Una herramienta para analizar el malestar en la cultura
Enviado por Alejandro del Carril
No es casualidad que divulgadas las nuevas patologías, sirvan como etiquetas identificatorias con las que el ser hablante intente suturar su falta en ser. Establecida su existencia y difundido el saber vulgarizado solo habrá que sentarse a esperar que aparezcan. El autodiagnóstico y la automedicación no hacen otra cosa que reforzar el aislamiento individualista y el negocio de los laboratorios farmacéuticos en la aldea global. La lógica del DSM rechaza cualquier saber que no sea el de la conciencia para clasificar todo malestar como trastorno, ya sea clínico o de la personalidad. La gravedad de los mismos suele medirse de acuerdo a las dificultades que le impongan al paciente para adaptarse a las exigencias de la cultura social en la que vive. Es decir, para ser un individuo hecho y derecho. Por eso las neurosis, como efecto del malestar que el sujeto padece por estar inserto en la cultura, ya no figuran en el manual. Aquí la cultura es sin falla, consistencia del Otro a la que aludíamos anteriormente, y el sujeto debe adaptarse renunciando por ello al saber del inconsciente.
1. De los fundamentos
Freud, con el descubrimiento del inconsciente y la invención del psicoanálisis produjo una ruptura epistemológica de una dimensión de la que aún no tomaron nota suficiente aquellos interesados en discernir el funcionamiento humano e incidir en él, incluso una gran masa de psicoanalistas. Los que nos hicimos cargo no sólo intelectualmente de ese descubrimiento, fue porque el análisis de nuestro propio inconsciente nos dejó en posición de soportarlo. De sostenerlo y de digerir la herida al amor propio que dicho descentramiento produce.
La importación hecha por Lacan desde la ligüística del concepto de significante, redefinido como "lo que representa a un sujeto para otro significante"[1], forjó el instrumento necesario para sostener científicamente[2] la teoría del inconsciente. A lo que ya se había acercado mucho Freud con su teoría de las representaciones y su función en el delineamiento de lo no conciente[3]. Lacan, no sólo redefinió el significante para utilizarlo en la lectura de las formaciones del inconsciente, también indicó su primacía como herramienta para situar al efecto sujeto ante lo real de su vida, ante lo que se le presenta desconocido pero operante sobre él. Lo que lo llevó a discernir los efectos de estructuración, que su lugar central produce sobre la experiencia de los seres hablantes. Ese discernimiento le permitió advertir que: 1) el significante no sólo produce significación, efecto de sentido por articulación al menos a otro. 2) También está condenado a no poder significar todo lo que demande ser significado. De donde lo que cae fuera de la significación produce lo real, lo no significado. 3) Su condición fundamental: aislado no produce sentido, solamente lo hace articulado a otro u otros. El significante solo, no significa nada. Es un puro sin sentido, pero condición necesaria para que combinándose con otros lo produzca.
De la primer función antedicha, no por orden de importancia, deviene la producción y reproducción del registro Imaginario, en el que predominan la imagen y la univocidad del significado. De la segunda, lo Real, su imposibilidad de saber todo. De la tercera, que conlleva la posibilidad infinitamente abierta de producir nuevos sentidos, surge una condición básica del lenguaje debido a la cual no se interrumpen los deseos inconscientes, entre ellos el deseo de saber, particularmente de saber hacer. En síntesis: Los tres registros de la experiencia humana discernidos por Lacan, –Real, Simbólico e Imaginario– son efecto del significante. Consecuencia de lo cual, lo es también el sujeto en sus tres manifestaciones -real (como puro corte), simbólico (como representación fallidamente representativa), imaginario, representado por un aspecto aparentemente transparente como consecuencia del efecto de sentido.
2. Políticamente correcto
El 16 de junio fueron publicados en la sección Psicología de Página 12 dos artículos ("El zappingántropus está entre nosotros" de Yago Franco y "Llenos de nada" de Mariela Castrillejo) que hacían referencia a lo que podríamos denominar la determinación de la época sobre los síntomas que se nos presentan en la clínica analítica. Se entiende por época en ambos escritos, al sistema económico-político denominado capitalismo. Es nuestro interés, despejar algunos malentendidos que han quedado ocultos bajo lo que podríamos denominar ideas "políticamente correctas". Creemos que los autores sostienen algunas de estas ideas-fuerza que se han impuesto en no pocos colegas, en función de la dificultad antes señalada de soportar el concepto de inconsciente y la estructuración discernida por Lacan como condicionada por los tres registros del desenvolvimiento humano. Si bien es innegable la influencia del capitalismo en la subjetividad, como el de cualquier otro de los sistemas que dominan en diferentes lugares o dominaron en distintas épocas y regiones, en él no dejan de funcionar los otros cuatro discursos -del amo, de la histérica, de la universidad y del analista- y no sólo el discurso capitalista tal como lo matematizó Lacan. Es más, es condición de existencia de este discurso la presencia de otros, particularmente el de la histérica que desde su deseo de deseo insatisfecho sostiene a los discursos amos. Eso se hizo patente cuando en diciembre del 2001 un gran número de seres parlantes amasados, ganaron las calles argentinas con la consigna: ¡qué se vayan todos! El resultado fue que volvieron todos, aunque algunos con modificaciones. Sostenemos que solamente denunciar a cualquier discurso como la causa de todos los males no sirve para otra cosa que para reforzarlo, normativizarlo, a saber, perfeccionarlo, tal como advirtió Lacan en "Televisión", "El reverso del psicoanálisis" y otros trabajos.
3. El individuo amasado
Página siguiente |