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Fobias, psicoanálisis y drogas legales. La era de las anomalías

Enviado por Gabriel Cocimano

Partes: 1, 2

    1. Apunten a Freud
    2. Fuentes

    En los umbrales del siglo XXI, el trastorno vinculado a las fobias que define a la época es el denominado ataque de pánico. Sus síntomas reflejan una desestabilización de los sentidos, similar a la de un sistema que implosiona y desbarata sus propios cimientos. Estamos en la era de la anomalía, en donde las nuevas psicopatologías escapan a los síntomas estandarizados, y parecen más bien producto de unas reacciones de desequilibrios estructurales internos, imprecisos e indeterminados. En el vértigo contemporáneo, la generalización del desorden social y la normalización de la catástrofe reflejan la generación de nuevos imaginarios colectivos, y han trastocado ciertas huellas del carácter psíquico (individual y social). La siempre clásica discusión planteada entre psicoanálisis y psiquiatría no parece contemplar la emergencia de estos nuevos trastornos.

    En la posmodernidad, Narciso ha trepado a las alturas. Y trajo consigo sus propios trastornos psíquicos y de personalidad. Las clásicas y lejanas neurosis del siglo XIX —sobre las que se basó el psicoanálisis— ya no representan los síntomas contemporáneos. Los nuevos desórdenes parecen tener una indeterminación y una indefinición acorde al signo de la época. La precisión de ciertos síntomas y su regularidad parecen haberse dispersado, en aras de un vacío, de una desustancialización. "Los síntomas neuróticos que correspondían al capitalismo autoritario y puritano —decía Gilles Lipovetzky2— han dejado paso, bajo el empuje de la sociedad permisiva, a desórdenes narcisistas, imprecisos e intermitentes". La inestabilidad emocional y la vulnerabilidad de los nuevos tiempos han transformado los síntomas fijos en trastornos vagos y difusos.

    De alguna manera, las antiguas neurosis decimonónicas sobre las que pivoteó el psicoanálisis constituían trastornos estandarizados. Equivale a aquello que Baudrillard3 denomina con el término anomia: lo que escapa a la jurisdicción de la ley, una infracción a un sistema determinado. En este caso, las neurosis —fobias, obsesiones, histerias— presentaban los mismos síntomas concretos de alteración a la salud mental, el mismo aspecto desviante respecto de ésta. En cambio, los nuevos desórdenes son aleatorios, flexibles y variables, y están en sintonía con aquel otro término de anomalía: lo que escapa a la jurisdicción de la norma, lo que carece de una medida precisa y de reglas certeras.

    Las nuevas psicopatologías —entre las cuales los ataques de pánico y los trastornos psicosomáticos figuran predominantemente en los diagnósticos actuales— parecen transgredir la norma, ya no son sólo reacciones a unas agresiones externas, exotéricas, sino que escapan a las clásicas reglas del juego, vale decir, parecen producto de una reacción esotérica, en la que el cuerpo se rebela contra su propio equilibrio estructural.

    ¿Qué ha sucedido desde las clásicas neurosis hasta los actuales trastornos psíquicos? ¿Qué separa lo anómico de lo anómalo? Si el psicoanálisis es un producto de la modernidad —con base en el racionalismo de la época— concebido a fines del siglo XIX, ha transcurrido desde entonces hasta hoy nada menos que el siglo de las comunicaciones y la era de las nuevas tecnologías, y estamos viviendo en un mundo mediatizado y virtual. En el vértigo de nuestra época, el Desorden —en sus diferentes encarnaciones: azar, conflicto, accidente, catástrofe— se ha ido incorporando a nuestra realidad, reflejando la emergencia de nuevos imaginarios colectivos. Se ha generado toda una cultura del desastre, guiada por un deseo de catástrofe, donde la violencia y la muerte constituyen una ambivalencia: generan angustia y, a la vez, una fascinación morbosa. La coexistencia de estas pulsiones contradictorias —atracción y repulsión— son un emblema de nuestra cultura".4

    Algo nuevo ha acontecido en la era de la anomalía: la espectacularización de la violencia y la domesticación del conflicto han inyectado en el inconsciente los nuevos miedos, las nuevas fobias y los actuales desórdenes y trastornos psíquicos. He aquí el cuerpo (individual/social) y su reacción esotérica: aquél ha logrado desbaratar su propia organización interna, su propia definición.

    Apunten a Freud

    El psicoanálisis, como teoría científica sobre la mente humana y terapia para los problemas anímicos, es hijo dilecto de la modernidad. Según su creador, Sigmund Freud, en el inconsciente se encuentran los impulsos que motivan las expresiones creativas de los individuos, así como las inhibiciones, síntomas y angustias que condicionan su vida personal. Hechura del racionalismo, ha gozado durante muchos años de un importante peso, presencia y capacidad creativa, y ha constituido una práctica revolucionaria y revulsiva en contra de las corrientes generalizadas de la época. A propósito de esto, "la búsqueda de la satisfacción inmediata, el borramiento del espacio abierto a la angustia, la necesidad de obtener respuestas rápidas, no están entre los rubros ofrecidos al que se decide demandar un análisis —postula la psicoanalista Beatriz Marcer.5 Éste requerirá en cambio la posibilidad de interrogarse en un plazo de tiempo, no corto por cierto, y el poder soportar la angustia. El desafío es no retroceder, no dejarse intimidar por la sociedad ni por la cultura oficial, características del psicoanálisis tal como lo practicaron Freud y Lacan".

    Las sociedades posmodernas han mutado la lógica del modernismo monolítico, central, racional y vanguardista, por un hedonismo epidérmico, la vida del aquí y ahora, la velocidad y la rapidez, la seducción inmediata y continua, la glorificación del consumo y la reivindicación individualista.

    Estas sociedades descubren una revolución interior, un entusiasmo sin precedentes por el conocimiento y la realización personal. "La sensibilidad política de los años sesenta —afirma Gilles Lipovetzky6— ha dado paso a una sensibilidad terapéutica (…); han aparecido nuevas técnicas (análisis transaccional, grito primario, bioenergía) que aumentan aun más la personalización psicoanalítica considerada demasiado intelectualista (…). En el momento en que el crecimiento económico se ahoga, el desarrollo psíquico toma el relevo, en el momento en que la información sustituye la producción, el consumo de conciencia se convierte en una nueva bulimia: yoga, expresión corporal, zen, terapia primal, dinámica de grupo, meditación trascendental; a la inflación económica responde la inflación psi y el formidable empuje narcisista que engendra".

    La ansiedad del hombre por abarcar ese todo que crea, y el nerviosismo absoluto del colectivo social constituyen una marca registrada de la posmodernidad. De allí la proliferación de los tratamientos rápidos, de las psicoterapias light, de la liberación directa del sentimiento de las emociones y las energías corporales, que han debilitado el campo de las terapias racionales —en especial, el psicoanálisis— porque sus tiempos no parecen tener correspondencia con las nuevas demandas. Terapias de la conducta, guestálticas, sistémicas, bioenergéticas, sexuales, flores de Bach, control mental, hipnosis, psicologías transpersonales y holísticas, neurolingüísticas: toda una vivificación de organismos y corrientes psi, técnicas de expresión y comunicación, meditaciones y terapias teñidas de filosofía oriental.

    Una gama de corrientes consideradas terapéuticas —sumado al crecimiento de los grupos de autoayuda, de superación personal, esotéricos y místicos— como alternativa para atenuar soledades, inseguridades en los vínculos afectivos, miedos y angustias han arraigado en una sociedad que glorifica el consumo. "En esta proliferación", indica Enrique Guinsberg,7 "incide también otro aspecto de la realidad actual, distinto pero prototípico del modelo neoliberal. El abandono del llamado Estado de bienestar ha cambiado los sistemas de atención de la salud al privatizar todo lo que se pueda en este campo, con la búsqueda cada vez más brutal de ganancia a corto plazo —característica básica del capitalismo salvaje—, lo que significa un fuerte ataque a todo tratamiento psicoterapéutico más o menos largo y su reemplazo por otros rápidos".

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