Descargar

Punto de vista del ciego (página 2)


Partes: 1, 2

Otro paciente, citado por Sacks, relata que, cuando le quitaron los vendajes, oyó una voz: se volvió hacia la fuente del sonido y vio una "mancha". Comprendió que debía de ser una cara. No habría sabido que era una cara de no haber oído previamente la voz y de no haber sabido que las voces procedían de las caras. Durante esas primeras semanas siguientes a la operación, no percibía la profundidad ni la distancia; las luces de las calles eran manchas luminosas pegadas a los cristales de las ventanas, y los pasillos del hospital, agujeros negros. Este paciente decía que, antes de la operación, tenía una idea completamente distinta del espacio; sabía que un objeto podía ocupar sólo un lugar identificable al tacto. Sabía también que si al andar había un obstáculo, como un escalón, se presentaba después de cierto período de tiempo, al cual él estaba acostumbrado: tras la operación, aun después de muchos meses, ya no pudo coordinar las sensaciones visuales con la velocidad de su paso. Le resultaba muy difícil coordinar su visión con el tiempo necesario para cubrir la distancia; si el paso era demasiado lento o demasiado rápido, tropezaba.

Otro paciente dijo que andar sin su bastón lo confundía, pues su apreciación del espacio y la distancia era incierta e inestable. A veces las superficies u objetos le parecían amenazantes, como si estuvieran encima de él, cuando de hecho se hallaban a bastante distancia; a veces lo confundía su propia sombra (toda la noción de sombras, de objetos bloqueando la luz, lo dejaba perplejo) y se detenía o daba un traspié o intentaba pasar por encima de la sombra. Las escaleras eran particularmente riesgosas, ya que sólo veía una confusa superficie plana de líneas paralelas y líneas que se entrecruzaban: no podía verlas como objetos sólidos que subían o bajaban en un espacio tridimensional.

Estos pacientes, al principio, habían sido incapaces de reconocer visualmente ninguna forma, ni siquiera algunas tan simples como el cuadrado o el círculo, que al tacto reconocían rápidamente. Tocar un cuadrado no se correspondía en absoluto con ver un cuadrado. Esa fue la respuesta a la pregunta de Molyneux.

El neurobiólogo Juan Cuatrecasas (El hombre, animal óptico, Eudeba) define al hombre como un animal geométrico; sostiene que la función visual, la proyección de las imágenes, es el soporte de nuestro pensamiento; nuestra mentalidad se basa en la óptica. Y advierte que esta función también está presente en los ciegos. Respecto del ciego de nacimiento, sostiene que sólo carece de referentes externos tales como la visión de los colores, que es al fin y al cabo un hecho secundario, un fenómeno de matización de las imágenes que no resulta indispensable para su percepción. Y para imaginar no resulta necesaria la experiencia retiniana, ya que la elaboración de las imágenes es función de la más alta esfera sensorial óptica, autónoma con respecto al órgano de la visión.

Algunos autores, por desconocimiento de las funciones ópticas corticales y subcorticales, al confundir la fisiología ocular periférica con la psicofisiología de los centros encefálicos relacionados con la visión, sostuvieron que los ciegos no pueden concebir el mundo en forma semejante a quienes ven, porque sólo tendrían acceso al concepto de un espacio táctil derivado de las imágenes focalizadas en las yemas de los dedos. Sin embargo, la supuesta suplencia táctil del ciego sólo es parcial. Las percepciones táctiles pronto se desprenden de sus caracteres específicos, tales como presión, temperatura y movimiento, al ser centralizadas e interpretadas por el sistema nervioso para suministrar las matrices de forma y espacio que los centros corticales transforman en sensaciones espaciales.

Existe una percepción de la espacialidad a la que concurren, además de la visión, diferentes sentidos, especialmente el tacto y el sentido kinestésico, pero los sentidos no determinan por sí mismos la percepción del espacio. Los datos obtenidos a través del tacto son interpretados rápidamente para situar el objeto palpado en proyección espacial, porque el ciego, tal como aclara Lacan (Seminario 11, "Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis", Paidós. Buenos Aires), opera con la "visión geometral", es decir, la visión situada en un espacio que no es, en su esencia, lo visual: la luz parece darnos el hilo que nos une a cada punto del objeto, pero el hilo no necesita de la luz; sólo necesita estar tenso. Por eso, el ciego puede seguir las demostraciones geométricas. Puede palpar, por ejemplo, un objeto de una altura determinada; siguiendo el hilo, aprende a distinguir con la punta de los dedos, en una superficie, una determinada configuración que reproduce la demarcación de las imágenes, exactamente, como en óptica pura imaginamos las correspondencias entre puntos en el espacio. Ya Diderot sostenía que el ciego supone un rayo de luz como un hilo elástico y delgado, o como una serie de corpúsculos que golpean nuestros ojos a una velocidad increíble, y calcula en consecuencia. En la misma época en que René Descartes inauguró la función del sujeto, se desarrolló la óptica geométrica, que está al alcance de los ciegos, ya que es asunto de demarcación del espacio, no de la vista.

El ciego puede concebir que el espacio puede percibirse a distancia y simultáneamente. Le basta con aprehender una función temporal, que es la instantaneidad. El ciego es capaz de dar cuenta, de reconstruir, imaginar, todo cuanto del espacio nos procura la visión. Esto nos permite vislumbrar cómo el sujeto, no importa si es ciego, está atrapado, capturado en el campo de la visión.

Diderot narró su diálogo con una joven ciega:

"Señorita, imagine un cubo".

"Bien."

"Imagine un punto en el centro del cubo."

"Ya está."

"Trace líneas rectas desde ese punto a los ángulos; entonces, habrá dividido el cubo…"

"…En seis pirámides iguales -agregó por sí misma-, cada una de ellas con las mismas caras, la base del cubo y la mitad de su altura."

"Es cierto, pero ¿cómo lo vio?"

"En mi cabeza, como usted."

Extractado de una serie de trabajos aparecidos en la revista Psyché Navegante (www.psyche-navegante.com).

 

 

Autor:

Cristina Oyarzábal

Profesora de ciegos y licenciada en Ciencias de la Educación. Master en Psicoanálisis. Coordina el Servicio de Apoyo Educativo de la Biblioteca Argentina para Ciegos.

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente