- Preámbulo
- Criterios para una antropología filosófica de la literatura
- El hombre ante el tiempo histórico y el tiempo mítico
- Mito y símbolo como lenguajes
- La obra literaria como fundación del lenguaje y de la cultura?: El caso de la novela hispanoamericana
« por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor má alto que el valor de ser hombre ».
A. Machado « La cultura es la que permite fundar al hombre cuando los hombres no están fundados en Dios ».
A. Malraux « La palabra, esa lana marchita
La palabra, esa arena machacada
La palabra, la palabra, la palabra, qué torpe vientre hinchado ».
V. Aleixandre
En la cultura moderna se advierte ciertamente un doble rumbo : un rumbo desmitificante, de signo crítico y analítico, legítimamente asentado en la razón, y otro rumbo remitificante, constituyente de sentido entre distintas áreas del pensamiento y que busca la restauración del hombre, de la cultura y del lenguaje. Es interesante, pues, señalar la validez e importancia de este rumbo para la sustentación del equilibrio cultural y de la vida misma del hombre. El Occidente moderno que privilegia en los últimos tiempos un raciocinio científico, objetivante, ha desarrollado también una tradición humanística que busca afanosamente dentro y fuera de su tradición, los elementos antiguos y modernos que permiten revitalizar las humanidades a partir de conceptos renovados del hombre, de la cultura y del lenguaje. Se trata, pues, de un acto fundante de asumirse como sujeto óntico-existencial ligado a un paisaje y a una historia propias, revalidando así el pacto simbólico de la pre-comprensión que hace a los escritores partícipes de una cultura. Tales son los rasgos de una actitud humanística, historificante y religante que defendemos. Esta zona de diálogo humanístico -tan duramente rechazada en algunos ámbitos universitarios, donde sólo tiene lugar la lingüística saussuriana, el formalismo estructuralista inmanentista o el deconstruccionismo nihilista que cultiva ex profeso la irreverencia- reconoce la virtualidad y vigencia del mito sin encerrarse en la pura órbita vivencial.
El concepto mismo de literatura, así como los conceptos de hombre, cultura y lenguaje, merecen ser reformulados desde esta perspectiva que el escritor asume como una instancia hispanoamericana. Y este asumirse como hispanoamericano supone frente a la ciencia cosificante una verdadera conversión, un cambio de perspectiva que reclama una revisión total de fundamentos, metodología y lenguajes.
Hispanoamérica es un continente que se presenta como el lugar de martirio de estos tiempos de final de una historia, pero también es el lugar de la resurrección y de la redención, en la difícil y dolorosa apuesta a una nueva etapa, a una nueva vida. Tal apuesta no es demostrable científicamente; crece en la esperanza, en ese brote de fe, que el hombre alimenta para sentirse más digno y más justificado para un proyecto de vida.
Este reclamo de una etapa y vida nuevas surge de la misma complejidad histórica de Hispanoamérica ; surge también de la historia misma de la humanidad, desgarrada por tensiones opuestas. Creo que la única instancia que puede otorgar sentido último a la historia es la instancia hispanoamericana a través de una clara apuesta a asumir una libertad según la esperanza. « Quien ha visto la esperanza no la olvida », dijo en una ocasión Octavio Paz.
Creo asimismo que el nihilismo, la degradación, la violencia y el vaciamiento cultural se presentan como modos coherentes de manifestarse de una cultura que ha perdido el centro sagrado y, por lo tanto, la posibilidad de una dirección humanizante. Y es en los mitos vigentes de una cultura donde nos es dado leer el destino individual y comunitario de una sociedad. Allí están los mitos helénicos, orientales, y, principalmente, el mito cristiano, central y vertebrador de la cultura occidental, donde podemos leer las instancias del periplo histórico recorrido y a recorrer por el hombre.
En estas sociedades existe un ser excepcionalmente capacitado para la lectura simbólica tanto por su sensibilidad y afectividad como por su facultad intuitiva que es el escritor/artista, en cuya conciencia culmina realmente el proceso espiritual de su pueblo.
Al expresar los valores de su propia cultura, al ejercer dentro de ésta su propia comprensión del mundo, el creador se constituye en el más eficiente preservador de las formas simbólicas en que ese pueblo se asienta. Es él quien restituye la relación entre el mito y la conciencia crítica pero también el que tiende el puente entre la naturaleza y la cultura. El símbolo le permite dar el salto, constituirse, como lo afirma Octavio Paz, en « el traductor universal ».
Página siguiente |