Voluntad: en sentido propio, metafísico y psicológico, es el apetito racional. Se trata, pues, de la facultad o potencia de "querer" y se distingue del apetito sensitivo por sus caracteres específicos de racionalidad y albedrío. Entiéndese en tal caso que la voluntad es la facultad o fuerza que realiza las voliciones, como actos de tendencia consciente dirigidos hacia un objeto propuesto por el conocimiento intelectual. La tendencia superior, intelectual o racional del hombre, es así, la voluntad, cuyos actos son irreductibles al conocimiento, al sentimiento y a las tendencias sensitivas[1]
También se entiende voluntad como potencia del alma, que mueve a hacer o no hacer una cosa. Acto con que la potencia volitiva admite o rehuye una cosa queriéndola, o aborreciéndola y repugnándola. Y se entiende el concepto voluntad como un decreto, determinación o disposición de Dios.
En filosofía el término voluntad se identifica con el apetito racional. Designa la actividad determinada por motivos o móviles de índole superior; algunas veces, sin embargo, se ha dado a esta palabra un sentido o significación más amplia, ya extendiéndola a los fenómenos de la vida animal, con el nombre de voluntad sensitiva; o a los hechos sociales, con la denominación de voluntad general.
Se considera que la voluntad es la facultad anímica por excelencia; ella representa el aspecto dinámico de la vida psíquica. La iniciación de la actividad consciente, o sea el momento de dar entrada a la conciencia, las modificaciones orgánicas, la duración o persistencia de ciertos estados, los cambios de adaptación de los sentidos para recibir sus excitantes propios, la detención de la corriente psíquica, el constante ir y venir de las representaciones, la profundidad de las afecciones placenteras o dolorosas…,en una palabra, toda la vida consciente humana en sus diversas etapas y grados, dejaría de realizarse sin la intervención mayor o menor de la voluntad.
Hay una acepción general y otra estricta de la voluntad. En la primera es el equivalente de apetito o tendencia, y en la segunda es privativa del hombre.
Todavía cabe establecer una distinción de más importancia, que es la que los escolásticos hacían entre la voluntad como naturaleza y la voluntad como potencia; ella es la clave de la solución de la polémica suscitada entre intelectualistas y voluntaristas. La índole de las diversas clases de apetición es la misma. Existe un apetito natural, que se da en todos los seres, y es la tendencia que manifiestan hacia todo lo que les conviene y perfecciona. Hay un apetito vital, que se da en las plantas, manifestado, entre otras formas, por los tropismos, y un apetito sensitivo de mayor complejidad en los animales. En el animal y en el hombre el ejercicio de la apetición va precedido de alguna forma de conocimiento, y por lo mismo, se llama elicitivo.
En los fenómenos de apetición sensible señalaban, además, los antiguos dos formas distintas y aun contrapuestas: el appetitus concupiscibilis y el irascibilis. Objeto del primero es el bien material, aprehendido por los sentidos y fomentado por la imaginación. Objeto del segundo es éste mismo bien en cuanto es arduo y difícil de obtener. Por más que se consideraran ambos apetitos como distintos, en realidad se trata sólo de una diferencia de grado o de funciones positivamente complementarias. Basándose en esta distinción fundaron los escolásticos su teoría de la vida afectiva[2]
La voluntad humana es un apetito racional, y por ser racional lleva aparejada en su mecanismo la presencia de impulsos o motivos de índole superior a la apetición meramente orgánica. La voluntad, en este sentido, es la tendencia superior, intelectual o racional, del hombre, es así, la voluntad, cuyos actos son irreductibles al conocimiento, al sentimiento y a las tendencias sensitivas[3]
Se ha entendido el término "voluntad", en los varios autores y escuelas filosóficas, de diversas maneras, principalmente en estos tres modos: a) psicológicamente, como facultad cuyo carácter principal se halla en la tendencia intelectual, y como conjunto de fenómenos psíquicos de la vida activa; b) éticamente, como actitud o disposición moral para querer algo, es decir, aptitud moral a querer, o a querer de tal o cual manera, sea en general o ya sea en un caso determinado; c) metafísicamente, como entidad psíquica absolutamente subsistente, sustrato común de todos los fenómenos psíquicos, es decir, el alma en cuanto capacidad activa o sujeto de actividad[4]
Existen muchas teorías de la voluntad, he tenido la oportunidad de leer un poco sobre el tema abordado, por ejemplo, en autores como Schopenhauer y Nietzsche. En Schopenhauer la voluntad no tiene nada que ver con lo que entendemos por voluntad tradicionalmente: no hay decisión consciente, ni intencionalidad, ni capacidad resolutiva.
La voluntad de que habla Schopenhauer es una creación suya: uno de los dos grandes pilares de su pensamiento. Thomas Mann, escritor Alemán nacionalizado Estadounidense, de quien se dice que fue el último gran novelista del siglo XIX, un profundo lector de Freud, Nietzsche y Schopenhauer sintetiza de la siguiente manera el concepto de voluntad en Schopenhauer: La cosa en sí es (era) la voluntad. La voluntad es (era) la fuente de todos los fenómenos, (era), el engendrador y productor de todo el mundo visible y de toda la vida, presente y actuante en cada uno de los fenómenos, pues es (era) la voluntad de vivir. La voluntad es (era) enteramente voluntad de vivir…[5]
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