- Domingo 28 de julio. Mi vida hermosa en este querido pueblo
- Domingo 3 de agosto. Esa fiebre encantadora y triste que se llama amor
- Domingo 10 de agosto. Confesión de las pesadillas del cura Gregorio
- Lunes 11 de agosto. Por qué deje de confesarme
- Domingo 17 de agosto. Alarma por la salud del cura
- Domingo 31 de agosto. Una visita reconfortable
- Martes 16 de septiembre. Una nueva carta del cura Gregorio
- Lunes 29 de septiembre. El cura Gregorio me amenaza de posesión forzada
Del libro FLOR DE FANGO de José María Vargas Vila
Domingo 28 de julio. Mi vida hermosa en este querido pueblo
Mi vida en este querido pueblo está cambiando fundamentalmente. Las niñas alumnas y sus familias me han tomado aprecio. Carlos y sus dos hermanas, vienen con frecuencia a visitarme. Carlos casi todos los sábados por la noche viene con algún amigo y en serenatas apasionadas me canta especialmente hermosos y sentidos bambucos. El eco de su voz varonil y robusta se pierde por lontananzas indecisas y vagas de la sabana, en el aire tranquilo, bajo el cielo hermoso de la noche.
Domingo 3 de agosto. Esa fiebre encantadora y triste que se llama amor
Anoche vino Carlos con un amigo a darme serenata y por debajo de la puerta me dejó esta linda carta:
"Señorita Luisa:
Desde la tarde en que llegó y la vi por vez primera, su belleza originó en mí un inocente éxtasis. Estaba usted preciosa y la agitación del viaje la hacía resplandeciente. Entonces comenzaron mis noches sin sueño, las nostalgias sin nombre, las ilusiones, las desesperanzas y los anhelos. Empecé a padecer de esa fiebre encantadora y triste que se llama amor. Se desbordó en mí un amor fresco, puro y amplio como el horizonte. Creo que se trata de una pasión primaria pero casta. No del amor lascivo y novelesco mancillado con abrazos de sirvientas y besos de meretrices. No de deseos torpes, no de remembranzas de novelas porno. No del amor de un corazón gastado, sin fuerzas o marchito, sino el fruto de una gran pasión para llenar y embellecer toda una vida. Mi amor es un culto hasta ahora inconfeso que creció en el silencio feraz y en el aislamiento fecundo. No me atrevía a confesarlo. El solo pensarlo me estremecía.
El domingo que desde el atrio la vi entrar y salir de misa quedé deslumbrado. Su belleza imponente, la elegancia de su traje, su manera de andar, todo era nuevo y sorprendente para mí. Fue como si el sol hubiese pasado frente a mis pupilas.
Cuando en las noches acompaño a mis hermanas a visitarla llego al colmo de la dicha. Sus trajes sencillos me parecen atavíos de reina. Sus respuestas agudas y su amabilidad son exquisitas. Los versos que recita, armoniosos y tiernos. Cuando la acompaño con el acordeón de la escuela, su canto apasionado y fuerte me fascina y me transporta a una especie de sonambulismo.
Soy feliz durmiéndome después con el recuerdo del mirar de sus ojos y con el timbre de su voz que siento en mis oídos, junto al ruido apacible y triste de la fuente junto a mi casa, cuyas aguas rumorosas y alegres se deslizan luego, hacia la sabana, por un lecho de adelfas y de grama.
Cuando en las noches no puedo conciliar el sueño, tomo el tiple e invito a algún amigo a entonar junto a su ventana esas serenatas apasionadas y melancólicas.
Esos bambucos colombianos tristes como los suspiros y ardientes como besos pasionales, cuyos versos y música están hechos para hacer soñar o sufrir a las almas sensibles.
No puedo arrancarme este amor, ni lo quiero hacer tampoco, consumirme en sus llamas es el ideal de mi vida.
A manera de prevención: las mujeres bellas, atractivas, agradables como usted, son pretendidas por muchos hombres y con ello despiertan el odio de mujeres carentes de tales atributos y especialmente de aquellas que no se sienten verdaderamente amadas por sus esposos o novios.
Carlos"
Domingo 10 de agosto. Confesión de las pesadillas del cura Gregorio
Hoy en la mañana encontré la siguiente carta que alguien introdujo por debajo de la puerta de entrada de mi casa. Al leerla quedé sorprendida, confundida, aturdida, aterrada. Presiento que una nueva y mayor tempestad amenaza mi tranquilidad y mi dicha:
"Señorita Luisa:
Algunos creerán imposible que un cura sienta y padezca lo que te voy a contar. Otros aunque sientan y padezcan iguales pasiones torturantes, lo negarán hipócritamente. Lo cierto es que al contar, al dejar por escrito el relato de las terribles aflicciones que padezco por ti, siento en mi alma el alivio de los vientos frescos cuando soplan en ardientes medios días.
Mi corazón había estado hasta ahora cerrado para el amor, pero tu belleza de Psiquis adorable, hecha como para la contemplación artística, ha despertado y hace surgir en mí una pasión tempestuosa.
Yo nací en un pueblo lejano, de una familia pobre y a los trece años entré al seminario recomendado por el párroco del mismo pueblo. Allí entre rezos y latín aprendí a fingir la virtud y a despreciar la libertad. Así transcurrió mi adolescencia impulsiva y apasionada.
A los veintitrés años me tonsuraron la coronilla, me ungieron la frente y los órganos de los sentidos, me ordenaron sacerdote y me enviaron a este pequeño pueblo como pastor del rebaño de sus almas.
Hoy con veintiséis años tengo que confesarle que no soy casto ni escandaloso. Mis faltas como lo hacen mis confesores, según compromiso sagrado, las guardamos con sigilo. Por mi fuerte virilidad soy lujurioso, pero para simular virtudes me he acostumbrado a ser cauteloso y prudente.
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