- Los orígenes
- Retos y evolución
- Nuevos retos y evolución; estado actual
- La antibiorresistencia o "epidemia invisible del XX"
- Antibiorresistencia, ecosistema y virulencia
- Islas de patogenicidad y ecosistema
- Algunos ejemplos sobre virulencia-entorno
- El otro lado del problema
- Metchnicoff, genio y presunción
- Probióticos y plantas
- Consideraciones generales
- Referencias
Introducción
Mucho es lo que se debate en torno a los desastrosos efectos de la contaminación ambiental sobre la flora y la fauna terrícola, causa de la desaparición de varios de sus representantes en los últimos 100 años, y que ya ponen en riesgo a la especie pensante en estos momentos. Sin embargo, poca o ninguna es la atención en lo concerniente a estos efectos sobre el mundo microbiano, algunos de cuyos representantes, por haber inaugurado ese fenómeno tan complejo que es la vida, tienen opciones de respuesta ante este caos no favorables a sus hospederos (vegetales o animales). A continuación, y a través de una serie estructurada en diez partes, me referiré al caso particular de las bacterias.
Parte 1: los orígenes
Según los métodos de datación radiométrica (basados en la velocidad de desintegración de los isótopos radioactivos) la Tierra tiene una antigüedad de 4 500 – 4 600 millones de años. Algo después (unos 500 millones de años) el planeta presentaba una corteza compuesta de roca primitiva bañada por mares en continua ebullición y en equilibrio con nubes cargadas de lluvia y electricidad estática que se descargaban en forma de violentas tormentas con rayos y centellas; se acumulaba la materia orgánica por doquier; cero oxígeno y nada de luz solar.
En tales condiciones las arqueobacterias (del griego arkhaios = antiguo; bakterion = bastón), con auxilio del mecanismo de fermentación como única vía para obtener su energía, la emprendieron con aquel basurero orgánico y colonizaron la Tierra, contribuyendo, en los próximos millones de años, junto a las transformaciones que se producían en el planeta y su atmósfera, a la aparición de nuevas formas de vida, ya con oxígeno -por causas geológicas y la laboriosidad de ciertas parientes (las cianobacterias)- y luz solar.
Es preciso destacar que, luego de tanto tiempo, glaciaciones, diluvios y choques con meteoritos ?fatales a dinosaurios y vaya a saber a cuanta especie más- las arqueobacterias subsisten y, despreciando las opciones energéticas del momento, obtienen su ATP fermentativamente como sus ancestros. Para algunos lo hacen en limitadas reservaciones, como tantas víctimas del desarrollo, opacadas por las formas respiratorias y fotosintéticas; estudios más recientes demuestran lo contrario: hay que respetarlas. Otro tanto sucede con las cianobacterias y las restantes variantes capaces de subsistir en ambientes donde las fuentes de carbono van desde el CO2 hasta complejas macromoléculas orgánicas, muchas cancerígenas, que se acumularían en los diversos medios naturales con consecuencias fatales para universo animal, e inoperantes para cuanto vegetal hay en este planeta, al ser dependientes de formas de nitrógeno, azufre, fósforo y carbono inorgánicos. Pero ello no ocurre dadas las transformaciiones que muchas de tan laboriosas y unicelulares bacterias realizan, comparables al mejor número de Copperfield. Claro, sin tanta publicidad y efectismo; tal vez por ello sean incomprendidas y olvidadas.
Algunos comentarios
En 1977 Carl Woese propuso el establecimiento de 3 dominios (categorías con una amplitud mayor que los Reinos); Archaea, Bacteria, Eukarya. Los dos primeros comprenden a todas las bacterias; el tercero a cuanta forma viva eucariótica exista ?o haya perecido en tan larga evolución: esto es, desde los modestos hongos y protozoos, hasta dinosaurios y la pensante especie.
Lo analizado nos lleva a una modesta conclusión: es preciso contar con las bacterias por un problema de antigüedad, potencialidades y número.
¿Soportarán los estragos ocasionados al ecosistema por tanto contaminante actual? ¿Son todas negativas en la esfera agropecuaria? A continuación abundaremos en esta temática.
Parte 2: retos y evolución
Introducción
Desde los primeros instantes de la historia bacteriana existió una interdependencia ser vivo-entorno, relación activa que para bien o mal fue definiendo sus destinos. Los cambios acaecidos en los siguientes millones de años posibilitarían la aparición de una gran diversidad de formas vivientes eucarióticas. Se plantea que bacterias endosimbiontes dieron origen a los primitivos cloroplastos y las futuras mitocondrias; se creaban así las condiciones para la aparición de un amplio espectro de organismos que, partiendo de hongos y protozoos, llegarían hasta formas tan complejas entre las que el Homo erectus fue solo una más; algunas persisten, muchas no.
Retos y evolución
Esta gran diversidad conllevó al establecimiento de reglas de supervivencia inconscientes sometidas a un único juez: la selección natural. Un sistema imparcial en el cual el ser pensante, al no serlo aún, era un elemento más. Así sería por buen tiempo; espacio suficiente había para cuantos concursantes optaran por una plaza.
Corrió el tiempo, tanto que el Homo erectus se hizo sapiens. ¿Cómo demostrarlo? Nada mejor que alterando el curso natural de las cosas; para dar el ejemplo dejó de ser frugívoro; todo lo vivo debía estar en función de sus intereses; nuevas leyes entraron en vigor.
Tanta ocupación no permitió prestar atención al universo microbiano, pese a contener mucho más que arqueobacterias. Así fue hasta la segunda mitad del siglo XVII, momento en el que Antonj van Leeuwenhoeck -tendero holandés, carente de formación científica pero con una capacidad de observación y persistencias poco comunes- dedica los 50 años siguientes a pasar bajo microscopios artesanales lo inimaginable. Mediante cartas informa de lo visto a la Royal Society de Londres. Gracias a esta institución, presidida por Isaac Newton en el siguiente siglo, se publicaron las increíbles observaciones, luego de ser confirmadas por incrédulos tan capaces como Robert Hooke. Esas páginas dan fe de que el tendero de Delft observó formas de vida microscópicas tan curiosas como: protozoos, mohos, levaduras y bacterias, sin que se les diera tal denominación, pero asombraran tan fuertemente a los contemporáneos que la reina de Inglaterra y el zar de Rusia, Pedro "el Grande", le honraran con su visita.
La cosa no pasó de allí: simples curiosidades, invisibles al ojo desnudo, que el Hacedor incorporó para que nada faltara en su gran obra; además de animales y vegetales, el hombre estaba rodeado de formas microscópicas, algunas se movían, otras no; muy interesante. ¿Para qué servían? Las elevadas testas británicas no encontraron explicaciones; su descubridor tampoco, pero hasta el final de su longeva vida defendió el derecho de los invisibles a estar donde estaban.
La incógnita continuó en suspenso hasta que otro curioso -un francés- desde una posición más ventajosa, y mediante métodos científicos sencillos, demostró que los microorganismos no eran un simple capricho, o descuido, de la creación: estaban aquí para bien o?. Pasteur, químico que ya tenía brillo para ser recordado, por azares del destino se enredó en la zaga del holandés.
Buscando una solución a la acidificación de los vinos franceses descubrió la esencia microbiana de la fermentación alcohólica y la participación de bacterias indeseables en lo investigado. Demostró que mucho de lo tomado y comido hasta la fecha era obra anónima de una pléyade microbiana. Tras otros trabajos exitosos que sentaron pautas para el nacimiento de la Microbiología Industrial, este francés decidió, cual Alonso Quijano, emprenderla contra el lado oscuro, aquel que albergaba a los invisibles responsables de las enfermedades que aquejaban al pensante y a los animales y constituían su principal causa de mortalidad. Con esta decisión que lo inmortalizó como eminentísimo benefactor de la humanidad, se acuñó la fama maligna de tan microscópicos organismos ?entiéndase bacterias en una primera fase.
Algunos comentarios
¿Falló el galo? ¿Son tantos los del bando errado como para minimizar tanto esfuerzo millonario dedicado a darnos un planeta mejor? ¿No sería un ejemplo más de competitividad como sucede con tanta especie macroscópica? De ello trataremos más adelante; vale la pena.
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