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El nacimiento del ser humano: diseño "erróneo" de la Naturaleza (página 2)

Enviado por Felix Larocca


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El nuevo diseño de la Naturaleza requirió que, en el homínido, el anillo pélvico fuera esculpido en una configuración nueva: aplanado del frente hacia atrás. La pelvis nueva, así remodelada, adquirió otra función novedosa, teniendo que servir como receptáculo a la masa de los intestinos de la mamá, presionando desde arriba hacia abajo, previniendo su caída a través del recto. Esa función de índole mecánica requirió otra adaptación, que el hueco de la pelvis tenga que permanecer estrecho.

De esta manera, sólo la existencia de los rebordes anchos de las crestas ilíacas puede impedir que después de una caminata cualquiera, este asombroso primate no despida el contenido de su abdomen obedeciendo a las fuerzas de la gravitación.

Al principio de sus innovaciones, la adaptación permitió que los partos fueran relativamente sencillos. Pero, cerca de unos 150.000 años atrás el cerebro humano comenzó a crecer de nuevo, añadiéndole un 33% de su tamaño al que originalmente tenía: un drama estaba progresando…

Se especula que al principio de esta situación muchas de nuestras madres perecieron en el mismo instante de dar a luz -la Naturaleza tenía que rediseñar sus planos y rehacer sus cálculos.

Es una paradoja suprema, pero, por mucho tiempo, la causa más importante de muerte para la mujer fue el parto. Una condición que no existe en otro mamífero, como tampoco existe en otras especies el hecho de que la mujer encinta solicite y requiera asistencia de otras mujeres cuando está dando a luz.

El dilema era simple: la mujer de nuestra especie o se adaptaba o moría.

Pero, a la "hora 11", una mutación inesperada ocurre y por medio del fenómeno conocido como "equilibrio puntuado". Esta nueva adaptación permite que el parto se torne otra vez menos arriesgado. La adaptación se registra en los genes y se vuelve estable y permanente. La mujer ha sido eximida de su funesto destino.

El resultado final de la nueva adaptación precaria fue: cerebro enorme, pelvis estrecha… y partos largos y laboriosos.

Ahora bien, el cerebro humano es un órgano muy inmoderado en sus requerimientos. Con una masa que representa escasamente un 3% del peso total de nuestro cuerpo, se apropia fácilmente de un 25% de todo el oxígeno disponible.

La presencia de este órgano precioso era un lujo que no podía permitirse libremente. Alguien tenía que estar en control. A la mujer se le asignó la capacidad de ser ella (y únicamente ella) la responsable por la grave decisión de asumir los riesgos asociados con la concepción y el nacimiento de los descendientes en nuestra raza.

Ahora, la Naturaleza está, de nuevo, a cargo de sus designios. Pero unas cuantas innovaciones más eran necesarias. La primera: no más embarazos serían posibles por los anuncios automáticos coincidentes con la llegada del estro que existen en todos los primates.

La nueva creación de la Naturaleza puede tener relaciones sexuales 365 días del año, y el 29 de febrero, cada cuatro años. Puede tener relaciones sexuales durante el embarazo, la lactación, durante la menstruación y la menopausia. No existe otra especie en la cual la reproducción y el sexo existan tan separadas entre sí.

Otra novedad: la mujer de nuestra especie puede disfrutar de orgasmos prolongados, seguidos por múltiple réplicas de la misma experiencia.

Una innovación adicional. Los humanos emplean un tiempo prorrogado de estimulación erótica antes del acto sexual. Esta función es totalmente inexistente en todas las otras especies. Parece ser que el macho humano ha realizado la importancia de preparar a la hembra para su satisfacción última y final.

Para la ovulación, la Naturaleza requirió ayuda. Careciendo de relojes, ajustó los ciclos ovulatorios a los movimientos siderales de la luna, un objeto celestial inerte. Ésta es el metrónomo que conduce la orquesta de la menstruación de la mujer. La menstruación, acto sincrónico en toda agregación de mujeres viviendo juntas, ocurría al unísono en nuestra vida ancestral.

Pero hay más, la hembra de nuestra especie es la única que posee la fuerza de voluntad para rehusar las relaciones sexuales durante el período coincidente con su ovulación.

La función de la menstruación no está bien entendida. Lo que sí sabemos es que es muy costosa para la mujer. Una mujer en el transcurso de su vida pierde el equivalente de diez galones de sangre en sus períodos.

Tan dramático es este fenómeno que es mencionado en el Nuevo Testamento por Lucas, quien describe a una mujer que pidiera ayuda a Jesús por tener un "problema de sangre por doce años".

La Naturaleza no sólo modificó la pelvis de la mujer bípeda humana, sino que también construyó sistemas elásticos de flexibilidad muscular y cartilaginosa para que cuando la enorme cabeza que aloja el cerebro del Homo sapiens, encajara en su descenso prolongado por el "canal del nacimiento" que todas las estructuras se dilataran para permitir su pasaje. Simultáneamente el cráneo del bebé recién nacido carece de rigidez con sus fontanelas abiertas, lo que le permite contraerse sin lastimar el cerebro.

Pero ahí no cesa todo, el cordón umbilical, destinado a ser cortado, está falto de fibras sensoriales, lo que elimina toda posibilidad de dolor.

Cuando finalmente el parto termina, con todos sus sufrimientos y agonías asociadas, la placenta es consumida por todos los mamíferos que se multiplican usando esta modalidad reproductiva. Es posible que nuestras madres paleolíticas hicieran lo mismo… ¿canibalismo?

En resumen

El dolor de la parturienta es un ejemplo característico de los afanes que corre la Naturaleza por su sexo favorito. Duele, libera endorfinas, padece, eleva la serotonina, hormonas extrañas hacen su presencia y al final es la mujer la creadora universal del regalo más especial, la dadora de la vida y la antítesis de la muerte. Nadie sino una madre sabe lo que esta experiencia representa, aunque la pelvis sea estrecha y el parto muy doloroso…

Referencias

Rosenberg, Karen R: Catching Babies: The Professionalization of Childbirth, 1870-1920, and: The Making of Man-Midwifery: Childbirth in England, 1660-1770 (review) Journal of the History of Sexuality – Volume 10, Number 2, April 2001, pp. 307-310

 

Dr. Félix E. F. Larocca

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