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Como por arte de magia. Reflexión preliminar en torno de la belleza (página 2)


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Pero tampoco está resuelto qué significa exactamente "fin estético".

Se comprende, sin duda, el contenido básico del término. Estético "del griego aisthesis, percepción sensible" es todo aquello capaz de afectar a los sentidos. A los sentidos humanos, por supuesto. Desde el siglo XVIII, con Baumgarten, su histórico obstetra, la estética ha podido ser concebida y elaborada "recuérdese al menos el título del libro de Xavier Rubert de Ventós" como una teoría de la sensibilidad. Muy bien, pero ¿es "arte" "o, en este caso, "estético"" cualquier cosa que afecte a los sentidos? Aquí, obviamente, el riesgo es no dejar nada fuera del concepto. Todo aquello que sea objeto de una percepción sensible ¿es, inmediatamente, naturalmente, "estético"?

Así ha de emerger por necesidad el aspecto adjetivo de lo estético. Evidentemente, no se trata de cualesquier afección de los sentidos. Tendremos que postular una clase o un tipo de afecciones. Y lo mismo ocurrirá con lo artístico. No toda creación es artística. Me parece que en esta delimitación, aun en marcha, aun en debate, es posible hallar elementos que ayudarían a desarrollar la hipótesis de trabajo antes apuntada.

Hace ahora más de cien años, León Tolstoi sugirió que el arte contiene un propósito esencial, algo que lo distingue de otras acciones humanas: su fin es contagiar sentimientos. Más recientemente, en una línea paralela, Etienne Souriau ha propuesto lo siguiente: arte es "la actividad que tiende a instaurar cosas destinadas a actuar favorablemente sobre los hombres únicamente por su aspecto"[2]. Añade, con cierto candor, que esta definición posee la virtud de "no prestarse" a discusiones especulativas. Con perdón, me parece que la definición "cualquier definición" es pertinente justamente "y solamente" por su fecundidad especulativa.

Nuestra hipótesis, retomémosla, dice que el arte es a la técnica lo que la tragedia es al mito. Admite, por consiguiente, y antes de entrar propiamente en materia, un nuevo desdoblamiento. La belleza es a los afectos lo mismo que lo real lo es a la realidad: una disolución. Una desistencia. Si la Realidad siempre persiste, lo real, en cada instante, desiste.

Afirmación que desde luego, en una suerte de flashazo inverso, oscurece más el asunto. Por lo pronto, debemos advertir que definir al arte (o a la belleza) por su finalidad (o por su origen) tiene siempre algo de circularidad viciosa. Es bello porque agrada; es agradable porque es bello. De hecho, lo justo y saludable sería retroceder un poco: el afán de definir "el arte o lo que sea" posee en sí mismo un cierto valor de belleza. Bastante bajo, se concederá. Más bien, diría yo, nulo. Quiere definir "o explicitar e imponer su definición" aquel que ya no sabe o no puede o no quiere percibirlo en su espontánea naturalidad (por más que esa espontaneidad sea fruto de una acumulación o cultivo de la "naturaleza"). Similar a la pregunta por el tiempo: sólo quiere saber qué es el tiempo aquel que siente "aun si vagamente" que ya no tiene mucho. Quizá esto es lo mismo que decir que a lo bello siempre se le reconoce de inmediato y que la única prueba que reclama de quien lo experimenta sea la de tener el tino de dejarlo tal y como está.

En 1922, tres académicos norteamericanos se tomaron la molestia de recoger y sistematizar cientos de definiciones sobre la belleza[3]. Al final, tras un esfuerzo considerable, se quedaron con dieciséis grandes grupos. Todos, si nos fijamos bien, y no restándoles mérito alguno, resultan (bellamente) tautológicos. Bello es lo bello. Bello es lo que tiene una forma bella. Bello es lo que imita a lo bello. Bello es lo que se sirve de algo bello. Bello es lo que crea una bella ilusión. Bello es lo que provoca la emoción de la belleza. Bello es lo que revela a lo bello. Bello es lo que pone en contacto con lo bello. Etcétera. Siempre la misma forma lógica: bello es… lo bello. A mi gusto, es mucho mejor "por extravagante" la definición de Paul Valéry: "La definición de lo bello es fácil: es lo que desespera". Hermosa, bella, franca definición. Claro que, si tuviéramos la malicia de preguntarle: y, ¿qué es lo que desespera?, Valéry se vería forzado a contestar: desesperante es… lo bello.

Ya lo decía Bertrand Russell, si bien sólo a propósito de las matemáticas: el vasto mundo es una vasta tautología. Dicho en otras palabras: definir lo bello es admitir "con total, aun si enigmática, ingenuidad" que definir es en sí mismo un acto bello.

No es que sea difícil definir la belleza; más bien es que hacerlo parece como sin remedio traicionarla. No creo descabellado, no demasiado, conectar estos (virtuosos, viciosos) circuitos con la inmensa, inefable, inexpugnable proclamación del Dios de la Biblia. Soy El que Soy, Soy lo que Es. Nada más. Nada menos.

¿Es esto erróneo, o falso? En parte sí, sin duda. Habría que verlo. Leamos, si queremos una mínima dosis de lucidez, a Samuel Beckett. Pero antes fijémonos en el otro lado de esta afirmación, que no es en absoluto una afirmación cualquiera. Dios no puede definirse porque es exactamente y sin escapatoria aquello que garantiza (y presupone) la definición misma. Dios es la luz; ¿diríamos entonces que la luz es visible? Más adecuado sería conceder que la luz hace o torna visible. Ella, no. Analogía: preguntar qué es o quién es Dios resulta (viciosamente) absurdo. Pregunta sin respuesta. Dentro de su sistema "o dentro de su delirio, es igual", Dios hace ser. No "es", no "propiamente": su obra es el ser mismo.

Esto nos devuelve a la pregunta del comienzo. La pregunta por el arte resulta ser, miremos por dónde, la pregunta por el comienzo absoluto. Antes no había (nada), ahora ya lo hay.

Es lógico: sólo es necesario definir aquello que no se sabe, o que se sabe oscura o turbiamente. Parafraseando a Voltaire, y retornando de súbito a la cosa: lo bello es para el humano su humanidad (Voltaire escribía: "lo bello es para el sapo su sapez"). ¿Quién o qué lo sacará de semejante espejismo, de semejante especulación? Respuesta (paradójica): la belleza. ¿Qué es lo "humano"? Su obra. Su propia creación. Humano es reconocerse en el espejo de lo humano (de lo contrario, ¿seguiría siendo eso, un espejo?) Nueva interrogante: ¿quién o qué lo sacará de esa ensoñación, de esa insolación, de esa infatuación? ¿Hay algo, alguien que despierte a Narciso de la caída en el poder hipnótico de su propia imagen, de reconocerse a sí en lo otro de sí? Respuesta (sin comprobación a la vista, quizá ni al oído): sí, y es el arte.

El arte es el espejo que "medítense mientras tanto algunos cuadros de Magritte" da la espalda a la imagen "propia" del ser humano.

Esto equivale a sostener que la belleza no "copia" ni "sintoniza" con un orden trascendente a lo humano "llámesele Dios, Sentido, Naturaleza, Origen, Cosmos, Ser" porque "bello" es la disolución en acto del sentido, de Dios, etc. No hay arte que, en esta acepción radical, aun si invariablemente disimulada, cohibida o indeliberada, pueda no ser a-teológico.

Si la Realidad siempre es "construida" "si por fuerza es una obra, un producto, un efecto (Wirklichkeit, se dice en alemán: literalmente, efectualidad de un trabajo), la belleza será no la belleza "la lógica, la utilidad, el sentido, la consistencia" de la obra, sino, todo lo contrario, la "indescifrable" cifra de su retirada, de su olvido, de su derelicción.

Sólo por eso podríamos empezar a comprender que el arte sea siempre para los sentidos.

Porque los sentidos, y esto es seguramente lo decisivo, son a lo real lo que el Sentido es a la Realidad.

La ya muy dilatada y no siempre fértil discusión acerca de estos términos o experiencias ha mostrado a manos llenas la insuperable dificultad de acordar universalmente el carácter o la naturaleza de los objetos bellos. En consecuencia, el péndulo ha basculado hacia el polo subjetivo. No se trata entonces de ponerse de acuerdo sobre la belleza en sí misma "esa posibilidad se ha vuelto incluso un tanto sospechosa", sino hacia el sentimiento correspondiente a la belleza.

El sentimiento generalmente acordado a lo bello es la admiración. Reverbera en lo ad-mirable el aspecto visual: la propia palabra "aspecto" "del latín ad-spicere, y éste del indoeuropeo spek, observar" significa que es captado por la mirada. (Sin embargo, en el griego aísthesis resuena el indoeuropeo aw-dh, percibir. Sólo que aquí el privilegio de lo visible no impera. Percibir no es ante todo ver, sino oír. La belleza es en primer lugar la belleza del sonido "de la palabra, de la voz", que después se extenderá al registro de lo visible).

Este tradicional acuerdo entre lo bello y lo admirable procede de Platón. Ahora bien, no dejará de llamar nuestra atención que los verbos "admirar" y "asombrar", siendo tan próximos "al grado de llegar a ser prácticamente intercambiables" deriven de experiencias presuntamente antagónicas. El asombro consiste, dicho sin metáfora, en la experiencia del oscurecimiento: visión de la ceguera. La belleza "to kalón" es deslumbrante: su resplandor nos arroja "así sea por un instante" al reino de las sombras. Nos deja estupefactos. Impone silencio. Nos hace desviar o cerrar los ojos. ¿Lo admirable lo es justamente por aquello que se sustrae a la mirada? ¿Lo admirable designa menos aquello que se ofrece a la vista que el límite mismo, el ya no más de lo visible (o audible)? ¿El fin de lo sensible?

Arriesguémonos a sostener por lo pronto que lo bello no suspende el hechizo de los sentidos. Lo bello impone silencio a la significación: arroja una sombra al pertinazmente humano afán de sentido.

No hay cosas bellas de por sí, pero, si provocan en nosotros este sentimiento de admiración que es también de respeto y espanto, una peculiar mezcla de atracción y repudio, empalme de un deseo de apropiación o fruición y una pulsión de alejamiento, inestable juntura de extremos "esa experiencia que los griegos llamaban thambós, caracterizada por una emoción violenta y perturbadora", diremos entonces que se ha experimentado directa o indirectamente la belleza.

Bello, pues, no es algo en sí, nunca se encontrará algo "objetivamente bello", sino el objeto "entendido como correlato" de una experiencia perturbadora.

Difícil será desconocer que el contenido de la palabra ha sufrido andando el tiempo un proceso de enfriamiento. Lo bello desciende con lentitud pero paso firme a una (muy educada) sensación de agrado. Lo bello, en Stendhal, ya sólo es vehículo o recipiente de "una promesa de felicidad". Ocurre con esta experiencia algo paralelo a la moralización de lo sagrado. Lo sagrado, como lo bello, designa una condición anterior "si no exterior" a la moral (es decir, a la empresa civilizatoria). El tránsito que lleva de lo sagrado a lo divino y que finalmente desemboca en lo santo "la paulatina pero inexorable sumisión a la Ley, la adsorción sin residuos de lo singular en el vientre de lo universal" corre paralelo al movimiento que conduce desde lo Sublime hasta lo Agradable (o Bonito), pasando por lo Bello.

En este progresivo enfriamiento debemos reconocer la creciente y decisiva presencia de un elemento. En el Diccionario técnico y crítico de la filosofía de Lalande, publicado a comienzos del siglo XX, el arte se define como "cualquier producción de lo bello conseguida por las obras de un ser consciente"[4].No es que semejante definición encante a todos, y menos aún a los devotos de la estética. La definición deja fuera nada menos que el componente de la inspiración o, para usar un término moderno, el trabajo del inconsciente.

La discusión se mantiene viva, aunque escurriendo por otras laderas. Si aceptamos esta proposición, tendremos que eliminar la posibilidad de que en la naturaleza exista algo propiamente bello. A menos, según se ha dicho, que admitamos la idea de que la naturaleza es obra de un ser consciente. "Bello" es, en cualquier caso, un atributo sólo asignable al producto de una elaboración consciente, expresa, voluntaria y dirigida a un fin. "Bello", en este contexto, es un epíteto indiscernible de la utilidad, eficacia, funcionalidad o perfección de los objetos técnicos (su perfección es la capacidad de cumplir con su función).

De ser efectivamente así, el arte aparecería por completo indistinguible de la técnica.

Por lo mismo, la estética sería indistinguible de la tecnología. Esta indiferenciación ha tenido lugar, si bien no de manera absoluta o universal. Por ejemplo, la pretensión "nunca por entero lograda" de hacer de la estética una ciencia "la "ciencia de lo bello", la "ciencia de la apreciación artística", la "ciencia de la sensibilidad", etc." forma parte de este proceso de absorción de lo bello en un horizonte metafísico. Se requiere, al respecto, hacer de aquella experiencia perturbadora y violenta el correlato de una Esencia.

Se comprende que la intención (muy ilustrada) de recortar el arte y lo bello al tamaño de una obra "consciente, voluntaria"… etcétera, reduce la experiencia correspondiente a una mera concordancia técnica: de lo Bello (o del arte) es preciso disponer de un concepto. En este punto, la intuición básica de Kant sigue sorprendiéndonos. En pocas palabras, la Crítica del Juicio rechaza explícitamente la posibilidad de que lo bello sea un "concepto" (y de que el juicio de valor y el sentimiento concomitante deriven del ajuste de nuestra expectativa a ese concepto).

Si no hay ni puede formularse un "concepto" de la belleza, no forzosamente estaríamos abandonados a la noche irracional en donde cada cosa resulta indiscernible de las demás. Queda, sí, la posibilidad de pensar la noche menos como la ausencia total de la luz que como el eclipse momentáneo de la luminosidad solar. En la noche no "falta" ninguna luz, en la noche (del Sentido) los sentidos brillan con luz propia.

En la perspectiva que aquí adoptamos, el "error" de Platón y de la metafísica consistiría esencialmente en haber esperado de la belleza la revelación de un sentido trascendente, la manifestación de una estructura ya de siempre y para siempre constituida que los seres humanos simplemente se encontrarían en posición (o no) de reconocer.

Evidentemente, éste no es, en rigor, un "error", y por lo mismo no queda más que entrecomillarlo. En todo caso, la metafísica en cuanto tal (es decir, incluyendo en ella a las ciencias y a sus dispositivos empírico-discursivos) es ese error que consiste en imaginar un lugar fuera del mundo desde el cual resulta posible juzgar lo verdadero y separarlo de lo falso, donde sería posible reconocer y lo bello para oponerlo a lo feo, donde debemos identificar lo bueno a fin de discernir y segregar de él todo lo malo.

Pero lo bello sólo sería bonito y el arte no sería más que técnica si no fuera ante todo ese espacio/tiempo turbio, turbulento, híbrido e iridiscente, menos diurno que nocturno y menos vigilante que sonambúlico susceptible de acoger lo extraño y lo singular de cada existencia. La experiencia "estética" sería así experiencia del límite, nunca el simulacro de su abolición.

Lo bello "y la obra (o desobra) que lo acoge" designará menos la absorción de lo finito en lo infinito que la imposibilidad "terrible y a la vez fascinante" de disolverlo íntegramente en su seno. Lo bello no es (ni aspira a) la fusión con lo infinito. No es la añorada indistinción entre lo uno y lo otro. Bello es menos una esencia eterna e inmarcesible que su incesante y siempre nueva, original, discreta, encriptada, puesta en juego.

La belleza no concierne a, ni se resuelve en, la sujeción de lo finito por lo infinito; apunta o se abre hacia la afirmación libre, inocente y gozosa/dolorida del carácter infinito de la finitud.

Con esta formulación quizás no estamos haciendo otra cosa que desencriptar (y volver a encriptar) nuestra hipótesis de trabajo. "Trágica" es esta afirmación libre. No es en absoluto una desgracia el que la finitud no pueda ser redimida por la infinitud.

Todo lo contrario, esta imposibilidad es nuestra única, nuestra más alta esperanza.

La pregunta es ahora: ¿cómo y hasta dónde permanece todavía en nuestro poder el "acoger lo extraño y lo singular de cada existencia"? Una interrogante que se abre en la misma dirección que esta otra: ¿qué significa una "afirmación infinita de lo finito"?

 

 

Autor:

Sergio Espinosa Proa

Doctor en filosofía, antropólogo social, especialista en investigación educacional y ensayista

Universidad Autónoma de Zacatecas

[1] Cfr. Anne Souriau, "Arte", Diccionario Akal de Estética, Madrid, 1998, pp. 135 y ss.

[2] Diccionario… op. cit., p. 138

[3] Cfr. Ogden, Richards, Wood, Foundations of Aesthetics, Boston, 1922

[4] Cit. por Etienne Souriau, loc. cit., p. 189

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