Lima, yo salí ese mismo día sin comentar a nadie el motivo de mi viaje. Además aunque parezca extraño, nunca hablé con mi familia de la compra del departamento. Esta decidido, – me dije – mañana trato de comunicarme con Ismelda

A primera hora, me fuí a un locutorio público y luego de hablar con la Sra. Chachi, que me dijo que la Virgen había escuchado sus súplicas y que nunca dudó que yo llamaría; me encontraba frente al aparato telefónico con él número de Ismelda en la mano. Marque con lentitud, casi acariciando el disco pero deseando concluir la historia.-Aló, buenos días, con la señora Ismelda Rasury por favor.

-Carlos Alberto, hijo -¡carajo!, por Dios, era la voz de mi madre, sin ninguna diferencia, era exactamente la voz de mi madre, serena, dulce, envolvente-, esperaba tu llamada, me reconforta y me da fuerzas para emprender el viaje. ¿Cómo has estado?.

-Señora Ismelda, le juro que me duele en el alma desengañarla, yo tengo una madre que vive en Lima, hablo con Usted y parece que hablara con ella, es el mismo tono de voz. A pesar de ser Usted chilena, no le percibo ningún dejo ni nada que la diferencie, pero solo soy un homónimo de su hijo, con el que, además, nos unen muchas coincidencias.

-Carlitos, sé que no eres el hijo que parí, no creas que soy una vieja tronada; pero, sé que tienes mucho de el. Tu te sorprendes de mi voz. A mi no me asombra que la tuya, de igual forma, sea la de el.

Los espejismos continuó la señora, son un reflejo de la realidad, pero tienen su propia vida independiente de la materia que los origina. En lo infinito del tiempo y del espacio la existencia de lo corpóreo y de las ilusiones que este produce, son un titilar imperceptible en la eternidad.

Nuestras prisas son innecesarias; de todas formas estaremos presentes en la convocatoria de la muerte, a la hora señalada por el Señor desde el comienzo del tiempo. Lo que no sabremos, y para el caso no tiene importancia, es si somos la realidad o la ilusión. Igual te amo, igual me enterneces e igual me ayudas a atravesar el umbral de lo desconocido. El Creador así lo ha querido y hay que respetar los designios de Dios.

-Señora Ismelda, me reconforta, el sosiego con el que Usted asume la vida y a su indubitable compañera, la muerte; conceptos los suyos que estoy seguro también comparte mi madre. Yo no le temo a la muerte que es un cambio de estado, me espanta extraviar mi identidad. Eso seria perder irremediablemente mi eternidad, mi trascendencia.

– Tu soberbia Carlitos, se inmiscuye en lo divino, pero el tiempo envejece nuestros errores hasta matarlos, Rimbaud nos regaló una verdad,…Es falso decir: yo pienso. Se debería decir: me piensan. Por lo demás, me has llamado dominado por él mas humano de los sentimientos, la compasión. Y no por tu miedo a la intrascendencia, has concedido mi deseo de moribunda. El escuchar tu voz significa mucho para mí, pero aun anhelo algo más, es el que conserves contigo un obsequio simbólico que quiero hacerte llegar.

  • Señora, yo honroso lo recibire y sabré conservarlo.

Me pidió mi dirección en Lima, me dio su bendición y me despedí de ella con inusual afecto. Repuesta la tranquilidad que me fue interrumpida con el incidente de la estación de Arica, me sentí inundado de ternura y a pesar de las abstracciones de mi mamá chilena, la racionalidad había vuelto.

Salí del locutorio, feliz, a pesar que la llamada me sustrajo casi la mitad de mi capital, estaba dispuesto a reventar el resto celebrando mi liberación. Hay un dicho de mi abuela que dice. "No hay quién merezca mejor que le den una paliza que aquel que guarda dinero para gastarlo en botica…". Me ubiqué en una de las mesas de la confitería de la calle Córdoba y Florida y me chupe un Gancia rociado con Fernet Branca, acompañado de una picada de sorpresata, bondiola y quesos.

Cuando digo un Gancia, no me refiero a un trago; ¡No! Me tiré toda la botella para sorpresa y alegría del mozo que me lo cobraba por copas. Y lo que contribuyó a este entusiasmo alcohólico no sólo fue mi estado de ánimo, sino el discreto meneo de los traseros de las argentinas, que son mi obsesión y que pasaban a cada momento por el simpático boulevar.

A las seis de la tarde me levanté sampado. Decidí visitar al polaco. Ya debía haber llegado su mujer con los chicos quería verlos. Además, tenía olvidado lo del departamento, alguna noticia habría de la venta.

Pase por la confitería "Córcega", compré un kilo de bombones para ablandar a Celeste y le permitiera a Cacho chuparse unos tintos conmigo, los bombones de Córcega eran su debilidad y mi pasaporte a la tranca a la que aspiraba. Total, mañana el polaco no trabajaba.

– Al doscientos de Martín de Gainza en Caballito.-le indiqué al taxista.

Cacho aun no había llegado, Celeste me recibió con su acostumbrada mal fingida seriedad, que no conseguia disimular dominada por esa natural dulzura heredada de su madre que era una divina piamontesa, digna de un altar.

– ¿Y los chicos? – le pregunte.

– Y.. se quedaron en Santa Teresita. Sabía que llegó el tío curda del Perú y les quise evitar malos ejemplos.

-Por Dios Celeste, quería verlos, les traje bombones.

-No te hagas el chanta que a mi no me vas a engrupir. Los bombones los trajiste para que te deje poner en pedo con el polaco, – permiso concedido, dije para mis adentros – Los pibes te mandan besos, sabes que te quieren y yo sé que tú los mimas demasiado. Querían venir a verte pero la nena tiene el campeonato de natación, está programada para esta semana, y sus hermanos son los entrenadores.

Extrañaría a los chicos, pero era seguro que antes de partir estaría con ellos. El polaco, justo abría la puerta.

-Negro, sos un boludo, estaba por buscarte. Firmas el lunes y te "garpan" el miércoles. Tenemos una razón para descorchar los tintos chilenos "Don Melchor" que me trajiste en no sé que carajo visita.

– Y traje bombones-le dije.

-A la puta, doble razon y ninguna resistencia.

Cenamos y conversamos casi atropellándonos, sabedores de las pocas ocasiones que nos quedaban para estar juntos. El tema de mi mama chilena enterneció a Celeste, y convencí al Polaco, luego de relatar mi conversación con Ismelda, que no existía ningún ardid para robarme, sino que verdaderamente todo fue un antojo del destino.

Nos entristecimos pensando que la venta del departamento distanciaría la frecuencia de nuestros encuentros. Nos tomamos los "Don Melchor", que sumados a la botella de Gancia que traje puesta me hicieron sentir la pegada. Antes de empezar a hablar sandeces, atine a despedirme y partí.

Los siguientes días fueron de trámites. La programación de las firmas se dio conforme me dijera Cacho; lo visité en dos ocasiones más, llegando a ver a los chicos y sin mas dilaciones retorne a Lima por avión.

Trabajando con mi padre, pasaron los días, las semanas y los meses. La existencia de Ismelda fue comentada con mi madre y se convirtió en tema de conversación familiar hasta la llegada de otros sucesos que fueron relegando mi curiosa experiencia.

El desayuno dominical, era una responsabilidad que mi padre me delegó desde siempre. Yo compraba en Surco los tamales, los chicharrones, el relleno y los camotes fritos cuando la familia aun dormía. Retornaba de mi dominical misión y una camioneta se apresuró a ganarme el estacionamiento en la puerta de mi casa.

-Buenos días caballero, ¿vive aquí el señor Carlos Alberto Fuenzalida?, me dijo, bajando del vehículo uno de sus ocupantes correctamente uniformado.

-Si, soy yo- le respondí.

-Disculpe Usted, tengo que entregarle un envio, ¿podría identificarse? Mire ,no es por molestarlo ¿sabe? Son reglas de la compañía. Y…

-No sé preocupe- lo interrumpí- aquí esta mi libreta ¿donde firmo?

-Aquí señor, esté es su paquete – me dijo entregándome un paquetito que, por su tamaño, tranquilamente podría ser oculto cerrando la mano, acompañado de una carta.

Me apresuré a entrar a la casa, dejé los chicharrones sobre la consola y me apresuré a leer el remitente.

Luis Alberto Fuenzalida Rasury, Los Organitos 230 La Serena, República de Chile.- En tropelía los recuerdos me atiborraron el cerebro, la estación de Arica, la Chachi, mi madre chilena, las coincidencias.- "Estimado Señor, decía la carta, es extraño dirigirse a un hombre que es homónimo de mi hermano al cual quise tanto. Este hecho unido a las coincidencias que lo acompañan me producen un sentimiento de afecto hacia su persona, aunque no lo conozca. Reciba Usted mis respetos junto con el presente que le envía mi madre que falleció el día de ayer; su ultima voluntad fue, que se lo hiciera llegar. Afectuosamente, Luis Alberto Fuenzalida Razury.

Apreté el obsequio en mi puño izquierdo y me senté a abrirlo en el comedor. Un frío intenso comenzó a correrme por todo el cuerpo.- Al descubrir el paquete, ¡quedé, asustado! ¡era imposible!. Tiré la cajita sobre la mesa y de ella, como impulsada por un resorte, saltó para posarse sobre la superficie lustrosa del marqueteado, la medalla de concha de perla, con la imagen de la Virgen de la Inmaculada Concepción, pieza tallada a mano, atada a un gastado cojincito de tela amarilla. Recuerdo de familia con la que mi madre enterrara a mi hermano Luis Alberto, hace más de dos años.

EL COCHERO DEL VIRREY.

 

 

 

 

 

 

Autor:

Juan Carlos Arroyo Ferreyros

Partes: 1, 2
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