Argumentos en torno a la técnica
Enviado por Sergio Espinosa Proa
SERÍA INÚTIL COMENZAR BUSCANDO (Y TERMINAR ENCONTRANDO) UN "CONCEPTO" DE LA TéCNICA. El concepto es un producto "y una condición" del pensar propiamente técnico. Para pensar la técnica hay que dar un paso atrás de ella. Resistir a su poderosa inercia: a su entropía utópica. ¿Es ello posible? Y si lo es, ¿con qué objeto? La tarea que se impone la filosofía contemporánea se presenta como un "corresponder", más no a la técnica o a su concepto, sino a su "esencia". Por "esencia" deberá entenderse aquí algo diferente a "naturaleza", a "idea" o a "concepto"; la "esencia de la técnica", en particular, no es algo técnico. En la esencia de una cosa no está la cosa sino, diríamos empleando un giro foucaultiano, las reglas de su producción. Este camino, por lo demás, ya fue abierto y balizado por Kant.
Pensar la técnica implica despejar un camino "o volver a recorrerlo" que debe comenzar por eliminar ciertos automatismos. La palabra "automatismo" cobra en este principio una dimensión muy especial. Para pensar la técnica necesitamos liberarnos de su dominio. No es un objeto exterior a nuestro propósito; estamos dentro de ella. En su interior, pensamos "automáticamente". Este automatismo puede adquirir dos formas básicas y mutuamente excluyentes: o bien la aceptación o bien el repudio; o bien la afirmación, o bien la negación.
Pero, y justamente por ello, necesitamos salir de su dominio para, pensando, liberarnos de ella (y de sus automatismos). Para pensar la técnica hay que estar libre de su influjo, pero pensar la técnica "preguntar por su esencia" tiene como fin librarnos de ella. Empezamos pues con un problema y no hay ningún indicio que nos permita adivinar si y cómo es posible resolverlo o simplemente salir de allí. Empezamos dentro de un círculo (vicioso) y no sabemos si al principio estamos ya, de algún modo, fuera, o si al final lograremos recorrer o al menos vislumbrar otro camino.
Nosotros "habría que comenzar entonces por preguntarse quiénes, y desde cuándo" nos hallamos, consciente o inconscientemente, de grado o por fuerza, sometidos a la técnica. Somos vasallos "entusiastas o renuentes, irreflexivos o resueltos" de su imperio. Lo que desde el comienzo importa es darnos cuenta de que la pregunta por la esencia de la técnica no es técnica: es, si concedemos que la libertad tiene o se mueve en esa dimensión, una pregunta política. Volveremos una y otra vez sobre este nexo.
El primer paso que será preciso dar consiste en sospechar que la técnica sea como la pintan. La técnica, dígase lo que se diga, no es neutral. Su presunta neutralidad se sostiene sobre una definición, si no equivocada, por lo menos incompleta. "Todo el mundo", dice Heidegger, acepta que la técnica es, por un lado, "un medio para un fin", y, por el otro, "un hacer del hombre"1. Esta definición es instrumental y es antropológica. Aparentemente es correcta, pero realmente invierte la relación: da por supuesto que la técnica es un instrumento en manos del hombre. O, para ajustarnos a la argumentación heideggeriana: esta definición es "correcta" "más no aún "verdadera". La "corrección", la "representación", la "constatación" permanecen en el interior de las determinaciones técnicas.
Lo "verdadero" está fuera de la técnica.
Y por ello es preciso comenzar a plantear la cuestión completamente al sesgo.
NUESTRO TIEMPO SE AUTOCONCIBE COMO "MODERNIDAD", RÓTULO QUE, EN SÍ MISMO, DICE BASTANTE POCO. "Moderno", del latín modus, significa, literalmente, "lo de hoy", "lo más reciente", "lo último", "lo actual". No parece una categoría económica, ni social, ni política, ni siquiera cultural. Moderno es, simplemente, nuestro tiempo (de hecho, si alguien puede decir "nuestro" tiempo, el tiempo será siempre moderno). Pero vamos a tratar de bosquejar algunos rasgos que nos permitan identificar o reconocer a "nuestro tiempo" como una época dotada de una particular fisonomía.
La configuración de nuestro tiempo puede ser afrontada como el efecto de un conjunto más o menos ordenado y más o menos disperso de operaciones, operaciones deliberadas y también involuntarias e incluso poco o nada deseadas. En realidad, hablar de "nuestro" tiempo presupone no sólo un corte por fuerza arbitrario, sino una apropiación igualmente pretenciosa. ¿En qué momento y con qué instrumento analítico habría que trazar el límite entre "lo nuestro" y "lo ajeno", entre "lo propio" y "lo de otros"?
Sin rehuir este primer dilema, propongamos un primer criterio de separación. Lo moderno es el efecto de una negación generalizada de la Naturaleza.
Claro que "Naturaleza" es, ella misma, en su concepto al menos, un efecto de las operaciones destinadas a negarla, por lo cual bien haremos en cuidarnos de pensarla como una especie de materia prima o cera virgen sobre la que se ejerce aquella negación transformadora. La idea misma de Naturaleza se va construyendo en el movimiento de su negación práctica.
"Negación" es desde luego, junto a "naturaleza", una palabra necesitada de aclaración.
Antes de embarcarnos en estas aclaraciones, adelantemos que el resultado de la negación de la naturaleza es lo que podemos llamar, siguiendo en esto a Félix de Azúa, Metrópolis. Este término designa un estado "de extrema concentración y exhibición de lo técnico"2. La Metrópolis es "el corazón de la dominación técnica"3. Ahora bien, esta formación se distingue nítidamente de un estado en el cual la Naturaleza podía ser imitada, continuada, relativamente manipulada o atenuada con fines de cualquier tipo. Metrópolis es un producto por entero humano, un artificio dotado de vida propia: un monstruo, sin que esto signifique un juicio de valor positivo sobre sus propiedades aterrorizantes. Es, en efecto, el último grado de manipulación de la naturaleza, la naturaleza "desnaturalizada" y convertida en utensilio total.
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