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Versos engavetados. No. 1.


    Versos engavetados No. 1. – Monografias.com

    Versos engavetados No. 1. (Enfáticos, altisonantes, pero henchidos de amor)

    PRÓLOGO PARA CIERTA FANTASÍA HEROICA.

    Desde el filo de la certeza

    un cinturón de coplas levanta el además resulto.

    La lucha a cuesta, la palabra dócil,

    la mirada que enciende el universo.

    Traigo acuarela para desvirgar la gracia,

    para esbozar la profusión ulterior del sexo:

    cópula múltiple de hombre, poesía y tiempo.

    Puedo colorear esa decencia de la paz.

    Y los que vendrán más tarde,

    esos mejores, inquilinos de la dicha,

    retoños que gatean hacia el alba,

    gozarán más aún de poder meditarla,

    de evocar el nervio de la fe enhiesta,

    la Tierra que grabó el ademán insólito.

     

    LA EPOPEYA.

    I

    Esta es la historia y éste,

    el poema que esgrime un suelo de divisas:

    la manigua, el ajiaco,

    la flor de la mariposa colgada en roblizo ojal,

    los colores del tocororo

    (que enjaulado se inmola por el premio de la libertad).

    Esta es la cábala y éste,

    el archivo de los dioses todos,

    memoria encrespada de llagas y lumbres.

    Me exhorta el catauro de su hechura,

    donde esbozo arquetipos, resuelvo enigmas,

    y aprendí hasta la noche que habita en la mañana.

    Me lo enseñaron mis abuelos,

    hijos de los amos de la tierra santa;

    adiestrados junto a sus padres de nación,

    que aún vestidos de mito y África,

    emprendieron un arte cósmico

    de años luz y navíos siderales.

    II

    Ha valido la pena ostentar la piel de los orishas,

    la rotundez de Yewá

    y haber nacido de Guanaroca, Ahao, la Isla del Tesoro;

    o conservar el linaje de Mackandal,

    en los trillos y encrucijadas de lo real maravilloso,

    como el humo, el viento,

    las ramas que en el bosque se mecen a hurtadillas.

    III

    También otros fueron chichericús en las colinas,

    que hollando senderos antiguos,

    abrieron rigores e izaron asuntos

    y después,

    frente a Ikú —la muerte—,

    rajan el mito y fundan la leyenda.

    Hasta Siguapa,

    la alcohólica mujer del Güije,

    en la misma trinchera de los duendes.

    IV

    Más tarde esa fibra colmó la esperanza;

    cuando, en suelo ajeno,

    se me aparecía a la orilla de la pólvora,

    frágil al riesgo de esfumarse.

    Otra vez ella.

    Siempre ella.

    Formidable en el sonido de las gotas.

    ¿Qué táctica me ofrecía entonces,

    mientras espera y nostalgia

    se descifraban tras la culata del fusil?

    ¿Qué música aquella

    en medio de ausencias que me arropaban

    de rebelión frente a la muerte?

    Era firme la añoranza.

    Con su propia hombrada

    me había estampado un modo inédito:

    sabio fue el genio de esparcir a mis duendes

    por la estrechez de otros causes.

    Hoy lo siento, compacto en cada poro.

    Que dancen, pues, mis ceibas, mis arroyos,

    mis flamboyanes y mis colibríes.

    Porque hemos sabido amarnos con humildad,

    y a las parejas que ornan el malecón

    o las sombras de las palmas,

    poco les interesa la holganza en los puentes de Venecia,

    ni encrestadas balancearse en una góndola.

    Solo importa la raíz del sudor hecho a martillazos,

    y al gesto mismo de la lucha

    lo nombro cubanear.

     

    SENSUAL.

    Sensual,

    madura de sentir en las venas

    la gracia que el río otorga,

    como el egipcio erigió sus pirámides:

    atento y laborioso,

    bloque a bloque,

    lentamente,

    ella, sobre todo, crea.

    En sus sagaces manos

    se encrespan artificios.

     

    EN LA CIMA DE LA CANCIÓN.

    I

    En la cima de la canción

    una imagen fecunda el color de la dicha.

    Soy otro: bicéfalo,

    amplio,

    aforme,

    flor,

    cetáceo,

    aún más libre

    o temerario,

    en esta Isla que enardece mis días.

    II

    Yo que he visto serpientes

    en los ojos de las piedras

    y he dormido en sábanas de arrecifes,

    recojo mañas donde palpitan razones insospechadas.

    Cómo no lustrar la fortuna donde moro atrevido

    si el verso me retoña con solo pensarla.

    Hoy es bastión la profecía

    y se me llena el cuerpo de vergüenza

    cuando acude la palabra turbia.

     

    EL BESO DE LA SELVA.

    Ahora,

    mientras la espuma baña el seguro puerto,

    un paraje de otro mundo incita mis reflexiones.

    Ahora puedo charlar con el rumor de la costa

    sobre el eje del impulso,

    o del beso minucioso que incubó la selva.

     

    EL HOMBRE.

    El hierro…

    El hierro viene de la tierra

    como el pan, el azúcar, el gas.

    Parece que todo viene de la tierra.

    ¿El amor?

    Los animales y las plantas

    aman a su modo telúrico y simple,

    pero la guerra…

    La guerra la trajo solo el hombre.

     

    QUIÉN SABE.

    Son apenas diecisiete años y ya van conmigo,

    quién sabe si al origen del enigma,

    quién si al barranco de una esperanza madura.

    Andan con el fusil al hombro,

    por las brechas de las sombras

    y a cientos de kilómetros de mamá.

    Albas y ocasos unen el ojo insomne,

    la pupila dilatada y el nervio alerta.

    Y son apenas diecisiete años de optimismo indefinido.

    Quién sabe si nos veremos en otros campos,

    en batallas de la América

    o en estas mismas tierras del África.

     

    SALDAR LA DEUDA.

    Porque el sustento a la tierra extirpado

    lo saldaremos mañana

    con la pavesa de de nuestros cuerpos

    y el viento que hoy vemos

    ha de ser visible para todos.

    Porque devolvemos el aire

    que aborda nuestros pulmones.

    Porque somos de franca magma

    y la madre no tiene nido

    sino para nuestro abrazo.

     

    PREDILECCIÓN DE LA CONCIENCIA.

    Mientras la lluvia esparce el frío en la selva,

    ella,

    escondrijo de mis reliquias,

    donde pese a la distancia

    deposito cada uno de mis nudos,

    se entona jugosa en el sonido del torrente.

    Mirándola en la lluvia, pienso con enojo

    que hay lienzos más derechos

    que este diluvio de mil ardores.

    Entonces,

    la predilección de la conciencia

    se ampara en su habitual dureza.

    Pero ya nos veremos,

    cariño,

    con cierta paz robada al mundo

    o con estrellas raptadas a la noche.

    Alagaremos entonces

    la predilección de la conciencia.

     

    PODEMOS MORIR.

    Nosotros podemos morir hoy

    mañana

    un sábado

    un domingo.

    Podemos morir de cualquier forma

    de un mal

    una bomba

    una bala.

    Nosotros podemos morir en Europa

    en América

    en Asia

    en África podemos morir.

    Solo que con nosotros

    no morirán

    nuestras

    ideas.

     

    CASSINGA.

    Querida Cassinga.

    Sé que 250 paracaidistas bajaron a ti

    las aldeas vietnamitas de Son My y My Lay.

    Prohibiéronle el sol a 500 personas:

    niños que no caminaban aún,

    viejos que gestaban sus tumbas

    en el vientre flaco de tu cuerpo.

    Y todo fue un relámpago de apenas unas horas.

    Una bayoneta clavando en tu seno

    a 500 personas, Cassinga, 500.

    Mas hoy te escribo,

    un día cualquiera de mayo,

    a muchos años de haber desaparecido tu nombre

    y de ser más conocida por Masacre que por tu propio nombre.

    Hoy a tu cuerpo magullado regresa el poema:

    En el ritmo de la música africana

    comienza a cuajarse tu sonrisa macilenta.

    De nuevo aprendes a reírte, Cassinga,

    Por ello te felicito,

    como al pan que alivia el hambre

    y la alegría a la angustia del crimen sufrido.

     

    ALEGRÍA TERRENAL.

    Cual a culpable en pena

    el sol flagela el aire húmedo.

    Las lagrimas

    (que parten de rara contrición)

    corren a refrescar mi boca y mi sed.

    Una alegría de mármol toma mi garganta

    cuando bajo por las escalerillas del avión.

    Escapo, me fugo de mí,

    hurto el seso y regreso al África,

    a mis muertos que allá quedaron,

    sigilosos, expectantes.

     

    ACASO UN DÍA.

    Acaso un día

    vuelva a revisar mis pasos.

    Levantaré las reliquias del pasado.

    El fardo de mi quietud dejará de tejer el tiempo.

    Acaso cante con nuevo tono

    los harapos brillantes de mis hermanos

    o esta niebla de rencores

    retorne a cuajarse ante mis ojos,

    si el África delirante

    olvidara la inercia de aquel empuje.

     

    DICEN.

    Me han dicho

    que mi corazón madura solamente

    en el redil de la violencia,

    que mi poesía alcanza la velocidad

    de la carrera armamentista.

    Tal vez dicen verdad.

    Tal vez los gruñidos de mis versos

    se engranen sediciosos en la mazorca de la guerra,

    rueden como huestes castigadas

    o alcancen la honradez de la miseria.

    No temo a la definición.

    Mas cuando quiero aspirar el aire limpio de pólvora,

    regreso alegre al verso ostentoso,

    atrapo al niño que en Cuba ondea

    como a la vida-bandera.

     

    SILENCIO.

    Se aleja,

    se anula en ella el bullicio.

    El silencio me atrae milagroso.

    Ciudades que se escurren dignas

    de su callada estirpe.

    Dado soy a la quietud de los montes;

    al hollín y al asfalto de las calles dado soy.

    Mas ya siento el tedio insidioso.

    Huyo del apremio amorfo de rostros manidos,

    porque aburre esta emulsión de sabores,

    de tantos cascos de opulencia:

    requemados de tanto seducir,

    que no alivian ya ni dejan amar.

    Yo quiero el relieve de mi Isla,

    callarme en él,

    reposar su silencio.

     

    MALAS PALABRAS.

    La primera mala palabra

    la dijimos cuando niños.

    A unos nos partieron la boca

    mientras otros la podían decir,

    porque sus padres la reían

    o la esgrimían también para abortar la rabia.

    Recuerdo que "puta" era inadmisible;

    "carajo", tres sílabas prohibidas

    e incluso "desgraciado" y "coño"

    eran sonidos que arañaban los oídos.

    Sin embargo nunca se nos dijo

    que las más abominables palabras

    han sido siempre

    egoísmo,

    explotación,

    guerra.

     

    ¿QUÉ HACER?

    Un 11 de Septiembre cualquiera.

    Qué hacer ahora

    sino escribir un poema imprescindible.

    Podría permanecer abatido,

    sin reclamar ni gritar,

    ni atacar la explosión en las cabezas de mis hijos.

    Qué hacer cuando el terror avanza

    sino sembrar semillas de himnos,

    esculpir gestiones claras,

    proyectar visiones indudables.

    Ahora que el petróleo se vierte contra el Sur

    y la soberbia se yergue indispensable al egoísmo.

    Ahora que huyen despavoridos los inermes del desierto,

    nativos de la estepa, acaso padres de flojas sementeras,

    siento el placer de poder convocar el torno

    y desde esta Isla, en las inmediaciones de la América,

    labrar coa y tractor y central

    o pieza de elevado augurio.

     

    PRESENCIA DE ÁNIMO.

    Conozco el día que cambió el mundo.

    Desde entonces

    la violencia toca el cielo con ojos de Dios.

    Luego hay un rostro que se desliza impávido

    y me levita en la palabra:

    cómo crea el músculo de la flaccidez,

    cómo sobrasa el movimiento en trazos inertes.

    Justo cuando todo cambia se me eriza la rabia.

    Intento el vórtice de la obra

    para mostrar cierta presencia de ánimo:

    yo negro,

    yo mulato,

    yo blanco.

    Yo siempre pueblo.

    Porque cada hombre

    es el pueblo

    y el pueblo está

    en cada hombre.

    Justo cuando la violencia toca el cielo con ojos de Dios.

     

    VINDICACIÓN DE HÉROES.

    A los cinco héroes

    Prisioneros del imperio.

    Secar ríos

    mares

    destemplar aceros.

    Desollar venas

    músculos

    tachar el gesto digno.

    Es el tono

    la sordidez de un lema.

    Porque nada saben de Nuestras ideas

    y mucho menos de Yugo y estrella.

    Nada de Nuestra América ni Los pinos nuevos.

    El odio es a la idea

    pero alas le colgó el héroe.

    Se dibuja en la piel mestiza de Mi raza

    fluye en las aguas del Caribe

    divaga en el viento enredado en las ramas del monte

    en la tierra misma

    que la nutre.

    Pájaro es

    que gorjea y revolotea y trisca milagroso.

    Vindicación de Cuba.

     

    UN HOMBRE

    Cuando un hombre

    abraza a otro,

    el sustantivo simple

    puede ser amigo.

    Si millones de seres

    reclaman a otros miles,

    el sustantivo simple

    puede ser unidad

    y patria,

    la palabra-savia.

    Y si miles de personas

    aclaman a un hombre,

    el sustantivo simple

    puede ser héroe.

    Pero si millones de seres

    de ambos hemisferios

    empinan a un hombre,

    entonces,

    el sustantivo simple

    es Fidel.

     

    EN LA PIEL DE LA MEMORIA.

    Durante muchos años, en cierta Isla,

    un hombre acechó los astros

    en busca de una luz nueva.

    Supo donde se escondían y cómo señalaban el tiempo.

    Aprendió que la luna siempre andaba

    por la escalera de la noche,

    que el sol se pasaba el santo día

    regando luz por los rincones del relieve

    y detectó que era más fácil cazar estrellas nacientes

    desde la cola de los cometas.

    Todo lo calculó: las armas y el talento

    listos para cazar estrellas.

    Luego un nacimiento lo arrastró

    a fundirse en la piel de la memoria

    y descubrió entonces una luz inédita,

    la luz del clan de sus muertos preferidos.

     

    TIERRA ENTERA.

    Este vuelo de mujer, ya curtido,

    del vuelo que cabalga en la maleza;

    esta sana presencia de firmeza

    que sostiene de la sangre el bramido.

    Este elíxir de embate endurecido,

    que esgrime con vergüenza su fiereza,

    junto a netas labores de nobleza,

    vibra en el tiempo, viene del olvido.

    Y madre al fin, colmada de cariño,

    porta en el seno llama para el niño.

    Salto de amor es, pujante, se talla

    en hombradas tiernas, como en madera.

    Se empina y glorifica. Tierra entera…

    Tierra entera de nostalgia y batalla.

     

     

     

    Autor:

    Ing. y Lic. Enrique Martínez Hernández.