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Nuestra pareja – Nuestro más cercano prójimo

Enviado por Maite Valderrama


    Nuestra pareja. Nuestro más cercano prójimo – Monografias.com

    Nuestra pareja. Nuestro más cercano prójimo

    Cada ser humano experimenta, en el curso de su paso por la Tierra, los cambios de una época a otra, porque nuestra vida terrenal, de forma parecida a un año, se agrupa en lapsos de tiempo, en las fases de primavera, verano, otoño e invierno. Las fases en la vida del ser humano se corresponden con el transcurso de los procesos vitales de su cuerpo físico. Este transcurso se desarrolla en ritmos, que también podemos llamar saltos de la vida. Siempre que se presentan saltos del tiempo, lo que equivale a saltos de la vida, en el ser humano cambia en ciertos aspectos la actitud; él pasa a otro mundo de pensamientos.

    La transición de la primavera al verano de una vida terrenal se denomina pubertad; el niño va madurando hacia el adulto, hacia el hombre, hacia la mujer. La persona joven que va madurando se despide de la primavera, de la vida libre y sin complicaciones, del acogimiento que ofrece el hogar familiar. La persona crea para sí misma, según sus propios criterios, una nueva vida, que tiene muy diferentes sentimientos, palabras y actos. Pasa por lo tanto al verano, con todo lo aprendido y adquirido hasta entonces.

    En la naturaleza, la transición de la primavera al verano hace fluir incrementadamente una vez más la savia en el mundo vegetal, de modo que en un árbol se muestran las flores y los primeros frutos que luego alcanzarán su madurez en el verano. Con nosotros los seres humanos sucede algo parecido. Precisamente en la transición de la pubertad a la edad adulta emergen otra vez con intensidad las fuerzas, que entre otras cosas contiene los deseos de la reproducción de la vida. Estas fuerzas legítimas, que sirven a la conservación y a la reproducción de la vida, frecuentemente las hemos invertido en su polaridad. El principio creador y dador de vida lo hemos degradado –al polarizarlo como querer tener, como tomar-, transformándolo en la sexualidad, que se orienta a la obtención de placer.

    Tal como la naturaleza está activa para dar el fruto que corresponde a cada especie respectiva, también la persona joven se activa cada vez más para tener una relación de a dos que haga convertirse el impulso de la vida en fruto, lo cual en el nivel de lo puro significa que la rama en el árbol de la vida desea dar frutos, lo que equivale a hijos.

    Sería por tanto algo dado por la naturaleza el engendrar hijos. Dado que la mayoría de las almas que ahora están encarnadas, es decir que son seres humanos, llevan en su interior desde encarnaciones anteriores el deseo de reproducción invertido en su polaridad, aumenta cada vez más el deseo de sexualidad como una finalidad en sí misma. Esto significa que al fin y al cabo se hace un mal uso del acto carnal. Parece que sólo hubiera que dar un fruto o ninguno, a lo sumo un hijo o dos. Pero la sexualidad, que también podría llamarse posibilidad de relajarse brevemente, ha permanecido.

    La sexualidad sin otro objetivo que ella misma, es un juego con fuerzas que son dadas para crear vida y no para jugar, para desperdiciarse sin sentido. En el intercambio sexual se va creando conscientemente una tensión sensual, que luego se descarga en una <<avalancha de excitaciones>>. Con ello, tanto el hombre como la mujer, pierden una gran cantidad de energía del cuerpo y del alma. El punto culminante del acto carnal se siente como relajación.

    La vida de los seres humanos en nuestro mundo conlleva diversas tensiones, situaciones que presionan, fracasos, estrés y disgustos: el sistema nervioso se pone tenso y vibrante. Muchas veces se busca la compensación, la relajación en la sexualidad. Pero como el colapso de las excitaciones nerviosas, la relajación inducida, no aporta ninguna solución a lo que ha llevado al exceso de fatiga nerviosa, las causas permanecen: de nuevo se va creando la tensión y con ello el deseo de la relajación sexual. De forma que para relajarse en la sexualidad, el hombre toma ala mujer y la mujer al hombre.

    Llegados a este breve denominador, puede decirse que el hombre y la mujer frecuentemente se juntan en un <<emparejamiento>>, para de este modo llevar adelante juntos su vida. Si el amor sexual de ambos se complementa, si por tanto se identifican en la relación física, surge –por medio del emitir y recibir, a partir de muchas energías de deseos, anhelos, expectativas, etc. Que vibran del uno al otro- un campo de comunicaciones, que equivalen a vibraciones, que es humanamente atractivo y que se califica de enamoramiento o de amor. A partir de este impulso de excitación, placer y relajación, la mujer ve entonces en el hombre, y el hombre en la mujer, algunos aspectos esenciales que les gustan pero que no poseen, sino que encuentran bonitos y provechosos en el otro, y que este último podría entonces eventualmente aportar a un matrimonio.

    A todo esto se le llama <<amor>>. Ambos creen que eso es suficiente para la felicidad que el uno espera del otro. Entonces el hombre y la mujer se hacen tal vez una promesa para la vida terrenal, casándose ante la autoridad civil o ante un cura o pastor; o a otros les basta la vida en común en lo que se denomina vivir en pareja.

    El emparejamiento en el que dos personas están estrechamente centradas la una en la otra, ya se le llame matrimonio o pareja, cada cual espera del otro, y ninguno de los dos quiere dar demasiado, porque el amor –así piensan ellos- debería complementarlos en todo. Tal vez al cabo de algunos años aún se complementen en la sexualidad, pero en los atributos que uno habría que aportar al otro –es decir, en que ha de dar un rendimiento- será ya cada vez más difícil. Empiezan las primeras desavenencias, y con ello surgen las peleas en el matrimonio o en la pareja. Con frecuencia se ha engendrado un hijo sin quererlo, debido al mundo de deseos sexuales, de modo que a las relaciones tirantes que se avecinan se incorpora un hijo o varios.

    Uno hace reproches al otro, porque éste no hace tal o cual cosa, por ejemplo porque uno no cumple con lo que el otro ha esperado de él antes del matrimonio. De pronto emergen las diversas analogías con las que según hayan sido las circunstancias, ambos se habrían atado en existencias anteriores, y que ahora han vuelto a reunirlos. En lugar de disolver estas analogías, estas ataduras en la red de causa y efecto, continúan peleándose, porque de repente uno ve al otro de forma muy diferente, es decir con los ojos de su ley de la analogía.

    Las disensiones se vuelven cada vez más graves y las ganas de tener relaciones físicas disminuyen, porque ya no se entienden, porque también se ha disuelto la aureola, hecha de las propias expectativas y deseos, que uno ha tejido alrededor del otro. Con ello se ha roto eso que se denomina amor.

    Las analogías activas manipulan manejando los ojos y el apetito sexual. A través de los ojos uno u otro es impulsado entonces a otra pareja, primero a escondidas, luego oficialmente. Con ello la separación está programada de antemano. Los hijos se ven especialmente afectados. Son o bien apartados, o endosado a uno de sus progenitores. Hasta que se da este paso, pasan bajo ciertas circunstancias, años, dominados por las sacudidas.

    Las ataduras, las analogías llaman haciéndose notar; quieren ser resueltas. Hasta que finalmente –y sin resolver- se las aparta a un lado, creándose aún muchas más analogías y ataduras.

    Puede que alguien objete y diga: en mi matrimonio o pareja esto no es así. Es posible que ambos hayan purificado juntos y se hayan vuelto estables en sí mismos, de forma que pueden caminar juntos sin esperar nada del otro. Entonces puede suceder que en su desarrollo hacia una ética y una moral más elevadas ya sólo se complementen. Sin embargo, también es posible que se acallen mutuamente, porque ya no tienen nada que decirse. Así pueden mantener una paz aparente. Entonces los programas televisivos y las comadrerías pueden ser los contenidos de sus conversaciones. Han llegado a un acuerdo en sus analogías. O ambos han adoptado las costumbres el uno del otro; las proyecciones son en cierto sentido igualadores. Entonces, también puede haber paz a nivel externo. Cada cual busca el amor y lo haya únicamente en Dios.

    En el tiempo transcurrido la persona ha ido entrando en el verano de su vida sin haber dado los buenos frutos, los frutos de la realización de los mandamientos de Dios, porque a cada ser humano, en la escuela de la Tierra en la que se halla, se le ha encomendado purificar con el prójimo lo que de éste le molesta. Aquello que le altera es una parte de sus analogías, de sus aspectos pecaminosos que debería purificar con la otra persona, para liberarse de los pecados que le atan al prójimo, por ejemplo a la pareja. En el siguiente gran salto del tiempo, equivale a salto de la vida, cuando muy paulatinamente la persona vaya pasando del verano al otoño, es decir hacia la mitad de su vida, sentirá que su vida se inclina, de forma parecida a como se inclina la copa de un árbol que lleva muchos frutos.

    Quien como ser humano no da buenos frutos, porque en sus sentimientos, pensamientos, palabras y actos no se lleva bien con su prójimo –ya sea en el matrimonio, en la pareja, en una estructura comunitaria o también en el puesto de trabajo-, siente pánico. Su pánico, que se basa en su mundo de deseos activo, en el miedo a no haber logrado algo.

    Contiene otros deseos y anhelos intensos: por ejemplo el deseo se experimentará a nivel sexual, la añoranza de tener otra pareja que –como se supone equivocadamente- tiene esas capacidades y atributos que no tenía la pareja anterior.

    La vida no ha traído a esa persona hasta el momento lo que ella deseaba y se había imaginado. Muy poco se cuestiona cuál podría ser la causa, porque para esta persona es algo evidente y está claro: ya comenzó en la infancia; fue por los padres, por los profesores. Tampoco los amigos eran como tendrían que haber sido. La pareja había prometido más de lo que luego, decepcionadamente, cumplió: fue por lo tanto un desengaño. Nada se desarrolló tampoco en la profesión de la forma prometedora con que había comenzado. El jefe y los compañeros de trabajo sólo pensaban en lo suyo y no valoraban sus cualidades como habría correspondido. De modo que surge el deseo de cambiar de lugar de trabajo, para ganar más y para subir más alto por los peldaños de la escalera del éxito, o madura la decisión de abandonar una agrupación de personas para pronunciar en otra parte grandes palabras, dar salida a sus opiniones y realizar allí por fin sus ambiciosos planes de desempeñar un papel destacado.

    Estas decisiones que cambian la vida se basan por lo tanto en ese pánico que muestra que la persona no ha aprovechado el verano de su vida. Apenas ha dado frutos sanos y sabrosos, porque no ha purificado con su pareja las analogías, los que les había atraído, aquello a lo que están atados. En el lugar de trabajo no edificó sobre sus capacidades ni las amplió, porque las peleas que dominan en el matrimonio o en la pareja también produjeron sus resultados en el puesto de trabajo: las desavenencias en el matrimonio o en la pareja condujeron a desavenencias en la empresa, porque a causa de las disputas, la calidad del trabajo dejó que desear. Entonces empezaron las peleas en la empresa, que explican el deseo de querer mejorar su situación en otro lugar de trabajo, de abandonar una agrupación de personas porque uno no se entiende con las personas que hay en ella; e igualmente se anuncia ya al separarse de su pareja.

    Quien conoce las más diversas situaciones de vida del ser humano, sabe que este período de la vida, de reorientación e intento de un nuevo comienzo, puede iniciarse hacia los 30 años y termina entre los 40y los 50, cuando aparece el pánico en la persona porque apenas ha dado frutos en su verano. Tendría que reconocer que hasta entonces la vida no había llegado a cumplir su sentido, sino sólo trajo disputa y los cambios de profesión. Esto rara vez lo admite la persona. Todo fracaso lo achaca a que las cosas no salieron bien en el matrimonio o en la pareja, y con frecuencia se decide empezar una nueva relación. No hay que ser adivino para darse cuenta de que tampoco esta pareja o relación saldrá bien, porque la persona se busca una y otra vez su analogía, busca según lo que hay en el mundo de sus deseos, que otros deberían cumplirle.

    Lo mismo es válido también en la profesión y respecto a una comunidad de personas: quien no sabe lo que quiere es empujado de una pareja a otra, de un puesto de trabajo a otro y también de una comunidad de personas a otra. Por muy a menudo que cambiemos nuestra camisa, siempre nos ponemos la misma forma y el mismo color.

    Mientras no seamos fieles a nosotros mismos y no desarrollemos nuestro ser espiritual, nuestro verdadero yo, esperaremos siempre de nuestro prójimo lo que nosotros no tenemos y que por tanto tampoco podemos dar.

    Mientras no desarrollemos nuestro ser espiritual, tampoco alcanzaremos ninguna estabilidad, sino que iremos siempre a la búsqueda de personas, puestos de trabajo y comunidades, que creemos podrían darnos lo que al fin y al cabo nosotros no poseemos y tampoco queremos desarrollar.

    En el otoño de nuestra vida nos encontramos entonces con las manos vacías, pero con una abundante experiencia negativa, con una red que tiene incontables nudos e hilos que otra vez tenemos que deshacer, ya sea como almas en los ámbitos de purificación o en posteriores encarnaciones en la Tierra como ser humano.

    Quien no da frutos maduros, quien no ha aprovechado su verano, tampoco alcanzará soberanía en el otoño, sino será un viejo infantil que mirará retrospectivamente su existencia terrenal humanamente espectacular, que cuando sea posible citará una y otra vez, para tal vez recibir de alguna persona más joven el reconocimiento por sus desenfrenados apetitos que no han dado buenos frutos de amor a Dios y al prójimo, sino sólo el <<Yo-yo-yo>> en la red de los sentimientos, anhelos, pasiones, apetitos instintivos e inconstancia del ir de una persona a otra, de un lugar de trabajo a otro, de una comunidad de personas a otra. Y ¿qué ha quedado? Un vacío, una vida que no se ha cumplido, una existencia avejentada que gira en torno a sí misma. Tal como fue con esa persona en la primavera, e igualmente en el verano, así es entonces también en el otoño.

    En una única vida terrenal- con la ayuda de Cristo- podemos deshacer muchos nudos y disolver muchos hilos de la red de nuestras analogías, si perseguimos de forma consecuente una meta más elevada, prestamos atención a la energía del día y aprovechamos las oportunidades que nos ofrece cada día de nuestra vida. Sin embargo, en una única encarnación también podemos ampliar considerablemente nuestra red de lo pecaminoso. Precisamente nuestra pareja –en la ley de Siembra y cosecha- está cerca de nosotros. Es por así decirlo de modo especial, nuestro <<más cercano prójimo>>. Si resolvemos con ella lo que hay que resolver, la misericordia de Dios disuelve a la vez otros muchos hilos de culpa y atadura, en caso de que nuestro prójimo nos perdone. Sabemos que si damos un paso hacia Cristo, haciendo lo que Él nos ha encomendado, Él dará varios pasos hacia nosotros.

     

     

    Autor:

    Maite Valderrama

    www.radio-santec.com